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Neptune Frost

Un vibrante y ambicioso despliegue de color y estilo, que intenta hablar sobre el colonialismo, la religión, la identidad de género y el papel de la tecnología en la sociedad.

Anisia Uzeyman, Saul Williams 

/ Cheryl Isheja, Elvis Ngabo, Bertrand Ninteretse, Diogène Ntarindwa

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Muestra itinerante de cine africano

Los afrobeats no deben confundirse con el afrobeat de finales de los años sesenta, el género musical denominado así por el gran Fela Anikulapo Kuti, uno de sus máximos exponentes. Aunque los afrobeats y el afrobeat son estilos musicales diferentes, fue el baterista Tony Allen quien sentaría las bases del sonido africano del momento, el cual sería bautizado por el londinense DJ Abrantee.

Los afrobeats que surgieron junto con el nuevo milenio, se caracterizan por ser una fusión diversa de estilos como el House, el Reggaetón, el Trap, el Hip Hop, el Soca, el Jujú, el Ndombolo, el Naija y el Azonto, entre muchos otros. Algunos dicen que los afrobeats, más que un género musical definido, es en realidad un término que envuelve a toda la música pop actual proveniente de África occidental y que tiene como máximos exponentes a artistas como Wizkid, Tekno, Jidenna, Davido, Rema, Fireboy DML, Ckay y Tems.

Y son los afrobeats los latidos que mantienen vivo al extraño musical Neptune Frost, una experiencia psicodélica, política, sexual, ciberpunk y afrofuturista, que parece un spin-off de Pantera Negra en las drogas.Filmada en Ruanda, pero ambientada en un Burundi perteneciente a un universo alternativo, esta cinta es producto de la inspiración de la ruandesa Anisia Useyman, la autora de LAFF, uno de los primeros largometrajes grabados totalmente en un iPhone; y de su esposo, el músico y poeta estadounidense Saul Williams, protagonista de la olvidada película Slam, ganadora de la Cámara de Oro en el Festival de Cannes y del Premio del Jurado en el Festival de Sundance en 1998.  

Este trabajo experimental, que parte de los últimos trabajos musicales de Williams, tiene como protagonista a Neptune (Elvis Ngabo), una persona marginal que usa zapatos de tacón y que deambula buscando lo que él denomina como “libaciones de la cuarta dimensión”. Una sacerdotisa que le reza a la “tarjeta madre”, lo asiste para que se convierta en una mujer (Cheryl Isheja).

Neptune se une ideológica y sentimentalmente a Matalusa (Bertrand Ninteretse, mejor conocido como el rapero Kaya Free), un minero que huyó de la explotación y el maltrato de las minas de coltán, un compuesto mineral que a diferencia del vibranium de Pantera negra, sí es extraído de la realidad y se utiliza como componente de los teléfonos celulares (Ruanda y Burundi son los principales productores en el mundo). Matalusa, cuyo lema es “Mártir Loser King” se convierte en el líder de los hackers que hacen parte de una comunidad llamada Digitaria y junto a Neptune, se enfrentan a La Autoridad, el régimen opresivo que esclaviza a las personas para extraer el coltán.      

Descrita de esta manera, Neptune Frost puede sonar a una cinta de acción y ciencia ficción distópica, similar a Días extraños, Johnny Mnemonic y Matrix, pero la verdad es que entender qué es lo que sucede en la cinta de Uzeyman y Williams es un verdadero reto. Como si se tratara de una película de Wim Wenders, los diálogos y canciones mezclan múltiples lenguas (kinyarwanda, kirundi, suajili, francés, inglés y español) de una manera indiscriminada (Neptune también nos recuerda al clásico ciberpunk Hasta el fin del mundo del director alemán). Y la ambición de los directores los lleva a abarcar de una manera irregular diversos temas como los son el colonialismo, la religión, la identidad de género y el papel de la tecnología en la sociedad.

Sin embargo, las cosas se compensan con un delirante e impresionante despliegue formal de color y estilo, cortesía de Uzeyman, quien aquí también trabaja como directora de arte y fotografía, del diseñador de vestuario Cedric Mizero y de la maquillista Tanya Meléndez. Al igual de los afrobeats, Neptune Frost es un trabajo desarticulado, recargado y, en algunos momentos incomprensible, pero que no deja de ser vibrante, hipnótico, disruptivo, revolucionario e innovador.   

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