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Nacho Vegas: canciones íntimas y reales

Antes del concierto del cantautor, nos sentamos con Vegas a hablar de sus canciones y recordar colaboraciones con gigantes de la música ibérica

Por  IGNACIO MAYORGA ALZATE

agosto 25, 2016

Cortesía

Pocas horas antes de su concierto en Bogotá, Nacho Vegas bebe una cerveza roja y reflexiona sobre música. Cae una tarde extrañamente soleada de agosto y el cantautor de Gijón está ataviado completamente de negro, desde su pesado gabán a sus gafas de aviador resplandecientes bajo la presencia del sol, quien ha decidido manifestarse a pesar de que el octavo mes del año se caracteriza por el cielo gris y el humor melancólico de los vientos y las lluvias. Quizás el fenómeno meteorológico tenga que ver con la presencia del músico en la capital colombiana, después de todo Vegas se ha presentado desde hace tiempo como una suerte de escape a la tristeza. A pesar del carácter trágico de sus composiciones, lo cierto es que hay una especie de alegre melancolía en el acto de escuchar sus temas, como el sol que ahora se posa sobre el cielo y se distorsiona en los charquitos de agua que la lluvia dejó tras de sí. Nos sentamos con el cantautor de Gijón para hablar de su último EP, Canciones populistas, su relación con otros músicos españoles y sus reflexiones sobre la naturaleza de sus canciones.

Quisiera empezar preguntándote cómo percibes tú los EP que has hecho, pensando también en Canciones populistas (2015). El EP de El género bobo (2009) siguió al disco El manifiesto desastre (2008), el EP Cómo hacer crac (2011) siguió al disco La zona sucia (2011) y, ahora, Canciones populistas (2015) sigue a Resituación (2014). ¿Cómo percibes esa dinámica? ¿Son una continuación de los LP anteriores, o, más bien una preparación hacia el siguiente? ¿O los percibes como una obra propia antes que un momento intermedio?

Bueno es un poco casi todo lo que mencionaste y es una cosa que llevo haciendo desde el principio: al primer disco le siguió un EP llamado Seis canciones desde el norte, después Canciones desde el palacio y luego los que mencionaste. A mí me pasa una cosa y es que crecí escuchando muchos EP, cuando era adolescente y empezaba a escuchar mucho indie británico y norteamericano contactaba con sellos y los pillaba por correo y, de hecho, el caso del indie español es el mismo: los grupos empezaron sacando EP. Era un formato que se llevaba y le tengo mucho cariño. Entonces siempre que me enfrento a una grabación pienso que puede haber un álbum y un EP.

Me gusta darles identidad propia. Creo que son obras con identidad propia pero, al mismo tiempo, son como los hermanos pequeños –pequeños por duración– de los álbumes que los preceden. Y también a veces anticipan un poco lo que va a venir. Nunca lo sé realmente pero sí que siempre suelen contener canciones que pertenecen a las grabaciones de los álbumes pero también alguna canción nueva, escrita en el tiempo que media entre la publicación del álbum y el EP. Entonces son discos a los que tengo peculiar cariño. Procuré cuidarlos siempre bastante y creo que la gente que me sigue apreció eso. Se venden bien y son discos ninguneados por el mercado. Digamos que el mercado manda que tengas un álbum cada dos años como mucho, si ya haces dos álbumes por año es demasiado y los EP casi ni siquiera se reseñan en las revistas especializadas entonces son discos que también les tengo cariño porque son un poco underground en sí mismos.

Cuando grabas un LP o un álbum tienes que darle una unidad, una continuidad, a mí me gusta contemplarlos así como una especie de viaje que va desde la primera a la última canción. Y los EP te permiten hacer discos más heterogéneos. Son cuatro, cinco o seis canciones que pueden ser de su padre o de su madre y no están sujetas a esa linealidad y por eso también te dan otra libertad de grabarlos, de secuenciarlos y de hacer cosas diferentes.

En septiembre se cumplen diez años del lanzamiento de El tiempo de las cerezas, un disco que te ayudó a darte a conocer extensamente en Latinoamérica. ¿Cómo nació la colaboración con Bunbury? ¿Cómo recuerdas ese disco?

Uf. Lo recuerdo con muchísimo cariño porque fue una cosa muy poco planificada realmente. Enrique me invitó a una gira que hacía con varios músicos invitados, el Freak Show, y ahí empezamos a hablar de hacer algo juntos y nos propusimos que íbamos a intentar sin tener en mente un disco. Si no salía aquello, pues no salía. Porque las colaboraciones no pueden ser forjadas, tiene que ser que te encuentres algo en el camino, que surja. Y la verdad empezamos a intercambiarnos canciones y estábamos en momentos particulares, especialmente Enrique que estaba en un momento de transición, cuando estaba desbandando al Huracán Ambulante, en un momento en que no le apetecía nada girar, estaba descansando de giras. Yo estaba también en un proceso de cambiar de banda, aunque mi situación no era tan dramática como la de él.

Aprendí mucho de Enrique, intercambiamos muchas cosas. Honestamente creo que él también cogió alguna cosa de mí. Hubo un feedback aunque las canciones fueran de cada uno, no había una autoridad compartida (salvo en Látex), pero sí que aprendimos mutuamente. Obviamente yo más de él que era más veterano. Luego el hecho de hacer solamente unos cuantos conciertos muy selectos en el D.F. me ayudó a conocer a mucha gente ahí y eso solo se lo puedo agradecer a Enrique. Es una persona maravillosa que admiro mucho. Como artista, la actitud que tiene frente a la música… He conocido a otra gente de la generación de Enrique y muchos creen estar de vuelta de todo, creen que no tienen nada que aprender. Enrique siempre está escuchando música nueva de gente joven, se da cuenta de algo muy básico: hay demasiada música y muy poco tiempo en la vida, siempre tenemos que estar aprendiendo cuando nos dedicamos a esto.

¿Y con Christina Rosenvinge? Porque al año siguiente salió Verano fatal.

La verdad fueron obras muy diferentes. Porque la de Verano fatal, fue planificado pero era mucho más desastroso el plan que el del disco con Enrique. Por lo menos con Enrique nos tomamos –y tuvimos– mucho tiempo, dijimos “vas a ensayar las canciones y, si tenemos un disco, lo hacemos”, pero con Christina fue un proceso de como quince días “yo tengo esta canción, tú esta otra, vamos a juntarlas” y por eso decidimos hacer un disco pequeñito, de 25 minutos. Creo que un álbum largo no hubiéramos podido hacerlo en ese momento aunque, cuando hablo con ella, siempre le queda la espinita de haber hecho algo más acabado. Yo le tengo mucho cariño, sigo interpretando algunas canciones de ese disco en directo. Christina y yo seguimos teniendo mucho cariño y también es probable que nos encontremos de nuevo en el camino.

Hace algún tiempo intercambiamos correos por tu visita a Rock al Parque (2015) y hablamos de Ciudad Vampira. Es una canción muy anclada en el espacio geográfico y temporal español pero funcionó con #CiudadVampira a la luz de los desaparecidos en México. ¿Cómo sientes que este EP se pueda conectar con Latinoamérica en donde la gente cada vez más está escuchándote y conectándose con tu música?

Yo creo que lo bonito de la música es precisamente eso: que puede partir de cosas muy particulares e íntimas y llevarlas a sitios mucho más colectivos e universales. Es el recorrido que creo que tiene que hacer una canción. Nunca creí en que el tema del localismo fuera un defecto en una canción. Siempre cuento una anécdota de cuando yo tenía mi pareja, vivía en Madrid y trabajaba en RCA y recuerdo que tenían reuniones de marketing y en ese momento La oreja de Van Gogh era una banda que era híper famosa en España y estaban dando su salto a Latinoamérica con el segundo disco. Entonces en una reunión se discutió una canción que se llamaba La playa de la Concha que es el nombre de la playa de Donostia, San Sebastián, de donde son ellos y en la reunión les decían “No, la canción debería llamarse La playa, porque La playa de la Concha es algo demasiado localista y para el mercado latinoamericano puede hacer referencias que no son apropiadas”. Y eso lo decían unos cuantos ejecutivos cocainómanos idos de la olla que se creían que sabían lo que le gustaba a la gente. Y me pareció un argumento híper estúpido. Si les hubiera caído en sus manos el Nebraska de Bruce Springsteen le hubieran cambiado el título al disco o algo así [risas].

¿Sientes alguna obligación con tu arte? Digo, sabemos que estos dos últimos discos son muy políticos pero, pensando en canciones más intimistas, ¿sientes que hay una misión con tu música, que tu música tiene una suerte de agenda?

Bueno, no diría que tengo una misión porque suena bastante presuntuoso. Creo que solo soy parte de una cadenita que se llama la música popular, pero creo que aquellos que nos dedicamos a la música popular sí que tenemos un compromiso con lo que hacemos. Cantar no es un acto inocente: cuando cantas te posicionas respecto a las cosas, es una mirada que no es neutra, es una mirada que es la tuya y la quieres proyectar un poco al mundo. Entonces cuando yo hago canciones más intimistas creo que también me estoy posicionando con respecto a la realidad. Cuando hago canciones que tienen un carácter más social también me estoy posicionando con otra parte de la realidad, porque la realidad son las relaciones afectivas pero también es la situación política en la que vives. De hecho muchas veces las dos cosas se mezclan. De hecho cuando a mí me dicen que ahora solo hago canción política yo recuerdo que pensaba que una de las primeras veces que tuve consciencia de estar escribiendo una canción que tenía un contenido político, fue con una canción que puede parecer tener solo contenido de amor, que fue Brujita. Esta canción me la inspiró esta pareja que te decía que trabajaba en RCA. Recuerdo cuando vivíamos en Gijón y recuerdo cuando a ella le ofrecieron el trabajo y ella se fue a Madrid a vivir. Las primeras semanas ella me contaba cómo era la industria discográfica, los tiempos que tenían, la presión que recibía, el machismo que tenía que soportar, tantas cosas. Me llamaba cada noche llorando y me daba muchísima rabia, no había trabajo en Asturias y ella me decía “No, tengo que aguantar. Pero me da mucha rabia”. Cuando escribí Brujita hay una parte que dice “Brujita, me irrita la gente, ¡maldita!/ que trata de hacerte sufrir/ Yo los mataría/ les arrancaría la piel/ hasta verlos morir”, me refería a todos esos ejecutivos de multinacionales que se creen que maltratando a la gente, además a unos trabajadores muy limitados que ni siquiera estaban sindicados que no tenían ninguna cobertura sindical que los cobijara, y así los echaron luego en masa, pues eso me produjo mucha rabia y eso fue lo que me empujó a hacer la canción.

Con esto te quiero decir que en cada canción de amor, cuando yo hablo de relaciones íntimas e afectivas, siempre hablo de ellas en el mundo real. No me gustan las canciones populares, de amor romantizado e idealizado. La realidad es hostil a las relaciones afectivas. No es lo mismo quererse teniendo una situación muy jodida, teniendo por ejemplo una orden de desahucio, estando yo en contacto con la PAH ves a muchas parejas que se han deshecho debido a esto, debido a la situación de desahucio en España. No es óptimo intentar tener una relación de amor en medio de una situación trágica, como en lo que cuento en El abrigo de Isabel, en vez de tenerla viviendo en una situación acomodada o siendo parte de la clase alta. Me gusta siempre que las canciones íntimas también hablen del mundo en el que vivimos.

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