Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente
Diapositiva anterior
Diapositiva siguiente

Música, judaísmo, opiáceos y dolores crónicos: el mundo según un hombre llamado Jeff Tweedy

Con el flamante (y recomendable) álbum Cousin ya disponible en plataformas, el líder de Wilco reflexiona, se confiesa y desconcierta

Por  ROLLING STONE

octubre 1, 2023

Santiago Filipuzzi - Archivo La Nación

¿Cuál es el mejor consejo que te hayan dado?

Fue hace tiempo, cuando estábamos de gira con The Band. Era el Arkansas Traveler Tour, con Michelle Shocked y Uncle Tupelo. Yo estaba ensayando y Rick Danko apareció en el escenario, detrás de mí, y de la nada me dijo: “Sonás desesperado. Deberías sonar siempre desesperado. Nunca pierdas eso”. Fue una forma extraña de decir algo con lo que estoy totalmente de acuerdo. Creo que lo que me quería decir es que la gente tiene que escuchar que te importa lo que estás tocando, que estás desesperado por comunicarte, por conectarte. Por eso cantamos.

En tu nuevo libro, World Without a Song, escribís sobre toda clase de música nueva que te gusta, desde Billie Eilish hasta Rosalía. ¿Cómo hacés para mantenerte abierto para escuchar nuevos artistas?

Aunque no tuviera una curiosidad natural al respecto, pienso que es lo más importante de lo que hago. Quiero alimentar esa parte de mí que se entusiasma ante lo impredecible. Hubiera matado porque me pasara esto cuando era chico: tener acceso inmediato para escuchar cualquier cosa sobre la que estuviera leyendo. Así que es una especie de homenaje a ese niño interior.

¿Cuál fue tu compra más extravagante?

Puede ser una respuesta irritante, pero tengo la costumbre de no sentir que un instrumento es realmente mío hasta que no compro otro igual. Así que tengo un montón de pares de mis instrumentos favoritos. Es una cierta inseguridad de que una guitarra se pueda romper o deje de sonar como quiero. Es algo bastante frívolo.

Sonás un poco como Bob Odenkirk en I Think You Should Leave: “Por tres es mejor”.

Exacto, ese soy yo. Creo que tengo tres Gibson Dove 68.

De chico, eras escéptico en cuanto a la religión, pero de adulto te convertiste al judaísmo. ¿Qué lugar ocupan hoy la práctica y la fe en tu vida?

Con mi familia somos básicamente seculares. Participamos de las festividades y cosas así. Tenemos Seders. Nos sentimos parte de la comunidad. Cuando atravesás cosas como el cáncer de mi mujer, es importante sentir que significás algo para una comunidad. Es una de las primeras cosas que noté de la relación de mi mujer con otras personas, especialmente cuando ella manejaba un club de rock. Cada músico judío que pasaba por ahí tenía inmediatamente una conexión con ella, hasta podían compartir una oración. Y yo pensaba: “¿Qué tengo yo a ese nivel? ¿La canción de La isla de Gilligan?”.

Estás en recuperación desde hace veinte años, cuando entraste en rehabilitación por tu adicción a los opiáceos. ¿Qué tan presente está eso ahora?

A diario. No es algo que quieras descuidar. No es tan intenso, esa sensación desapareció hace años. Ahora mismo tengo mucho dolor porque sufro de osteoartritis aguda en la cadera. Rezo todos los días para no estar en camino a empezar a tomar opiáceos para descubrir el poder que pueden tener sobre mí… y no lograr superarlo. Creo que tengo suerte de saber a lo que me enfrento.

En tu libro sugerís que Stevie Wonder debería escribir el nuevo himno nacional de Estados Unidos en reemplazo de Star-Spangled Banner. ¿Por qué no lo componés vos?

[Risas] Bueno, ¿vos quién preferís que lo escriba, Stevie Wonder o yo?