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Murder Inc.

Los tiroteos masivos son una decisión que la industria de las armas ha tomado al repartir más de 24 millones de unidades de asalto en las calles de Estados Unidos

Por  TIM DICKINSON

enero 3, 2024

CaseyHillPhoto / Gettyimages.ru

Una semana después de la masacre de Lewiston, Maine, que dejó 18 muertos, 13 heridos y una franja de Nueva Inglaterra aterrorizada y bloqueada, la industria de las armas pensaba en su balance final. El 1 de noviembre, en una conferencia sobre los resultados trimestrales de la compañía, el CEO de Ruger, Christopher Killoy, habló sobre las ganancias de la empresa y del aumento en las ventas de nuevos productos como su SFAR, un “rifle de carga automática y marco pequeño” con recámara para disparar balas devastadoras de gran calibre.

La prensa especializada en armas de fuego está enamorada de ese nuevo fusil de asalto, promocionándolo como “fácil de llevar, rápido al hombro y con el poder de la vieja escuela en calibre 30”. Pero, ¿acaba de desatarse ese poder mortal en contra de civiles en una bolera y un bar de billar en Lewiston? Las fuerzas del orden recuperaron un Ruger SFAR del vehículo en el que se dio a la fuga el tirador, Robert R. Card II, quien había recibido entrenamiento militar. La orden de detención en su contra señalaba “numerosos cartuchos de rifle” esparcidos “por todo el establecimiento” de los asesinatos.

Killoy no mencionó directamente los asesinatos, pero sí se dirigió a los analistas que querían saber si la empresa estaba captando señales de un aumento en las compras, basadas en los acontecimientos de “los últimos 30 días”, que abarcan tanto Lewiston como el asalto de Hamás contra civiles en Israel. “Es posible que haya buenas señales de demanda”, dijo Killoy a los accionistas. “Puede que por las razones equivocadas”.

La misión de la industria moderna de las armas no podría ser más clara: lucrarse con la venta de armamento que puede convertir a tiradores solitarios en asesinos en masa, o a infelices con una pistola en una amenaza para la seguridad nacional. Los documentos elaborados por el principal grupo comercial aconsejan incluso apoyarse en las compras compulsivas que suelen seguir después de los tiroteos masivos, dirigiéndose a una parte del mercado a la que denominan “el comprador ansioso”, término corto para el tipo de gente que dice “querer comprar un arma de fuego antes de que sea demasiado tarde”. El estudio de mercado indica que las armas de asalto —“objetivo frecuente de restricciones de venta”— son las “elecciones más probables” de estos posibles compradores.

La masacre de Lewiston fue una tragedia, pero no un accidente. Es una elección que la industria armamentista tomó, y ha redoblado su apuesta al vender decenas de millones de armas, listas para la masacre, al público estadounidense. Según las cuentas de la propia industria, el arsenal nacional de armas de asalto de Estados Unidos asciende a más de 24 millones —aproximadamente una por cada 10 adultos— con un récord de 2,7 millones producidas solo en 2020.

El ataque de Lewiston fue una demostración de la finalidad para la que los fabricantes de armas comercializan ahora los rifles de asalto: una dominación sangrienta. La industria les presenta a los civiles los fusiles de plataforma AR “probados en combate” con imágenes de tropas especiales y eslóganes como “Use lo que ellos usan” y “Su misión le aguarda”. Estos mensajes encajan con el marketing aún más imprudente de los fabricantes de accesorios “tácticos”, que lanzan “equipamiento para el combate diario”, “mochilas de asalto” y maletines con nombres como “Guerra urbana” e incluso “Ataúd”.

Las charlas promocionales de los machos alfa de la industria prometen a los compradores el poder de “controlar su destino”. Según los registros policiales, Card era atormentado por voces fantasmas, incluyendo burlas de que tenía un “pene pequeño”. La Ruger SFAR, con su grueso cañón, se comercializa sin sutilezas como “Más grande y más fuerte donde tiene que serlo”.

La industria ofrece a los civiles cada vez más armamento que compite o incluso supera la potencia de fuego que habitualmente se les confía a los soldados. Esto no solo incluye rifles AR, sino también escopetas estilo AR. Otros fabricantes de armas recurren a escenarios de colapso social o conflicto civil que podrían dar a civiles fuertemente armados la oportunidad de entrar en combate. Wilson Combat vende el “Urban Super Sniper”; Franklin Armory comercializa rifles de asalto en su “Militia Series”; y un anuncio de Patriot Ordnance Factory-USA muestra a un hombre encapuchado con un AR-15 en las ruinas de una ciudad, con el eslogan: “Cuando la política corrupta falle, nuestras armas no lo harán”.

Una industria más noble, o menos descarada, podría verse coaccionada por la conciencia —o por la amenaza de litigios— para frenar ese tipo de mensajes, descritos a Rolling Stone por un antiguo informante como “atroces” e “imposibles de defender”. Sin embargo, la industria armamentística es inmune a las consecuencias mortales y previsibles de su afán de lucro, gracias a es.rollingstone.com | Rolling Stone en Español | 23 una ley respaldada por el Partido Republicano y firmada por George W. Bush, que protege a la industria de las demandas de los consumidores y de la salud pública.


CADA UNA, UNA PEQUEÑA ADM
En Estados Unidos hay un arma de asalto por cada 10 adultos. Al utilizarse en tiroteos masivos, pueden matar al doble de personas y dejar seis veces más heridos.


Los antagonistas de la industria comparan su marketing con una llamada a la violencia. “Si promueves una misión militar, vas a conseguir una”, afirma Josh Koskoff, un abogado que se ha enfrentado a la industria de las armas y que consiguió un acuerdo legal histórico para las familias de Newtown (Connecticut). “No todo el mundo lo hará, pero no hace falta mucha gente para ejecutar una misión militar, destrozar familias y comunidades, creando pánico y ansiedad a nivel nacional”. En el caso de Card, añade Koskoff, “era una persona, con un arma… y todo el estado de Maine quedó paralizado”.

Los rifles de asalto nunca fueron concebidos para la autodefensa o la caza; se crearon para la guerra de infantería, y se diseñaron para acribillar a los soldados enemigos. En 1944, el ejército nazi fue pionero del Sturmgewehr, o “fusil de asalto”, un arma que combinaba el fuego rápido de un subfusil con la precisión a distancia de un rifle, y que se utilizó con resultados devastadores contra las tropas rusas. En esta carrera armamentista, el Ejército soviético pronto contraatacó con el Avtomat Kalashnikova, o AK-47, un pilar de los conflictos armados desde entonces.

El fusil de asalto estadounidense fue desarrollado en la década de 1950 por una empresa llamada Armalite. (El prefijo AR significa “Armalite Rifle” en inglés). El Pentágono buscaba un arma de infantería que fuera ligera, letal y versátil, y que pudiera igualar la “potencia letal” del M1 de la Segunda Guerra Mundial en el combate cuerpo a cuerpo, pero que fuera capaz de “penetrar un casco de acero o un chaleco antibalas estándar a 500 metros”.

Armalite creó el primer prototipo de la AR-10 con munición de gran calibre. Pero en su afán por hacer el rifle más ligero y maniobrable, desarrolló el AR-15, con balas más pequeñas, disparadas a una velocidad extraordinaria para crear el “máximo impacto de herida”. Aunque hoy en día se comercializa apelando a la hombría, los militares apreciaban la AR porque su peso ligero y su mínimo retroceso se adaptaban bien a la “baja estatura de los vietnamitas” aliados, cuyo “soldado promedio”, decía un documento, “mide 1,52 m y pesa 40 kilos”.

El AR-15 fue rebautizado como el M16, evolucionando ligeramente hasta convertirse en el actual M4. Hoy en día, los compradores civiles pueden adquirir modelos prácticamente idénticos, aunque carecen de los modos de “ráfaga” de tres disparos y de disparo totalmente automático de un rifle militar. Pero esta no es una garantía significativa. El entrenamiento militar exhorta a los soldados a utilizar el modo semiautomático disponible para los civiles —un jale del gatillo por cada bala— en casi todos los contextos, para maximizar la precisión y la letalidad y evitar el desperdicio de munición.

“Las compañías de armamentos alegan que no es un arma de guerra porque es la versión civil”, afirma Jason Kander, un veterano de la guerra de Afganistán que se presentó como candidato demócrata al Senado de los Estados Unidos en 2016 por Missouri, y que ahora es miembro de la junta del grupo contra la violencia armada Giffords. Kander produjo uno de los anuncios de campaña más inolvidables de la historia reciente, ensamblando un AR-15 con los ojos vendados. “Nadie me enseñó a montar un AR-15”, dice Kander, quien se basó en la experiencia de armar sus rifles militares a oscuras. “La razón por la que lo puedo hacer es porque es la misma arma”, afirma Kander. “Fue diseñada para enfrentarse a la AK-47 en el campo de batalla”.

Los fabricantes de fusiles de asalto de plataforma AR y AK han inundado el mercado estadounidense, y los AR nacionales superan a los importados, incluidos los AK, por un margen de casi cuatro a uno. Las fuerzas del orden han relacionado al tirador de Lewiston con un par de AR. El Ruger SFAR se anuncia como un arma con las “ventajas balísticas” de un AR-10 y el tamaño de un AR-15. Los críticos lo han calificado como el “santo grial” que ha “descifrado el código”. Josh Sugarmann, director ejecutivo del Violence Policy Center, califica el arma como “el último ejemplo de cómo la industria armamentística innova para ser letal”. El informante está de acuerdo: “Es un arma ofensiva”, dice. “No es para defender a tu familia de un atacante”.

Un segundo fusil de asalto, un Smith & Wesson M&P AR-15, fue encontrado junto al cadáver de Card. Las siglas M&P significan “militar y policial”, lo que subraya el carácter bélico del arma. Este rifle, uno de los más vendidos en el mercado civil, ha sido el arma elegida por los tiradores en masa desde Highland Park hasta San Bernardino, pasando por Parkland y Aurora.

Ni Ruger ni Smith & Wesson han hecho comentarios sobre el tiroteo, ni han devuelto las llamadas de Rolling Stone.

Los rifles de plataforma AR llevan en el mercado civil desde los 60. Pero los primeros intentos de comercializar el rifle de la guerra de Vietnam como un arma de caza no tuvieron una buena acogida en los consumidores, y el arma siguió siendo un producto de nicho en la década de los 2000. Esta marginación se vio reforzada por la prohibición de 1994 de las armas de asalto. Esa ley no prohibía totalmente la plataforma AR, pero restringía las combinaciones de características comunes, incluidas las empuñaduras de pistola y las culatas plegables. Incluso en un año como el 2001, en el que cundió el pánico, solo se fabricaron 60 500 rifles AR.

Posteriormente, cuatro factores se combinaron para transformar el AR-15 en el “rifle de Estados Unidos”. En primer lugar, la prohibición de las armas de asalto expiró en 2004. En segundo lugar, y más importante, el presidente Bush firmó la Protection of Lawful Commerce in Arms Act (PLCAA) en 2005, que aplacó los esfuerzos de ciudades y estados por demandar a los fabricantes de armas ante los daños a la salud pública causados por las armas que vendían, del mismo modo en que las grandes tabacaleras se vieron obligadas a pagar indemnizaciones masivas por el impacto de los cigarrillos. Bush proclamó que la PLCAA protegía a la industria de litigios frívolos. El mensaje del gobierno —dirigido por el Partido Republicano— a los consumidores era: por supuesto que las armas son mortales; tendrán que vivir —o morir— con eso.

ROBERT F. BUKATY/AP IMAGES

MAINE DE LUTO
Vigilias y memoriales por las víctimas del tiroteo masivo en Lewiston, en el que el tirador aterrorizó Maine durante días. “Una persona, un arma”, dice un activista, “y todo Maine quedó paralizado”.


La nueva tarjeta de exención de demandas envalentonó a los fabricantes de armas de una manera que pocos previeron. La industria se mantenía firme, y comenzó una carrera mortal hacia el fondo, lanzando al público AR-15 no con fines lícitos de caza y defensa personal, sino con mensajes que combinaban potencia de fuego militar, hombría y proeza sexual. El arma Bushmaster que Adam Lanza, el asesino de Newtown (Connecticut), empuñó para masacrar a alumnos de primer grado, se promocionó de forma infame con el eslogan: “Considera que tu tarjeta de hombre ha sido revalidada”.

JOHN TLUMACKI/”BOSTON GLOBE”/GETTY IMAGES

Un tercer cambio le dio al marketing un toque patriótico: Estados Unidos estaba en guerra, luchando en dos frentes, en Irak y Afganistán. Y obedeciendo a los mismos perversos motivos de lucro que llevaron el Hummer a los suburbios, los fabricantes de armas convirtieron el AR-15 en un marcador de consumismo patriótico. Incluso ahora, este fenómeno apenas ha disminuido. “En este país hay cierto tipo de hombres de mediana edad que, cuando se entera de que estuve en Afganistán”, dice Kander, “me muestra fotos de sus armas”.

Y ¿el cuarto cambio que disparó las ventas? La elección de Barack Obama. Una mezcla explosiva de ansiedad racial y temor a nuevas normativas convirtió el fusil de asalto en un tótem de la identidad de la derecha. El efecto de estos cuatro factores se refleja en el número de fusiles de asalto fabricados en Estados Unidos, que pasó de los 140 000 en 2005 a casi 700 000 en 2009.

La aceptación de la letalidad militar por parte de la industria armamentística nació —en parte— de la desesperación. El mercado tradicional de armas largas y la venta a cazadores se estaba desmoronando, y continúa haciéndolo. El porcentaje de hogares estadounidenses con un cazador cayó del 32 % en 1977 al 14 % en 2021. La industria necesitaba “tiradores de reemplazo”, dice Sugarmann, cuyo grupo monitoreó el declive de la caza.

La campaña de marketing dirigida a jóvenes incluyó el anexo de pistolas AR de marca en videojuegos como Call of Duty. Los críticos lo comparan con las peores y viejas prácticas de la industria tabaquera: dirigirse a chicos demasiado jóvenes para comprar un arma, pero no demasiado jóvenes para desarrollar lealtad a la marca. “Hablas de Joe Camel, ¿verdad?”, dice Kander. “Son cigarrillos de dulce”.

Documentos encargados por la Fundación Nacional de Deportes de Tiro (NSSF) en 2017, y revisados por Rolling Stone, revelan que la industria se jacta de su éxito al convertir las armas de asalto —o lo que, con eufemismos, llaman rifles deportivos modernos o MSR— en vacas lecheras: los compradores son, “en promedio, 6 años más jóvenes” y están dispuestos a gastar “un tercio más” por arma. Estos documentos resaltan el atractivo de las armas para lo que la industria denomina “fanáticos de la diversión”, o estadounidenses que “no son fanáticos de las actividades al aire libre y tienen poco interés en la caza”, pero que se entusiasman con la “aventura y los aspectos sociales” de disparar.

La plataforma AR es completamente personalizable. Si le quitamos su fin mortal, la industria de los rifles de asalto puede ser similar a otros mercados que abastecen a los fanáticos de los engranajes. El marketing de la NSSF promociona “el maravilloso MSR”, y destaca cómo los compradores de AR-15 “quieren que su arma tenga un aspecto atractivo y exprese quiénes somos”, añadiendo que, con las modificaciones adecuadas, “podrías convertirte en la envidia de todos en el campo de tiro”.

Un solo AR puede superar fácilmente los 2000 dólares, aunque las balas son baratas, lo que hace que un día de tiro al blanco sea una alternativa económica contra una partida de golf. Pero el diseño mortífero de estas armas siempre se esconde tras el disfraz militarista. “Nueve de cada diez veces es una fantasía”, afirma Sugarmann. “Pero un pequeño porcentaje de gente está comprando estas armas con un propósito específico, para el que fueron diseñadas, que es matar a tanta gente como sea posible, en el menor tiempo posible”.

Cuando eso pasa, la elección de un arma de asalto es crucial. Según una investigación de Everytown for Gun Safety sobre tiroteos masivos en los que murieron al menos cuatro personas, el uso de un arma de asalto produjo el doble de muertes y seis veces más personas heridas.

“Se trata de un producto que lleva 40 años en el mercado, sin haber sido utilizado de forma rutinaria en un tiroteo masivo”, afirma Koskoff, el abogado de las familias de Newtown. “Y en un periodo de tiempo relativamente corto, a partir de mediados de la década de los 2000, la nueva forma de comercialización de esta arma despegó. La industria pasó de ser un mercado basado en la caza a un mercado basado en lo militar”. En los innumerables tiroteos masivos que le siguieron, dice, “cosechamos lo que ellos sembraron”.

Pocos días después de la masacre de Uvalde, Texas, en mayo de 2022, asistí a la convención de la NRA en Houston. La atracción estrella, que congregó a una multitud de tejanos, fue la exposición de armas en la planta principal, promocionada como “56 655 m2 de armas y equipo”.

La feria de armas fue un lavado de conciencia y puso de manifiesto los impulsos más oscuros de la industria armamentística moderna y de la cultura de las armas, que no se molesta en moderar su ethos de superioridad moral ni siquiera tras el asesinato de 19 estudiantes. Los vendedores ofrecían gorras de béisbol para los “ammosexuales”, camisetas para los “adictos a las armas” y ropa con hashtags para los partidarios de la “#PewPewLife”. Una camiseta mostraba una caricatura de una bala de calibre 50 con el mensaje “¡Quiero estar dentro de ti!”.

Stand tras stand, las empresas de armas exhibían fusiles de asalto de calidad militar, con nombres tan temibles como “Hellion”, “Nemesis” y “Khaos”. El fabricante de armas Black Rain Ordnance, cuya marca incluye el símbolo de peligro biológico, vendía un AR pintado con la bandera de Texas al que llamó “Patriota”. Las palabras en el guardapolvo del puerto de eyección del arma proclamaban “Deja que llueva”.

Algunos vendedores incluso jugaron con el imaginario del movimiento boogaloo, violentos aceleracionistas que buscan el estallido de una nueva guerra civil. En vez de uniforme militar, estos extremistas visten con llamativos estampados hawaianos. Stag Arms vendía un rifle AR-15 pintado con un diseño floral que llamaba “Aloha Camo”, y un vendedor de ropa ofrecía camisas luau con pequeños AR-15 mezclados entre el estampado floral.

El mensaje de ese marketing es claro: estas armas no son para una defensa personal responsable, sino para proyectar un poder letal o incluso para tomar las armas en actos de guerra. Y en consonancia con la presión por hacer armas aún más mortíferas, varios vendedores ofrecían escopetas construidas para disparar como rifles de asalto semiautomáticos. Vi una escopeta estilo AR con un cargador de tambor y otro modelo, una escopeta de asalto de variante AK calibre 12, fue llamada “Komrad”.

La industria ahora enfrenta un nuevo desafío; ha saturado tanto el mercado de AR-15 “normales” que los fabricantes de armas están sobrepasando los límites con un arsenal más letal que el militar para aumentar las ventas. Sugarmann señala las escopetas de asalto como prueba del marketing de “la violencia como punto final”. “Las escopetas AR-15 son un arma devastadora”, afirma. “Ahí es donde se perdió cualquier propósito deportivo”.

El caos en Maine fue más que una masacre. Después de su matanza, el agresor entrenado militarmente se escabulló en la noche, desencadenando una persecución que congeló el norte de Nueva Inglaterra como si Card fuera una tormenta del noreste. Los negocios, las escuelas y universidades cerraron, preparándose ante la posibilidad de otro asalto. Fueron necesarios dos días y el esfuerzo conjunto de cientos de policías, ayudantes locales, policías estatales y agentes federales del FBI, la ATF y los U.S. Marshals para finalmente localizarlo. Card fue encontrado muerto tras haberse suicidado cerca de una planta de reciclaje en la que había trabajado.

El atentado conmocionó a Maine, un estado con una orgullosa cultura armamentista tradicional, basada en la caza, y que parecía culturalmente aislado de la epidemia nacional de tiroteos masivos. Matt McTighe, director de operaciones de Everytown, vive y trabaja a 40 minutos de Lewiston. “En Maine todo el mundo sigue en duelo”, dice a Rolling Stone, “enfrentando el shock de lo que ha ocurrido aquí”.

El peligro que plantea la industria de las armas tiene dos vertientes, una comercial y otra política. En el aspecto comercial, se considera inmune a las consecuencias de sus productos cada vez más mortíferos; y desde el punto de vista político, ejerce una presión implacable, incluso contra las regulaciones más modestas en materia de seguridad de armas, lo que nos deja expuestos al resto de la población. Algunos fabricantes de armas lo usan incluso como argumento de venta; Shield Arms ha utilizado el eslogan “Fabricamos lo que quieren prohibir”.

Maine con leyes de armas más estrictas? Debemos tomar en cuenta que, en 2019, el lobby de las armas en Maine rechazó un intento de aprobar una ley de “bandera roja” que habría facilitado pedir una orden judicial para quitarle las armas a un individuo que represente una amenaza. Por el contrario, el estado adoptó una engorrosa ley de “bandera amarilla” que requiere que el propietario de un arma sea primero puesto bajo custodia de la policía y considerado un peligro por un médico, antes de que se pueda solicitar la orden de un juez para quitarle las armas a la persona.

Sin embargo, incluso con unas normas tan estrictas para la confiscación de armas, es alarmante que el asesino de Lewiston ni siquiera las cumpliera. Card era sargento de la reserva del Ejército, con una obsesión por las armas de fuego. Según las fuerzas de seguridad, su salud mental empezó a deteriorarse cuando comenzó a quejarse de voces inexistentes que se burlaban de él en público a principios de este año. En mayo, sus familiares informaron a la policía de Sagadahoc, que a su vez alertó al Ejército, de su preocupación por la paranoia, la ira y el acceso a las armas de Card.

En julio, el deterioro del estado mental de Card durante una misión militar cerca de West Point hizo que se le remitiera a tratamiento psiquiátrico y, finalmente, se le internó durante dos semanas en un hospital psiquiátrico de Nueva York. Cuando regresó a casa a principios de agosto, el Ejército le impuso restricciones, bloqueando su acceso a armas, municiones y “actividades con fuego real”.

Pero en septiembre, la reserva del Ejército le devolvió el problema al sheriff, con un alarmante correo electrónico en el que se describía que Card “oía voces” que le acusaban de ser “pedófilo, de tener un pene pequeño, y lo insultaban”. Subrayaba que Card había tenido recientemente un altercado con un compañero que le había oído amenazar con disparar contra su base en Saco, Maine. Las advertencias explícitas incluían un mensaje de ese reservista en el que se leía: “Creo que va a explotar y hacer un tiroteo masivo”.

A mediados de septiembre, los agentes del sheriff se acercaron en dos ocasiones a la casa móvil de Card en Bowdoin, pero no les abrió la puerta. Entonces, el departamento envió una advertencia a la policía regional de que Card “había amenazado con disparar contra el arsenal de la Guardia Nacional en Saco” y ya había sido “internado durante el verano […] debido a su alterado estado de salud mental”; les aconsejaba acercarse a él con “extrema precaución”.

Esta alerta fue cancelada el 18 de octubre, una semana antes de que Card comenzara su ataque el 25 de octubre. Según una orden de arresto contra Card, había llegado a creer que los negocios locales estaban “difundiendo en Internet que [él] era un pedófilo”, incluidos la bolera y el bar de billar que tenía como objetivo para la masacre.

Los organismos de control de la industria ven en la masacre de Lewiston una prueba de que los tiroteos masivos, a los que Estados Unidos está acostumbrado, podrían volverse aún más horribles. “A medida que vemos una comercialización más militarizada de estas armas, vemos más personas con antecedentes militares en estos ataques”, afirma Sugarmann. “Es un hecho premonitorio. Y creo que todo esto puede achacarse a la industria armamentista”.

Card era un lobo solitario que luchaba contra los demonios de su salud mental, pero el impacto de su ataque es una llamada de atención sobre el caos que puede causar un solo rifle de guerra. Si 10 hombres se reunieran y llevaran a cabo un ataque coordinado similar, Estados Unidos no estaría hablando de una tragedia local, sino de una amenaza a la seguridad nacional. “Si fueran 50 [hombres armados]”, dice Koskoff, “podrían poner de rodillas a todos los estados”.

Esta aterradora evolución de los tiroteos masivos se produce en un momento de grave inestabilidad en Estados Unidos. Una nueva e inquietante encuesta del PRRI revela que casi una cuarta parte de los estadounidenses, y un tercio de los republicanos, están de acuerdo con la afirmación de que “debido a que todo se ha salido tanto de control, es posible que los verdaderos patriotas estadounidenses tengan que recurrir a la violencia para salvar a nuestro país”.

La industria de las armas está haciendo una fortuna gracias a la preocupación por una posible guerra civil en la que pueda ser necesario el enfrentamiento entre ciudadanos armados. Franklin Armory no tiene pelos en la lengua a la hora de hablar de sus rifles “Militia Series”, diciendo a Rolling Stone que su objetivo es garantizar que los estadounidenses estén “adecuadamente preparados” en caso de que se les “llame” para, por ejemplo, “reprimir una insurrección”. En el marketing de la industria se están viendo cada vez más hombres con aspecto de soldados irregulares en edificios bombardeados, o revolucionarios al estilo de 1776 con sombreros tricornios y fusiles de asalto modernos.


“En los 2000, una nueva forma de comercialización despegó, y la industria pasó de ser un mercado basado en la caza a uno basado en lo militar”, dice un activista antiarmas. “Cosechamos lo que ellos sembraron”.


Por ello, los demócratas han estado presionando para que se tomen medidas. El presidente Biden aprobó una ley histórica en 2022 para ofrecer financiación federal a las leyes estatales de bandera roja, y reiteró su llamado a prohibir las armas de asalto tras lo ocurrido en Lewiston. El representante demócrata de Lewiston, Jared Golden, era un demócrata raro que se oponía a tal prohibición; pero se arrepintió. “Ha llegado el momento de que asuma la responsabilidad por este fracaso”, dijo a los electores, comprometiéndose a “trabajar con cualquier colega para conseguirlo en el tiempo que me queda en el Congreso”. Por el momento, la política en Washington parece estancada. El Partido Republicano de la Cámara de Representantes acaba de nombrar a un nuevo portavoz, Mike Johnson, que ha culpado de los tiroteos masivos a la generalización del divorcio no culposo, el aborto y la enseñanza de la evolución, que él considera un fracaso en la enseñanza del “bien y el mal”.

Sin embargo, los que se enzarzan con la industria armamentística insisten en que todavía no es demasiado tarde y que se les puede exigir cuentas a los fabricantes de armas. La percepción de que la industria es invencible es exagerada, según Koskoff. El abogado encontró una grieta en la armadura de la PLCAA, centrada en la comercialización imprudente de la marca Bushmaster. En nombre de las víctimas del tiroteo de Newtown, libró una batalla de David vs. Goliat contra el fabricante, consiguiendo un acuerdo de 73 millones de dólares de las aseguradoras de la empresa, entonces en quiebra.

Koskoff cree que la comercialización de “misiones” militaristas por parte de la industria la sitúa en una posición vulnerable. “No existe un uso ‘no criminal’ para los civiles, ante la forma en que los están promocionando”, expresa. “Si le pides a alguien que haga una lista de ‘misiones’ que podrían llevarse a cabo con un AR-15 por parte de un civil, podrías darle todo el tiempo del mundo y no podría pensar en algo que fuera lícito”.

Para Kander, la reforma más crucial es acabar con la ley escudo PLCAA. “Todo el mundo olvida que el Congreso no es la razón por la que el consumo de tabaco se ha reducido tanto en el país”, afirma. “Son los jurados. Y si dejáramos que los jurados decidieran qué cuidados razonables debe tener un fabricante de armas a la hora de decidir a quién se las vende, tendríamos una cultura muy diferente en este país. Moriría mucha menos gente”.

La voluntad de actuar contra las armas mortales también sigue un ciclo de auge y caída, y la oportunidad de actuar aparece cuando el dolor y la indignación están en su punto más álgido. De lo contrario, la insensibilidad ante los estragos de la violencia armada reaparece, y la industria de las armas vuelve a diseñar y comercializar la próxima pesadilla. “Tras incidentes como el de Lewiston, se abre una ventana por unos momentos”, explica Sugarmann. “La gente se centra en la industria armamentista, en sus productos y en el impacto que tienen estas armas, no solo en los individuos, sino también en las comunidades. Y luego, por desgracia, esa ventana se cierra, y la gente vuelve a su vida normal… hasta que se da el próximo tiroteo masivo”.