Mundial X Rolling Stone: La Scaloneta y la ilusión racional

Indicios esotéricos y argumentos futbolísticos para creer que la hazaña mundialista es posible

Por  DELFINA CONTI

noviembre 9, 2022

La Selección y un objetivo claro: la Copa del Mundo (Foto: ANDER GILLENEA - AFP)

El otro día leí que Maradona se fue del Barcelona y salió campeón del mundo dos años después. Y que Messi se fue del Barcelona la temporada pasada y, por lo tanto, quién te dice… O que Robert De Niro visitó nuestro país en 1986 y recién volvió en 2022, o que Canadá no clasificaba a un Mundial desde México 1986, o que Nigeria –como en 1986– no va a Qatar. Esas coincidencias ilógicas me sedujeron cuando el juego colectivo de nuestra selección no me daba esperanzas. Y estas coincidencias son a las que me aferro también ahora que llevamos 35 partidos sin perder y un Maracanazo de por medio.

El otro día leí que la astróloga Ludovica Squirru palpitó que la selección argentina saldría subcampeona. Me ilusioné. Nadie nos vislumbraba campeones en 1986, punto para Squirru. Otra condición, cumplida.
Se sufre más cuando se experimentó alguna vez el éxtasis de la victoria. Es el caso de Argentina, dos veces campeona del mundo, que lleva 36 años –toda una generación– sin disfrutar aquel placer. Durante estos años, dos finales y varias desilusiones.

La angustia que arrastra el hincha argentino desde 1986 se oculta, cada cuatro años, bajo la esperanza de un nuevo mundial. Por momentos, como candidatos; por momentos, tocando fondo; por momentos, con perfil bajo.

La Scaloneta festeja la Copa América en Brasil (Foto: Andre Penner – AP)

Algunos dirán que la selección llega mejor que años anteriores: campeones de la última Copa América, campeones de la Finalissima, invictos hace 35 partidos y clasificados a la Copa del Mundo con cuatro fechas de antelación. Yo prefiero detenerme en esos pequeños detalles que se salen de la lógica del juego, de lo que marcan los números. Por ejemplo, que Scaloni armó un grupo sólido y unido, que comprendió a los jugadores, que Lionel Messi sabe que este será su último mundial o que será la primera Copa del Mundo sin el Diego.

Le pregunté a un compañero de mi laburo si creía que la Scaloneta llegaba mejor que años anteriores. Me respondió que sí, pero agregó que algo parecido le había ocurrido en 2002: “Y en el resto de los mundiales, bah. Yo siempre me ilusiono. Soy medio boludo, viste”.

Es cierto que ser campeones de América y de la Finalissima nos da esa cuota de racionalidad a algo tan poco racional como el fútbol. Pero yo también soy medio boluda y, cada cuatro años, siento cerca ese placer brutal de 1986 –y salvando las distancias– de 1978. Ya lo dijo Messi: “Lo primero que se me viene a la cabeza, y que pensaba recién en el vestuario, es que ya está, que se terminó para mí la selección. Son cuatro finales, no es para mí. Lo busqué, no se me dio, pero creo que ya está”. Y volvió.

Porque en el amor –y de eso se trata esto– la lógica muchas veces queda de lado. Cuando uno está enamorado, es difícil hacerse a un costado si existe la posibilidad de jugársela una vez más. Pone en juego el corazón y que sea lo que sea.

Hablemos meramente de lo futbolístico. Hablemos, por ejemplo, de Lionel Scaloni. Un tipo intenso y minucioso en los detalles, hasta que el árbitro pita el silbato inicial.

“Mi manera de ser es hasta que arranca el partido. Así podamos gritar o no, al fin y al cabo es lo mismo. A mí me gustaban los entrenadores que estaban tranquilos”, dijo alguna vez a modo de presentación.
Un tipo que aprendió de la derrota. Quedó afuera en el mundial de Alemania 2006 siendo invicto y fue parte del cuerpo técnico de Jorge Sampaoli que quedó eliminado en octavos de final en el mundial de Rusia 2018. Un entrenador que agarró un equipo después de una explosión.

Cerca de los jugadores, cerca de las cenizas, comprendió que un grupo dolido por perder tres finales necesitaba una nueva generación sin heridas. Y a partir de esa premisa, mantuvo pilares de la vieja camada y edificó a través de nuevos nombres su propia selección.

El ingreso de Emiliano “Dibu” Martínez le dio al grupo seguridad anímica, precisamente aquello que necesitaba. Un jugador que ama el arco y que chicanea a sus rivales desde que tiene uso de razón. Su padre contó que cuando era chico le pateaba despacio para no lastimarlo y el Dibu lo miraba y, desafiante, le lanzaba: “¿Qué te pasa, gordo? ¿Tenés miedo? Pateá fuerte”.

Franco Armani nunca logró tener con la camiseta albiceleste el nivel de seguridad que sí mostró en River. El Dibu llegó antes de la Copa América 2021 y se hizo fuerte no solo en los 90 minutos, sino también en los penales.

En la defensa, la aparición de Cuti Romero mejoró a Otamendi. Un gran cabeceador, un jugador que gana gran parte de los duelos frente a los delanteros rivales y que, además, potencia a quien tiene al lado. Un defensor que tiró un sombrerito dentro de su propia área cuando tenía 13 años. Un tipo que llamó la atención por su personalidad.

El mediocampo lo armó con tres jugadores que nacieron enganches: Leandro Paredes, Rodrigo De Paul y Giovani Lo Celso. Tres futbolistas técnicos, que saben jugar de espalda, que resuelven con poco espacio y, en muchas ocasiones, en un toque. Paredes llamó la atención de Scaloni de entrada. Tenía la virtud de entenderse a la perfección con Messi –y más tarde lo haría también con De Paul en el mediocampo–, pero a Scaloni le preocupaba su desorden. En el mundial 2018, quedó afuera en el último corte. Sin embargo, tendría revancha. Su paso por el PSG y la distribución del mediocampo con Marco Verratti hicieron que comprendiera cómo cubrir las espaldas de sus compañeros y, al mismo tiempo, distribuir la pelota.

“A Rodrigo De Paul, del Udinese, le veo algo. No sé si para hoy, pero creo que a futuro puede dar algo”, confesó Scaloni a principios de 2018. Posiblemente notó en él lo mismo que había notado Monchi Medina en las inferiores de Racing: esa actitud de pedirles la pelota al arquero, armar juego, empujar, hablarle a los compañeros. Hoy es una pieza clave en el mediocampo de Scaloni. Juega como doble cinco e incluso puede ocupar los dos laterales. Maneja bien ambos perfiles, su físico le permite cubrir las espaldas de sus compañeros y, si Paredes es quien reparte las pelotas cortas, Rodrigo se encarga de los pases filtrados y largos. Leandro corta y toca, De Paul conduce.

Lo Celso fue la pieza que completó el mediocampo de Scaloni. Un futbolista que aporta movilidad, recuperación y pases con sentido. Un jugador que se junta con Messi para que el partido se juegue como quiere Argentina.

A Lautaro Martínez lo conoció una noche de Copa Libertadores, el 3 de mayo de 2018. “Che, es bueno en serio este pibe”, escribió por WhatsApp. Más allá de su capacidad goleadora y su potencia física, la mayor virtud de Lautaro es lo mental. En un test de concentración que realizó Racing a futbolistas y deportistas de otras áreas, el delantero sacó el mejor número. Esta virtud de Lautaro se refleja en el momento en el que marca los goles: durante los primeros minutos del partido o al final del encuentro. Más precisamente, cuando la capacidad de atención de muchos jugadores disminuye, o cuando otros aún no se acomodaron al partido, él saca ventaja.

Y a esta nueva generación de jugadores se suman los históricos. Antes de la Copa América, leí un diálogo del periodista Lucas Jiménez que decía:

Decime algo lindo
—Está Aimar en el banco de la selección argentina
¡No jodas!
—Sí, y se agarra la cabeza como un nene cada vez que erra un gol Messi

La Finalissima, el segundo título de La Scaloneta (Foto: GLYN KIRK – AFP)

Aimar éramos todos: el cuerpo técnico, los jugadores, los hinchas. Ahora, los dolidos sonríen: “El Fideo, Fideo de ahora para mí es la vida, es todo. Haber pasado por tantos momentos y que ahora, con tan solo tocar la pelota, la gente me ovacione es algo único”.

A Di María no lo querían y no lo quisieron hasta que la picó en la final de la Copa América. “Tengo amigos que me dicen ‘andá a tomarte un café a la Torre Eiffel’, pero prefiero que me puteen 45 millones de personas y jugar con la camiseta de la Selección”, dijo a fines de 2020 cuando Scaloni no lo convocó (una vez más).

Hasta que llegó la Copa América y fue de menor a mayor. Sus ingresos en los segundos tiempos le dieron frescura a un equipo que parecía desmoronarse en los complementos. Y se ganó la titularidad con el correr del torneo.

A Messi se le pegó injustamente: que erró frente a Neuer lo que nunca en Barcelona, que falló un penal en la final frente a Chile, que no se puso el equipo al hombro cuando el equipo lo necesitaba. En mi opinión, jugó un partidazo contra Alemania, fue de lo mejor en las dos finales frente a Chile.

“Messi jugó un partido tremendo y se vistió de líder. Los últimos 20 minutos hay que repasarlos para ver la cantidad de patadas y de veces que se llevó la pelota a un costado y les dio un respiro a sus compañeros que no daban más de correr, de meter, de trabar, de sacar”, analizó el periodista Hernán Castillo.

Y, como había ocurrido en 2006, tras el gol de Maxi Rodríguez frente a México, Scaloni y Messi se abrazaron. “Fue el primero que me encontré y sobre todo que fue espontáneo”, dijo el entrenador tras su abrazo con el capitán.

La última vez que la selección argentina dirigida por Lionel Scaloni perdió fue el 2 de julio de 2019 en las semifinales de la Copa América contra Brasil. Ya pasaron 35 partidos y está a dos del récord que tiene la Italia dirigida por Roberto Mancini, eliminada de la próxima Copa del Mundo.

Ese récord Argentina lo puede superar, recién, en el Mundial de Qatar. El juego colectivo y los números ilusionan. Es cierto. Pero también ilusiona que en la Navidad de 1985 llovió y en la Navidad de 2021, también. O que tanto 1986 como 2022 suman 6 según la numerología. Porque el fútbol –como dijo alguna vez el periodista Enric González–, si se planifica bien y los detalles acompañan, es más fácil de lo que parece.

Por Delfina Conti para Rolling Stone