Con finas texturas entre lo análogo y lo digital, lo acústico y lo eléctrico, lo suave y lo agresivo, la grandeza de Oh’laville se fundamenta en el aprecio y el respeto que cada uno de los miembros siente por la música y por lo que pueden lograr con ella. Con más de una década de carrera musical y tres álbumes de estudio, la banda bogotana es una prueba de que el rock en Colombia está tomando rumbos extraordinarios.
“En esa definición de la individualidad, siento que Oh’laville, como colectivo de cuatro personas, tiene cada vez más claro de qué se trata el camino que estamos recorriendo… el de hacer una obra”, dice Andrés Sierra, bajista de la agrupación.
Hablamos con Andrés Sierra y Andrés Toro (guitarrista) sobre los orígenes de la banda y cada una de las etapas por las que tuvieron que cruzar para convertirse en la agrupación que son hoy en día. También hablamos con el productor e ingeniero Kiko Castro, quien ha estado involucrado en varios de los procesos que ha experimentado la agrupación desde 2010.
Oh’laville nace como un sueño en conjunto de cuatro amigos que entraron en contacto con la música a una temprana edad, y que han compartido muchas cosas más allá de ella. Todas estas vivencias son las que les han permitido llegarse a conocer profundamente entre sí, y esa sinergia que fluye entre ellos (incluyendo a Mateo París, en voz y guitarra, y a Luis Lizarralde en la batería) permea cada una de sus canciones y cada oportunidad en que se suben a una tarima. “Siento que tenemos una conexión de más que amigos, como de hermanos –en el sentido menos cliché de la palabra– y creo que la tomamos más literal. Es muy enriquecedor para la banda porque también hay un respeto desde ese lugar de conocimiento de nuestras esencias, además de una confianza muy difícil de desarrollar en otro contexto”, dice Sierra.
Tras haberse conocido en los primeros años de colegio, no fue sino hasta cuando cursaban décimo grado que Mateo decide formar una banda junto a Luis y Andrés Sierra. “Yo me había salido del colegio en décimo, y tengo muy presente una llamada que me hizo Luchito. Él estaba reunido con Mateo. Me llamó y me dijo, ‘Oiga, tenemos unas canciones y queremos hacer una banda. Pensamos en usted por el bajo, ¿qué le parece si nos empezamos a reunir?’”. Sierra, para ese momento, no había tocado con Mateo en un entorno diferente a las obras y presentaciones que se hacían en el colegio. “Me acuerdo que pensé en decir que no [Risas], mi primer impulso fue decir que no. Pero yo no estaba tocando con nadie, también estaba como en un momento extraño, saliendo de ese bosque horrible de la adolescencia”, agrega. Al final aceptó, y comenzaron a darse los primeros ensayos como banda en la casa de París.
Es ahí cuando se empieza a gestar el primer color de Oh’laville, y donde nacen esas canciones que vendrían luego a formar parte del álbum debut de la agrupación, Pedazos de Papel (2011). Al poco tiempo, entraría a la formación el guitarrista Andrés Toro, quien se encargó no solo de dar un sonido particular a la banda por su manera de tocar su instrumento, sino que amarró a la banda con su visión e intención de darle un orden a las cosas. “Nos ha aportado muchísimo porque ninguno de nosotros tres la tiene, y es esa capacidad de ordenar, un pensamiento empresarial y metódico, de objetivos que se tienen que cumplir, y una sensibilidad musical muy impresionante, le dio a la banda una personalidad muy hijueputa”, señala Sierra sobre el ingreso de Toro a la agrupación.
“Lo primero que pasó cuando entré fue que Luis me hizo una introducción a las canciones. Yo traté de aprender de todo. Como ya estaba la base del primer disco, hicimos el proceso de volver a preproducir las canciones, eso me permitió encontrarme musicalmente con lo que ya estaba desde la guitarra, y también el poder tener voz en la reestructuración de los temas”, dice Toro. La grabación de los demos ya permitía que los cuatro se pudieran sentar a trabajar en su primer disco. La agrupación llamó al productor Santiago Delucchi y al ingeniero Francisco ‘Kiko’ Castro para la mezcla y grabación. Castro es reconocido por su trabajo junto a artistas como Carlos Vives, Chocquibtown, LosPetitFellas, Monsieur Periné o Toto La Momposina, así como por sus múltiples nominaciones y premios Grammy.
“Oh’laville le tiene un amor infinito al arte real y no al entretenimiento, eso es algo que me ha enamorado de ellos desde el primer día, cuando escuché los primeros dos acordes solo pude decir ‘¡Wow!’”, comenta ‘Kiko’ desde El Alto Estudio, en la ciudad de Medellín.
Pedazos de Papel es un álbum con un sonido muy acústico, donde los riffs y los bajos son mucho más suaves a comparación de sus discos posteriores y donde las voces de París, Toro y Sierra se entrelazan para crear variados momentos y atmósferas. Canciones como ‘Mi madriguera’, ‘Siempre camino por la orilla’ y ‘Hojas secas’ son algunas de las joyas que esconde este primer disco. “Este álbum es donde sale por primera vez ese color de voz característico de Mateo. Cuando él cantaba parecía que lo hubiera hecho toda la vida. No es fácil interpretar hacia un micrófono y él lo hacía desde la primera toma”, dice Castro. La grabación en bloque parecía darle el pegamento que necesitaban las canciones, el disco tenía un recorrido y un final.
El valor entre las letras y las melodías se unificaba cada vez más, y ya con un álbum bajo la manga las cosas parecían fluir de una manera totalmente diferente. Para 2013, Oh’laville estaba construyendo nuevamente una identidad sonora que les daría un poco más de libertad para jugar y componer canciones con imágenes surrealistas, coros potentes y melodías poco comunes. Esto daría como resultado Anaranjado (2014-2015), su segundo álbum de estudio, esta vez producido por Kiko Castro. “Para este disco ellos estudiaron el tono de sus instrumentos y de sus pedales como extensiones de la composición”, dice el productor. Con este disco, las guitarras eléctricas, las distorsiones, los arpegios y los delays tomaron protagonismo, a través de sus 12 canciones se puede escuchar cómo habían madurado musicalmente, y también fue la carta de admisión para el corazón de muchos colombianos que comenzaron a creer en ellos.
Registros como ‘Cielo’ y ‘Planetas’ empezaron a resonar en la radio colombiana, y el nombre de Oh’laville comenzaba a verse con frecuencia en los carteles de los conciertos y festivales. Fue tanto el cariño por esa incipiente escena capitalina, que la agrupación decidió crear su propio festival, el cual comparte el nombre con el álbum y con el que contribuyeron a abrir nuevos caminos. “Mirando la foto hacía atrás, nos damos cuenta de que fue muy poderoso el generar un espacio que construyó escena y también nos ayudó a generar un hito a nivel de Bogotá. Ese disco tiene la parte uno, que es como la distorsión de la madera, y la parte dos que es la ruptura del formato. En esa pregunta de cuál es el sonido de Oh’laville, o qué es lo que hace que esta banda suene como suena, era una pregunta que nos hacíamos mucho, y siento que todo el tiempo estamos desmintiendo el mito desde el formato”, explica Andrés Toro.
Después de toda esta etapa, llegó un EP llamado Un desfile de esqueletos (2016), que sirve como punto de transición entre Anaranjado y la siguiente obra de la banda, Soles negros (2019). “Un desfile de esqueletos fue un paréntesis muy refrescante, porque nos permitió retomar la oscuridad que intencionalmente habíamos dejado de lado en el camino de Anaranjado. Fueron estas canciones que murieron en el proceso porque estaban densas y oscuras, estaban en otra frecuencia. También fue un disco que de alguna forma produjimos nosotros porque Kiko no pudo estar en el proceso, casi que por accidente, porque agendamos el estudio sin preguntarle y no podía. Entonces lo hicimos con Estefano Pizzaia, fue nuestra entrada a producir los cuatro en un estudio a ver qué pasaba, y ahí hubo espacio para la experimentación”, dice Toro.
Esta experimentación les abrió una nueva puerta que les permitió ser más pesados y flexibles con sus composiciones, las distorsiones inundaron aún más las mezclas y las propuestas eran cada vez más arriesgadas. El proceso de Soles negros tomó dos años con varias entradas al estudio, pero como en casi todos los procesos, el tiempo es el que determina el verdadero valor de las cosas.
La agrupación comenzó a girar y sus vivencias les permitieron encontrarse personalmente con la adultez. “Empiezas a girar, y empiezas a vivir muchas cosas. La música tiene que estar alimentada por eso, de la vida”, dice Sierra. Esas nuevas propuestas los llevaron a darse a conocer aún más, y a conquistar tarimas que alguna vez se vieron lejanas, a cruzar fronteras y llegar a México, por ejemplo. Incluso grabaron para plataformas un par de shows en vivo, y varios medios escogieron a Soles negros como el disco de rock colombiano más interesante del año.
Para 2020, la pandemia azotó, y cada uno de los miembros pudo mejorar sus habilidades desde la individualidad, lo cual resultó en un aporte de colores totalmente nuevos para la composición dentro de Oh’laville. Canciones como ‘Las torres’, ‘Dallas’, ‘Los árboles’ y ‘La fuente’, son la evidencia de variedad en la paleta de sonidos dentro de la agrupación, y de su facilidad para transmutar la esencia que tienen como banda dentro de distintos arreglos y géneros musicales. “Al final el propósito ritualístico de la música para nosotros es muy importante. Dentro de esas motivaciones del hacer está eso, que el hacer tenga propósito”, comenta Toro
Con pasos de gigantes, desde la perspectiva artística y musical, Oh’laville sigue pavimentando el escarpado camino del rock en Colombia, con sus increíbles ritmos de percusión, sus arpegios en los bajos, las guitarras punzantes y reverberadas o la distintiva voz principal de París. Oh’laville está dejando un verdadero legado para las nuevas generaciones de artistas y agrupaciones que están gestándose o que están por venir. Están demostrando que sí se pueden hacer las cosas bien, con autenticidad y con el mayor nivel de respeto y profesionalismo para la música y sus fanáticos.