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Las lesbianas latinoamericanas y el Orgullo LGBTIQ+

Esta época se reconoce como el momento para visibilizar, conmemorar y celebrar la diversidad sexual y de género, pero para las lesbianas en América Latina esto tiene otras implicaciones

Por  LAURA VÁSQUEZ ROA

julio 6, 2022

@sph.jpeg

Aunque la conmemoración del Pride se instauró oficialmente en la década de los noventa en Estados Unidos, el nacimiento del Orgullo se remonta al 28 de junio de 1969 en Nueva York, la fecha de la rebelión en el bar Stonewall en contra de las redadas de la policía que perseguían a población LGBTIQ+, sobre todo a mujeres trans.

Las letras de la sombrilla LGBTIQ+ (que recientemente incluyen más letras representando otras identidades diversas), contienen un espectro amplio y en constante cambio que es reflejo de la especie diversa que somos. La sigla es también la representación de una población históricamente discriminada, pero, y esta aclaración es muy importante, con historias y realidades diferentes. Este es el caso de las mujeres lesbianas que en estas fechas se posicionan y cuestionan, ¿a quiénes visibiliza ese Orgullo?

Osa flaca, quien se enuncia como lesbiana camiona, lesbiana mapuche, ve de manera crítica esta conmemoración. Desde Chile habla y habita su territorio indicando que el pride no significa mucho para ella en realidad. “Son efemérides que no se han vivido en este territorio y que, si bien tienen un origen de revuelta social al que alude Stonewall, en el Orgullo no se replican con ese mismo énfasis las reivindicaciones. Se vive de forma más festiva y carnavalesca, pero la parte de la lucha no se replica”, dice.

Por esta razón estas fiestas no la convocan particularmente, pero no por eso deja pasar la oportunidad para decir algunas cosas a propósito del lugar social para las lesbianas en este momento: “No me queda tan claro que hagamos parte de la comunidad de la misma manera que otros grupos. Primero, porque las lesbianas somos mujeres y en ese sentido vivimos las violencias que viven todas las mujeres del mundo, y además las violencias de ser lesbianas”.

Este reclamo es uno de los más recurrentes desde el lesbofeminismo, una corriente del feminismo centrada en las mujeres, que cuestiona la heterosexualidad obligatoria como un régimen político. Pero su cuestionamiento no se queda únicamente en esta crítica; también denuncia el racismo y el clasismo que se suman para invisibilizar y permitir la violencia contra las mujeres y lesbianas de los grupos más marginados en América Latina o Abya Yala (el nombre que se cree tenía el territorio americano antes de la Conquista española).

“Las lesbianas feministas planteamos la lesbiandad como una propuesta política para cuestionar la heterosexualidad obligatoria. No somos una orientación o preferencia sexual, sino una propuesta emancipatoria para las mujeres y eso nos hace diferentes de los otros grupos que pertenecen a las otras letras de la comunidad”, dice Osa flaca sobre ese lugar que desde el lesbofeminismo no encuentra cabida tan clara en una celebración como la del Orgullo y sus banderas de origen extranjero. “Los avances han sido más bien simbólicos. Ha habido más espacios de visibilidad, sobre todo para hombres homosexuales que han ido ocupando mayores espacios sin cuestionarse la supremacía masculina, mientras los ‘avances’ para las lesbianas han sido la visibilización en general de mujeres blancas, que se ajustan a ciertos perfiles de belleza, mientras que las que no nos ajustamos a esos perfiles seguimos viviendo la misma violencia que hemos vivido históricamente”.


“Los avances han sido más bien simbólicos [para las lesbianas]. Ha habido más espacios de visibilidad sobre todo para hombres homosexuales que han ido ocupando mayores espacios sin cuestionarse la supremacía masculina”


Para Stephanie Salazar, en Colombia, como lesbiana la época del Orgullo representa un conflicto. Aunque entiende la necesidad de que exista, no solo por la visibilidad y la reivindicación histórica de los derechos y de ser reconocidas con dignidad, considera que muchas veces se instrumentaliza la lucha. “Entiendo que la masificación permite la legitimidad pública, pero considero que se queda muchas veces en las formas y el fondo sigue sin discusión, la violencia simbólica se perpetua en nuestras familias, en entornos de trabajo, en la cotidianidad. Ser lesbiana, trans, gay sigue teniendo un costo social muy alto”, explica.

Aun así, el mes del orgullo para Stephanie también representa gozo y una oportunidad para ocupar el lugar público que les ha sido arrebatado. “Además de hacerlo con alegría, con fiestas, es asumir una identidad de género u orientación sexual disidente que lleva mucho dolor por el rechazo generalizado. Así estemos en 2022, todavía asumimos un sinfín de violencias, opresiones, que hacen nuestra vida mucho más difícil. En este mes, ser marica, arepera, trans duele menos, porque la calle y la fiesta son nuestras. Precisamente, la fiesta al reclamar que nuestra sexualidad e identidad es una razón para celebrar y disfrutar”.

A Victoria Flores, dj venezolana, estos días le parecen como cualquier otro. “No soy fanática de que haya un mes en específico para recordar qué tan orgullosa me siento por ser parte de la comunidad”, dice. El hecho de que solo en el mes del Orgullo se recuerden a las personas que aportan al movimiento desde hace mucho tiempo le parece insuficiente. Aunque apoya que haya visibilidad, cree que muchas personas marchan porque lo ven como día de fiesta, “y sí, puede que sea un día de mucha emoción, pero no siento que lo tomen en serio”, dice.

Tomárselo en serio. Esa es la gran paradoja detrás de la celebración del Orgullo. Si bien los diferentes colectivos LGBTIQ+ resignifican esta oportunidad de tomarse la calle y reclamar desde la alegría, las luchas políticas que siguen pendientes quedan muchas veces diluidas entre la fiesta. Y es que, como opina Victoria, la intención es que en medio de la celebración se respete a todas las personas que pertenecen a la comunidad por el simple hecho de ser humanos y que el enfoque del mes o de la marcha tengan una incidencia tal que se abandone la exotización de esa diversidad, pues al final la celebración del Orgullo es que no muera nadie por amar a alguien de su mismo sexo.

“Esta es una fecha para mostrar lo orgullosas que nos sentimos de ser lesbianas”, dice Sandra Montealegre, lesbiana bogotana y activista desde hace más de veinte años. Esto que parece obvio, para ella tiene una importancia y actualidad enormes. “El hecho de enunciarnos como lesbianas hoy tiene más vigencia que nunca. Muchas tuvimos que dar la cara cuando amar a otras mujeres todavía era penalizado o tenía un sello de discriminación muy fuerte. El mensaje es que las mujeres lesbianas existimos y tenemos unas realidades concretas y como movimiento tenemos que arropar a todas las siglas de la sombrilla”, insiste, como lo ha hecho por mucho tiempo y desde numerosos lugares.

En ese activismo constante que muchas asumen, las ganancias en materia de derechos se han sumado con los años. Por eso para Pilitas Varta (Pilar Vargas), diseñadora y activista en Bogotá, el Orgullo es una ocasión para recordar a las que abrieron camino en esa lucha inquebrantable. Así recuerda a las primeras lesbianas que apostaron por la eliminación de normas que estigmatizaban la homosexualidad. “Gracias a esas luchas de mujeres lesbianas es que gozamos de derechos hoy en día, como Fabiola Espitia, Marta Montenegro o la misma Sandra Montealegre que desde la incidencia en la política pública y desde las organizaciones han abierto el camino para que muchas estemos ahora en tantos otros lugares”, dice Pilitas y enfatiza en que las lesbianas trabajan desde diferentes esferas: las aulas, la política, las movilizaciones, las distintas profesiones, por los derechos de todas, no solo de las lesbianas.


“Entiendo que la masificación permite la legitimidad pública, pero considero que se queda muchas veces en las formas y el fondo sigue sin discusión, la violencia simbólica se perpetúa en nuestras familias, en entornos de trabajo, en la cotidianidad”


Así, muchas lesbofeministas creen que la principal revolución está en la cotidianidad, en el apostarle a traicionar la heteronorma que ha impuesto solo una manera de ver y sentir. Como Stephanie dice, esa norma nos ha confinado a un mundo binario y triste, y por eso hay que cuestionar todo, nuestras formas de relación, de amar y ver a los demás, y eso solo se puede hacer en el día a día. Por esto cree firmemente que “no basta con tener una identidad de género y orientación sexual diversa si en nuestros corazones esa heteronorma sigue con vida, sigue opacando nuestras formas de expresarnos y existir. Hay que romper todo lo que haya que romper, pero hay que empezar por precisamente reconocer que el modelo de mundo que nos plantearon sobre nuestra sexualidad e identidad se quedó corto”.

Para Stephanie el punto central del Orgullo es no tener miedo a retar todos los estereotipos, “como personas disidentes no debemos rendirnos un solo día a dejar de hacernos las preguntas que otros no se quieren hacer y de vivir todas esas cosas que no quieren los demás. Nuestro verdadero legado es la libertad y para eso necesitamos mucha fuerza y valentía”, señala.

El punto común de todas las entrevistadas es que las reclamaciones y las necesidades de las mujeres lesbianas están más vigentes que nunca. Aquí Osa flaca insiste en que los cambios profundos y las propuestas emancipatorias de las lesbianas están lejos de existir concretamente todavía y trae como ejemplo las brechas materiales en educación, en salud, en acceso a la vivienda y al territorio que son una problemática urgente para las lesbianas y que considera mucho más importantes, sin querer poner un orden de prioridad frente a otras reivindicaciones que se asemejan más a lo heterosexual como el matrimonio o la adopción.

Y es que las luchas para tantas lesbianas y feministas van mucho más allá de estas agendas típicamente asociadas a la población LGBTIQ+ desde un lugar mayoritariamente blanco y acomodado. No, estas luchas se conectan con una idea amplia de libertad y de futuro: “Como lesbianas siendo mujeres tenemos otras reivindicaciones que, aunque no nos afectan directamente, sí tienen que ver con nuestro ser mujeres, como la lucha por el aborto libre porque alude sobre la libertad sobre la propia cuerpa”, dice Osa flaca. Por eso los reclamos que hace, a propósito de esta conmemoración, se conectan con las necesidades de las mujeres en general y con la posibilidad de tener una vida no heterosexual que salga de ese régimen que quiere a las mujeres como madres, sumisas, subalternas “y darnos una otra vida posible; que una vida lésbica sea una posibilidad para todas las mujeres y que no nos cueste la vida, no nos cueste el trabajo, no nos cueste el acceso a educación, no nos cueste tener una vida libre de violencias”.