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La sirenita

Aunque queda en entredicho la intención de convertir todas las películas animadas de Disney en versiones de acción real, la adaptación del clásico de 1989 es una bella película infantil.

Rob Marshall 

/ Halle Bailey, Jonah Hauer-King, Javier Bardem, Melissa McCarthy

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cinecolor

En 1837, Hans Christian Andersen publicó La sirenita, el octavo de sus relatos recopilados en la colección Cuentos de hadas contados para niños. Walt Disney, enamorado de la triste (y algo machista) historia de amor, quería convertirla primero en un corto que haría parte de una colección de cuentos del autor danés, pero luego pensó en un largometraje animado, el cual se iba a estrenar inmediatamente después de Blanca nieves y los siete enanitos. Sin embargo, Disney prefirió inclinarse por la experimentación de Fantasia, pensando que en ella iba a encontrar la solución a los problemas técnicos que implicaban la creación del universo descrito por Andersen. El fracaso comercial y crítico de su segundo largometraje (hoy en día considerado como una de las mejores películas animadas de todos los tiempos), llevó a que Disney aplazara indefinidamente el proyecto de La sirenita.

En 1970, los estudios de animación Toei presentaron una exitosa serie de anime conocida como Mako: La sirena enamorada, inspirada libremente en el cuento de Andersen, que llegaría a los cuarenta y ocho episodios. Cinco años después, Toei estrenaría una versión cinematográfica del cuento, la cual hoy en día es muy difícil de apreciar en su versión original, ya que fue censurada y mutilada sin consideración cuando se estrenó en occidente. A diferencia de Mako, la película dirigida por Tomoharo Katsumata se acerca mucho a la historia original, pero hay que decir que tanto la serie como la película japonesa conservan el trágico final descrito por Andersen.

En 1985, los estudios Disney estaban atravesando una crisis al interior de su estudio de animación causada por varios fracasos. Los directores John Musker y Ron Clements, quienes estaban trabajando en la subvalorada cinta El gran ratón detective, le propusieron a su jefe en ese entonces, Jeffrey Katzenberg, la posibilidad de adaptar por fin a La sirenita. Katzenberg casi rechaza la propuesta debido a la similitud del cuento con Splash, la exitosa comedia romántica protagonizada por Tom Hanks y Daryl Hannah, que supuestamente iba a tener una secuela. Pero cuando ese proyecto se canceló, Katzenberg les dio vía libre a los veteranos animadores para convertir el sueño de Disney en realidad.

En 1989, La sirenita se estrenó en cines y marcó el renacimiento de las cintas animadas de los estudios. Fue aclamada tanto por el público como por la crítica y las hermosas canciones de Alan Menken y el fallecido Howard Ashman fueron cantadas una y otra vez por un público infantil, especialmente femenino, fascinado por la historia, a la cual se le cambió el final por uno más alegre, de acuerdo con los cánones de Disney. Hay que mencionar que existe una secuela y una precuela para el mercado “directo a vídeo”, así como una serie animada. Pero, la verdad sea dicha, es mejor sepultar todos esos productos mediocres debajo del mar. No sucede lo mismo con el bonito musical en vivo que se presentó por televisión para conmemorar el aniversario número treinta de la película animada y que contó con Auliʻi Cravalho, Queen Latifah y Shaggy en los papeles protagónicos.

Ahora, treinta y cuatro años después del estreno de La sirenita de Disney y con el mal sabor dejado por la desastrosa adaptación en acción real de Pinocho a cargo de Robert Zemeckis (quien ayudó a la resurrección de Disney con su magnífica ¿Quién engañó a Roger Rabbit?), llega a las salas de cine la inevitable versión en acción real del clásico animado. ¿Cuál es el sentido de adaptar todas las cintas animadas de Disney en películas de acción real? Primero que todo, hay que entender que se trata de una astuta estrategia de mercadeo. Las niñas y niños que vieron La sirenita en 1989, ahora son padres y/o abuelos, y qué mejor que llevar a los hijos y/o nietos a ver esta cinta, para tener un encuentro entre la nostalgia y la novedad, que además de unir a generaciones diversas, puede llevar al público a correr a sus hogares para repetir y/o ver por primera vez la cinta animada original por Disney+. Hay que recordar que esta estrategia no es para nada nueva. Antes de Disney Channel y la plataforma de streaming, las cintas animadas de Disney se reestrenaban periódicamente en cines para que las nuevas generaciones tuvieran la oportunidad de apreciarlas en todo su esplendor junto con sus padres.

Ahora bien, la cosa puede ir más allá de buscar un dinero fácil. Las películas de Maléfica y Cruella se arriesgaron al deconstruir a las villanas de La bella durmiente y La noche de las narices frías en unos deslumbrantes y poderosos estamentos feministas. Y la adaptación de Mi amigo el dragón logra superar con creces a la irregular y simplona cinta original. Y si analizamos las versiones tradicionales que ya se han estrenado, podemos decir que junto a las cintas sosas y carentes de alma como lo fueron las versiones de El rey león, Aladdin, Mulan, La dama y el vagabundo y la horrorosa Pinocho, encontramos a las hermosas y suntuosas adaptaciones de La bella y la bestia y El libro de la selva.

Pese a los numerosos ataques en las redes sociales hacia la nueva versión de La sirenita, muchos de ellos tristemente apoyados en un racismo imbécil, retrógrado e inadmisible,este remake claramente pertenece al último grupo. La nueva sirenita, aunque no llega a ser tan innovadora como Maléfica y Cruella, ni tampoco posee el tremendo impacto emocional de Mi amigo el dragón, es una cinta bien intencionada y hermosa, y gran parte de ello se lo debemos a Halle Bailey, su actriz principal, quien como Ariel despliega ternura a borbotones (hay que admitir que la Ariel animada llega a ser algo odiosa).

Rob Marshall, reconocido por sus musicales cinematográficos como Chicago, 9 y En el bosque, aprendió las lecciones obtenidas por su esperpéntica secuela de Mary Poppins. Curiosamente, el director redujo al mínimo los números musicales (que incluyen nuevas canciones a cargo de Lin-Manuel Miranda, así como los inolvidables e infaltables temas de Menken y Ashman). Eso se agradece, ya que, si hay un pecado en la versión de acción real de La bella y la bestia, es la sobredosis de canciones. Pero lo más curioso es que, aunque la cinta cuenta con actores de la talla de Javier Bardem como el padre de Ariel y Melissa McCarthy como la malvada Úrsula (uno de los villanos más siniestros del universo Disney), el show le pertenece definitivamente a Bailey. Tampoco podemos dejar de lado al carismático Jonah Huer-King, quien encarna a Eric, o al cangrejo Sebastian, el pez Flounder y la gaviota Scuttle, los simpáticos y graciosos animalitos amigos de la sirenita, que cuentan con unos buenos efectos digitales y las talentosas voces de Daveed Diggs, Jacob Tremblay y Akwafina, respectivamente. Todos ellos han sido duramente criticados en redes y los ataques son tan malvados como injustificados.

La sirenita de Marshall triunfa al resaltar los prejuicios de los espectadores (la falsa y detestable Ariel es el vivo reflejo de la versión animada), en resolver con elegancia los molestos aspectos machistas de la cinta del 89 (aquí, Ariel quiere ir a la superficie para indagar sobre los humanos, no en la búsqueda de un hombre), y en capturar algo de la magia (no toda) lograda por la versión animada. Un consejo para todos los que odian películas sin verlas: Vean La sirenita con los ojos de Ariel y podrán acceder a su maravilloso mundo. Y otro consejo para todos aquellos que odian a Disney por querer cambiar los prejuicios sociales y sexuales del pasado: Enfoquen su odio hacia productos vetustos y sin alma como Rápido y furioso.

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