Isabel de Baviera, también conocida como Sissi, fue una figura destacada de la realeza europea del siglo XIX. Fue la emperatriz de Austria y reina de Hungría, debido a su matrimonio con el emperador de Austria Francisco José I. Desde muy joven, se caracterizó por su obsesión por belleza y encanto, así como por irreverencia y actitudes caprichosas e independientes. Sissi es recordada como una figura trágica y romántica, cuya búsqueda de libertad y su lucha contra las convenciones sociales siguen siendo hasta hoy en día objeto de fascinación.
Aunque al principio la relación entre Sissi y su esposo parecía feliz, con el tiempo surgieron numerosos problemas y conflictos, debido a las convenciones y protocolos de la corte imperial que asfixiaban a la emperatriz y que enfriaron su matrimonio hasta el punto de que desafiaba al emperador en público. Sissi fue una mujer muy inteligente y cultivada, interesada en la literatura, la música y la filosofía, y su gran amor por los espacios abiertos la llevó a realizar viajes frecuentes y prolongados, especialmente a lugares como Egipto y Grecia.
A lo largo de su vida, Isabel sufrió varias tragedias personales. Perdió a su hija primogénita, Sofía, a una edad temprana, y enfrentó la muerte trágica de su único hijo varón, el archiduque Rodolfo, en el incidente de Mayerling en 1889, del que hasta la fecha no se sabe si fue el suicidio o el asesinato del joven y su amante (este suceso fue abordado de una manera melancólica por Anatole Litvak en Sueños de príncipe de 1936 y luego por Terence Young en la bella cinta Mayerling de 1968).
Sissi también fue una mujer obsesionada por su apariencia física. Sufría de lo que hoy se conoce como bulimia y vigorexia. Sin embargo, su estricta rutina de cuidado personal y ejercicio la convirtió en todo un icono de la moda. Su corte de cabello y sus vestidos elegantes, influyeron en muchas mujeres de la época.
El 10 de septiembre de 1898, mientras estaba de viaje en Ginebra, Sissi fue asesinada por un anarquista italiano llamado Luigi Lucheni. Su muerte conmocionó a Europa y provocó un gran duelo público en Austria y Hungría, dejando una huella indeleble en la historia de estos países y elevándola al estatus de heroína.
Gran parte de la idealización a la figura de Sissi tiene que ver con una trilogía de películas que se estrenaron durante la década de los cincuenta y que retratan la vida de la emperatriz interpretada por Romy Schneider (quien se convirtió en una popular estrella gracias a su papel) de una manera hermosa y romántica, pero edulcorada. Sin embargo, Luchino Visconti le dio la oportunidad a Schneider de asumir por cuarta vez el papel de Sissi, esta vez con un tono más perverso en la película Luis II de Baviera, El rey loco de 1973, donde no se ocultan los devaneos sexuales de la emperatriz.
La nueva película sobre Sissi, dirigida y escrita por Marie Kreutzer (El suelo bajo mis pies), busca, al igual que lo hizo Visconti, desbaratar la versión instaurada por la trilogía, al enfocarse en los aspectos más oscuros y controversiales de la emperatriz, ahora encarnada por la estupenda actriz luxemburguesa Vicki Krieps (El hilo fantasma).
Kreutzer, siguiendo el camino marcado por Sofia Coppola con su película biográfica sobre María Antonieta, no busca ser meticulosa con la precisión histórica, sino más bien utilizar al personaje como vehículo para sus estamentos feministas trasladados a la actualidad (muchos de ellos, por cierto, reales, como el interés de Sissi por la política y su emancipación sexual). De ahí la multiplicidad de anacronismos que muchos no podrán perdonar, igual que como sucedió con la cinta protagonizada por Kirsten Dunst sobre la archiduquesa de Austria y reina de Francia. Esta no es la única similitud de La princesa rebelde con Maria Antonieta de Coppola, ya que su ritmo pausado y, en algunos momentos exasperante que ambas directoras han heredado del cine de Antonioni, es usado como recurso para evidenciar el tedio de una vida lujosa pero vacía.
El título original de La princesa rebelde es Corsage que traduce al español como cuerpo, corpiño y corsé. Kreutzer utiliza a esta última prenda (y casi objeto de tortura), utilizada alrededor de la cintura para estilizar y moldear a la fuerza la figura femenina de una forma acorde con los estándares de belleza de la época, como un símbolo utilizado para comentar sobre todo aquello que subyuga a la emperatriz y a las mujeres en general. En cuerpo y alma.