Toda obra de arte es política. Cada acción y cada omisión del ser humano reflejan ese carácter; entendemos que todo lo que hacemos o dejamos de hacer tiene una consecuencia. Ya sea que un artista retrate con la virtud de su experticia una naturaleza muerta o los exterminios masivos del ejército norteamericano sobre la población vietnamita, su trabajo siempre será político. Cuando un artista toma una decisión estética, también está decidiendo a qué espacio de la realidad le va a dar prelación en su obra. Quizás en Latinoamérica no haya una artista tan consciente y comprometida con esto como Anamaría Tijoux Merino, quien sabe que la creación de cada canción es un arte y que cada una de las suyas está comprometida con su visión personal de mundo.
Nacida en Francia en 1977 (nombre de su segundo álbum solista y cifra que lleva tatuada en el dorso de la mano), Tijoux es hija de una pareja exiliada de intelectuales chilenos que huía del país tras el golpe de Estado que derrocó a Salvador Allende y entregó la dirección del Estado a una junta de gobierno liderada por Augusto Pinochet. La cantante no conocería la tierra de sus padres hasta 1983 y tuvo que vivir con la identidad dividida, hablando francés con un rostro marcadamente latino y sin poder hablar el español de manera fluida cuando se instaló definitivamente en Chile 10 años después de su primera visita. Sin embargo, Tijoux encontró rápidamente su raíz en el ritmo mestizo del hip hop, que había conocido por primera vez en Francia cuando acompañaba a su madre a realizar trabajo social. “Todos oían hip hop y yo pensaba: ‘Este mundo es genial’”, contaba la cantante para eNtR en una entrevista de 2013. “También es porque el hip hop para mí es esta tierra en la que la gente no tiene una tierra muy clara, entonces era otra tierra. El hip hop siempre ha sido para mí un país de gente que viene de otros países”.
Quizás por este carácter plural en el que convergen distintas identidades, ritmos y acentos, fue que Tijoux formaría en 1997 el colectivo Makiza, en el que cada una de sus cuatro partes había vivido de alguna u otra manera el fenómeno de la migración. Ya entonces era tangible en su música una preocupación social y política combativa en la que resaltaba el tema de la dictadura militar, la raza y la identidad mestiza chilena.
Tras la disolución del proyecto en 2006, Tijoux empezó una exitosa carrera solista que cuenta ya con cuatro álbumes de estudio, numerosos reconocimientos y conciertos a lo largo y ancho del globo. En sus 10 años de carrera en solitario ha logrado convertirse en una importante vocera de las causas políticas y sociales que tiene más cerca de su corazón. En este sentido ha asumido una actitud crítica respecto a la cultura cuando está tras los micrófonos, ya sea sobre el escenario, en el estudio, o como persona pública, participando de entrevistas y conversatorios.
Este año, las infames declaraciones sexistas de Gustavo Cordera, exlíder de Bersuit Vergarabat, llegaron a los oídos de la cantante chilena quien aprovechó su participación en la charla La lucha de la mujer en Latinoamérica para alzar su voz en contra del machismo ramplón no solo del cantante argentino, sino del continente y el mundo en general. “Tenemos que ser jóvenes, tenemos que ser atractivas, tenemos que ser inteligentes, pero ojalá no hablar mucho y cantar lindo, y ojalá vernos muy ricas arriba del escenario”, dijo la cantante frente a un auditorio lleno de estudiantes de Filosofía y Letras en Buenos Aires. “Es totalmente normalizado”.
Y es que el feminismo se ha convertido en un tema importante y central de la obra de la chilena. Desde su canción Antipatriarca la cantante ha venido explorando las muchas maneras distintas en que la sociedad ejerce mecanismos violentos sobre la mujer. “No pasó una cosa en particular que me despertara. Tiene que ver con una seguidilla de situaciones que me estremecieron”, explicó Tijoux en una conversación telefónica para ROLLING STONE. “Siento que hay un remezón en general en Latinoamérica sobre nuestro rol. Cada vez hay más cuestionamientos sobre el tema. Solo el hecho de que se hable ya dice algo. Fue un choque [cuando llegué a Chile] porque esas cosas como que se hablaban más en Francia. Pero creo también que es una tarea pendiente en todas partes y no ha sido resuelta en ningún lado. Es un tema que merece y amerita una reflexión permanente”. Sin embargo, con humildad, la cantante rechaza convertirse en un blasón de las causas por las que lucha: “Lo agradezco, pero es una bandera que tenemos que llevar todas y todos. No la quiero ver en una sola persona porque sería repetir la violencia de darle un solo rostro a una reflexión que tiene miles de rostros. Tanto hombres como mujeres”.
El tema de la igualdad ha sido una preocupación permanente a lo largo de su carrera. En 2011, e influenciada por el trabajo de Naomi Klein (La doctrina del shock), la cantante presentó uno de sus himnos sociales de más largo aliento, Shock, de su álbum La bala. La canción fue lanzada en un agitado año de manifestaciones populares en Chile con la consigna de conseguir educación estatal, gratuita y de calidad para todos. Shock rápidamente sirvió rápidamente como un canto de combate para los jóvenes manifestantes, quienes habían inspirado a Tijoux en su lucha por hacerse con una de las necesidades básicas del individuo. Al igual que este movimiento estudiantil, la música de Tijoux ha evolucionado desde un petitorio por la educación gratuita, hasta lo que es hoy por hoy: una crítica del neoliberalismo y de la manera como sus lógicas de mercado trasgreden el desarrollo social en el país y en el mundo.
A esto se une la preocupación de Tijoux por la movilización indígena en Chile, un tema tan difícil allá como en Colombia o en el resto de países herederos de la colonia española. “Es un tema complejo en todos lados y nos compete a todos como latinoamericanistas, por decirlo de alguna manera. Tiene que ver con un modelo económico actual en el que vive casi todo el planeta, que está en total contraposición con la visión indígena de la tierra y el cariño que se le tiene a ella”, explica la cantautora. “Hay un modelo económico que se trata de extractivismo, sobreproducción, sobreconsumo frente a una visión indígena que tiene otra cosmovisión, otro tipo de economía, otro tipo de visión con respecto a la familia y en la tierra misma. Lo que pasa en Chile tiene que ver con la plusvalía económica que tiene la tierra para el sistema capitalista versus el valor en amor que tiene la visión indígena de ella”. Al final, los monocultivos de las corporaciones forestales e hidroeléctricas han terminado por mermar la economía indígena con sus lógicas de explotación de la tierra, acabando con el suelo y olvidándose de la recuperación de estos terrenos para las familias que en principio los habían ocupado.
“Seamos honestos: yo vivo en la ciudad, en la urbe, en un departamento. Como decía un amigo mapuche, vivo en el aire [risas]. Soy muy urbana, no quiero vender algo que no soy, no crecí en una comunidad indígena y sigo aprendiendo de muchas cosas. Me falta aprender de muchas cosas, como una mujer que fue criada en la ciudad”, concluye Tijoux. “Tengo prácticas citadinas. Ello no implica que uno no tenga una tarea, que a uno no le interese también tener una curiosidad por ese otro lado”. Al final, para la cantante es imprescindible vivir un proceso vital reflexivo, cuestionando las normativas que damos por sentado y que muchas veces son injustas y violentas.
“Es una reflexión permanente que viene con una descolonización permanente, que viene desde la más tierna edad: el sistema educativo, el patriarcado y el machismo”, explica. “No es que una nació feminista. Una tuvo que empoderarse de ser mujer y dejar de sentirse culpable, porque las mujeres nacemos culpables, siempre somos culpables. Todo ese cuestionamiento se ha venido generando con base en reflexiones, en el cotidiano, en conversaciones, en corregirme, en que me hayan corregido como hablo, en la palabra. Es permanente y me va a seguir hasta que muera”. Al escucharla, uno casi puede oírla sonreír esperanzada al otro lado de la línea.