Judas Priest a corazón abierto: “El heavy metal no existía cuando empezamos”

El bajista Ian Hill y el guitarrista Richie Faulkner cuentan cómo es que la banda metalera sigue viva y coleando

Por  DIEGO MANCUSI

febrero 10, 2023

Foto: Gentileza Justin Borucki

El 26 de septiembre de 2021, mientras tocaba con Judas Priest en un festival en Kentucky, Estados Unidos, a Richie Faulkner se le rompió el corazón. No es que se haya puesto muy triste o algo así: se le rompió el corazón, el mismísimo órgano vital, de la forma más literal y metalera posible. En pleno solo de “Painkiller”, el guitarrista sintió cómo se le desgarraban las fibras de la aorta y se le empezaba a inundar de sangre el pecho. Perdido y con problemas para respirar, pero siempre profesional, esperó a que Rob Halford soltara el último alarido del tema, luego levantó la Gibson Flying V negra en gesto triunfal, bajó del escenario y colapsó en una silla. Lo salvaron en un hospital un rato más tarde.

“Si las cosas hubieran salido de otra forma no estaría ahora hablando con vos. Eso hace que aprecies todo de otra forma, porque el tiempo en esta tierra es corto y no sabés cuándo va a terminar. Sin ponerme filosófico, es la verdad. Podés estar haciendo algo tan normal como tocar la guitarra y al minuto siguiente no estás más”, dice a fines de 2022, claramente vivo. “¿Se entiende lo que quiero decir?”, duda, y se le sugiere como explicación el lema que el cantautor Warren Zevon le regaló a David Letterman en la entrevista en la que contó que tenía cáncer terminal: “Disfrutá cada sándwich”. Faulkner se entusiasma: “¡Claro, eso es exactamente lo que quiero decir!”.

Rob Halford apunta al cielo durante su show en el Movistar Arena (Foto: Gentileza Fenix)

El sánguche metafórico que saborea hoy es su presentación en la segunda noche del Knotfest Argentina. “Estoy en una posición muy afortunada por estar tocando estas canciones con esta banda para estos fans. Nunca se vuelve menos alucinante. Es una experiencia asombrosa y más cuando tenés que tocar en lugares como Argentina”, dice. Faulkner sigue maravillado con ser el “nuevo” de Judas Priest: entró al grupo en 2011 (en reemplazo del autoexiliado K.K. Downing) y de hecho nació en 1980, precisamente el año en el que su compañero Ian Hill −él sí miembro histórico− considera que la banda terminó de convertirse en lo que todos sabemos que es. “El heavy metal no existía cuando empezamos. Tocábamos rock con un enfoque pesado como lo hacía Black Sabbath. ¡Los dos éramos heavy metal y no sabíamos! Fue una evolución. Nos tomó como diez años, en realidad. Para cuando salió British Steel se terminó de acomodar todo: no era sólo la música, era también la imagen. A partir de ahí podemos decir que nos volvimos una banda de heavy metal hecha y derecha”, explica el bajista.

A Hill no le reventó un órgano en pleno show; sacando eso, las pasó todas con Judas desde que entró en el 70 (técnicamente no es fundador: la banda empezó unos meses antes de que él se uniera). De arranque, se quedaron sin cantante antes de grabar el primer disco: Al Atkins tuvo que elegir entre trabajar para mantener a su familia o apostar a que el grupo algún día triunfara, y se quedó con la primera opción. El reemplazo, un tal Robert John Arthur Halford, vino de la familia política de Hill. “Yo salía con su hermana en ese momento, y cuando Alan se fue ella me dijo: ‘¿Por qué no prueban a mi hermano?’. Todavía vivían con su mamá y su papá, así que fuimos a la casa, nos sentamos en la sala y Rob se puso a cantar armonías sobre algo de Ella Fitzgerald. Nos mirábamos con Ken [Downing] y decíamos ‘che, pero esto suena bien’. En el momento nos dimos cuenta de que era un cantante muy especial”.

Halford puso la voz en el debut Rocka Rolla (1974) y en todos los discos de Judas (salvo esos dos de los que ya vamos a hablar) y aportó, además, el componente estético que mencionaba Hill: la ropa de cuero con tachas, inspirada en una visita del frontman a un sex shop fetichista sadomaso del Soho londinense.
A partir de ahí, Hill gozó con Judas la primera mitad dorada de los 80 (con discos clásicos como British Steel, Screaming for Vengeance de 1982 y Defenders of the Faith de 1984) y remó la segunda mitad menos dorada de la década (no tienen el mismo consenso Turbo de 1986 y Ram It Down de 1988). Los 90 fueron un caos: por un lado, una vuelta a la mejor forma con Painkiller; por otro, un juicio insólito en el que quisieron acusarlos de incluir mensajes subliminales prosuicidio en sus canciones. Y entonces todo parecía encaminarse, pero el cantante pegó el portazo. “Cuando se fue Rob en el 92 hubiera sido muy fácil parar. Y lo extrañamos pero seguimos, je”, dice Hill, consultado por alguna posible crisis terminal de Judas Priest en este más de medio siglo de carrera. Los dos discos con Tim “Ripper” Owens en la voz (Jugulator de 1997 y Demolition de 2001) son dignos intentos de aggiornarse al heavy de fines de los 90, pero nadie quería un Judas sin Halford, así que en 2003 hablaron de lo que tenían que hablar y el Dios del Metal recuperó su puesto para no soltarlo nunca más.

La otra crisis que casi los liquida −dice Hill− fue la que desató el abandono de Downing hace doce años: “Teníamos contrato firmado para hacer una gira cuando se fue Ken, estábamos obligados, así que buscamos y encontramos a Richie, que es muy talentoso y un tipazo. Y eso nos entusiasmó de nuevo, volvimos a disfrutar. Nunca nos disgustó nada de lo que hicimos pero de repente las cosas se pusieron muy disfrutables otra vez, y eso fue lo que Richie trajo cuando se unió a la banda”. El Epitaph World Tour no tenía ese nombre de casualidad: la idea era terminarlo y bajar la persiana, pero Faulkner, según el bajista, “volvió a prender la llama y seguimos haciendo discos y giras mundiales”.

Así, Faulkner pasó de tener pegados en las paredes de su pieza póster de los guitarristas K.K. Downing y Glenn Tipton a ocupar el lugar de uno y ser socio creativo del otro. “Glenn me dio un consejo del que me acuerdo mucho. Me dijo que cuando empezó a tocar la guitarra quería copiar algunas partes de Rory Gallagher y tocaba las mismas notas pero no sonaba igual que Rory, y le molestaba no sonar exactamente igual. Pero después se dio cuenta de que ahí estaba su valor: sonar como Glenn Tipton. Entendió desde muy temprano que el hecho de que suene distinto era lo que lo hacía sonar único, su voz propia. Y eso resonó mucho en mí. Encontrar ese sonido único que hace que seas vos. Quizá no suena igual a lo que vos querías que suene, pero te hace sonar distinto a todos los demás y eso es bueno”, dice. Tipton sigue siendo miembro de Judas pero en 2018 tuvo que dejar de tocar en vivo por culpa del Parkinson. El guitarrista en las giras, el que estuvo en Argentina, es Andy Sneap.

Mientras Hill dice que el “nuevo” le volvió a llenar el tanque a Judas, este no está tan seguro de haber marcado un cambio tan drástico. “La verdad es que no sé. El sonido es tan fuerte, con Rob, Ian y Glenn, y antes de eso, K.K, y las tres décadas que llevan con Scott [Travis, baterista], la identidad de la banda es tan sólida que no creo que yo la pueda cambiar tanto. Y además llegué con el estilo de Judas Priest de todas formas. Hago lo mejor que puedo, lo que se siente bien para las canciones y los discos que grabamos. Pero Rob, por ejemplo, hace que sea Judas Priest. La personalidad es tan fuerte que todo se vuelve Judas Priest”. Justamente esto de ser una de esas poquitas bandas a las que uno reconoce escuchando dos o tres compases de cualquiera de sus temas les valió en 2022 una cucarda que mucha gente reclamaba pero que a ellos, en realidad, no les movía demasiado: la inducción en el Salón de la Fama del Rock and Roll.

“Cuando empezás te rebelás contra el establishment, hacés las cosas diferentes, a tu manera. Y después pasan los años y te convertís en el establishment y hay gente rebelándose contra vos. El Salón de la Fama del Rock and Roll es el establishment definitivo, pero podemos decir que es un honor ser parte de él”, dice Hill. Unas nueve horas después de la entrevista (espera que Hill y Faulkner matizaron viendo el 3 a 0 de Argentina a Croacia en el living del hotel) tocaba poner a prueba ese estatus de patriarcas en el contexto de un festival creado por una banda que, aunque venga rodando desde 1995, sigue representando una de las últimas revoluciones del metal: Slipknot. Ante un público variopinto que entremezclaba a la vieja guardia con una buena cantidad de adolescentes cabizbajos que habían comprado el abono para las dos fechas, Judas plantó bandera como referente haciendo (bien) lo que hacen (bien) desde −por lo menos− 1980: heavy metal. “La verdad es que, para serte honesto, me mantengo leal a mis maestros. Todavía escucho lo que escuchaba hace cincuenta años. Mis ídolos, mis influencias. También disfruto el metal moderno: cuando estamos de gira con estas bandas las escucho desde un costado del escenario. Pero si estoy solo en casa escucho lo viejo”, dice Hill, y se nota.

Richie Faulkner, en tanto, vivió el show con la intensidad que pide su versión 2.0. “Tuve otra cirugía a corazón abierto en agosto, y después de eso todo salió bien. Lo único que tengo cuidarme es cuando como verduras de hojas verdes: tengo que vigilar eso por algún motivo. Pero puedo tomarme una copa o dos de malbec, puedo comer cosas normales… me siento bien. Estoy tocando bien, me siento bien sobre el escenario, todo bien”, dice. Esa misma idea, la de que todo está (al fin) bien, es la que guía a Judas Priest a más de cincuenta años de su fundación. Aunque estén de gira celebrando su historia, ellos miran al futuro con un disco que tienen casi listo para editar en 2024 (“es un poco más intrincado que Firepower en lo musical. Es un avance en riffs, arreglos y demás”, cuenta el bajista) y el embale de quienes sobrevivieron a una larga lista de sopapos que incluyó −entre otras cosas− cantantes desertores, demandas judiciales y un corazón explotado.