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Río Sucio

Un ermitaño le enseña a su nieto lo que para él significa ser hombre, en una historia que bien puede pensarse como una versión diametralmente opuesta de Heidi

Gustavo Fallas 

/ Elías Jiménez, Fabricio Martí, Edgar Maroto

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cinemateca de Bogotá

En su segunda película como director (luego de Puerto Padre), el costarricense Gustavo Fallas nos cuenta la historia de Víctor (Elías Jiménez), un ermitaño quien, a regañadientes, se hace cargo de su nieto Ricardo (Fabricio Martí).

Como si se tratara de una versión oscura y opuesta a Heidi, Víctor trata a Ricardo de una manera dura y agreste, para enseñarle lo que significa ser un “verdadero hombre”. Pero lo que en realidad hace el abuelo, es inculcarle miedo y rabia al niño y distanciarlo de un vínculo que debería ser estrecho y afectuoso.

Víctor odia a los indígenas, especialmente a su vecino Lautaro (Édgar Maroto), un antiguo cuidador de la finca del ermitaño, a quien este acusa de haber matado a su vaca. Como era de esperarse, vamos a ver cómo el jovial Lautaro y el introvertido Ricardo, van a establecer una amistad, la cual desembocará en una tragedia.

Fallas utiliza a sus personajes como símbolos para comentar sobre la masculinidad tóxica, el racismo y la paranoia, que tanto contaminan a los pueblos de Latinoamérica. La hermosa fotografía de Gabriel Serra (Flores silvestres, Rush Hour) contrasta con el ambiente violento y salvaje de este hombre armado dispuesto a defender su honor y lo que es suyo contra un enemigo imaginario.

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