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El imperio de la luz

Olivia Colman vuelve a iluminar la pantalla en una bella cinta ambientada en una sala de cine de los años ochenta

Sam Mendes 

/ Olivia Colman, Micheal Ward, Colin Firth, Toby Jones

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cinecolor

The Last Picture Show, Cinema Paradiso, Matinee, The Majestic, Goodbye Dragon Inn. Estas son algunas de las mejores películas que se desarrollan al interior de una sala de cine y que homenajean con mucho cariño y nostalgia la magia de la proyección de una película. A estos títulos se le suma El imperio de la luz, la hermosa película de Sam Mendes acerca de una mujer llamada Hilary, quien trabaja como acomodadora en un teatro británico a inicios de la década de los ochenta.  

En su primer trabajo como guionista y director, el autor de grandes cintas como Belleza americana, Camino a la perdición, Jarhead, Solo un sueño y El mejor lugar del mundo y 1917, abandona la franquicia de James Bond (Skyfall, Spectre), para regresar a los dramas intimistas y psicológicos, en los que sus protagonistas luchan por emanciparse de una vida conformada por rutinas y convenciones que mutilan su libertad y sus emociones.

Enmarcada en la bellísima fotografía del maestro Roger Deakins, El imperio de la luz es, en últimas, una bonita historia de amor entre Hilary, una mujer madura, solitaria y que sufre de depresión, y Stephen (Micheal Ward de Blue Story), un joven sensible y bondadoso, que vive con su madre y que sueña con convertirse en arquitecto.

Al igual que Babylon de Damien Chazelle y Los Fabelman de Steven Spielberg, Mendes hace una cinta que busca recuperar en los tiempos del Covid, esa mágica experiencia que casi desaparece del todo y que involucra a un grupo de desconocidos, quienes se reúnen en una sala oscura para compartir la experiencia de celebrar la posibilidad de contar historias y despertar múltiples emociones, gracias a la posibilidad de la imagen en movimiento.

Es curioso que el personaje interpretado magistralmente por Colman guarde muchas similitudes con Jeane Dillman, la protagonista de la obra maestra del cine femenino dirigida en 1975 por Chantal Akerman y considerada recientemente como la mejor película de todos los tiempos, según el nuevo listado organizado por la revista Sight & Sound.

Hilary es una mujer que hace parte de un simpático equipo que trabaja en el teatro Empire (producto de la ficción), ubicado en la localidad costera de Margate, en una época en la que Inglaterra se enfrentaba a una fuerte recesión económica y social, que contrastaba con la música Punk y Ska. Junto con ella encontramos a su jefe Donald (Colin Firth), un hombre casado con el que mantiene una relación de sexo clandestino ocasional, pero poco placentero; al proyeccionista Norman (Toby Jones), un hombre comprometido y receloso de su trabajo; Neil (Tom Brooke), un acomodador preocupado por el bienestar de su colega; Janine (Hannah Onslow), una chica punk amante de la música de Siouxsie & The Banshees; y, por supuesto, Stephen, quien es una de las adiciones más recientes al equipo.

La solitaria Hilary es una gran conocedora de todo el Empire, que antes consistía en cuatro salas de cine, pero que ahora funciona reducido a la mitad. Paradójicamente, Hilary nunca se ha escabullido a ver las películas que son el eje de su trabajo. Como sucede con los encuentros sexuales con su jefe, Hilary se ha acostumbrado a dar mucho y a recibir muy poco, hasta que conoce al empático Stephen.

Como si se tratara de una versión libre de Harold and Maude, el clásico de Hal Ashby, vamos a ser testigos de una pareja dispareja (Hilary tiene prácticamente la misma edad de la madre de Stephen), pero que no por ello deja de ser creíble. Sin embargo, junto con la felicidad de la mujer se comienza a despertar una ira que la impulsará a la emancipación, con su consecuente precio a pagar.

Mendes salpica la historia de amor con hermosos momentos de cinefilia, como el descubrimiento de Stephen de una de las salas cerradas, la cual está invadida de palomas; la función de estreno de Carros de fuego, el clásico del cine británico dirigido por el recientemente fallecido Hugh Hudson; la presentación de Locos de remate, la hilarante comedia protagonizada por la dupla conformada por Gene Wilder y Richard Pryor y dirigida por Sidney Poitier; y por la proyección privada que Norman le hace a Hilary de Desde el jardín, la recordada cinta protagonizada por Peter Sellers y dirigida nada menos que por Ashby.

El director de Belleza Americana no solo le rinde tributo a las salas de cine, sino que también homenajea a ese cine de los años setenta, cuyas historias no eran sobre géneros (comedia, drama, terror, ciencia ficción, romance, acción), sino sobre las personas como usted o como yo que luchan por comunicarse, pero que no saben como. Asimismo, El imperio de la luz es además una historia que denuncia el racismo que contaminó a la Inglaterra de los ochenta y que nos habla sobre el empoderamiento femenino encarnado en “una mujer bajo la influencia”, citando el título de la obra maestra de Cassavetes, que está cansada de sufrir y de vivir bajo unas reglas a menudo crueles y opresivas.

Sam Mendes nos entrega una película de inmensa ternura que, aunque no se equipara a su delicada y subvalorada obra El mejor lugar del mundo, nunca llega a pecar por exceso de melodrama o edulcoramientos innecesarios. El imperio de la luz es una película pequeña y personal, pero que al igual que su protagonista, brilla con gran intensidad en la pantalla gigante.

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