El Cabra, de Las Manos de Filippi: “En el arte tiene que existir la libertad total”

El grupo cumple 30 años y lo festeja con un festival en el estadio Malvinas. Hernán de Vega repasa el caminito a la izquierda del mundo que construyó a fuerza de canciones y militancia, y reflexiona sobre el atentado a Cristina Fernandez de Kirchner, después de cantar durante años “Hay que matar al presidente”

Por  HUMPHREY INZILLO

noviembre 24, 2022

Hernán de Vega, el Cabra, en la sala de ensayo del grupo, en el barrio porteño de La Paternal.

Ignacio Sánchez

La pistola Bersa, calibre 32, está a centímetros del rostro de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner. El dedo índice izquierdo de Fernando Sabag Montiel gatilla el arma. Y la bala no sale. No solo es la escena más impactante de todo 2022 en la Argentina. También es una de las más inquietantes desde el regreso de la democracia. Faltan ocho minutos para las nueve de la noche del jueves primero de septiembre. El día que pudo cambiar la historia. “Menos mal que el tiro no salió”, dice unas semanas después Hernán de Vega, el Cabra, líder y principal compositor de Las Manos de Filippi, el artista que desde hace más de un cuarto de siglo viene cantando: “Hay que matar al presidente, hay que matarlos a todos”. La canción se llama “Cutral-có” y fue compuesta en la era atávica del movimiento piquetero que surgió hacia 1997 en la provincia del Neuquén, integrado principalmente por desocupados y organizaciones obreras que resistían a la crisis que habían generado la privatización de YPF y Gas del Estado durante el gobierno neoliberal de Carlos Menem

El atentado fallido alteró los planes inmediatos del grupo, que para festejar sus 30 años estaba publicando reversiones de sus temas más emblemáticos, y anticipando el festival que planean en el microestadio Malvinas Argentinas, en el barrio de La Paternal, el mismo donde tienen la sala de ensayo, para el sábado 3 de diciembre. Será una maratón, que incluirá la presentación de los proyectos paralelos de Las Manos (Carlitos Cabra, Che Chino, Agrupación Mamanis, El Exagerado) y de cinco bandas amigas a modo de artistas invitados. “Esa misma semana, estábamos por lanzar una nueva versión del tema. Obviamente, tuvimos que  recular un poco”, dice entre risas. La versión de “Cutral-có” todavía puede esperar.

Sabag Montiel no era ni fanático de Las Manos ni militante de izquierda. De todos modos, el Cabra se despega. Entiende esa canción como un relato de ficción, como una obra de arte. Se desmarca enseguida de cualquier tipo de apología del magnicido. “Creo que en el arte tiene que existir la libertad total”, argumenta. “Como puede haber una película donde matan a un presidente, puede haber canciones que digan lo mismo. El arte tiene ese beneficio: no hay nada que no se pueda decir, porque es una obra artística. Lo que sí me preocupó es que pudiera llegar a retroceder esa conciencia de la libertad para crear”.

El Cabra no se estanca en la trastienda del atentado: evita cualquier tipo de teoría conspiranoica e intenta hacer una lectura social, política y cultural del hecho. “Cuando pasan cosas como esta, te das cuenta de la falta de educación y la falta de acceso a la cultura. Hay un retraso terrible. Cuánta gente no conoce un cine, cuántos chicos hoy no saben lo que es ir al teatro y mucho menos entender lo que es una obra artística y la libertad del arte. Todo eso lo sabemos nosotros que vivimos acá, y que al lado de ellos somos chetos. Pero, insisto, hay una falta de acceso a la cultura terrible: hay pibes que ya son grandes y quizás nunca fueron a un teatro. Te das cuenta cuando en los acampes, o en una manifestación, hay shows artísticos y ves con la pasión que la gente ve a esos artistas. Eso te muestra la falta de acceso a la cultura que no brinda este Gobierno”.

Tampoco representa para el Cabra una preocupación la ideología del autor del atentado fallido, ni el avance global de los movimientos de ultraderecha: “Justo venimos de tocar, y de estar varios días, en Chile. Y ahí también hay un juego que hace esta derecha con este progresismo. Como que se muestran como dos polos opuestos, pero esos dos polos apuestan, más que nada, a desmoralizar a la gente, cuando la gente sale a la calle. Como pasó en Chile, como pasó acá en 2001”, argumenta. “La misión de estos dos polos que conforman la grieta es desmoralizar a la gente. Viene el progresismo —llámese Boric, llámese Kirchner— a decirle a la gente ‘Yo me voy a hacer cargo, vuelvan a sus casas’. Y después terminamos pagando la deuda, y después terminamos con Macri. Y así, como que una vez que tienen a las marchas desmoralizadas, aprovechan y vuelve la derecha. Entonces, creo que así como dicen que hay un resurgimiento de la derecha, que tiene que ver con el rol que cumplieron el populismo y los progres en el mundo, hay una oposición real de la izquierda, porque hay necesidades que no están resueltas. Y la gente cada vez más se organiza en los barrios desde abajo. Pero el avance de esta derecha no me aterra, porque esta derecha todavía le tiene que pagar al Fondo, la veo muy frágil”.

En el imaginario colectivo argentino, diciembre de 2001 tiene una connotación negativa: es sinónimo de crisis, de represión (39 muertos, un sinfín de heridos), de un momento de caos, incertidumbre y desesperación al que (casi) nadie querría volver.  Para el Cabra es un momento glorioso. Su relato tiene una carga épica y cinematográfica. “En ese momento, vivía en Sarandí. Recuerdo que la gente salió de sus casas, bajó de sus departamentos y empezó a hacer fogatas en el medio de la avenida Mitre. Pero si mirabas hacia Avellaneda, pasaba lo mismo a lo largo de toda la avenida. Hasta que la gente empezó a marchar, como autómata, para la Plaza de Mayo. La gente salió a la calle a luchar por sus derechos, por su trabajo, para ponerle fin al saqueo. De alguna forma, el trabajo del populismo fue convertir eso en algo que estuvo mal, y que ellos vinieron a restablecer la paz social. Ellos le llaman así, paz social, cuando la gente no sale a luchar y se le puede seguir pagando tranquilamente al Fondo, ajustando a los trabajadores, bajando los sueldos y que el pueblo no reaccione”. 

Para el Cabra, la paz social parece ser la peor de las pesadillas.

Un patio, como el de las viejas casas chorizo, es el corazón de la sala de ensayo de Las Manos. Un búnker musical, con una decoración prolija. Hay un afiche gigante que anuncia la salida de Casa Babylon, el emblemático disco de Mano Negra (una reliquia de los 90), hay varios stickers y banderas del St. Pauli —el club alemán famoso por su militancia antifascista, y que los integrantes de Las Manos conocieron en sus giras por Europa—, hay una placa que recuerda a Mariano Ferreyra (el militante del Partido Obrero asesinado en 2010 por una patota de la Unión Ferroviaria comandada por José Ángel Pedraza) y, también enmarcado, se distingue un afiche del diario Crónica que reproduce la letra de “Sr. Cobranza”, la canción del Cabra que marca un punto de inflexión no solo en su obra como autor, no solo en el derrotero del grupo. Se trata de la canción que mejor retrata el clima de época en los 90, cuando el modelo neoliberal —que en la Argentina había impuesto el menemismo— empezaba a mostrar sus rendijas, y un sector cada vez más grande empezaba a caerse del sistema. Es un mojón en una larga tradición de la canción testimonial en la Argentina, entre tangos como “Acquaforte” (Juan Carlos Marambio Catán) y “Cambalache” (Enrique Santos Discépolo) y la obra de cantores de protesta como Piero, Pedro y Pablo o Roque Narvaja, entre otros.  

“Sr. Cobranza”, versión 2020.

“Sr. Cobranza” se transformó en un hit en la voz de Gustavo Cordera, en una interpretación teatral, superlativa. “Cuando la escuché por primera vez, me pareció buenísimo que se entendiera la letra”, dice el Cabra. “Con las condiciones de grabación que teníamos, para nosotros era imposible eso. También me parecía un poco blanda, porque nosotros en ese momento teníamos la necesidad de gritar las cosas. Si escucho la versión nuestra está como desaforada, pero todos nuestros temas en esa época eran desaforados”. Bersuit incluyó la versión en Libertinaje (1998), el primer disco del grupo producido por Gustavo Santaolalla. Para que eso ocurriera, Las Manos tenían que firmar una autorización que estaba condicionada a un contrato y la publicación de un disco que la discográfica, Universal, editó y cajoneó. Eso generó una rispidez entre las bandas que, más de dos décadas después, es parte del pasado.

“En los 90 cantábamos como desaforados. Teníamos la necesidad de gritar las cosas”, recuerda el Cabra. Foto: Gentileza Eugenia Escobar.

En ese momento, la canción ya tenía un recorrido de varios años. El Cabra, que había empezado a cantar en la calle en los años 80, la había estrenado en 1994. La cantaba en sus presentaciones en la peatonal Florida. El centro porteño era el mejor termómetro para medir el potencial de una canción. Y ese contacto directo y cotidiano con lo que decía en la calle era, también, fuente de inspiración. Por la letra desfilan personajes como los dirigentes gremiales Norma Plá y el Perro Santillán y el entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, y el presidente Carlos Menem. “Esa canción me abrió una puerta compositiva, por el hecho de poder destrabar algo y poder nombrar con nombre y apellido a todos. Ahí sentí un alivio y pude decir mil cosas que antes no podía, probablemente porque estaba trabado y nadie lo había hecho de esa manera. Bah, por lo menos yo no lo había escuchado nunca. Eso me abrió la puerta al estilo compositivo que más usamos después: empezamos a utilizar a los políticos, a los personajes de cada época, también como una forma de registro. Nombrarlos tenía otro valor y en eso fue una bisagra para nosotros”, reflexiona. 

La inspiración musical para esa canción referencial fue Jovanotti, aquel rapero italiano cuyo hit “Penso positivo” rotaba por los canales de música de aquella época. “Yo estaba laburando a full en la calle y necesitaba un tema para arrancar el show. Fue algo medio buscado por ese lado: necesitaba un tema largo, que llamara la atención. Me di cuenta de que funcionaba porque apenas llegaba me ponía a cantar con los ojos cerrados. Y cuando los abría ya estaba todo lleno de gente”, evoca.

Esta canción de Jovanotti fue una de las inspiraciones de “Sr. Cobranza”.

—Me resulta llamativo el comienzo de la letra: “Voy a la cocina, luego al comedor…”. ¿Por qué decidiste arrancar por ahí?

—Cuando no tengo idea de cómo arrancar una canción, y eso me pasó un montón de veces, hay algo que uso siempre: empezar a mover la cabeza por diferentes ambientes y no la hoja. Es una forma de moverte, de instalarte en un lugar. Por eso empecé por ahí… [risas]. Es como ponerle el título a una redacción en el cole. Composición tema “La vaca”. Si me dicen el título, yo ya puedo hacer una canción. Lo que más me cuesta es saber sobre qué escribir. 

—¿Y cómo la escribiste?

—Fue durante más de un día. Empecé a buscar frases largas que tuviesen musicalidad y las iba anotando en el colectivo. Andaba siempre con una libreta. Hasta que un día sí me senté con la viola, en el comedor [risas] y la uní toda. Fue la primera canción que compuse de esa manera.

—¿De dónde viene la frase “son todos narcos”?

—Era una especie de muletilla de Gregorio Flores, un dirigente del Partido Obrero. Pero eran frases, como “hay que matarlos a todos”, que en los 90 se las escuchabas a las viejas en el almacén. Yo sentía que en ese momento había mucha diferencia entre lo que se decía en la calle y lo que se cantaba. Mi intención fue unir esas dos cosas. Me interesaba ver qué le pasaba a la gente, porque yo venía de ahí y creía que se tenían que sentir identificados.

Aunque hace poco menos de una década que los conciertos callejeros, a la gorra, no son parte de sus ingresos, el Cabra mantiene ese espíritu en los shows que hace como solista en bares pequeños, por lo general en el interior del país. “Tocar en la calle era una carta que siempre tuve para vivir. Iba y venía, entre ese y otros trabajos. Lo que yo agradezco de haber curtido la calle es que no le doy bola al arte, al producto en sí. Creo que cada uno tiene que hacer lo que pueda para trabajar, desde colgarte una víbora del cogote a vender cartas, o lo que sea. De ahí, me interesa la relación humana. Yo me sentía tan compañero de ellos, o del fakir o del mimo, como de los Silvios Rodríguez o Pablos Milaneses, que había a fines de los 80. Después, cuando empecé a curtir más la movida de las bandas y de los boliches y todo ese otro circuito no callejero, me di cuenta de que exageran demasiado con lo que hacen. Hay un ego muy importante alrededor de la música. Yo creo que la música es la mercadería del músico como trabajador. Muchos piensan que nosotros, como hacemos canciones de protesta, creemos que todo el mundo tiene que hacer ese tipo de música. Y no. Yo creo que lo importante es que el músico sea consciente de que es un laburante. Y eso en la calle lo tienen todos”.

—Hablás de la música como un producto, pero para llegar a ese producto hay factores como el talento o la inspiración, ¿De dónde vienen tus canciones? 

—Venían de la calle, justamente. Pero si te tengo que decir de dónde venían las primeras canciones que hice, la verdad es que no lo sé. Era como una necesidad que tenemos algunas personas de armar algo que tenga un principio y un final. Y mostrarlo. Y que la gente se sienta identificada.

—El otro día leí un texto de Chizzo, de La Renga, que contaba que a veces él siente la inspiración, compone o escribe, y cuando lo lee no se explica cómo fue que escribió eso. ¿Te pasa algo parecido?

—A veces leo cosas viejas y digo: “¡Qué loco que estaba!” [risas]. Creo que eso que te parece que viene solo, en realidad no es que viene solo, sino que es lo que uno vivió desde que nació hasta el momento en que te pusiste a escribir. Todo lo que viste, todo es como un sueño. Cuando soñás tampoco entendés, porque hay una parte inconsciente. Cuando a mí se me ocurre un chiste es en base a todo lo que viví y a cada uno se le ocurren cosas en base a lo que ha vivido. Ahora el mayor disparador de temas para escribir son los chistes, aunque después quizás en la canción no haya humor. Yo tengo mucho respeto por el humor. Y me pasa otra cosa: siento que si se me ocurre un chiste, hasta que no lo hago, no puedo dormir. Lo siento como una responsabilidad.

El Cabra con Manu Chao, la amistad nació a comienzos de 2000 en Barcelona. Foto: Las Manos de Filippi (gentileza).

Esa especie de incontinencia humorística lo acompaña al Cabra desde la adolescencia. Dejó el colegio en primer año, porque lo expulsaron de la escuela. “Creía que los silencios estaban hechos para que yo hiciera un chiste. Te lo juro. No me podía aguantar. Era una especie de toc, aunque en ese momento no estaba catalogado de esa manera. Yo tenía la necesidad de tirar algo, recibir una respuesta y ver cuántos se sentían reconocidos con el chiste que yo había hecho. Estaba muy en eso, pendiente de cómo reaccionaba la gente a lo que yo tiraba. Luego, eso lo canalicé en las canciones, y esa necesidad de algún modo se fue transformando”, analiza.

En ese momento, escuchó por primera vez a Les Luthiers. “Me había pegado mucho Mastropiero que nunca, y con mis amigos del barrio nos sabíamos todas las canciones, de punta a punta”, dice. También, antes, se había hecho fanático de Carlitos Balá y de Gaby, Fofó y Miliki. Pero el artista que apareció en el momento justo, y que el Cabra reivindica al punto de haber escrito una canción para expresarle toda su admiración, es el uruguayo Leo Maslíah. “La primera vez que lo escuché yo ya tocaba la guitarra. Pero no podía tocar como él, que en ese momento tocaba en vivo la guitarra y era una bestia. A mí las canciones que más me atrajeron, desde siempre, no son las canciones poéticas. Prefiero las que son como cuentitos, sin nada de metáfora. Esas son las que me salieron, además” . 

Canciones como “El concierto”, del repertorio seminal del uruguayo, despertaron el fanatismo del Cabra. “En un momento hizo un ciclo, una especie de gira, por las escuelas que había hecho Cacciatore, las de ladrillitos. Tocaba todos los fines de semana en una escuela distinta, y yo fui a todos. Iba con mis hermanas, o mis amigos, porque necesitaba que lo conocieran, porque no sabía cómo explicarles lo que hacía este tipo”.

Hace unos años, le escribió una canción a ese héroe de su adolescencia, a modo de agradecimiento: “Yo era fanático de Maslíah, tenía mis canciones locas y gran valentía, pero mi locura más que nada consistía en la ignorancia que tenía de la música y la poesía. Yo quería ser Maslíah y era un perro en la guitarra, de los que mordían”.

Afines de los 80, en un acto del Partido Obrero al que llegó atraído por la presentación del grupo punk Parálisis Infantil, el Cabra conoció al poeta y militante Alberto Arias. Pronto se sumó a reuniones de artistas del PO y empezó a leer textos y manifiestos que vinculaban el arte con la política. “Hasta ese momento, yo tenía una negación con la lectura. Gracias a Alberto, conocí a un montón de escritores y poetas, como Artaud, que me encantaba. No me interesaba tanto la ficción, pero sí los ensayos y los manifiestos. El partido me empezó a dar herramientas para hacer canciones con más seguridad y poder tirar alternativas políticas, más allá de la crítica o el humor. Ahí dejé de hacer canciones sobre hacerse la paja y pasé a una etapa de lucha y de entender mil cosas”, asegura. 

Con René, de Calle 13, en el Salón de Actos de la Facultad de Derecho. En ese acto, en 2011, hablaron los dirigentes estudiantiles Xiomara Caro (Puerto Rico) y Alejandro Lipcovich (FUBA). Foto: Las Manos de Filippi (gentileza).

Un punto de inflexión en su militancia fue cuando con Las Manos empezaron a abrazar causas como las fábricas recuperadas por sus trabajadores. “Lo primero que hicimos fue organizar  juntar fondos de huelga, pero sin viajar, durante la toma obrera en Zanón. Hacíamos fiestas en la Facultad de Filosofía y Letras y les mandábamos la plata. Después tuvimos la suerte de que nos llevaron y empezó un vínculo que dura hasta hoy”, explica el Cabra. Después del estallido de 2001, también participaron en movidas similares como la de Brukman. 

También participaron activamente en la UMI (la Unión de Músicos Independientes) que derivaría luego en la creación del INAMU, el Instituto Nacional de la Música, en 2012. Y en 2009, tanto el Cabra como Pecho Anzoátegui, trompetista del grupo, después de años de criticar a la clase política, fueron candidatos a legisladores de la ciudad por el Partido Obrero. 

“Después de Cromañón, habíamos empezado a impulsar asambleas de música y reclamos al Estado por el apoyo a los músicos. Habíamos fundado el MUR (Músicos Unidos por el Rock) y decidimos postularnos para darle más visibilidad a esa movida. Queríamos que los músicos se enteraran de lo que estaba pasando, que se difundiera y que se expandiera en todo el país. Pero nunca me imaginé que podíamos llegar a ganar. Ni siquiera me entusiasmaba mucho, porque yo quería seguir tocando. Pero también sé que, como militante, hay que estar en todos lados y prepararse para hacer lo que se necesite”.

—¿Y cómo ves a la calle hoy?

—Hoy en día, en los barrios, la juventud está recontra perseguida por la policía con sus negocios. Otra vez hay mil cosas que se dicen en la calle, pero que después no se ven representadas ni en los medios ni en la música que te difunden los medios. Pero bueno, la música ya no depende tanto de los medios, porque los pibes encontraron la forma de difundirse. Pero más allá de la música, cuando tocaba en la calle conseguía ver e imaginarme otras vidas y podía empatizar con la gente, enterarme de qué le estaba pasando. Ahora, la militancia en el Polo Obrero vino a cubrir eso.

—¿Cómo llegaste al Polo Obrero? 

—Durante la pandemia surgió la posibilidad de dar unos cursos. Primero eran cursos sobre el derecho al agua, el derecho a la vivienda, un curso sobre género… A nosotros, primero, nos convocaron para que hiciéramos canciones para esos cursos. Y después surgió la posibilidad de dar unos cursos de batucada, de guitarra, de música en general. Y ahí, todavía en plena pandemia, con el Pecho (Anzoátegui, trompetista y parceiro del Cabra) los talleres con profesores amigos nuestros que estaban desocupados. Así empezamos. Y ahora estamos en la parte cultural del Polo. Organizamos los festivales en los acampes y llevamos artistas para ayudar a difundir la lucha en los barrios.

En estas tres décadas, Las Manos se cruzaron, y colaboraron, con infinidad de artistas. De Manu Chao a Residente, de Zack de la Rocha (Rage Against the Machine) a Andrés Calamaro, de Vicentico a El Doctor, fueron tejiendo una red de amistades y afinidades artísticas. “El que más se encarga de eso es Pecho”, dice el Cabra. “Es como el RRPP. La conexión con todos los grandes artistas fue gracias a su laburo. Es lo que le gusta hacer, y además lo hace de corazón. Nos sentimos muy respetados, y a la vez necesitamos sentirnos parte, aprender de cómo laburan ellos. Eso nos llena de experiencia. De hecho, ahora venimos de hacer una fecha en Chile con el Macha y con La Floripondio. Y con Macha y el Bloque Depresivo colaboramos en ‘¿Dónde están Las Manos?’”.

Entre los highlights de esos cruces amistosos, está el encuentro con Eduardo Galeano. El Pecho le había regalado a Residente una copia de Las venas abiertas de América Latina, el clásico que el escritor uruguayo había publicado en 1971. Un día, René le contó al trompetista que planeaba viajar a Montevideo para conocer a Galeano y grabarlo. Y Pecho no se perdió la oportunidad de acompañarlo y compartir unas horas con uno de sus referentes, éticos y estéticos.  

Con Zack de la Rocha en el Hotel Bauen, en 2010. Para él organizaron el encuentro “Internacional el control obrero”, con una comitiva de obreros de Fábrica Sin Patrones, llegados desde Neuquén. Foto: Las Manos de Filippi (gentileza).

Maximiliano Kosteki, Darío Santillán, Luciano Arruga, Mariano Ferreyra y Santiago Maldonado son solo algunos de los nombres que también forman parte del imaginario de Las Manos de Filippi. Causas de asesinados por el Estado que el Cabra y su grupo abrazaron consecuentemente. “Nosotros hablamos mucho del ataque a la juventud. Lo que está claro es el problema que la juventud consciente, la que sale a luchar, representa para el Estado. La juventud que no respeta esa paz social que pretenden. Así que siempre quisimos levantar la bandera de ellos como representación del ataque a la juventud”.

El Cabra con un gobierno de los trabajadores por medio de sus organizaciones. En esa dirección, elogia al Sutna (el Sindicato Único de los Trabajadores Automotores) y cuenta que, en apoyo a su lucha, han aportado varias canciones. “Todas las asambleas barriales tendrían que tener representatividad, no por sus figurones. Tiene que haber un verdadero poder de los trabajadores, gente que luche y que tenga autoridad política para llevar adelante esa lucha”, sostiene.

—¿Y ustedes cómo están organizados? ¿Son una cooperativa?

—No. Somos seis músicos y todos cobramos más o menos lo mismo. En ese sentido se parecería a una cooperativa, pero en verdad somos como un almacén. Facturamos, somos monotributistas. 

—¿No corrés el riesgo de que la canción de protesta se vuelva un oficio?

—Creo que vas adquiriendo el oficio. Pero también hay momentos en que estás trabado. A veces tengo que encontrar sobre qué escribir. Y ahí aparece Pecho para decirme hay que hacer un tema sobre tal cosa. Como si fuera un jingle. Todos tenemos latiguillos, pero siempre en pos de hacer una canción con esos recursos que fuiste aprendiendo. Yo disfruto de ver a los chicos que con el trap están inventando algo nuevo. Está bueno que la juventud vuelva a tener el poder de la creatividad, como cuando apareció Moris y todos los que inventaron el rock. En un punto se había perdido ese timón.

—La militancia implica ir a marchas, a acampes, a protestas… ¿No te cansa poner tanto el cuerpo? ¿No te pesa esa responsabilidad?

—Lo vivo como una responsabilidad, pero la hago con gusto. Creo que en el día que me sienta incómodo, lo dejaría hacer. No soy esclavo de lo que piense alguno que tengo que hacer. De hecho, contra eso tuvimos que luchar cuando hicimos cumbia, cuando me pongo a hacer canciones humorísticas. “¡Uh! ¿Cómo no critican al presidente?”, dicen. Yo no me dejo llevar por eso.