Dentro de la casi absurda política de reciclaje llevada a cabo por los estudios Disney, algunas cosas llegan a funcionar espectacularmente, como la delirante Chip ‘N Dale Rescue Rangers y otras fracasan miserablemente como la ridícula Hocus Pocus 2. Encantada 2, la secuela de la adorable revisión de las princesas Disney del 2007, no puede compararse con la esperpéntica versión en acción real de Pinocho, pero tampoco puede considerarse como el triunfo que generó la pareja de ardillas.
La tentación irresistible de afirmar que la segunda parte de Encantada nos dejó desencantados, aplica aquí sin temor a equivocarnos. La primera parte jugó de una manera inteligente con el enfrentamiento entre la ingenuidad y el optimismo ciego de una Princesa que procede de un mundo de hadas animado, versus el cinismo y la amargura de la vida real. El resultado fue una cinta extremadamente divertida y encantadora. Pero esta segunda parte se siente cansada, vacía, aburrida y soporífera.
Adam Shankman, el talentoso director de musicales como Hairspray y La era del Rock, reemplaza a Kevin Lima, el director de la primera parte, y el resultado nunca llega a cuajar, pese a que el noventa por ciento del elenco original está presente, incluyendo a la maravillosa Amy Adams, y a que cuenta con la notable adición de Maya Rudolph como la villana de turno (reemplazando a Susan Sarandon).
Aunque la cinta llega quince años después del estreno de su predecesora, la historia se desarrolla una década después de los sucesos acontecidos con la Princesa Giselle (Adams) y Robert (Patrick Dempsey) su “Príncipe azul” neoyorquino. La pareja se casó y tuvo una hija llamada Sofia. Morgan, la hija de Robert (Gabriella Baldacchino reemplazando a Rachel Covey) se ha convertido en la típica y odiosa adolescente centennial, dejando atrás a la adorable niña de la primera parte, y Giselle, su madrastra, no sabe qué hacer con ella.
Es así que Giselle surge con un plan: Dejar atrás a Manhattan, para irse a vivir con su familia en una casa alejada del mundanal ruido de la ciudad. Como era de esperarse, la frase “Y vivieron felices para siempre” aquí no aplica y la familia entra en crisis al enfrentarse a la nueva vida en los suburbios. El trabajo le queda muy lejos a Robert y Morgan debe abandonar su vida y sus amigos. Desde esta premisa inicial, el espectador comenzará a bostezar de manera incontrolable, porque ya se sabe qué va a suceder, pero quedan dos horas de metraje.
Edward (James Marsden), el antiguo pretendiente Giselle, y Nancy (Idina Menzel), ahora son el rey y la reina de Andalasia, el lugar de origen de nuestra protagonista, y los dos acuden en su ayuda. El resultado es una varita mágica que cumple con un deseo de una manera desafortunada y que convierte la vida en los suburbios en una vida de cuento de hadas, en donde Malvina Monroe (Rudolph), la odiosa líder social, se convierte en una auténtica bruja, Monroeville se convierte en Monroelasia (una aldea similar a la de La Bella y la bestia) y Giselle poco a poco se transformará en una madrastra malvada para Morgan.
Las canciones, compuestas por los reputados Alan Menken y Stephen Schwartz, son excesivas y poco memorables (hay un intento de darle a Menzel la oportunidad de brindar algo de la magia lograda en Frozen con una canción sobre el poder del amor, pero que termina siendo más fría que Frozen 2). La química entre Adams y Dempsey y entre Adams y Rudolph es casi inexistente, los personajes están tan poco desarrollados y la trama es tan predecible, que el público rogará porque se acabe de una manera prematura.
Lo más triste de Desencantada, no es que sea tan mediocre, sino que llega a manchar el cálido recuerdo de la primera cinta. Eso constituye todo un desencanto.