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Crítica: Contra todos (Boy Kills World)

Una cinta de acción hiperviolenta y artificiosa que se siente como otro intento de llevar los videojuegos de Street Fighter y Mortal Kombat al cine.

Mortiz Mohr  

/ Bill Skarsgård, Jessica Rothe, Michelle Dockery, Sharlto Copley, Yahan Ruhian, Brett Gelman, Famke Janssen

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Cine Colombia

Bill Skarsgård, el actor conocido por interpretar al payaso Pennywise en las dos películas basadas en It, la novela de Stephen King, desea seguir los pasos de su hermano Alexander (el protagonista de la infravalorada The Legend of Tarzan y de la sublime The Northman), para convertirse en una estrella del cine de acción hiperviolenta. Primero como el odioso villano de la magistral cuarta parte de John Wick, y ahora como un “joven” de chaleco rojo a lo Street Fighter y One Piece, y que piensa con la voz de un narrador de videojuegos (cortesía de H. Jon Benjamin) en la cinta derivativa Boy Kills World.  

La ópera prima del director alemán Mortiz Mohr nos muestra a Bill encarnando a un luchador sordo, mezcla entre Jet Li, Jean Claude Van Damme y Goku, que sobrevive en un futuro totalitario muy similar al de las sagas juveniles de The Hunger Games, Maze Runner y Divergent. Al igual que “la novia” sin nombre de Kill Bill, a nuestro protagonista solo se le conoce como “el chico”. Por medio de flashbacks (recurso usado por Tarantino en su homenaje al cine de venganza y artes marciales), el chico entrena escondido en una montaña bajo la tutela de un estricto maestro conocido como “Shaman” (Yayan Ruhian de las magníficas dos entregas de The Raid), que bebe del Maestro Roshi de Dragon Ball, así como del Maestro Semilla de Drunken Master, el Sr. Miyagi de Karate Kid, los maestros de Las 36 cámaras del Shaolín y, por supuesto, de Hattori Hanzo y Pai Mei, los dos maestros de Kill Bill interpretados por los grandes Sonny Chiba y Gordon Liu

La razón del entrenamiento tiene que ver con la búsqueda de venganza, ya que la madre y la pequeña hermana del chico (Quinn Copeland) fueron brutalmente asesinados por Hilda Van Der Koy (Famke Janssen recuperándose de la inmunda adaptación de Caballeros del Zodiaco), la matriarca paranoica de una familia corrupta, perversa y poderosa que gobierna con mano de hierro y gusta de sacrificar a los civiles para dar a conocer quiénes son los que mandan. Además, la familia Van Der Koy está detrás de un evento anual llamado “el exterminio”, en el que los ciudadanos rebeldes arrestados por las fuerzas del Estado, se enfrentan entre sí en un combate a muerte televisado muy al estilo de The Hunger Games, The Running Man y Death Race 2000).

Siguiendo la línea narrativa de los videojuegos de acción hiperviolentos como Street Fighter, Mortal Kombat, Tekken, Contra y Doom, vamos a ver a el chico enfrentándose a sus enemigos y generando fatalities por medio de puñetazos y patadas, rompiendo huesos, desgarrando músculos, mutilando, decapitando, ahorcando, aplastando, disparando y apuñalando. 

Asimismo, el chico se irá encontrando con cada uno de los miembros de la familia Van Der Koy, como si se tratara de un “jefe” al que hay que derrotar para pasar de nivel. Ellos son Glen, interpretado por el sociópata Sharlto Copley, quien no es ajeno a este tipo de películas (Hardcore Henry, Free-Fire); su cínica esposa Melanie (Michelle Dockery de Downton Abbey); Gideon, el hermano con aspiraciones de guionista y unos pocos rasgos de bondad (Brett Gelman de Stranger Things) y June27 (Jessica Rothe de Happy Death Day), la hermana menor y una ruda jefe de seguridad con todo y casco de Daft Punk

En su camino hacia la venganza, el chico encontrará aliados como lo son el bribón Basho (Andrew Koji de Bullet Train) y Bennie (Isaiah Mustafa), un miembro de la resistencia de diálogos incoherentes, muy parecido al Mousse de Chocolat de la comedia Top Secret. ¡Ah! y el chico va a estar acompañado en sus correrías del “fantasma” de su pequeña hermana, quien sirve como un Pepito Grillo.

Cuando Sam Raimi (productor de esta película) debutó con The Evil Dead, puso todo su amor y esfuerzo en la realización de una cinta de terror de bajísimo presupuesto que buscaba incluir todo lo que, a él, como fanático del cine de terror y de las cintas de George A. Romero, quería para su ópera prima. El resultado fue una película de culto que ni siquiera su director pensó que tendría un impacto tan duradero como profundo en el público. No obstante, la cinta de Mohr se siente como el trabajo de un director que, de una manera artificiosa y cínica, trata de pegar lo mejor de muchas películas, series, cómics y videojuegos, para crear una “película de culto”. Y es que a Boy Kills World le falta la audacia, la sinceridad, la autenticidad, la elegancia y, sobre todo, el amor y la humanidad para ello. 

Boy Kills World trata de ser una parodia de las cintas de acción violentas, pero no llega a ser Deadpool. Intenta ser un homenaje a los videojuegos violentos, pero no se acerca al paroxismo absurdo de la original Hardcore Henry. Y pretende ser una cinta de venganza hiperviolenta como los fueron Kill Bill, John Wick y Oldboy (con todo y giro en el acto final), pero su director no se acerca a la genialidad de Quentin Tarantino, Chad Stahelski o Chan-Wook Park.   

Pongámoslo de esta manera: Boy Kills World es muchísimo mejor que las horribles adaptaciones para cine de Street Fighter y Double Dragon (o el espantoso reboot de Mortal Kombat), pero no pasa de ser una cinta de acción efímera que pretende usurpar el panteón de John Wick, Kill Bill y Oldboy, y ahí es donde falla miserablemente. Además, Bill necesita unas cuantas lecciones sobre heroísmo sublime por parte de su hermano mayor.  

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