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Depp v. Heard: una docuserie sobre las miserias después del paraíso perdido

La nueva producción sobre el controvertido caso de Johnny Depp y Amber Heard intenta mirar más allá de la espectacularización del dolor

Por  BARTOLOMÉ ARMENTANO

septiembre 7, 2023

El litigio Depp-Heard, claro, no podía sino ser un show televisado.

STEVE HELBERT/AFP VIA GETTY IMAGES

”Hace dos años, me identifiqué como figura pública en contra de la violencia doméstica y sentí la ira de nuestra cultura hacia las mujeres que se atreven a hablar”. Eso escribió Amber Heard en 2018, en una nota de opinión que publicó el Washington Post y que puso en jaque a la reputación de cuatro décadas de Johnny Depp. Si bien la alusión al actor era tácita, la declaración escaló hasta convertirse en un juicio por difamación, que comenzó en abril de 2022 y se extendió a lo largo de seis semanas en el condado de Fairfax, Virginia. Él demandó y ella presentó una contrademanda. Él se configuró como la cara visible de la injuria masculina y ella se postuló como sinónimo de la libertad de expresión. Y entre los cientos de millones de dólares que se disputaron entre ambos, se generaron unos cuantos más a consecuencia del extractivismo influencer.

El litigio Depp-Heard, claro, no podía sino ser un show televisado. Lo que extiende una pregunta: ¿cómo se aborda un caso de esta naturaleza sin incurrir, precisamente, en la espectacularización del abuso doméstico? ¿Puede una serie documental de consumo masivo estar, en lo ético, por encima de los tantos otros intentos de capitalizar sobre el dolor de estas dos celebridades? ¿Y qué pasa cuando un audiovisual así se estrena a pocas semanas de la descompensación de uno de sus protagonistas en un hotel de Budapest?

Depp v. Heard, la docuserie de Emma Cooper distribuida por Netflix, tiene el acierto de aproximarse al material con una distancia mesurada y neutra, contraponiendo por primera vez los testimonios que ambos intérpretes ofrecieron en el estrado con dos semanas de diferencia. Es un logro de edición notorio, porque el montajista Alistair Martin debió realizar su trabajo de escultor sobre una materia prima que superó las 200 horas de transmisión (este fue el primer juicio de violencia doméstica televisado en Estados Unidos, a pedido de Depp). Y a diferencia de títulos del estilo como Allen v. Farrow o Leaving Neverland, que se preciaban de esgrimir un enfoque condenatorio sin siquiera barajar la posibilidad del derecho de réplica, Depp v. Heard maneja un planteamiento que nunca es tendencioso ni se priva de mostrar los trapitos sucios de nadie.

Por supuesto, es inconcebible encontrar la imparcialidad de un juez en la parcialidad de una película (Michael Haneke, jugando con una frase de Godard, definió el cine como “24 mentiras por segundo”), pero Depp v. Heard jamás recurre a algo tan facilista como yuxtaponer una filmación casera de Woody Allen con cuerdas discordantes y presentar eso como evidencia concluyente. Incluso cuando la conclusión a la que se llega es la misma, prescindir del procedimiento argumental (que deriva en una síntesis de la confrontación entre una tesis y su antítesis) es nocivo contra la verdad, y el documental de Netflix jamás incide en eso.

La síntesis particular que Depp v. Heard, como show, pareciera querer respaldar es la que afirma Nick All (“The Viall Files”) en el último episodio y que, en realidad, teorizó Aristóteles hace más de veinte siglos: “Vivimos en una época en la que no le creemos al que tiene razón, le creemos al que nos cae mejor por ser quien es”. Lo cierto es que la contienda, atravesada por tantas aristas, es paradigmática de muchas cuestiones, más allá de apelar al pathos para poder persuadir. Depp-Heard, y el precedente que sienta el caso, tiene que ver con la deificación de las estrellas, con la cultura de la cancelación y su presunta vigencia, con el #MeToo y las víctimas perfectas, con los posicionamientos absolutos (así sean de creencia o escepticismo) como comodines que permiten eludir la responsabilidad que conlleva interiorizarse con cada conflicto antes de dictaminar una sentencia instagrameable, con la hipocresía de creer indiscriminadamente hasta que tocan a tu actor favorito. Es un suceso maleable y pasible de análisis.

Para el equipo de Heard, el juicio “no se trata de quién les cae mejor y no se trata de si están de acuerdo con lo que ella escribió; se trata de su derecho a decirlo” (así lo afirma su abogado, Ben Rottenborn, en un punto clave). Para un representante de Depp, Benjamin Chew, el caso gira alrededor de “lo devastadoras que pueden ser las palabras cuando son falsas y se dicen públicamente”. Y para Cooper, la directora, se trata sobre Johnny y sobre Amber; no hay mucho subtexto o trabajo asociativo por fuera de algún esbozo sobre la propagación de desinformación en redes sociales (dicho eso, las filmaciones de youtubers acampando afuera del tribunal para conseguir pulseras de acceso son ciertamente indignantes).

De todos modos, aunque Depp v. Heard organice más de lo que problematiza, el rigor con el que opera resulta ocasionalmente revelador. Hay valor en el hecho de ver a Depp desplegar sus estrategias retóricas en tiempo real (como, por ejemplo, cuando pone la asimetría de edad sobre la mesa él; o cuando sugiere que su recaída en el alcoholismo ocurrió encerrándose en el bar de su casa, mientras se refugiaba de un ataque de ella). Hay una observación sagaz de Kathryn Tenbarge, periodista especializada en tecnología, sobre el algoritmo de TikTok en relación al caso (“Monetizan con que la gente lo quiere a él, y entonces hacen esos videos. Los propios creadores me dijeron que, si alguien dice que tiene una posición neutral o que cree que Amber es una víctima, lo acosan inmediatamente”). En general, hay un reconocimiento justo de los puntos más importantes: las agresiones mutuas, la duda razonable que lo protege a él, los documentos barajados que la incriminan a ella, pero también los descartados que podrían haber modificado el desenlace.

Quizás el componente más movilizante de Depp v. Heard resida en las remembranzas de ambos sobre los orígenes de su relación; la emotividad con la que retornan a aquel paraíso perdido, independientemente de cómo se desarrollaron posteriormente las cosas. Para el público, tener el contexto de su atracción original redobla el impacto emocional de toda la miseria que vino después; y conforma, tal vez, el único instante de humanidad en toda esta campaña publicitaria disfrazada de juicio por difamación. En cuanto a todo lo demás, that’s showbiz.

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