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Crítica: Vidas pasadas (Past Lives)

Una directora coreano-canadiense nos presenta una historia de amor en los tiempos de Skype.

Celine Song 

/ Greta Lee, Teo Yoo, John Magaro

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía.

La dramaturga y cineasta coreano-canadiense Celine Song, debuta con una cinta romántica que posiblemente recoge muchas de sus experiencias personales, pero que también bebe de la trilogía before de Richard Linklater, del cine de Wong Kar-Wai (Chungking Express, In The Mood For Love), de Lost in Translation de Sofia Coppola, de Her de Spike Jonze e Eternal Sunshine Of A Spotless Mind de Michel Gondry (esta última, referenciada directamente en el filme). 

Vidas pasadas es una cinta romántica que apela a las personas de clase media y alta que nacieron en el siglo XXI, con sus relaciones mediadas por la internet, su vida sentimental impregnada por las K-Series y el K-Pop, y con las obligadas migraciones buscando un futuro diferente en una tierra extraña, que hacen parte casi que obligada de sus ritos de pasaje. 

Song comienza su película de una manera bella, con tres personas, un hombre coreano, una mujer coreana y un hombre estadounidense, que departen en un bar de Nueva York. Por medio de un ángulo subjetivo, unas personas a quienes no vemos se preguntan sobre qué estarán hablando. Acto seguido, y por medio de retrocesos en el tiempo, los espectadores sabremos quiénes son esas tres personas.

El primero de los flashbacks nos lleva a principios del nuevo milenio en la ciudad de Seúl, donde una niña de doce años llamada Na-young (Seung Ah-moon), regresa de la escuela acompañada de un niño de 12 años llamado Hae-sung (Seung Min-yim). Ambos se gustan, aunque, al parecer, son muy competitivos. La madre de Na-young quiere que su hija tenga un bonito recuerdo de su primer amor y organiza una especie de cita romántica entre los dos. El corazón de Hae-sung se rompe en pedazos cuando Na-young les comenta a sus amigas que su familia va a migrar junto con ella a Estados Unidos. La escena donde los dos se despiden y toman caminos separados, es tan bella como emotiva.

El siguiente flashback nos muestra a los dos en sus veinte: Na-young (interpretada por Greta Lee de la serie The Morning Show en un bienvenido cambio de registro) ha cambiado su nombre a Nora y ahora busca convertirse en escritora en Nueva York. Mientras tanto, Hae-sung (Teo Yoo) está cumpliendo con su servicio militar en Seúl y estudiando ingeniería. Los dos se reencuentran gracias a las redes sociales y luego se comunican por Skype, en una serie de conversaciones similares a las cartas de amor o las llamadas telefónicas de antaño. Sin embargo, Nora decide que tener una relación a distancia no es algo bueno y decide ponerle fin, volviendo a romper el corazón del joven. 

Un posterior flashback nos muestra a Na-young establecida con una carrera como dramaturga, al igual que su padre. Hae-sung, después de una relación fallida, finalmente llega a Nueva York en busca del amor de su vida. El corazón se rompe por tercera y última vez cuando por fin se encuentra personalmente con Na-young, quien ya tiene un esposo llamado Arthur (John Magaro), el novelista que completa al trío.  

La cinta de Song se siente como una preciosa tacita de té que contiene una bebida insípida o como un postre de hermosa presentación que termina siendo un plato desabrido. Además, la directora es incapaz de cortar donde debería hacerlo. Margaret Booth, una de las editoras más importantes en la historia del cine, decía que uno debe cortar con las tripas y no con la cabeza. Song y su editor Keith Fraase (colaborador recurrente del gran Terrence Malick), cometen ese error.

Sin embargo, esta obra de bella factura no deja de exponer unas cuantas verdades sobre la vida, la identidad y el amor, que se sienten como un shot de azúcar (o de alcohol) necesarios para que nuestro corazón comience a latir con fuerza, a pesar de que llegan muy tarde. El primer shot se produce cuando Arthur, en cama junto a su esposa, comenta con cautela, delicadeza y algo de amargura, sobre la distancia insondable que los separa, producto de sus orígenes, sus idiomas y, en últimas, sus identidades. Recordemos que ambos son escritores y poseen una idea preconcebida e idealizada sobre lo que es el amor, concepto que, después de todo, es una ficción concebida por la literatura. A esto se suma que, en la primera parte de la cinta, Nora nos habla sobre el concepto coreano de “in-yun”, que traduce del coreano “fe” o “confianza” y alude a cómo el destino vuelve a reunir a las personas que fueron amantes en vidas pasadas (de ahí el título de la cinta). 

El segundo shot, igual de intenso y doloroso que el anterior, se da cuando por fin nos enteramos de qué estaban hablando los tres en el bar.  Corte.

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