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Competencia Oficial

Los españoles Penélope Cruz y Antonio Banderas unen sus fuerzas junto al argentino Carlos Rodríguez, para mostrarnos el lado más oscuro del séptimo arte

Mariano Cohn, Gastón Duprat 

/ Penélope Cruz, Antonio Banderas, Carlos Rodríguez

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía STAR+

El cine es al mismo tiempo arte e industria, así algunos no lo quieran aceptar. Y es precisamente esa polarización o falta de conciliación que algunos tiene sobre el cine, el eje central de Competencia oficial, el nuevo trabajo de Mariano Cohn y Gastón Duprat, los artífices de esa deliciosa sátira sobre el mundo de la escritura llamada El ciudadano ilustre. 

Competencia oficial comienza con Humberto Suárez (Joé Luis Gómez), un magnate muy parecido al Sr. Burns de Los Simpsons, quien al final de su vida entra en una crisis existencial (del tipo que padecen aquellos que lo tienen todo) y se empecina en dejar un legado. Su subalterno, muy similar al Smithers de la serie animada, propone hacer un puente.  Pero el Sr. Suárez quiere algo menos efímero: producir una película.

Para ello, el Sr. Suárez contrata a Lola Cuevas (Penélope Cruz), la mejor directora del momento. Lola es una especie de amalgama entre Maya Deren y Lucrecia Martel. Una “autora” excéntrica y pretenciosa quien hará la película solamente si se le da completa libertad y si se le permite trabajar bajo sus propias condiciones.

Los actores elegidos por Lola para trabajar en la producción del Sr. Suárez son Félix Rivero (Antonio Banderas), una estrella con ínfulas de diva y protagonista de numerosos éxitos de taquilla; e Iván Torres (Óscar Martínez), un respetado actor y profesor de actuación, con una actitud diametralmente opuesta a la de Félix y que considera al teatro como un arte sagrado y al cine como un arte que ha sido contaminado por una industria que coloca al éxito comercial por encima del mérito artístico.

La película en cuestión, basada en una novela premiada, cuenta la historia de un hombre que no puede perdonar a su hermano por matar a sus padres en un accidente automovilístico mientras conducía en estado de ebriedad. Félix ve aquí la oportunidad de ganar respeto como actor e Iván de canalizar el resentimiento (y la envidia) que siente por Félix e incorporarla a su personaje. Lola, por su parte, será la encargada de controlar el enorme ego de los dos actores y llevarlos a dar lo mejor de sí, utilizando unos métodos más que inusuales.   

Competencia oficial es una obra maestra de la sátira y una cinta kafkiana que nos muestra todo lo que está mal con el cine y sus oficios, especialmente el de la actuación. Esta es una película que nos muestra como el cine, más que estar contaminado por una industria amante del dinero, es un arte contaminado por el narcicismo y por lo ridículo y lo absurdo. Esta es una película que además de hacernos reír a borbotones y de desbordar mordacidad, nos habla sobre la mentira.

La cinta escrita y dirigida por Cohn y Duprat comenta sobre lo que las personas piensan sobre ellas y cómo contrasta con lo que los demás piensan. Es también una cinta sobre la impostación, sobre fingir ser alguien que no se es. Y además es una crítica hacia esa superioridad moral que muchos artistas asumen e imponen y sobre la idea de que el artista posee una mayor sensibilidad e inteligencia que nosotros, los simples mortales. Sin embargo, Competencia oficial no es solo para reírnos del otro. Como las mejores comedias, nos permite reírnos de nosotros mismos, de nuestra naturaleza neurótica, patética y ridícula.

La fotografía de Arnau Valls Colomer y el diseño de producción de Alain Bainée son de una gran belleza y elocuencia. La edición de Alberto del Campo es de una gran precisión y la música de Eduardo Cruz resalta lo que tiene que resaltar. Por su parte, Cruz, Banderas y Martínez nos entregan unas interpretaciones sublimes. Los secundarios Gómez, Irene Escolar (quien encarna a Violeta, la joven hija del millonario que pretende ser actriz) y Pilar Castro (como Diana, la esposa de Iván, quien aprovecha cualquier oportunidad para imponer los libros infantiles que escribe), están todos magníficos, aportando la comicidad, la ironía y la complejidad necesaria para que esta hoguera de las vanidades arda a unas temperaturas muy elevadas.   

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