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¿Cómo podría o debería ser el rock del futuro?

Algunas reflexiones sobre los cambios que necesitaría este género para proyectarse en las décadas que están por venir. [OPINIÓN]

Por  RICARDO DURÁN

mayo 10, 2024

Fotos: Freepik. Ilustración: Santiago Sanabria Uribe.

Uno supondría que el punto de partida radica en alguna definición, algún concepto claro de lo que significa “el rock”; sin embargo, eso llevaría a eternas discusiones bizantinas. Por eso, y porque se trata de compartir una serie de opiniones, no de verdades indiscutibles, podemos partir de la siguiente base: El rock es una actitud, un espíritu que ha encontrado unos caminos de expresión que se enmarcan en unos parámetros estéticos más o menos reconocibles, pero que jamás deben convertirse en una camisa de fuerza.

Desde ese entendimiento nos distanciamos de la definición que restringe al rock a música hecha en 4/4 con guitarra, bajo y batería. Y hay que alejarse de ahí porque esa idea excluiría del género a canciones de gente como los Beatles, Yes, Pearl Jam, Soda Stereo, Muse, Foo Fighters, Rush, Charly García o Tool, por poner solo algunos ejemplos.

Esa necesidad de definir rígidamente al rock a partir de ciertas estructuras rítmicas, sonoridades o temáticas, nos lleva al primer planteamiento en relación a lo que podría o debería ser el rock del futuro:

Menos conservador

El rock debería mantener y/o rescatar buena parte del espíritu transgresor que lo identificó en sus primeras décadas, y eso implica una mayor apertura a la verdadera exploración, una disposición a correr riesgos más profundos en muchos aspectos.

Con toda la tecnología que se encuentra disponible actualmente, el rock del futuro no debería limitarse a repetir lo que se hizo antes. Debería proponer, romper moldes y desafiar el statu quo desde su propio espíritu, porque no habría nada más conservador que tratar de complacer a la industria (y al público nostálgico) con bandas que busquen ser las nuevas versiones de agrupaciones exitosas del pasado. El mundo no necesita a unos “nuevos Pink Floyd”, necesita a alguien capaz de sorprender y conmover tanto como lo hizo Pink Floyd, pero con propuestas realmente novedosas.

Algunas personas dicen, “es que solo existe un número reducido de notas musicales”, pero dejan a un lado el hecho de que hay infinidad de posibilidades sonoras, efectos y recursos que la tecnología y los diversos instrumentos (análogos o digitales) ofrecen. Por otra parte, el rock ha trabajado históricamente con base en muy pocas formas rítmicas que se han utilizado y repetido incansablemente, al punto que para muchas personas estas formas escasas definen el propio concepto del género y sus ramificaciones.

Por supuesto, hay que tener en cuenta que no hay nada más conservador que la industria musical porque, como cualquier industria, tiene como propósito repetir fórmulas y masificar productos rentables sin mayores riesgos. Por eso podríamos pensar que el futuro del rock está lejos de los esquemas impuestos por las grandes corporaciones (disqueras, plataformas o promotores de espectáculos) y de quienes se venden como “salvadores” de una música que ocasionalmente ven como una posible mina de oro.

No hay nada malo en que las bandas y artistas con mayor experiencia llenen los estadios, puede ser un buen síntoma desde alguna perspectiva, pero al mismo tiempo es señal de un espíritu muy conservador y nostálgico. Ver a un montón de adultos mayores cantando sobre fiestas eternas y desenfreno juvenil, en su enésima gira de despedida, es la cosa menos rockera del mundo.

Más real, menos viral

El rock de verdad se vive alrededor de los escenarios en la conexión entre un público presente, en cuerpo y alma, que asiste a un espectáculo en el que espera ser sacudido hasta sus fibras más profundas. Su espacio natural no son las redes sociales, ni los programas de chismes, ni las revistas del corazón. Hablamos de una música marcada por elementos profundamente orgánicos, por cosas que puedes tocar y romper, definida por personas que se han dedicado a dominar en mayor o menor medida una voz o un instrumento, cualquiera que este sea.

Instagram o TikTok, por mencionar solo un par, solo son herramientas, no pueden convertirse en destinos o puntos de partida. La gente que hace rock honestamente, lo hace porque es una necesidad creativa y vital, no tiene la intención de alcanzar la fama o la viralidad.

Algunas figuras que no pueden mantener la boca cerrada y necesitan opinar de todo a todas horas para mantener su vigencia en las redes, le hacen un pobre favor a cualquier música. Cállate y toca, suelta el teléfono y canta, demuestra que tus canciones tienen algo de sustancia.

Hay muchas bandas jóvenes que esperan a tener seguidores en redes para organizar sus primeros shows, sin entender que la cosa funciona al revés. Primero aprendes, tocas, te curtes, muestras tu valía, y eso va -poco a poco- forjando un público.

Hace un tiempo escuchaba a un personaje que en ese momento tenía cinco canciones en Spotify y 396 imágenes publicadas en Instagram; sus prioridades eran claras cuando se escuchaba la música. Ni una sola propuesta musical interesante, y la certeza de que eso no llegará a ninguna parte, porque el tipo pasa más tiempo haciéndose fotos que ensayando o componiendo.

En el rock la tarima es la cuna, el camino y la tumba.

Menos “anglo”, más periférico

El mundo empezó a conocer el rock & roll hace ya más de seis décadas, y el género (en casi todas sus vertientes) se ha convertido en patrimonio de la especie humana, ya no debería entenderse como un asunto exclusivamente dominado por británicos, norteamericanos o australianos. Poco a poco bandas y artistas de muchos otros países han aprovechado la globalización para abrirse espacio en mercados que antes eran propiedad privada de los “anglo”.

Europa ha sido siempre un jugador esencial, con Suecia o Alemania dando una pelea histórica en el rock y el metal, y es bueno ver que países como Islandia o Finlandia se han metido firmemente en la conversación. Sin embargo, siempre será necesario que el rock ponga sus ojos en otras latitudes para enriquecerse en todos sus aspectos.

Alguien más refinado en sus argumentos podría utilizar en este punto expresiones como “postcolonial”, “hegemonía” o “anglocentrismo”. Las bandas y artistas de nuestros países iberoamericanos deberían alejarse de la costumbre de cantar en inglés, un idioma que muchas veces les mete en problemas, y que implica pasar al final de la fila más larga en un mercado ya saturado, en el que suelen estrellarse de formas muy dolorosas. La búsqueda de un éxito global les lleva a convertirse en proyectos insostenibles y carentes de identidad.

En ese mismo sentido, el rock del futuro podría ser menos global, menos masivo, y más local, sin que eso le quite nada de su valor, todo lo contrario, podría hacerlo más genuino, más auténtico y contestatario, un reflejo de la atomización que ha vivido, una respuesta a los planes arrasadores de la industria, una muestra de su capacidad para construir nuevos nichos y audiencias.

Más allá de los gustos individuales, el futuro del rock necesita más casos como el de Sepultura (una excepción que muchos buscan imitar sin éxito), más fenómenos extraños como BabyMetal, y más visibilidad para artistas que no hacen parte de las mismas naciones de siempre. Café Tacvba ha debido conquistar el mundo entero porque el planeta es mucho más que Camden o Nashville, y está lleno de grandes historias en todos sus rincones. El rock del futuro tiene que contarlas.

Menos “machito”

En su gira pasada, el espectáculo ofrecido por Mötley Crüe parecía una fuente inagotable de vergüenza ajena, de cringe. Y el responsable no era solo Vince Neil con sus inexistentes habilidades vocales; la banda presentaba en el escenario a unas chicas que debían mover sus corpulencias mientras hacían el trabajo de coristas/bailarinas/roadies. Era un torpe recuerdo de los más torpes espectáculos ochenteros, y el rock del futuro no puede ser eso. Nunca más.

Afortunadamente hoy tenemos nuevas conciencias y aprendizajes que deberían evitarnos cometer tantos errores. La actitud seductora del chico malo, del fanfarrón, o del rebelde sin causa que se hace selfies rodeado de modelos como si fueran nada más que decoración, es una verdadera estupidez en el siglo XXI. Y si en otros géneros es la regla, el rock debería desmarcarse y desafiar semejante tontería, propia de una mentalidad muy obsoleta.

El rock del futuro debe reconocer un espacio digno, sin discriminación ni violencias, para las mujeres y las personas queer, porque sus perspectivas son absolutamente válidas y necesarias en un género que supuestamente nació para darnos himnos de libertad. Quien escribe estas líneas piensa que la actitud de Tracy Chapman cantando para Amnistía Internacional es mucho más rockera que la de Gene Simmons vomitando sangre durante un solo de bajo que parece compuesto por Homero Simpson.

En Iberoamérica también tenemos personajes parecidos a Vince Neil, pero afortunadamente no cuentan con los recursos para llevar su ridiculez tan lejos. El rock del futuro necesita más gente como St. Vincent o Andrea Echeverri, y no necesita a nadie como él.

Más cercano a la (verdadera) juventud

Basta ya de decir que ser joven es “un estado de ánimo” o cosas así; los que tenemos más de 40 ya no somos precisamente jóvenes, debemos aceptarlo con madurez y dignidad. Con fines estadísticos, las Naciones Unidas identifican a la juventud como el conjunto de personas que tienen entre 15 y 24 años. Por algo será. Ya es hora de envejecer con altura y con una sonrisa estoica en la cara, porque nadie será más joven cuando despierte mañana.

Hoy hay muchos géneros (rap, urbano, electrónica) que llevan años construyendo sus audiencias entre la gente más joven, aprovechando que el rock se confió porque hace tiempo fue el rey del mundo. Pero las cosas han cambiado, y es necesario que el rock del futuro sea inteligente para llamar la atención de la niñez y la adolescencia, por más raro que eso parezca. Eso sí, tiene que tratar a estos públicos con la altura necesaria, como gente inteligente, consciente y cada vez más informada.

Durante muchos años el rock ha contado con el patrocinio de marcas de licores o cigarrillos, pero si el rock del futuro es más inteligente, entenderá que necesita financiarse con recursos que no le cierren las puertas ni perjudiquen a su propia audiencia. Si el rock sigue empeñado en vender botellas de whisky, se encontrará con un público -ya mayor de edad- que hace tiempo tiene sus gustos muy definidos, y seguirá perdiendo terreno, hasta que llegue el día en el que nadie se interese por patrocinarlo.

Menos monotemático, menos autorreferencial

En este punto de la historia ya no tienen cabida los clichés del rock & roll de los 60 o 70; han pasado muchas décadas, y todo se ha transformado de forma radical con una velocidad impresionante. El rock del futuro tiene muchos desafíos nuevos, y no puede seguir estancado cantándole al “rock & roll life style” ni limitarse al poeta torturado, al rancio y obsoleto encanto de la decadencia, o a las canciones de amor adolescente.

Todos los géneros tienen sus momentos autorreferenciales, pero necesitan dejarlos atrás para evolucionar; el metal que habla de metal, el rap que habla de rap, o el rock que habla de rock, proponen discursos muy limitados, que envejecen mal para terminar convirtiéndose en caricaturas que se toman demasiado en serio.

Hay quienes dirán que en la música, el cine o la literatura solo hay cuatro o cinco temáticas, y es probable que desde alguna perspectiva tengan razón, pero los enfoques, los tratamientos, las luchas, las estéticas, las herramientas, los tonos, tienen que transformarse con los tiempos. De lo contrario, no tendría sentido oír nada nuevo. La Inteligencia Artificial, el feminismo, las cuestiones medioambientales, o las migraciones, hoy son asuntos completamente distintos, ya no representan lo que representaban en los 70, por ejemplo.

Todos los días pasan cosas tremendas alrededor del mundo, y se necesita gente que levante la voz, que no viva mirándose el ombligo. Para ser relevante, el rock del futuro necesitará estar conectado con lo que viven las bandas y el público como integrantes de la sociedad, por eso Rage Against The Machine, Patti Smith, Manu Chao o Aterciopelados, alcanzaron tanto impacto en sus contextos. Sin embargo, algunos sectores (más interesados en el mercadeo que en el arte) han promovido una desconexión absoluta con la realidad socioeconómica y política, mientras otros promulgan una idea de superioridad del rock sobre la mayoría de géneros. Esos dos caminos pueden llevarlo a un futuro lamentable.


Como se decía al comienzo, esta son apenas unas reflexiones, y podrían ser muchas más. Bienvenidas perspectivas. Lo importante es ver que el rock del futuro necesita del rock que se hizo en décadas pasadas para encontrar inspiraciones, no modelos a imitar, y también lo necesita para aprender de sus errores.

El rock del futuro podría, y debería, cuestionarse mucho más, explorar nuevas actitudes, nuevos caminos sonoros, rítmicos y temáticos. De esa forma podría ser más interesante e incluyente para nuevos públicos; podría, además, mostrarse más fuerte ante la industria musical para asegurar su supervivencia y proyectarse hacia las próximas décadas, como un espíritu que resuene en todo el planeta con más fuerza que mil millones de likes.

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