“¡La luna está muy guapa!”, exclamó Damon Albarn en un castellano que cada vez le sale mejor mientras la segunda y última jornada del festival Primavera Sound Buenos Aires comenzaba a apagarse lentamente. El esperado show de Blur, uno de los platos fuertes del domingo junto con Beck y Pet Shop Boys, comenzó a las 11 de la noche en el escenario Heineken, instantes después de que sus coterráneos, Neil Tennant y Chris Lowe, culminaran su set de hits-de-FM-Aspen en el escenario Primavera.
Con el diario del lunes, hubiese sido interesante alterar el orden: que salga Blur a escena a las 21 para repasar su derrotero de clásicos de los 90 y principios del 2000, y luego terminar el día bailando con Pet Shop Boys. Quizás, de esa manera, la gran masa de público que inició el éxodo cuando Albarn y compañía recién estaban empezando a calentar el escenario, se hubiese quedado a cantar el estribillo de “Country House” a los gritos, o a rebotar en el pasto chamuscado del Parque Sarmiento con “Parklife”. Pero es imposible saberlo. Sin embargo, lo que sí sabemos es que, para los fanáticos que habían ido casi exclusivamente a ver a los fab four del britpop (que no se enojen los Team Oasis), la desconcentración de gente fue una bendición.
A diferencia de lo que había ocurrido con The Cure el día anterior, o incluso con los propios PSB minutos antes, cuando Blur arrancó su show con “The Ballad”, una de las perlas más suaves de su flamante nuevo disco, The Ballad of Darren, cualquiera podía arrimarse a escasos metros del escenario sin problema alguno. Era la oportunidad perfecta para ver de cerca la remera a rayas de Graham Coxon (¡qué guitarrista!), el flequillo perfecto del bajista Alex James o el diente de oro de Albarn sin morir aplastado en el pogo.
Al cantante, que es el protagonista absoluto de la velada, ya lo habíamos visto en ese mismo escenario un par de horas antes, cuando Beck lo invitó a cantar “The Valley of The Pagans”, el tema que compusieron juntos para Song Machine, Season One: Strange Timez, el experimento pandémico de Gorillaz. Albarn no recordaba la letra, así que no despegó la vista del teleprompter. Después, ya montado en su propio espectáculo, sí pudo posar sus ojos en la luna, que acompañó con hidalguía las dos jornadas, en el público al que no paraba de arengar, con sus dos brazos en alza, y en las teclas del piano que siempre tiene a mano para comenzar, cuál director de orquesta, cada una de las piezas que lo ameritan.
Durante unos 90 minutos, Blur animó el fin de fiesta de la segunda edición local del evento que nació en 2001 en Barcelona, España, que se hizo franquicia y que logró importar su foco, su estética y su filtro a ciudades de todo el mundo. Probablemente, no haya banda sonora más adecuada para este festival que “Coffee & TV”, “Song 2”, “Girls and Boys” o “Tender”, cuatro verdaderas bombas irrigadoras de nostalgia que pagaron la entrada y justificaron el esfuerzo de quedarse hasta el final después de dos días de sobre información musical.
La calidez de Blur con su público también fue parte fundamental del show. Tal como hicieron en el resto de Sudamérica, invitaron a una fan a cantar “To The End” (¡una canción que ya está por cumplir 30 años!) y a todos, desde la chica hasta Coxon y el baterista Dave Rowntree, se los vio muy cómodos con la situación. Además, Albarn tuvo un gesto con un grupo de argentinos (más precisamente, platenses) que le habían regalado una bandera en Inglaterra. El cantante la trajo de vuelta al país y se las devolvió en el escenario, en representación de las buenas relaciones entre ambas naciones, dijo en otras palabras. La alegría de esos muchachos todavía flotaba en el aire cuando la última parte del setlist empezaba a agotarse. ¿Se imaginan a Albarn armando la valija para iniciar la gira y doblando la bandera cuidadosamente para traerla sana y salva a Buenos Aires?
Que esta nueva vuelta al ruedo de Blur, la tercera después de los hiatos de 2004-2008 y 2016-2022, haya incluido un paso por nuestro país fue un acto de justicia que merecían sus seguidores. Sobre todo, aquellos que se habían quedado con las ganas de verlos en su última visita en Tecnópolis, en 2015. O los que querían repetir la experiencia, ¿por qué no? Quizás fue por eso que ninguno de los presentes parecía querer irse cuando sonaron los últimos “la la la la la” de “For Tomorrow”, ese tema inoxidable de Modern Life Is Rubbish (1993), y comenzaron los primeros acordes de “The Universal”, el evidente (e inevitable) final de la noche. La vuelta a casa, en plena madrugada del domingo, iba a ser dura. Pero, al menos desde este lado del mapa, lo tenemos bien claro: el que abandona no tiene premio.