“Trabajar con Milei fue como si viniera Darín a filmar de onda conmigo”

Santiago Oría, el director de la película La revolución liberal, cuenta cómo se gestó el buque insignia de la campaña presidencial libertaria, con más de medio millón de vistas en YouTube

Por  JOSÉ SANTAMARINA

agosto 21, 2023

Javier Milei, celebra el triunfo en las Paso 2023, en su búnker en el Hotel Libertador

Foto: Aníbal Greco

A esta hora, si se anima a quedarse quieto y que la inercia sola lo lleve hasta octubre, Javier Milei tiene grandes chances de ser el próximo presidente de los argentinos. Y los argentinos, por ahora, todavía, acá estamos, preguntándonos qué cosa es Javier Milei. De qué está hecha esa inercia que no vimos. Qué estábamos esperando los que no sabíamos que estábamos esperando.

Su película de campaña, La revolución liberal, es la metáfora de un búnker subterráneo en que se teje una agitación masiva que emerge hacia la luz mientras los otros participantes de la guerra están distraídos en asuntos equivocados. Dura dos horas, se estrenó en algunos cines y se subió a YouTube tres semanas antes de las PASO. Hasta el día de las elecciones había sido vista por 400 mil personas que ahora son más de 550 mil, que siguen subiendo en el contador a un promedio de quince reproducciones por minuto.

El film es el buque insignia de una campaña que se cocinó en un dos ambientes de Palermo Hollywood, el modesto Hollywood que supimos conseguir, donde el guionista, director y editor Santiago Oría, de 38 años, atraviesa los días y las noches de la aventura libertaria con una cámara Sony NX80, dos computadoras de escritorio, dos discos rígidos y una biblioteca de sus referencias.

Dice, todavía mareado: “Yo veía el presupuesto del kirchnerismo y los equipos de Larreta y pensaba: ‘Estos me van a romper el orto y yo puedo aspirar a hacer un papel digno y humilde’, pero de golpe la estoy pegando”. Dice, más entero: “No es que me salió de casualidad. Vengo estudiando de propaganda política de manera autodidacta hace años, y una vez que me llegó la hora apliqué todo lo que sabía y me fue bien. Pero no pensé que me iba a ir tan bien”.

El arco narrativo que va de un chino mandándose una sopa de murciélago en Wuhan al favoritismo para la presidencia argentina de un economista que quiere volar el Banco Central y liberar el mercado de órganos humanos tiene en Santiago Oría una parada obligada. “La cuarentena fue muy movilizante para mí”, dice. “Yo estaba muy muy en contra de las medidas de encierro y un día dije ‘basta, me la tengo que jugar, porque este país se está destruyendo y si sigue así me voy a tener que ir’”. 

Su relación con el candidato empezó en aquel 2020, cuando Milei no era candidato a nada y la madre de un amigo le dijo a Santiago que tenía que conocer a Javier, que iban a encajar. La señora conocía a Milei y había visto el documental contra la cuarentena que Oría había hecho con el abogado Carlos Maslatón, entonces mileísta número uno, abanderado y estrella del movimiento emergente en las redes y ahora votante en disidencia, ahora denunciante de La Libertad Avanza por la presunta venta de candidaturas, ahora panelista del massimo para la operación de blanquear al candidato inviable. Milei estaba por publicar su libro Pandenomics y Oría le ofreció convertirlo en una pieza de cine. Los unió el rechazo al presidente filminas, a los aplausos de las nueve y a los porteros empoderados y combatieron el #quedateencasa con un mediometraje en que Milei llega a un galpón clandestino para despertar a los oprimidos.

Yo quería ser el Pino Solanas liberal”, dice Oría, “y Milei era el mejor comunicador de las ideas liberales de la historia argentina después de Alberdi. Fue como si viniera Ricardo Darín a filmar de onda una película conmigo”.

El estilo de los audiovisuales es un híbrido entre la ficción, el biopic, el documental de denuncia y la propaganda política, un collage más propio de la revolución soviética que del levantamiento tiktokero y que le sirvió a Oría para condensar sus inspiraciones: ahí adentro están Errol Morris, el documentalista del demócrata Bernie Sanders, y PewDiePie, un youtuber sueco con 100 millones de suscriptores que expone su vida y repite que lo único que garpa es la autenticidad, y Dziga Vertov, el cineasta bolchevique que inspiró a una generación de directores como Jean-Luc Godard por su insistencia en la importancia del contacto directo del ojo con el evento filmado. “El cine consiste en poner la cámara en todas partes”, decía Godard, “en tratar de filmar todas las cosas, en mirar los fenómenos colectivos”.

Oría se embarcó en esa proeza desde 2021, cuando Milei lo sumó a su mesa chica, y desde entonces se hizo cargo de todos los spots de la campaña y de todo lo que fuera horizontal, mientras delegaba en la libertad del pueblo la producción vertical de los celulares. “A la cuenta oficial de Javier en TikTok la manejaba un pibito de 16 años”, dice. “No necesitábamos invertir tiempo ni plata en eso porque ya había un ejército de adolescentes que lo hacía mucho mejor que nosotros”.

Lo que hizo, entonces, fue apretar REC. “Las imágenes que circulaban de Milei eran de los paneles de televisión”, se acuerda. “Cuando lo ves solo es el famoso loco suelto, sin estructura ni equipo, pero yo quería mostrarlo con la gente, que se viera que el verdulero lo abraza y que está incorporando sus ideas. Quería contar la historia de cómo la libertad va avanzando y que eso funcionara como un permiso para los que todavía sienten vergüenza de quererlo”.

Él fue un operador y asesor, según dice, y gran parte de la creatividad siguió a cargo de Milei y de su hermana Karina, alias El Jefe, que promovió la campera de cuero y el despeinado del rockstar, la estética del león, su panic show en plena luz del día. Siempre estuvieron convencida de que el candidato tenía que vestirse y hablar y ser como era, sin especulaciones frente al espejo ni focus groups. Ya semicoronado, ya favorito, el hombre de la hora todavía repite en las entrevistas, cada vez que lo buscan, que le pueden tocar cualquier cosa menos a la hermana y a sus hijos de cuatro patas, los cuatro perros con nombres de economistas liberales. “Cuál es el problema de que tenga tanto afecto por mis perros”, pregunta, inocente, y el país con más perros por habitante del mundo parece decirle que ninguno, que acá tenés, por ahora, 7 millones de votos.

Había que bajar el cringe a cero porque la gente la estaba pasando mal”, dice Oría. “En las redes ya circulaba un spot de una peluca voladora, muy gracioso para los convencidos, pero la publicidad tenía que ser seria y presentar a un candidato profesional”. A sus costados, mientras editaba un video de chicos de quinto año contándoles a sus padres por qué había que votar a Milei, veía pasar spots de Larreta caminando con Vidal, de Bullrich recopilando su currículum, la política hablándole a la política, o producciones del kirchnerismo con drones y actores a los que ya era imposible creerles.

Javier Milei y su equipo, en el cierre de campaña de las PASO, en el Movistar Arena (Foto: Martín Bonetto)

“Yo soy documentalista”, dice. “Nunca hice una publicidad comercial, y esto siempre fue una quijotada. Si sacábamos 2 ó 5% estaba bien, era traer una forma distinta de hacer las cosas. Pero yo sabía que documentar lo que estaba pasando iba a sumar votos porque Milei es muy auténtico y la gente se le tira encima, no es necesario venderlo como un producto, hay que mostrarlo y mostrarlo sin forzar nada”.

Su tesis se verifica por contraste en la parte más floja del largometraje, cuando se pretende construir una épica de que Milei era arquero, el único del equipo que usa guantes y camiseta de otro color, el hombre que está solo y espera los pelotazos, una hazaña que no conmueve a nadie porque todos tenemos un amigo que va al arco y cuyo sacrificio no agradecemos lo suficiente, y el amor por el Pato Fillol o por el Dibu Martínez atraviesa al electorado argentino entero pero nunca se nos ocurrió pedirle a ninguno de los dos que con esos guantes que nos salvaron vinieran también a parar la inflación.

La carrera es larga y faltan las curvas y la arena movediza, pero Javier Gerardo Milei va ganando porque se sembró en el mapa como un vecino que dice lo que piensa o, incluso antes, que es. En tiempos en que el algoritmo es el otro y cada otro parece, el tipo se sentó en la cabecera a enojarse, no las veces que hiciera falta sino las veces que se enojara, sin cálculo, lanzado a la catarsis de eliminar ministerios, de ir para atrás con la ley del aborto y para delante con la portación de armas, todos programas que irá relativizando en los metros finales, cuando lo único que quede en los sueños de sus convencidos y de sus indecisos sea la imagen de un dólar en la mano, esa esperanza insuperable. No hay muchas pistas sobre cómo ni cuándo pasaría pero en el medio, quizás, pasa él.

Sobre lo que se dice, sobre lo que no se dice, Oría dice: “El político normal agarra el manual de comunicación y las encuestas y dice ‘no, esto cae mal, no lo digamos’. Nosotros tenemos un enfoque opuesto: como no tenemos la verdad revelada, vamos con lo que creemos con sinceridad. Si con eso nos va bien, genial”. Sobre lo absoluto, sobre lo opinable, Oría opina: “Esto no es de buenos contra malos. Todos estamos atravesados en el corazón por el bien y el mal, pero nosotros creemos que nuestra propuesta es mejor para la Argentina”.

Más atrás en el tiempo, Santiago Oría nació en una casa liberal de Buenos Aires, nieto de un candidato a vicepresidente por la UCD de Álvaro Alsogaray que sacó menos del 1% de los votos en 1983. Santiago fue al colegio Cardenal Newman, de donde el PRO extrajo muchos de sus cuadros políticos.  Trabajó durante un tiempo con Esteban Bullrich pero se cansó rápido de estar en la quinta línea de batalla. Ya era abogado y también se había cansado, y a los 29 años se puso a estudiar cine en la FUC, a producir cortos para trabajos prácticos con compañeros a los que les llevaba diez años. En 2020, antes de que su vida se cruzara con la de Milei, produjo un corto de ficción clavado en la hiperinflación alfonsinista en que hasta los asesinatos se arreglan con emisión, pero nunca con pesos argentinos. Se llama “Economía de guerra”, ganó varios premios y se iba a presentar en el Festival de Cannes pero la pandemia interrumpió su camino. Y acá está él ahora, sentado frente al Premiere, sin más armas que un mouse, dudando sobre si encarar un spot nuevo o esperar que los demás se equivoquen solos.

De cuando era adolescente, a la edad de los votantes que trajeron a Milei hasta acá, que nos trajeron a todos a este texto, recuerda un mes particular en que perdió la sensibilidad en la piel de las manos. Podía pegarle a una pared o agarrar una brasa y su cuerpo no reaccionaba. No es que no se diera cuenta del fuego, pero no sentía el dolor, y el registro del daño le llegaba más tarde.