Luego de que el Bayern Leverkusen se convirtiera por primera vez en campeón de la Bundesliga, hazaña amplificada al meterse en la final de la Europe League (estableciendo además un nuevo récord en el fútbol europeo de 50 partidos invicto), otra gesta se escribió recientemente en esa nación. Tras 13 años de ausencia, el FC St. Pauli regresó a la máxima categoría de Alemania. El domingo, venció 3 a 1 al colista de la segunda división, el Vfl Osnabruck, lo que le permitió gritar “Sieger!” con un punto más que su escolta, Holstein Kiel. Si algo tienen en común ambos equipos es que, en su condición de David, ridiculizaron a los Goliat del Deutscher Fussball. En tanto que los septentrionales eliminaron al Bayer Munich de la Copa Alemania en 2021, los campeones de la Bundesliga 2 tienen como archirrival al Hamburger SV, que descendió por primera vez en 2018. Y ahí seguirá un rato más.
El responsable de la novena temporada del St. Pauli en Primera se llama Fabian Hürzeler. Por más que su nombre lo haga pasar por germano, el técnico es tan estadounidense como la “Stars and Stripes”. De hecho, es originario de Houston: ciudad más próxima al béisbol y al básquet que al fútbol. Llegó como asistente del anterior entrenador, Timo Schultz, y, tras su destitución, quedó en calidad de interino en 2022. Lo que le dio la chapa del más joven en el cargo en el fútbol alemán (hoy tiene 31 años). El paralelismo con Xavi Alonso radica en que, al igual que sucedió con el español en el Leverkusen, este “ausländer” agarró al club en la zona de descenso. Y logró el milagro, faltando todavía una fecha, con la complicidad del capitán de la oncena: el centrocampista australiano Jackson Irvine, quien jugó contra Argentina en el Mundial de Qatar.
Mientras el reloj marcaba el descuento, el campo del Millerntor-Stadion (sede del St. Pauli) fue asaltado por los hinchas, que no veían el momento de festejar junto a los jugadores la vuelta a la Bundesliga. En la previa, hubo banderas que dieron cuenta de un culto que sedujo a diferentes lugares del mundo. Y es que este fanatismo trasciende lo futbolístico. La historia del club se encuentra profundamente ligada a la del homónimo barrio que lo contiene. Situado en los márgenes del río Elba, el distrito de Sankt Pauli (debe su nombre a una iglesia homónima y tiene su analogía porteña con el barrio de La Boca), tal cual se denomina formalmente, a fines del siglo XIX fue hogar de marineros y pescadores, del movimiento obrero de la ciudad, y de inmigrantes. Esa mezcla decantó en una vida nocturna propia, confeccionada por teatros, salones de música, salas de baile y prostíbulos.
Desde su creación, el 15 de mayo de 1910, el club encabezó varias reivindicaciones sociales. De hecho, el color que suelen usar, el marrón, es un homenaje a los estibadores, quienes jugaban con el uniforme de trabajo una vez que terminaban sus jornadas. Con los años, a raíz de esa singularidad estética, su hinchada generó un nexo informal con la de Platense. Son de los pocos equipos en la faz de la Tierra que sostienen esa coincidencia. Por eso, de tanto en tanto, se puede apreciar a unos espigados y rubios semblantes en el Estadio Ciudad de Vicente López. Sin embargo, algunos partidarios del Calamar dijeron presente el fin de semana último en Hamburgo, a través de la peña “Piratas del sur”. Que quede claro: por más que el apodo de St. Pauli sea “Los Piratas de la Liga”, su camaradería, al menos en la Argentina, no es con el cuadro del Potro Rodrigo, sino con la del Polaco Goyecneche.
Si bien estaría bueno ver alguna vez un amistoso marrón y blanco, ahora que ambos equipos están entre los grandes de sus respectivos países, en el costado ideológico la barra brava del club tiene afinidad con las del Livorno italiano o el Rayo Vallecano español. Todos ellas antifascistas. En 1991, la institución incorporó en su reglamento interno posturas antirracistas y antihomofóbicas. Lo que lo convirtió en el primer club en prohibir cánticos y consignas xenófobas en su cancha. Su militancia se radicalizó a tal instancia que se tuvo que cambiar el nombre del estadio. Entre 1970 y 1998 se llamó Wilhelm-Koch-Stadion (en honor a su presidente entre 1931 y 1969), pero en 1997 salió a la luz que éste colaboró con el nazismo. Es por eso que pasó a ser Millerntor-Stadion (con capacidad para casi 30 mil espectadores), cuya entrada principal se encuentra sobre la calle Reeperbahn.
Esa calzada, inmortalizada por Tom Waits o Elvis Costello, es el punto de conexión entre The Beatles y la segunda Zona Roja más grande de Europa (después de Ámsterdam). Al atravesarla, se atisba de un lado el Indra: único club del periplo del grupo inglés en Hamburgo que sigue en actividad. En la mano de en frente está Herbertstrasse, callejón donde las prostitutas se muestran en las ventanas. A propósito de esto, trabajadores sexuales, anarquistas, estudiantes, punks y okupas fueron los que ahondaron en los ideales y folklore del St. Pauli. O sea, moldearon su identidad. Esta apertura y ruptura con los paradigmas del fútbol llegaron a su clímax cuando el director de teatro Cornny Littmann, quien no tuvo ningún prurito en declarar su homosexualidad (el brazalete del capitán del equipo tiene, por cierto, los colores de la bandera LGTBIQ+), se convirtió en presidente del club en 2002.
Durante esa gestión, que abarcó hasta 2010, Littmann consiguió que nada más en materia de merchandising la institución recaudara 8,6 millones de euros por año, salvándola de su desaparición. En noviembre de 2023, su actual presidente, Oke Göttlich, anunció un modelo de financiación que convertirá a los de Hamburgo en una cooperativa. Si bien la pandemia dejo pérdidas por 4,9 millones de euros, pudieron darle vuelta a la adversidad. En la temporada 2022/2023, la facturación ascendió 62 millones de euros, lo que se tornó en una cifra récord. Curiosamente, en 2022 la división de merchandising dejó un déficit de 1,6 millones de euros. Eso, sumado a la situación propiamente futbolística del club en ese momento y al Mundial de Qatar, les impidió obtener un resultado positivo. El análisis lo hizo su nuevo director financiero, Wilken Engelbracht.
A pesar de las estimaciones del CFO, la tienda nunca deja de abrir. Ni siquiera en el periodo estival. Ahí se vende de todo: desde remeras hasta bolas para arbolitos de Navidad con su insignia no autorizada. Por más que su escudo fundacional es un castillo blanco con tres torres sobre un fondo rojo, el símbolo más popular es, por supuesto, el off: esa calavera con las tibias cruzadas (bien sea en fondo negro o marrón) que rinde tributo a los piratas que alguna vez habitaron en el distrito obrero de la segunda ciudad más importante de Alemania. Según los okupas de los muelles que le sobreviven al equipo y al barrio, es de su autoría. Y tiene nombre: “Totenkopf”. Era una broma que terminó instalando y que hoy le da la vuelta al mundo (se estima que existen unos 11 millones de seguidores en todo el planeta). Tanto como las marcas del Barcelona, el Manchester City o el Inter de Miami.
Lo que sí es seguro es que ninguno de esos mega clubes es tan musical como el St. Pauli. Cuando el equipo juega de local, al momento de entrar en la cancha, suena “Hells Bells”, de AC/DC. Y en cada gol ponen “Song 2”, de Blur. Amén de tener secciones amateurs para otras disciplinas deportivas, el club montó una escuela de música dentro de su sede, que cuenta con el apoyo de la marca de ropa Levi’s y que forma parte de su programa internacional Levi’s Music Project. En tanto que en Spotify hay un podcast y dos playlist dedicadas al equipo. Hay que añadir que músicos de bandas de rock del calibre de The Gaslight Anthem, Sigur Rós, Dropkick Murphys, The Sisters of Mercy y KMFDM se encuentran entre los seguidores del conjunto alemán. Mientras que los argentinos Karamelo Santo, Las Manos de Filippi y Kumbia Queers descubrieron el sentimiento que late en torno a su esencia durante sus tours por Europa.
Pero el grupo punk Bad Religion, otro ilustre artista que declaró su admiración por el St. Pauli, fue aún más lejos: en 2000 jugó un partido a beneficio para recaudar fondos para la tercera división del cuadro hamburgués. “Antifascista”, “Ultraizquierda”, “Progresista”, “Anarco” o “Anticapitalista”, son algunos de los adjetivos que recibe el club. Y es que su trabajo filantrópico no tiene parangón en ningún otro ámbito. En 2006, albergó la Copa del Mundo FIFI, torneo que disputaron selecciones no reconocidas por la FIFA. Participaron Groenlandia, Gibraltar, Zanzíbar, Tíbet y la República Turca del Norte de Chipre (ganó la competencia), al tiempo que los anfitriones jugaron como “República de Sankt Pauli”. Una década más, prestó su colaboración al FC Lampedusa: creado por refugiados que coincidieron en la isla italiana del que tomó prestado su nombre.
De los 27 jugadores que conformaron la plantilla del equipo hamburgués en esta temporada, 16 son extranjeros. Hay futbolistas para elegir en una esfera: desde arqueros griegos y bosnios hasta delanteros de Togo y Brasil. Escenario totalmente distinto a cuando jugó el único argentino que integró el St. Pauli. En la temporada 92/93, Gustavo Acosta era uno de sus cuatro internacionales. “Cuando te dicen: ‘Te tenés que ir a Alemania’, lo primero que pensás es que esa gente es muy fría y distante. Pero viví lo contrario”, le contó el mediocampista a quien suscribe esta nota, en 2014. “Después de firmar el contrato, el presidente del St. Pauli quiso mostrar Hamburgo. Me llevó al puerto y a la Herbertstrasse, y terminamos en un cabaret. Días más tarde, en mi debut, la hinchada me recibió con una bandera de Argentina y otra del Che Guevara detrás de un arco. Siempre las pusieron mientras jugué en el equipo”.
Este marplatense, apodado “Cepillo”, llegó a Alemania poco luego de la caída del Muro de Berlín. “Parte del éxito del club tuvo que ver con que supo capitalizar ese recambio en la sociedad, porque conmigo jugaron futbolistas de la antigua Alemania Oriental. La Liga se hizo muy competitiva”, describía el ex futbolista que en la Argentina fue campeón con Ferro en 1982 y 1984. “Aunque en aquel momento fuéramos el club más poderoso de la segunda división, lo que me llamaba la atención era el respaldo de la gente, el folclore del estadio. Cuando entrabas a la cancha a hacer el calentamiento, no te imaginás cómo alentaban. Pero lo que no podía entender era el ímpetu de la hinchada: al terminar el partido dábamos la vuelta olímpica para saludarla, incluso si perdíamos. Una vez que empecé a manejar el idioma, les dije a mis compañeros: ‘Esto en Argentina no pasa. Perdés y te matan’”.
Ese año y medio en Hamburgo, donde jugó 16 veces y convirtió 3 goles, lo marcó para siempre. Al punto de que, tras poner su zurda a disposición de equipos como el SV Lurup, la Unió Esportiva Lleida, FC Cádiz, Nueva Chicago e Independiente de Medellín, se recibió de entrenador. “Mi obsesión fue dirigir las inferiores de St. Pauli”, aseguró en ese entonces “Cepillo” Acosta, quien falleció el pasado 3 de abril, a los 58 años, a raíz de las secuelas que le dejó su afán por el cigarrillo. “A pesar del poco tiempo que estuve allí, me mostraron otra manera de comprender el mundo. Me lo dieron todo. Me puse en contacto con una chica que trabaja en el club para blanquearle que quiero trabajar con ellos. No tuve respuesta. Al menos me gustaría que supieran es que el sentimiento que tengo por esa experiencia todavía es muy fuerte”.