Rocambole y Kubero Díaz recuerdan los tiempos de La Cofradía de la Flor Solar: “Somos una gran familia y nos seguimos conectando a través del tiempo” 

Rocambole y Kubero Díaz, dos pilares de La Cofradía, reconstruyen la gran experiencia artística y comunitaria, y recuerdan a su amigo Néstor Paul, recientemente fallecido

Por  HUMPHREY INZILLO

agosto 11, 2024

Kubero Díaz y Rocambole, dos piezas clave de La Cofradía.

Gentileza (KUBERO), Ignacio Arnedo (Rocambole)

No sólo se trata de diagonales. Los tilos son otra de las particularidades que caracterízan el paisaje de la ciudad de La Plata. El arquitecto Pedro Benoit, que proyectó esa urbe, había contemplado que cada 19 de septiembre, para el aniversario de su fundación, los tilos florecieran e impregnaran las calles con su aroma, ese perfume dulzón de efecto relajante, aún en tiempos en que la palabra “stress” ni figuraba en el diccionario.

En la segunda mitad de la década del 60 existió allí La Cofradía de la Flor Solar, una experiencia comunitaria, artística y política que tuvo su pata musical en la banda homónica, que incluyó el paso de Skay Beilinson y que por eso se entiende como un antecedente de otro fenómeno artístico, político y social extraordinario: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.


Néstor Paul, que falleció hace unos días en Brasil a los 74 años, había llegado a la sede de La Cofradía, una típica casa chorizo en la calle 13, porque conocía a varios de los cófrades que habían llegado desde Nogoyá, la ciudad entrerriana en la que había crecido. “Cuando lo conocimos, hubo muy buena onda. Era muy agradable, muy simpático, un gran tipo”, recuerda Ricardo “Mono” Cohen, Rocambole, artista plástico, que se transformaría en el responsable de las portadas, afiches y la identidad gráfica de los Redondos. El plan de Paul era estudiar Ingeniería, pero la excursión platense quedó abortada cuando no aprobó el ingreso a la facultad y volvió a sus pagos.  

“Pasaron unos meses, y estábamos ahí en La Cofradía, y medio que lo extrañábamos a Paul”, cuenta Rocambole. “Entonces le dije a Morcy [Requena, bajista de La Cofradía], que siempre me acompañaba en ese tipo de patriadas, que fuéramos a buscarlo”.  Después de varias horas de tren, llegaron a la estación de Nogoya y de allí llegaron hasta la casa de Paul. “Tocamos el timbre y cuando sale, le digo ‘Paul, están a punto de florecer los tilos en la ciudad de La Plata’. Era una cosa casi romanticona, y a Paul le agarró enseguida una especie de nostalgia. Nos dijo ‘espérenme, que voy a volver’ y enseguida estaba viviendo otra vez con nosotros, trabajando con las artesanías y tocando el bajo en la banda”. 

La banda a la que se refiere Rocambole es La Cofradía de la Flor Solar, la pata musical de un proyecto comunitario, político y artístico, que surgió en La Plata en la segunda mitad de los 60, cuando los tics de la Revolución tenían sentido a la hora de pensar en cambiar el mundo y los ecos del Mayo Francés se expandían por buena parte del planeta. “Hoy podríamos decir que La Cofradía era un centro cultural con una idea hippie, por decirlo de alguna manera”, explica el artista plástico. “Eran muchos estudiantes que llegaban a la Facultad de Bellas Artes, que hoy es la Escuela Superior de Bellas Artes de la Universidad de La Plata. Y venían estudiantes de todo el país, incluso de otras partes de América”.

Muchos de esos estudiantes, integrantes de La Cofradía, eran entrerrianos. De hecho, Rocambole también estuvo involucrado en la llegada del guitarrista Kubero Díaz a La Plata. 

Néstor Paul (a la derecha), junto a Kubero Díaz, Quique Gornatti y Manija Paz. Circa 1970.

“Morci Requena quería triunfar con la banda en las grandes ligas. Pascua García era el guitarrista, pero Morci sostenía que no iba a pasar nada con la banda hasta que no tuviéramos un guitarrista como Kubero Díaz, que había sido el guitarrista de Los Grillos en Nogoyá”, recuerda Rocambole, que ejercía como manager del grupo. 

Así que un día, Rocambole y Morci emprendieron viaje a Nogoyá. Rocambole quería comprobar si era cierto lo que decía el ala entrerriana de La Cofradía. “Nos tomamos un tren y llegamos, finalmente, a Nogoyá. A Kubero lo escuché tocar por primera vez desde la ventana de un bar, una esquina totalmente vidriada. Y, enseguida, me di cuenta de que tenían razón”, evoca Rocambole.

Kubero, en ese momento, era menor de edad (tendría unos 16 años), así que no era tarea fácil convencer a la familia. “Lo convencimos, finalmente, porque la familia no era demasiado acomodada. Pero su familia era artística, al punto tal que vivían en un teatro, pero lo usaban como vivienda. Vivían en los palcos del teatro, a la italiana, como si fuera en teatro Coliseo Podestá de La Plata. ¡Y estaba lleno de instrumentos musicales!. Todos en la familia, Kubero y sus hermanos, sabían tocar todos los instrumentos”, recuerda Rocambole. 

Cuando era chico, Kubero Díaz soñaba con ser folclorista. “Empecé a tocar a los seis años. Aprendí los primeros acordes de la zamba, con mi padre, y lo que más me entusiasmaba era el folclore. No paré más. El día que no ejercitaba, me resultaba raro. Había escuchado algunas grabaciones de Elvis Presley y alguna otra figura del rock & roll, pero no me volvía loco. Hasta que un día, Carlitos Aníbal, mi hermano mayor, que era un armoniquista fantástico, ya fallecido, me hizo escuchar a Los Beatles”, recuerda Kubero. “Los escuche y descubrí cosas maravillosas. Me rendí a esa música, esas voces, ese rock & roll… Fue un flash para mí, y para todos los que fuimos descubriendo esa música. Mi hermano me recomendó escuchar un programa en la Radio Sarandí, una radio uruguaya, dedicado a Los Beatles. Lo escuchaba todas las tardes, a las 18, cuando volvía del colegio. Me acuerdo la cantidad de canciones que escuché ahí por primera vez y se me pone la piel de gallina ”. Y sigue: “De a poco fui conociendo a más gente que escuchaba a Los Beatles, porque al principio pensaba que era el único”. 

Entre esos fanáticos precoces de Los Beatles estaban Morcy Requena, Eduardo “Manija” Paz y otros músicos, que convocaron a Kubero para sumarse a Los Grillos. Era una de las pocas bandas beatle de la ciudad. También estaban Los Batman, un grupo que tenia un bajista que se transformaría en compañero de aventuras musicales con Kubero y otros miembros de La Cofradía, como Néstor Paul. “Él iba a una escuela que era más del barrio de la Estación y yo iba al Colegio Nacional, que estaba en el centro”; cuenta Kubero.

“El primer recuerdo suyo que me viene a la cabeza es en los festejos de una fecha patria, el 25 de mayo o algo así. Estábamos varios de los colegios en filas y  ahí me llamó mucho la atención la pinta de este pibe rubión, tipo Brian Jones, que encima tocaba el bajo”. Poco tiempo después, y a varios kilómetros de Nogoyá, se encontrarían para tocar juntos.

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“La casa de La Cofradía tenía unas galerías, atrás tenía un tapial, y atrás del tapial un baldío. Era muy tranquilo. En la esquina, pegada a nuestra casa, había una carnicería, en la esquina de las calles 13 y 41. Esa casa tenía tres cuartos grandes: uno era el taller de artesanías, el que estaba más hacia la esquina era la sala de ensayo, donde estaban los equipos y algunas cuchetas. Algunos dormían ahí. A Rocambole ya le decíamos maestro, y para mí era todo un mundo nuevo. Imagínate, venía del Interior y conocer a un pintor como Rocambole fue revelador. Así que me fui enterando de un montón vinculadas al arte”, evoca Kubero.

Rocambole evoca la dinámica musical de la casa. “Por la tarde había siempre una zapada o ensayo, y todo el mundo metía ahí alguna cuchara. No se determinaba de quién era cada. De hecho, en el disco de La Cofradía no figuran los créditos de las canciones. Pero Paul seguro que habrá participado en algunos temas. Pero La Cofradía no tenía músicos estables. O sea había siempre varios bateristas, porque por ejemplo ‘Manija’ Paz quizás era el más perfeccionado. Después estaba Néstor Candy también tocaba la batería muy bien, y varios más. Néstor Paul tocaba el bajo, pero también Morcy Requena y algunas veces hizo segunda guitarra”.

De Néstor Candy, Kubero no sólo destaca su rol de baterista: “Era medio mutante el grupo. Néstor no sólo era un gran baterista  percusionista, como estudiaba para guionista de cine, todo el tiempo estaba relatando historias y muchas de las letras de la Cofradía salieron de ahí”. Pero también aclara que eran procesos colectivos: “Todos participamos de todo. De la creación de las carteras, las sandalias y los temas. Era una convivencia constante”.
Del otro Néstor, Néstor Paul, como bajista Kubero guarda una visión particular. “A veces entendíamos todo distinto. A una frase de cuatro compases, por ejemplo, yo la entendía de una forma determinada, y lo hacía con una intención de contragolpes. ¡Y él la hacía exactamente al revés! Pero la música tiene un armado mágico, que se manifiesta de acuerdo como vos lo quieras manifestar”. 

Kubero sostiene que fue muy mágico, también, lo que ocurrió en la grabación del disco de La Cofradía, editado en 1971: “Veníamos muy embalados, como trío, ensayando muchísimo, teniendo el repertorio muy afilado. Era todo muy cuidado, todo muy exigente con uno mismo, Era una máquina que andaba bien. Billy Bond nos escuchó y percibió eso. ‘Muchachos, ¿quieren grabar? Mañana los espero en el estudio’. Y fue así, en menos de 30 horas teníamos un LP  hecho. Irrepetible. Fue completamente mágico porque estábamos afilados. Marcábamos un, dos, tres y el power trío arrancaba. Era mágico. Estábamos muy afilados para esa grabación y por eso surgieron cosas muy espontáneas. Yo arrancaba un solo y no sabía ni cuándo iba a terminar. Pero yo arrancaba yeiba hacia el final, inconscientemente, como para terminar exactamente en el mismo compás que terminaba la base. Eran cosas mágicas porque no teníamos una partitura, ni sabía cuánto tiempo duraba el solo, pero vi la pileta y me tiré”.

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Por las persecuciones y los allanamientos, cada vez más frecuentes, se generó la diáspora de los integrantes de La Cofradía. “Skay y Poli, que estaban con La Cofradía pero que formaban parte de La Casa de la luna, otra experiencia comunitaria, tomaron el camino de los valientes, se fueron hasta Machu Picchu y siguieron hasta Nueva York. Muchos nos fuimos a Brasil”, relata Rocambole. “Yo me instalé un año y medio en Sao Paulo y ahí trabajé en diseño y aprendí el asunto de las tapas para discos, porque estuve trabajando en  un estudio de diseño que le hacía los trabajos all incipiente rock brasileño. Néstor Paul estaba por Río de Janeiro y me vino a visitar. Yo estaba en una casa y estábamos haciendo unos trabajos. Había una chica allí que realizaba remeras artesanales con un soplete. Y Paul me dice: ‘mirá, vos que allá en La Plata tenés un compresor grande y un montón de sopletes… ¡Mirá si hacemos eso con remeras allá!’. Quedamos en encontramos en un mes en La Plata. Yo alquilé con otros una casa en las afueras de La Plata, cayó Paul y empezaba a producir esas remeras.Salimos a venderlas e inmediatamente nos la sacaron de las manos. En un momento dado tenemos una gran producción y decidimos salir a venderlas a la Costa Atlántica y decidimos probar en Pinamar. Salimos caminando por la playa llevando las remeras en una especie de mástil y tuvimos un éxito interesante. Así que después estábamos recorriendo las playas y recordamos que el hermano de Skay tenía un amigo que vivía en Valeria del Mar, donde vivían sus sus padres, y allí estaba como encargado de un pequeño hotel. Así que empezamos a frecuentar el hotelito donde se hacían asados y esas reuniones alrededor de una hoguera con guitarras y cosas así. Y bueno, resulta que este muchacho era Carlos Solari. Entonces ahí entablamos cierta amistad y escuchamos sus composiciones. El cantaba con una voz aflautada, con una guitarra, con arreglos sencillos, una suerte de bossa nova que inventaba. Entonces, con Paul nos miramos y le dijimos:  ‘che, pero con esa voz que tenés así medio guardentosa, vos tenés que cantar rock. Y bueno, no sé si a partir de eso o no, pero resulta que más tarde, de vuelta en La Plata, lo vemos instalado con Guillermo Beilinson y con Skay, componiendo temas para las películas que filmaba Súper 8. Esa fue la primera situación de lo que podemos llamar Patricio Rey”.

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Pasaron más de cinco décadas de esa experiencia artística, comunitaria y contracultural. La Cofradía, sin embargo, para sus integrantes parece una entidad que trasciende al tiempo. “Somos una gran familia, una enorme familia… Rocambole siempre decía que teníamos que tener un anillo cada uno de los cófrades. Un anillo mágico que cada uno tenía que tener y mantener. Pero el anillo, en verdad, nunca estuvo. Pero había algo así, algo muy fuerte. Siempre moviéndonos. Lo único constante es el cambio, por eso viajé tanto. Sin querer queriendo… Y siempre haciendo música”, dice Kubero.

Y evoca sus viajes por Europa, siempre tocando con músicos de cada lugar, y sus años en Buzios, donde se reencontró con Néstor Paul: “Nos veíamos en fiestas, en su casa. Me invitaba y compartíamos un asado, música… Era una persona, realmente, muy especial, muy chispeante, muy alegre y muy creativo. En La Cofradía hacíamos pulseritas y otros artefactos pequeños de metal, pero él terminó haciendo unas esculturas monumentales”.

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