Rocambole: “En Oktubre, flotaba en el aire la nube de la revolución”

Entrevista Rolling Stone. A los 80 años, el legendario ilustrador Ricardo Cohen cuenta todo, desde sus comienzos en el arte y la generación beat platense hasta su rol clave en Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota

Por  OSCAR JALIL

julio 12, 2023

"Cantar en castellano y temas propios, que yo sepa, arrancó con La Cofradía", dice Rocambole

Fotos: Ignacio Arnedo

Desde los días fundacionales de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota, Ricardo Cohen formó parte de la mesa chica del colectivo artístico platense. Como en toda logia secreta, Cohen ya tenía un nombre de guerra antes de entrar en combate: Rocambole. El seudónimo proviene de un folletín francés publicado a finales del siglo XIX llamado Las hazañas de Rocambole y que Ricardo leía de niño. El consumo precoz de viñetas marcó su carácter romántico y ensoñado, comics repletos de dibujos fantásticos y los primeros libros de arte revelaron el camino a seguir. Las influencias del Mono Cohen -otro de sus apodos- hay que rastrearlas en territorios diversos, principalmente dibujantes como Alberto Breccia, Altuna, Nine, O’keef, Fati, también el notable artista plástico y grabador Carlos Alonso. Cohen es un ferviente admirador de Goya y su fascinación por la pintura española también incluye a El Greco y Velázquez. Pueden sumarse como influencias a pintores expresionistas alemanes o algunos más contemporáneos como el británico Francis Bacon.

Marcas e impresiones que el tiempo transformó en tapas de discos y en incontables modelos de remeras. Quizá la imagen más icónica sea la del esclavo con cadenas, dibujo que no aparece en el arte original del vinilo de Oktubre (1986), segundo álbum de Los Redondos, y que empezó a difundirse con la reedición en CD. “Oktubre es un disco que se trabajó, por lo menos desde mi lado, con un concepto previo, un concepto abierto: revolución en general. Flotaba en el aire la nube de la revolución”, dice Rocambole sobre uno de los hitos de un largo recorrido artístico que comenzó mucho antes del nacimiento de Patricio Rey y que lo llevaría por muchos años a ser docente e incluso vicedecano de la Facultad de Bellas Artes de la Universidad de La Plata.  

Ricardo Cohen, mejor conocido como Rocambole, llegó al mundo el 12 de mayo de 1943 (Foto: Ignacio Arnedo)

“Nací en el Hospital Ramón Sardá, en Parque Patricios. Mis viejos no tenían ninguna relación con el arte, mi padre laburaba en comercio. La historia es larga… Mi abuelo supo tener una cadena de tiendas que iban desde Berisso hasta Mendoza. Tiendas generales de telas por metro, ropa, trajes, bombachas, alpargatas, camisas, ropa de cama. Después se fundió porque perdió a un hijo atropellado por un tranvía. Lo había mandado a hacer un mandado, le agarró la culpa y piró, se descerebró. La familia se fue al tacho. Mi viejo laburaba en una zapatería en el Once, después en Constitución, siempre como empleado. Y finalmente le salió un laburo en La Plata, en la tienda La Lucha, en diagonal 80 y 46. Yo tenía 2 o 3 años”.

Ricardo Cohen llegó al mundo el 12 de mayo de 1943 y comparte con el Indio Solari el dato de no haber nacido en La Plata, aunque ambos vivieron toda su etapa formativa en la ciudad universitaria. “Aprendemos tres cosas en la vida, a caminar y a hablar. La tercera es a dibujar. Todos los chicos dibujan, les das un lápiz y empiezan a dibujar. Dibujan hasta los 5. El 95 por ciento al pasar los 5 años olvidan su habilidad y empiezan con el ‘no me sale’, y hacen otras cosas. Y queda el 5 por ciento que son los que andan con las artes plásticas. Yo entré en ese 5 por ciento. Lo que pasa entre los 5 y los 12 años es la educación formal, la primaria. Hay algo ahí que no hace mucho hincapié en lo artístico”, dice Rocambole desde su casa taller de calle 9, en la parte vieja de La Plata, cercano al barrio Meridiano Quinto. Cohen estudió el primario en la Escuela N°1, “la primera escuela de la ciudad, se llama Francisco Berra de calle 8 entre 57 y 58”, dice orgulloso.

“En la escuela dibujaba todo el tiempo. La primaria es una selva siniestra. Lo del bullying es un poroto al lado de lo que pasaba cuando yo era niño. Si no sabías pelear o jugar el fútbol, era terrible, mucha segregación, burlas. Como había que destacarse en algo para zafar yo hacía caricaturas de mis compañeros. Regalaba caricaturas, dibujos, y una maestra de tercer grado reparó en eso y le dijo a mi vieja que me llevara a un lugar para aprender. Acá en Bellas Artes, que no era facultad, era escuela, había unos cursos para niños y tenían clases de dibujo, pintado y modelado. Tuve a glorias como Ambrosio Aliverti, Raúl Bonggiorno, De Santo. Todos eran tipos que figuran en la historia del arte argentino”.

El esclavo con cadenas, quizá la imagen más icónica de Rocambole en el arte ricotero, empezó a difundirse con la reedición en CD de Oktubre

A las clases en la escuela de Bellas Artes, el niño Cohen sumó los cursos por correspondencia de las revistas Patoruzito, Ricotipo y Rayo Rojo. “Una vez mandé un cupón y gane un curso con Carlos Clémen, que era un dibujante de segunda que hacía un personaje que se llamaba Sonoman. Me mandaban los ejercicios, yo los hacía, los mandaba de vuelta y así. El Zoom antes era por correspondencia”, dice. La etapa de aprendizaje suma horas en la vieja escuela de Bellas Artes. “El ciclo básico no era como una escuela de estética infantil, era la misma clase que le daban a los que iban al taller de arte. No se movía una mosca. Eso fue el mayor placer, los chicos no jodían, eran todos raros, freaks (risas), las chicas eran amables. Todos querían parecer mayores. Ahí aprendí bastante sobre luces y sombras, anatomía. Eso fue entre los 8 y los 10 años”.

Ante los progresos del artista niño, algunas maestras empezaron a pedirle trabajos por encargo. “En aquella época no había proyecciones para dar clases, si bien había proyectores de cine, diapositivas no se usaban, no había plotters, las maestras para educar usaban frisos. Papeles grandes con imágenes que ilustraban determinadas cosas. Las maestras competían entre sí por los frisos, a ver quién hacía el más lindo. Entonces me consultaban: ‘¿Podés ilustrar los pasos de la germinación de un poroto?’. Y yo lo hacía en grande. Al principio era todo juego hasta que me volví imprescindible y a la maestra le dio un poco de vergüenza. Las de otros cursos venían a verme y empezaron a pagarme. A los 12 yo tenía un kiosco armadísimo, creo que ganaba más que mi viejo”.

La tapa del número #272 de la revista Rolling Stone Argentina fue ilustrada por Rocambole y editada en noviembre de 2020

La familia Cohen primero vivió en una casa ubicada en la calle 46 entre 3 y 4, luego se mudó a una más grande en 55, entre 4 y 5, cerca de Plaza San Martín. “Algunos jugaban al fútbol, otros jugábamos a los piratas, a enterrar tesoros, y empezamos a juntarnos mucho en el Club de Ajedrez La Plata (6 y 54) en donde se armaban ferias filatélicas. Empezamos con las estampillas y eso nos hizo interesar por el ajedrez”. El club de ajedrez aún funciona en el mismo lugar y sigue siendo un punto de encuentro platense. “Ya en la adolescencia, recuerdo a Rodolfo Walsh disputando una partida simultánea y nosotros con mis amigos jugando con él”.

El Colegio Nacional Miguel Hernández es otra escala formativa en la construcción de Rocambole. Es conocido que por sus aulas pasaron personalidades destacadísimas de la historia argentina: Julieta Lanteri, Ezequiel Martínez Estrada, Ernesto Sabato, Enrique Anderson Imbert, René Favaloro y Federico Moura, entre otros. “Casi todos mis amigos entraron al Colegio Nacional. Era difícil, había que dar examen, entrabas con 8.5. Nos preparó una maestra para la que era un logro si alguno de nosotros entraba. Le dimos bola, nos preparó bien. Entre mis compañeritos de primer año estaba Raúl Kraiselburd”, dice Cohen evocando los tiempos en que compartía estudios con el periodista e histórico director del diario El Día de La Plata. “En primer año armamos una revuelta que la encabezó Raúl. Echamos al rector, un tal (Ángel) Márquez. Tomamos el colegio. Raúl tenía mucha polenta, discurso”.

Contradiciendo todos los pronósticos, Ricardo Cohen no se inclinó por Bellas Artes cuando terminó la escuela secundaria. “Quería estudiar medicina para hacerme linyera y meterme en las villas y ahí hacerme curandero. Y cuando venga la policía a detenerme por ejercicio ilegal, sacar el diploma. Ese era mi plan”, dice y empieza a enumerar carreras opcionales como Astronomía o Psicología que recién se inauguraba en la Facultad de Humanidades. “Pude dar un par de materias y después me agarré hepatitis y lo pensé mejor; dije ‘por qué no voy a un lugar adonde están los que hacen las cosas que hago yo, que es dibujar y pintar’. Y cambié de rumbo. Pero me tocó el servicio militar”. 

Durante la adolescencia, el futuro responsable de la imagen de Los Redondos ya contaba con un atelier gracias a las bondades de la madre de un amigo. “La madre de Neimann era una señora judía intelectual aficionada a la pintura. El marido era ruso y tenía una gomería. Ella era delicada y elegante y cuando advirtió que yo pintaba me empezó a encargar cuadros. Le hice un cuadro con flores, luego una imagen de París, y me pagaba. Siempre cobré (risas) y me decía ‘vos tenés que pintar más’ y yo le respondía que no tenía lugar en casa. Ahí me ofrece un espacio en su casa, en el tercer piso vivían ellos, en el cuarto vivía Loedel, un gran físico, y después había una terraza que tenía una mampara de vidrio, ideal para un atelier, y me lo ofreció”. Ahí se instaló Cohen y prácticamente no volvió a su casa: “Me fui de mi casa a los 14 años, pero me fui a dos cuadras. Ahí nos reuníamos en esa terraza, los amigos del Club de Ajedrez, inventábamos cosas, Macoco Gonaldi, que ya falleció, también pintaba”.

Rocambole en su estudio en una sesión de fotos especial para la revista Rolling Stone (Foto: Ignacio Arnedo)

Junto a varios amigos, Cohen formó el Grupo No, también conocido como Les Indépendants, con una clara oposición al Grupo Sí, afamado colectivo vanguardia informalista platense de principios de los 60. Entre los integrantes destacados del Grupo Sí figuran artistas como Omar Gancedo, Antonio Trotta, Lalo Painceira, Nelson Blanco, Dalmiro Sirabo, Horacio Elena, Alejandro Puente y Carlos Pacheco, entre otros. “Éramos reaccionarios y tradicionalistas. Yo quería siempre pintar como Miguel Ángel. Hicimos una muestra en el Colegio Nacional porque queríamos ser como los expresionistas. La muestra dio que hablar, se llenó, salió en el diario El Día”, dice de la etapa rebelde que encontró un nuevo canal de activismo en la escuela de Bellas Artes.

“Ingresé después de la colimba. En el 64 me inscribí en Bellas Artes, empecé a cursar en el 65 y ahí conocí a estos jóvenes músicos de Entre Ríos porque empezamos a armar una agrupación para copar el centro de estudiantes. En ese grupo estaba Manija Paz, Abel Faccelo, Néstor Candy, Morci Requena estudiaba periodismo pero era amigo de todos. Kubero Díaz vino después porque era menor de edad, fuimos a hablarle al padre porque necesitábamos un guitarrista como la gente”, dice sobre la formación de La Cofradía De La Flor Solar, la legendaria banda platense que lo tuvo como ideólogo, manager e ilustrador.

Para el arte de tapa de ¡Bang! ¡Bang! Estás liquidado, Rocambole trabajó sobre la idea de la obra “Los fusilamientos del 3 de mayo”, de Goya

Antes que La Cofradía suba a un escenario, Rocambole vivió su segunda revuelta estudiantil. “Organizamos una agrupación independiente, y contra todo pronóstico ganamos el centro de estudiantes de la vieja Escuela de Bellas Artes. La agrupación tenía algunas consignas un poco raras para 1966. Por ejemplo, ‘La única constante es el cambio’, algunas eran muy parecidas a las que años más tarde aparecieron en el Mayo Francés”. Casi al mismo tiempo, se produce el golpe militar de 1966  y el gobierno de facto del general Onganía irrumpe en los claustros universitarios de todo el país, en la llamada Noche de los Bastones Largos. “Es un momento en que muchísimos profesores se van del país porque la situación se vuelve insoportable. El interventor que pusieron al frente de Bellas Artes empezó a hacernos la vida imposible. En ese momento -no como ahora que las facultades están abarrotadas de gente- éramos pocos los que estudiábamos arte. Nos conocíamos todos. Esa situación se nos vuelve insostenible, cierran el centro de estudiantes, cierran el comedor universitario. El comedor universitario permitía que muchísima gente que venía del interior, e incluso de otras partes de América, pudieran estudiar, porque venían directamente sin nada, a vivir como podían, y el comedor les daba la posibilidad de comer. Y también se corta eso de que La Plata en ese momento era una especie de Babilonia, venían de Chile, Brasil, Panamá y Perú, de muchos lugares”.

El próximo paso fue abandonar la sede universitaria y crear una facultad paralela. “Nos vamos en masa, y formamos nuestro propio espacio de estudio, llamamos a los profesores que habían sido cesanteados; queríamos abrir un comedor universitario; y de hecho lo hicimos. El comedor universitario le daba de comer a seis mil estudiantes. Abrimos en un local en un sindicato de correos, y le dábamos de comer a cien personas de la escuela de Bellas Artes. Íbamos a mangar a los mercados, íbamos a ver las verduras que por ahí estaban un poco más pasadas y nos regalaban cantidad, en un jeep cargábamos todo y hacíamos comidas. Hicimos eso de hacer algunas clases con profesores; y para ello tuvimos que alquilar una casa y nos fuimos a vivir chicas y muchachos jóvenes juntos, lo cual en ese momento era medio escandaloso, y además a partir de los Beatles, las prendas eran más estrafalarias, los pelos más largos, te estoy hablando del famoso verano del 67. La costa oeste norteamericana vivía ese ‘love in’, y nosotros formábamos la Cofradía luego de crear la facultad paralela, que al final no duró mucho”.

En la formación de lo que luego se transformó en una comunidad hippie, la revista Eco Contemporáneo dirigida por Miguel Grinberg tuvo un rol de guía. “Nuestras lecturas básicamente eran de la beat generation, mezcladas con autores locales como Macedonio Fernández, Roberto Arlt y hasta Julio Cortázar. Mezclado con el cine que veíamos, todo eso creó una especie de idea diversa”.

El sentido multidisciplinario que marcó a La Cofradía, en donde se mezclaban músicos, escenógrafos, artistas plásticos, fotógrafos, escultores y poetas, es la semilla para el advenimiento de otro colectivo itinerante llamado Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota. “Queríamos seguir juntos haciendo cosas. Cuando disputamos el centro, un grupo se encargaba de organizar eventos culturales. Estábamos preparados para eso. Luego no pudimos sostener el comedor ni la facultad paralela. ‘¿De qué vamos a vivir?’. Los padres ya no enviaban encomienda, no había más comedor y justo pasó una noche un escritor que participaba en Eco Contemporáneo, Marlon Vilella, amigo del escritor (Witold) Gombrowicz. Hacía artesanías, cosas en cueros, era trashumante y nos tiró un par de secretos, dónde comprar el cuero, esto, lo otro, y armamos el taller de artesanías y sí, efectivamente, empezamos a vivir de eso y bastante bien porque no había competencia casi”.

Las primeras ferias hippies que empezaron a proliferar en varias ciudades de la Costa Atlántica, La Plata y Buenos Aires tuvieron a los integrantes de la comunidad hippie cofrádica como jóvenes emprendedores de la artesanía urbana. En una de las varias casas platenses por donde pasó La Cofradía, un jovencísimo Skay Beilinson comenzó a frecuentar el espacio comunitario. 

El 5 de noviembre de 1969, La Cofradía y Diplodocum Red & Brown, la banda en donde tocaba Skay, compartieron escenario en el teatro Opera de calle 58. Ese día se conocieron Poli y Skay, flechazo instantáneo que perdura hasta hoy. Carlos Indio Solari andaba por ahí. Estudiante fallido de Bellas Artes con un talento innato para el dibujo y las artesanías en metal, el futuro cantor empezó a conectarse con La Cofradía y sus derivados. “Diplodocum tuvo una vida bastante breve. Ellos cayeron de Europa. Estaban con el concheterio de Roemers y el padre de Skay era Presidente de la Confederación Industrial de Construcciones en 7 y 54. Ahí abajo había como unos locales que les prestó el padre. Ahí organizaron recitales con luces, telas, bailaban chicas atrás. A Poli yo la conocía de antes y anduvimos haciendo cualquier desastre por ahí. Una vez fuimos a ver Manal y ahí estaba Poli, después reapareció por La Plata y cuando lo conoció a Skay quedaron juntos para siempre”.

Skay, Rocambole y La Negra Poli en una muestra que se realizó en La Plata en 1996 (Foto: Archivo La Nación)

Mucho antes de ser un integrante de la primera troupe ricotera que tuvo su debut oficial en el Teatro Lozano de La Plata en noviembre de 1977, Ricardo Cohen organizó varios conciertos que quedaron en la historia, entre ellos el primer show de Joan Manuel Serrat en Argentina. “Serrat era muy jovencito, creo que fue en 1969 o a principios de 1970. Nosotros con La Cofradía estábamos grabando el disco debut y por estar junto a Jorge Álvarez conocimos a una modelo y cantante llamada Cristina Plate que noviaba con Daniel Román, un español que estaba de musicalizador del Di Tella, y él nos hablaba de Serrat. Nos dijo que si lo traía a Buenos Aires podíamos armar un show en La Plata y nosotros estábamos con la gente del Cine Select organizando cosas y lo propusimos. Consiguieron el Club Atenas y fue un éxito”.

Mucho antes de todo lo que conocemos de Rocambole en torno a la órbita ricotera, ocurrió una fecha gloriosa que la historia del rock registra a cuenta gotas: el 10 de abril de 1970 y durante algo más de 30 horas en el mismo club Atenas donde actuó Serrat, el gurú de La Cofradía armó un festival llamado La Maratón Beat con la participación de Almendra, Manal, Arco Iris, Moris, La Cofradía de la Flor Solar, Facundo Cabral, Diplodocum Red & Brown, Vox Dei, Pajarito Zaguri y Dulcemembriyo -la banda de Luis María Canosa y Federico Moura-. La trama secreta de las 30 horas de Rock comenzó cuando los cófrades buscaban difusión televisiva luego de grabar su primer single, “Sombra fugaz por la ciudad”.

“Fuimos al programa Sótano Beat que conducía Liliana Caldini. Yo salí a hablar por teléfono a la cabina de la calle y estaba hablando Liliana. Golpeo la cabina porque tardaba mucho y ella se ríe. Nos quedamos hablando y le dije que yo era medio el manager de La Cofradía, le comento que estábamos organizando un festival y le ofrecí presentarlo. Dijo que le encantaría”, rememora Rocambole. Tal era el entusiasmo de Cohen que para publicitar el festival ponían avisos en el diario con la cara de Liliana Caldini, una figura televisiva muy popular frente a los ignotos grupos que conformaban la grilla del megaevento platense. Un día antes nos avisa que no puede venir y me dice ‘les mando una amiga que es fantástica’. Le pregunto si tiene que ver algo con la música beat y me responde que no. ‘Ustedes explíquenle todo, se llama Susana Giménez, y acaba de filmar un aviso de jabones’”. Casi todo el mundo había visto la publicidad y Susana gozaba de su primer pico de popularidad.

“En un momento dado, pasaba el tiempo y estábamos por abrir y no venía. Nos llaman por teléfono de la boletería a la cantina, estaba Susana. Y uno anuncia con el micrófono ‘¡Ingresa Susana Giménez!’. Y todos los viejos de la cantina que jugaban al truco salen corriendo para verla y mi viejo no vio una columna y se la traga. Lo tuve que llevar al hospital para que le enyesaran el brazo que se había roto por ver a Susana”.

Solos y de noche, el libro que rememora la trayectoria de Los Redondos, sus discos, sus misas y su mística, tendrá segunda parte (Foto: rocambole.ar)

Para Ricardo Cohen, la ciudad de La Plata es el centro del mundo y aplicó la regla para organizar un concierto de más de 30 horas. “Nos habíamos enterado de lo de Woodstock y entonces dijimos, hagámoslo todo seguido porque el de allá duró tres días, pero paraban para dormir. Dijimos no, seguimos derecho”. Está claro que el centro del mundo es donde uno reside, y Rocambole siempre tuvo claro esa ley no escrita: “Porque si no, estás pendiente de lo que hacen afuera y eso fue siempre una especie de debilidad del argentino, de estar pendiente de Europa o Estados Unidos”.

Por estos días, prepara la segunda parte de Solos y de noche, un libro que él coordina y que, con distintas voces, rememora la trayectoria de Los Redondos, sus discos, sus misas y su mística. En este caso, cubrirá los años iniciales hasta los shows de Huracán de 1993. El artista amplía su teoría sobre La Plata: “Está bien que uno reciba información. Que exista el rock dependió de la información. De la misma manera nació el tango. La Plata es como todos los grandes lugares culturales; acá, por la Universidad, que siempre fue importante para todo el continente americano”.

Rocambole prepara la segunda parte de Solos y de noche, un libro que rememora la trayectoria de Los Redondos (Foto: Ignacio Arnedo)

-¿La importancia de Los Redondos en tu vida?

-Es lógico que tiene una conjunción con amigos supertalentosos que construyeron un fenómeno, que realmente tengo que ser un agradecido de estar en ese conjunto desde el lado que yo manejaba.

-¿Cómo explicás el modo de comunicar que impuso Patricio Rey?

-Es la idea de reunir unas cuantas disciplinas para decir algo y no que una dependa de la otra. Ya en La Cofradía pensábamos que un disco no era un paquete de canciones grabadas en material vinílico. Era una obra. La obra era la reunión de diversas disciplinas en aras de un mensaje. La música, la poesía, reunida con la imagen. Tres patas para soportar un mensaje y darle la mayor riqueza posible. Es un pensamiento que no es ninguna novedad. Lo tenían a fines del siglo XIX con la ópera. La ópera era la obra. Con Los Redondos se pensó así siempre: la poética, lo musical y lo visual. Eso tenía que estar trabado de tal modo que si falta una parte el mensaje queda incompleto. Siempre trabajamos al unísono, al mismo momento, en paralelo. Nos reuníamos a centralizar esa idea. El ejemplo de Oktubre, las revoluciones a lo largo de la historia, los que se rebelan contra la opresión. Juntada, coctelera y después se servía.

-El Indio suele decir que Los Redondos no tiene nada que ver con La Cofradía. ¿Qué pensás al respecto?

-No tiene nada que ver para él, está claro. Skay y Poly iban a las diferentes casas que tenía La Cofradía, él no. Hay un hilo, no sé si es conductor, pero un hilo hay. Para mí no es ajeno que en La Plata se diera una escuela de rocanrol. Quedó claro que acá es una tierra de rocanrol. Antes de La Cofradía las bandas no cantaban en español ni tampoco tenían temas propios, hacían covers. Cantar en castellano y temas propios, que yo sepa, arrancó con La Cofradía.