Red Hot Chili Peppers: el groove, los excesos, el éxito y la muerte bajo el puente

En esta entrevista antológica, de 1992 -parte del flamante bookazine coleccionable Rolling Stone-, los amos del funk metal ya demostraban que tenían las medias bien puestas

Por  DAVID FRICKE

julio 25, 2023

Los Red Hot Chili Peppers a principios de los 90.

AJ Barrat/Avalon/Getty Images

Esta nota, publicada originalmente en junio de 1992, es parte del bookazine de colección, con cien páginas de contenido sobre Red Hot Chili Peppers, que Rolling Stone acaba de lanzar en Argentina.


Anthony Kiedis no revela la ubicación exacta del puente. “Está en el centro”, suelta con cautela, señalando vagamente un lugar distante en el brillante paisaje nocturno de Los Ángeles desde una habitación de hotel en un piso alto en Hollywood. “Pero no importa”, agrega de golpe. “No quiero que la gente lo busque”.

Kiedis, el cantante y letrista de Red Hot Chili Peppers, ya ha inmortalizado el lugar en “Under the Bridge”, la canción que los llevó al Top Ten, una balada extraordinariamente meditativa (al menos para los Peppers, que suelen mostrarse como locos de la diversión y el sexo). Pero es comprensible que Kiedis se resista a convertir el puente en una atracción turística de la música pop. Por un lado, la zona estaba, y sigue estando, en el territorio de las pandillas callejeras de Los Ángeles; los visitantes ocasionales no van a ser bienvenidos. Por otro lado, fue en ese lugar preciso donde la vida de Kiedis tocó fondo hace unos años bajo el peso de una severa adicción a la heroína.

“Estaba llegando a un punto muy bajo y desmoralizante, lo único que hacía era deambular y drogarme y no mucho más, lamentablemente”, explica Kiedis con una voz tenue y ligeramente grave, muy diferente a su agresivo ladrido arriba del escenario. “Me puse en contacto con algunos personajes bastante dudosos, mininarcotraficantes, digamos, y el lugar donde paraba una de estas bandas era ese, justo debajo del puente. Terminé yendo ahí con un miembro de la banda del que me había hecho amigo. Me dejaron acercarme porque él les dijo a los demás que me iba a casar con su hermana. Tenés que ser familia para estar ahí”.

“Ese fue sólo uno de los cientos de problemas en los que me metía todo el tiempo, problemas del tipo que sólo la adicción a las drogas puede provocar”, dice Kiedis bajando la mirada. “No es que fuera un lugar peor que otros. Es sólo un día en particular que quedó muy bien grabado en mi memoria. O sea, ¿cómo pude permitirme llegar a ese punto?”.

La tapa del nuevo bookazine de Red Hot Chili Peppers de Rolling Stone.

Kiedis es un muchacho de físico trabajado y facciones ásperas, con el pelo largo y liso de planchita. Ya venía estando limpio algún tiempo (exactamente desde el 1° de agosto de 1988), cuando convirtió ese recuerdo del puente en una canción. Fue durante la preproducción del último disco de los Peppers, Blood Sugar Sex Magik. Pero Kiedis sufría de otro tipo de abstinencia. “Estaba sin ensayar y bastante aislado de mis amigos o familiares, no tenía novia y Hillel ya no estaba”, dice sobriamente, refiriéndose a Hillel Slovak, el guitarrista original de la banda y amigo íntimo de Kiedis desde la secundaria, que murió de una sobredosis de heroína en junio de 1988.

“Lo único que entendía era esta ciudad”, dice Kiedis. “Crecí acá, viví acá los últimos veinte años de mi vida, y fue Los Ángeles, las colinas, los edificios, la gente en general, todo lo que parecía cuidarme más que cualquier ser humano. Empecé a cantarme esta cancioncita: ‘A veces siento/ como si no tuviera a nadie a mi lado’. Cuando llegué a casa ese día, comencé a pensar en mi vida y lo triste que era en ese momento. Pero no importa lo triste o solo que me sintiera, las cosas estaban un millón por ciento mejor que dos años atrás, cuando me drogaba todo el tiempo. No había comparación. Me recordaba a mí mismo: ‘Está bien, podés sentirte un desastre en este momento, pero no querés volver a sentirte como hace dos años’”.

“Al final no fue como escribir una letra genérica para una canción pop de cualquier formato”, dice Kiedis. “Comencé a escribir sobre el puente y las cosas que pasaron bajo el puente”.

Flea Balzary, en su hotel de Nueva York, en agosto de 1992 (Foto: Catherine McGann/Getty Images)

La suerte les ha estado sonriendo mucho a Kiedis y los Peppers últimamente. Gracias a “Under the Bridge”, Kiedis, el baterista Chad Smith, el guitarrista John Frusciante y el bajista Michael Balzary (más conocido por su apodo punk, Flea) pudieron disfrutar del éxito comercial que había eludido a la banda durante nueve años, cinco discos, un EP, dos sellos discográficos, varios cambios de personal, la muerte de Hillel Slovak y la casi autodestrucción de Kiedis. Blood Sugar Sex Magik, el primer disco de los Peppers en Warner Bros., superó la marca de un millón de ventas. Entonces el catálogo de la banda en EMI, incluido el álbum de oro de 1989, Mother’s Milk, empezó a sacarse el polvo de encima. Este verano, los Peppers van a coronar su victoria en los charts encabezando el cartel (arriba de nombres como Ice Cube, Ministry, Jesus and Mary Chain, Soundgarden y Pearl Jam) de la edición de 1992 del Lollapalooza, el festival itinerante de Perry Farrell dedicado al rock y el pogo en su máxima expresión.

Pero el 7 de mayo, cuando estaban en Japón (tenían cuatro fechas ahí en el marco de una extensa gira por Asia), Frusciante rompió abruptamente con la banda, lo que los obligó a abortar dos de los recitales en Japón y todo el brazo del itinerario que pasaba por Australia y Nueva Zelanda. Kiedis estaba hablando por teléfono en su habitación, dándole una nota a un periodista de Nueva Zelanda justamente, cuando Flea entró y tiró la bomba. “Flea me miró con una cara triste, pero completamente enigmática, surrealista”, dice Kiedis. “Y me dijo: ‘John quiere irse de la banda y volver a casa ahora mismo’. Me dejó helado, las cosas estaban yendo muy bien, ¿cómo puede ser?”.

Cuando la banda a pleno se sentó a hablar del tema, a todos les resultó obvio que el guitarrista no estaba haciendo un chiste. “Me di cuenta por la mirada en sus ojos de que hablaba en serio”, dice Kiedis. “Nos lo dijo de una: ‘No puedo seguir. Llegué a un estado en el que no le puedo hacer justicia a lo que creamos, por culpa del estrés y la fatiga. Ya no tengo lo que hay que tener para estar en esta banda’”.
Había habido señales de alerta. La moral general de la banda durante las giras había estado muy vacilante durante el último año. Y Frusciante especialmente “no parecía feliz de salir de gira”, dice Kiedis. “Nos dimos cuenta de que había una tensión fea, algo hacía ruido”.

Flea, Anthony Kiedis, Cliff Martinez y Hillel Slovak en el Metro de Chicago, en 1985. (Foto: Paul Natkin/Getty Images)

Frusciante, un grandote nervioso de veintidós años, no era el arquetipo de Pepper hedónico y bizarro, o al menos daba esa sensación. En una entrevista reciente, lo vimos sentado en su living de Hollywood con el aire apesadumbrado de alguien que hubiera sido teletransportado hasta allí desde un universo paralelo, contra su voluntad. Se lo veía desconfiado, dolorosamente retraído, se estremecía ante la mayoría de las preguntas y otras las contestaba con impaciencia. Sin embargo, era fácil comprender su incomodidad. Con sólo dieciocho años, cuando se unió a la banda poco después de la muerte de Slovak, Frusciante pasó de ser un prodigio de la guitarra que nunca tocaba fuera de su habitación (además de un fan acérrimo de los Peppers) a tocar en el primer disco hitero de la banda, Mother’s Milk. Y las presiones, al parecer, aumentaron mucho durante el último año.

“Pusimos buena cara”, dice Kiedis, “con la esperanza de que todo iba a andar bien. Él es uno de los guitarristas más profundamente geniales que conocemos. Además, es un buen amigo, y teníamos un toque cósmico y especial. Y vamos a tener que encontrar eso en otro lado”.

Los Peppers tendrán a su nuevo guitarrista a tiempo para la apertura del Lollapalooza a mediados de julio. Sin embargo, Kiedis admite tener sentimientos encontrados sobre la gira, en particular la lista de bandas lo deja pensativo, incluso si son cabeza de cartel. “Si no me hubiera entusiasmado tanto el año pasado, no me habría sentido tan inclinado a ser parte de esto este año”, insiste Kiedis. La lista de bandas de este Lolla, dice, tiene dos problemas: “Demasiados varones” y “demasiada guitarra” para su gusto. “Quería que estuviera [la banda de chicas] L7 en la lista y en la agencia todos se me cagaron de risa. Dijeron: ‘No son nadie’. ¿Perdón? Son geniales, son unas genias de mierda”.

Kiedis también se ha sentido frustrado por su incapacidad para hablar personalmente con Perry Farrell sobre la gira. Afirma que, cuando trató de conseguir el número de teléfono de Farrell para llamarlo directamente, recibió instrucciones de mandar un fax a la agencia. “Me sentí un poco molesto”, dice.
No obstante, está de acuerdo en que el éxito del Lollapalooza –como el de Nirvana y su tribu de Seattle y Sub Pop, y también el de los mismos Peppers– es representativo del descontento saludable y vital que está revitalizando al rock & roll: “El mundo en general está harto del mainstream. Todos quieren escuchar algo que no tenga un toque hardcore nada más, sino que sea música real, escrita por personas reales que se despiertan y sienten la necesidad innegociable de ponerse a crear música”.

Anthony Kiedis y Hillel Slovak en una prueba de sonido en Nueva York, en 1986. (Foto: Gary Gershoff/Getty Images)

Incluso para los estándares post nirvana del top 40, “Under the Bridge” es algo rarísimo e impresionante. Suavemente anclada en un riff de guitarra cadencioso y mínimo, que tiene un leve eco de “Little Wing” de Jimi Hendrix, la canción apenas si tiene un par toques para la radio y, en cambio, es bien directa en su detalle confesional (“Bajo ese puente del centro/ Me saco sangre/ Bajo ese puente del centro/ Entrego la vida”).

Como canción, “realmente no tiene gancho”, admite Chad Smith. “Y no es por restarle importancia a Anthony, pero no es el cantante más virtuoso del mundo. Es genial y conmovedor, sí. No es como el tipo que gana todos los premios, no es Michael Bolton”. Chad acentúa el nombre con una carcajada grosera. “Pero tal vez por eso es tan genial”.

“Under the Bridge” también se burla de la doctrina existente sobre lo que son los Peppers. Amados y despreciados en igual medida como una banda de locos tatuados, obsesionados con el funk hardcore y con todo lo que pueda hacerse en posición horizontal, los Peppers son héroes de la cultura skater, reconocidos incluso por sus detractores como pioneros del matrimonio poguero entre funk, rap y thrash metal al que bandas como Living Colour y Faith No More le deben la vida. Los miembros de la banda también son conocidos por la diablura calentona de canciones como “Party on Your Pussy” y por aparecer en el escenario vestidos sólo con una impoluta media blanca que les cubría el pito. También llegaron a los titulares por tener problemas legales reales: en Virginia, Kiedis fue condenado por exhibición obscena y agresión sexual luego de mostrarle sus partes íntimas a una mujer después de un recital en 1989. En Daytona Beach, en el estado de Florida, Flea y Chad Smith fueron arrestados tras un incidente con una mujer joven durante el rodaje de su actuación para el MTV Spring Break de 1990.

Sin embargo, los Red Hot Chili Peppers finalmente han alcanzado la fórmula del éxito comercial con una porción de melancolía, una fórmula que está a kilómetros de distancia del pogo por amor al pogo, las bromas sexuales y, para alivio de Flea, el estilo Pepper pasado por agua que con MTV corre el riesgo de volverse epidémico, gracias a bandas como Ugly Kid Joe.

“Nuestra música es mucho más densa que todo eso”, afirma Flea indignado, la intensa mirada de sus ojos azul claro se realza por el tinte turquesa de su cabello muy corto. “Simplemente sé de dónde viene su música: nos copian, copian a Faith No More, copian a todos. Nosotros nos formamos escuchando a Miles Davis, Ornette Coleman, De-funkt, Funkadelic, The Meters, James Brown, o sea, gente que va en serio. Lo que hacemos nos viene de improvisar y tocar mil millones de horas, horas que nadie va a escuchar nunca, hasta producir una conexión cósmica de telepatía musical en una sala de ensayo a oscuras.

“Lo único que buscamos desde el comienzo es hacer la música que nos sale del corazón”, insiste Flea. “Y lo demás viene de pasarla bien. Hillel, Anthony y yo estábamos todo el tiempo juntos en esta casa. Venía gente, la pasábamos bien, fumábamos marihuana y tomábamos cerveza, nos poníamos una media en el pito y correteábamos por el living. Éramos un grupo de pibes viviendo juntos, divirtiéndonos”.

Kiedis y flea, que fundaron los peppers en 1983 con el baterista eslovaco Jack Irons, ya no son pibes. Ambos tienen veintinueve años (nacieron con sólo doce días de diferencia), y lo que comenzó como una banda en chiste, destinada a tocar una sola canción en un concierto en un club, se convirtió en una carrera impresionante. Es más, la rutina de las medias ya no la hacen en vivo, sólo en ocasiones especiales (por decirlo así). Kiedis admite abiertamente que, con y sin medias, los Peppers son “descerebrados del punk-rock que amamos lo que hacemos y, con suerte, siempre va a ser así”. El problema, como lo ve Flea, es lograr que la gente entienda que tratar de tener sexo todo el día, ser descerebrado y hacer música de algún valor perdurable no son actividades mutuamente excluyentes.

“Nos han tendido una trampa”, dice Flea enojado, “nos sentimos engañados. Cuando salió el tercer disco, The Uplift Mofo Party Plan, me parecía que artísticamente era un disco genial. En serio. Pero igual nos dijeron: otra vez estos chiflados, de vuelta con lo mismo, siguen con eso de ‘Party on Your Pussy’, que es una canción en un álbum”.

Los Chili Peppers no son payasos de un solo truco. Cuando salen de la temática fiestera, son capaces de adquirir la gracia sideral del rock ácido (“Behind the Sun”, en The Uplift Mofo Party Plan), la conmoción amorosa (“Breaking the Girl”, el espeluznante vals con mellotron en Blood Sugar). Para un momento más ligado al funk, cuentan con una variedad de influencias de la música negra, más que nada en el motor subterráneo del bajo de Flea: el groove fluido y básico de Band of Gypsys de Jimi Hendrix, la síncopa traqueteante de The Meters y el clásico ritmo lascivo de P-Funk. (El líder de P-Funk, George Clinton, les devolvió el favor produciendo el segundo LP de la banda, Freaky Styley, de 1985). Que Blood Sugar esté dedicado al bajista Mike Watt, que estuvo en los últimos tiempos de Minutemen y actualmente toca en fIREHOSE, no es sólo un saludo “a un tipazo”, como dice Flea, sino también una declaración de reconocimiento de la deuda de los Peppers con Minutemen y otros de los amotinados del punk de Los Ángeles de finales de los setenta, como Black Flag, The Screamers, The Weirdos y The Germs. (Flea, por cierto, hace un papel destacado en el docudrama punk Suburbia de Penelope Spheeris, de 1983).

Y Anthony Kiedis tampoco es el descerebrado simplón y continuamente caliente que parece. “Under the Bridge” es lo suficientemente persuasiva en ese sentido. Pero Kiedis también se ha enfrentado a los males sociales y ambientales en “Green Heaven” (incluida en el disco debut de la banda, The Red Hot Chili Peppers, de 1984) y la persecución de los pueblos indígenas en “Johnny, Kick a Hole in the Sky” (Mother’s Milk). El doloroso agujero que la muerte de Slovak dejó en la banda y en la vida de Kiedis ha sido un tema recurrente en canciones como “Knock Me Down” (Mother’s Milk) y “My Lovely Man” (Blood Sugar).

Aún así, Kiedis escribe mucho sobre sexo porque, bueno, es lo que le pasa. “Parece un material perfecto para el arte”, dice con un dejo de impaciencia, “como la muerte y todos los demás aspectos fundamentales de la existencia. Está a la altura de los grandes temas, por lo que puedo decir.”
“Me mata que haya tantas personas escuchando ‘Under the Bridge’ en todo Estados Unidos que no tienen idea de lo que somos los Peppers. Imaginate a un par de amas de casa en Kansas que ponen la radio y dicen: ‘Ah, qué linda esta canción dulce y sentimental. Amor, ¿me traerías este disco cuando volvés del trabajo?’ Y cuando ponen el disco, ahí está ‘Sir Psycho Sexy’ y ‘The Power of Equality’ para ellas. Les pone su pequeño mundo patas para arriba”.

“Tengo en la mente la imagen maravillosa de una señora lavando los platos en su pequeña casa en Kansas con un pequeño pasacasettes”, dice Kiedis con una sonrisa pícara, “poniendo esta canción y de golpe se saca la ropa y sale corriendo hacia el patio trasero”.

Anthony Kiedis habla sinceramente de su fascinación por el sexo. Lo heredó de su padre: “Un personaje brutal, rebelde, clandestino, barrabrava, playboy, mujeriego y genio, todo junto”, como lo expresa cariñosamente Kiedis. “Él no era un flaco normal que trabaja de nueve a cinco y es tu papá, y eso definitivamente tuvo una fuerte influencia en mí”.

Nacido en Grand Rapids, Michigan, Kiedis tenía once años cuando se instaló en Hollywood con su padre, un pintoresco vagabundo local que finalmente se dedicó a la actuación a tiempo completo y se hacía llamar Blackie Dammett. “Apoyó mucho mi educación personal y mi desarrollo creativo”, dice Kiedis. Pero admite que su educación en manos de su padre fue “la anarquía en sí misma” en lo que respecta a la educación formal y especialmente a las mujeres.

“Mi padre tenía una rotación constante de novias”, recuerda Kiedis. “No es que fuera un abusador insensible. Simplemente tenía el deseo insaciable de conocer a todas las mujeres hermosas del mundo. Era genial porque gracias a eso pude desarrollar una confianza en mí mismo, en mi relación con las mujeres, desde muy chico”.

“Afortunadamente, tenía suficiente de la autenticidad de mi madre también. A una edad bastante temprana me enamoré de una chica y seguí con ella durante tres años. Así que no era como que estaba destinado a hacer lo mismo que mi padre. Al mismo tiempo, pensaba que era lo mejor del mundo que todas estas hermosas mujeres vinieran a mi casa, invitadas por mi viejo, y que no les molestara verme dando vueltas u, ocasionalmente, tener sexo conmigo. Te juro que mis amigos estaban bastante impresionados con mi situación”.

Todavía están impresionados. “Por lo general, está listo para tener sexo en cualquier momento del día”, dice Chad hablando de Kiedis, riendo pero con genuina admiración. “Está más allá del cliché de la estrella de rock. Realmente se ve a sí mismo como un catador de mujeres”.

El Gran Asunto de la Media en realidad comenzó, como dice Kiedis, como una broma pesada para una mujer que ni siquiera le gustaba. Él tenía dieciocho años y estudiaba o fingía estudiar en la UCLA, ciencias políticas, antes de abandonar finalmente. Y esquivaba los avances de una jovencita que estaba muy enamorada de él. “No estaba realmente interesado en ella”, dice, “pero me enviaba tarjetas desplegables con pitos, con una regla para medir y todo”. Un día la mujer se presentó en su casa y Kiedis, en un arrebato de inspiración, salió de su habitación para saludarla vestido únicamente con una media.
“No me tapaba solamente el pito, llevaba cubiertos el pito y las bolas”, señala Kiedis. “Era una broma. Y fue una buena broma”. El debut público de la media se produjo después, en uno de los primeros shows de los Peppers, en un bar de striptease de Hollywood llamado Kit Kat. “Dado que era un club de striptease, decidimos salir para el bis todos con la media en el pito”, dice Kiedis. “Y te digo, cuando salimos del backstage al escenario, estábamos levitando en una pura energía mental. No podía encontrar mis pies en el escenario. Alguien lo filmó. No sé si la película todavía existe, pero la vimos y teníamos una mirada como si fuéramos extraterrestres”.

Nota irónica: según Flea, el encargado del bar se les vino encima después del bis, a los gritos: “¡Que no muestren el pubis! ¡Les había dicho que no se muestra vello púbico!”. En un club de striptease, nada menos.

Lindy Goetz, manager de la banda, afirma que, incluso en su apogeo, el Asunto de la Media ocurrió en no más del quince por ciento de los recitales de los Peppers, “y siempre en ciudades donde podía ocurrir sin problemas”. Aunque también hubo jugadas que mejor hubiera sido pensar mejor. En Vancouver, Columbia Británica, Goetz le dijo a la policía que los chicos en realidad usaban tanga, que había unas cuerdas que sostenían las medias. “Se lo creyeron”, dice Goetz. “No había cuerda. Es una media común, se la sacan del pie para ponérsela en el pito”.

Los arrestos de 1989 y 1990, sin embargo, no tuvieron nada que ver con la calcetería masculina. Ni Kiedis ni Goetz comentarán el caso de Virginia debido a los continuos litigios. Flea, sin embargo, habla abierta y amargamente del incidente de Daytona Beach, una broma promocional para MTV que lamentablemente falló y empañó a la banda, injustamente dice, con una reputación de misoginia violenta.

Los Peppers fueron contratados para hacer un playback de “Knock Me Down” que iba a ser filmado. Los miembros de la banda, que odian el playback, decidieron aprovechar al máximo la falsedad de la situación tirando a la mierda sus instrumentos en medio de la canción y corriendo como locos a tirarse sobre el público y subirse a caballito uno de otro. La broma se estropeó después de que Flea se cayera de los hombros de Kiedis.

“Simplemente me agarré de lo primero que tenía delante y resultó ser una chica”, recuerda Flea. “Pero me la cargué al hombro y, en lo que a mí respecta, ella estaba emocionada a más no poder. No sabía que Chad le había dado un par de palmadas innecesarias, ese fue el primer paso en falso. Y al tratar de darla vuelta, cometí el gran paso en falso”. Cuando la mujer se cayó de sus hombros, Flea perdió el control y le gritó un par de groserías. “Eso”, reconoce sin problemas, “es lo que realmente no debería haber hecho”.
La policía arrestó a Flea y Chad Smith dos días después en pleno recital de la banda, acusándolos de agresión sexual y, a Flea, de alteración del orden público y (como dice la ley) “incitación a cometer un acto antinatural y lascivo”. Fueron declarados culpables y multados, y el dinero se destinó a un fondo local para el tratamiento de los traumas que genera la violación en las mujeres. “Intentaron hacer de nosotros un ejemplo”, sostiene Smith. “No estoy tratando de culpar a nadie más. Pero la forma en que se trató el tema fue como que hicimos algo realmente malo, que queríamos golpear a esta chica o algo así”.
“Abusé verbalmente de ella, lo acepto, y estuvo mal”, dice Flea rotundamente. “Lo admitiré siempre. Desearía no haberlo hecho nunca, y fue algo realmente estúpido. Estaba fuera de control. Pero no hubo agresión sexual, no y mil veces no. No tenía nada que ver con el sexo”.

Anthony Kiedis y Hillel Slovak en los Países Bajos, en 1988 (Foto: Paul Bergen/Redferns)

El lío de florida arruinó la presencia en vivo de los Peppers por un tiempo. “Nos estábamos convirtiendo en el blanco predilecto de los medios”, afirma Lindy Goetz. Pero la tormenta mediática, ahora combinada con el deslumbre del éxito comercial y la creciente ola de histeria moral conservadora que recorre el país, ha obligado a la banda a estar más alerta a la hora de cruzar la línea entre la payasada hormonal y lo que algunas personas podrían considerar un delito sexual.

“Renuncié al dolor del malentendido hace mucho tiempo”, dice Kiedis con impaciencia. “Y fue un desperdicio de energía”. Pero Flea, que tiene una hija de tres años (Clara, de un matrimonio anterior), confiesa sentirse inquieto por la notoriedad mixta de la banda. “No necesito demostrarle nada a nadie”, insiste Flea. “Estoy seguro de mí mismo. Pero siendo tan popular ahora, me molesta que me perciban de una manera que no quiero que me perciban: como misógino, homofóbico o antipático con otras personas. Tengo que tener más cuidado de no decir cosas que se malinterpreten”.

“Sin embargo, no me siento diferente a como me sentía cuando comenzamos hace diez años”, dice Flea. “Claro, he aprendido y crecido, me han pasado muchas cosas. Pero creo que siempre he sido una persona de buen corazón. Sólo porque salgo y grito: ‘¡Waaaagh! ¡Andate a cagar!’ Venimos del punk, ¿entendés? Es parte de lo que el punk se supone que es: ¡nunca pidas perdón!”.

Kiedis, Flea y Hillel Slovak eran estudiantes en Fairfax High School, en Hollywood, cuando formaron su primer grupo. Se llamaba The Faces y no tocaban ni una nota. Todo lo que hacían era sentarse, como en un pequeño club social, y hablar durante horas imitando las voces ridículas del dúo cómico Cheech & Chong.

La música vino después. Pero The Faces marcó el comienzo de un vínculo fraterno y casi hermético entre Kiedis, Flea, Slovak y, un poco más tarde, Jack Irons, que se convirtió en una parte tan integral de la estética Red Hot Chili Peppers como la locura sexual y el punk. Incluso grabaron una canción al respecto, un fragmentito de hip-hop metalero titulado “The Organic Anti-Beat Box Band”: “Bienvenidos amigos míos a mis recuerdos de cuando/ los 4 de Fax City eran cuatro jóvenes/ Ahora llegó el momento, ahora tocamos/ Uplift Mofo Party Plan. Uno viene de Tierra Santa/ Otro nació australiano/ Yo soy de Michigan/ Pero Hollywood es la Tierra Prometida/ Es una historia de Hollywood”.

Kiedis, por supuesto, era el chico de Michigan. Flea era el australiano (recientemente solicitó la ciudadanía estadounidense). Nacido en Melbourne, se crio en la ciudad de Nueva York, donde sus padres se divorciaron y su madre se casó con un músico de jazz. Educado en el bebop y la música clásica, el preadolescente Flea una vez agarró una trompeta y se volvió tan hábil con el instrumento que, cuando la familia se mudó a Los Ángeles, fácilmente consiguió la silla de primera trompeta en la Filarmónica de Jóvenes de Los Ángeles.

Slovak nació en Haifa, Israel. “Estaba muy orgulloso de su origen”, recuerda Flea. “También era un fiestero salvaje. Antes de dejarse llevar por las drogas, era muy divertido. Era realmente divertido, se pasaba. Muy flaco, con la cabeza larga y unos labios tremendos”.

“Una de las cosas más extrañas de su muerte”, agrega Flea con nostalgia, “es que todas las bromas internas que teníamos entre nosotros, el mero hecho de estar sentados haciendo bobadas, se fueron con él”.

The Faces evolucionó hasta convertirse en Red Hot Chili Peppers a través de una serie de desvíos largos y enredados hacia el rock progresivo (la banda de secundaria de Slovak, Irons y Flea, Anthem, presentaba a Kiedis como un MC bromista), el hardcore punk (Fear, liderada por Flea), la new wave (la banda de Slovak y Irons, What Is This) y el funk no wave (James White and the Blacks en una versión Costa Oeste en la que ambos, Slovak y Flea, tocaron). Kiedis, además, le aportó a la mezcla un gran interés por el rap. Escuchar a Grandmaster Flash and the Furious Five, dice, “me dio la idea de que podía hacer algo musicalmente sin ser Marvin Gaye”.

La distintiva onda Hollywood de la banda, mezcla de glitter y violencia callejera con un poco de astucia y mucho vértigo, fue algo que surgió naturalmente. “Al vivir en Hollywood, nos hemos enfrentado a mucha mierda”, explica Flea, “de tanto salir y pasar la noche con los bichos raros locales. Pero también íbamos mucho a la playa o agarrábamos la ruta para las sierras. De todo un poco. Pero, seguro, no podríamos habernos ganado la vida en ningún otro lugar que no fuera Hollywood”.

El maridaje de R&B acelerado y hermandad cómico-criminal convirtió a los Peppers en la comidilla de Los Ángeles en muy poco tiempo. Desafortunadamente, la mayor parte de la emoción y la diversión no llegaron al álbum debut de la banda. El disco sufrió una producción flojita de parte de Andy Gill, de Gang of Four, y los Peppers, que se pensaban como una banda de tiempo libre, largaron el álbum con sólo la mitad de su plantel estable (Slovak y Irons se habían ido a hacer su proyecto principal de banda, What Is This).

“La cosa natural y espontánea que tenemos no está ahí”, se queja Flea. “Si hubiéramos tenido nuestra formación original en el primer disco, creo que habríamos sido mucho más populares mucho antes. Habríamos grabado lo real, lo que éramos. Éramos tan explosivos en ese momento, pero lo escuchás y no es un disco explosivo”.

La reunión del cuarteto original en Freaky Styley y The Uplift Mofo Party Plan se complicó por la relación conflictiva de la banda con EMI Records (“Pensaron que les daríamos la canción pop perfecta”, se queja Flea) y las adicciones a la heroína de Slovak y Kiedis. Slovak, de hecho, había estado trabajando duro para mantenerse limpio cuando, en una trágica recaída, sufrió una sobredosis en junio de 1988. Irons, enojado por la muerte de Slovak e impaciente con el continuo consumo de drogas de Kiedis, dejó la banda.
“Debería haber sido yo”, dice Kiedis sobre la muerte de Slovak. “Mi propensión a las indulgencias exageradas era más conocida que la suya. Cuando Flea recibió la llamada telefónica, lo primero que pensó fue ‘Anthony ha muerto’”.

“Hillel fue la persona más cercana en mi vida y, lamentablemente, no creo que pueda tener eso con nadie más, porque no creo que suceda más de una vez que te acerques tanto a alguien”, dice Kiedis. “Pero, a pesar de lo cercanos que éramos, debido a que ambos padecíamos esta enfermedad que es la adicción a las drogas, en realidad no andábamos tanto juntos porque no nos gustaba vernos en ese estado”.

En agosto, Kiedis estaba limpio; hoy, es un fanático de la salud. También ha renunciado al alcohol y a comer carne. “Anthony siempre ha sido el puto hombre de acero”, dice Flea. “El hecho de que esté tan sano y que haya soportado todo lo que ha soportado es increíble”. Pero pasó otro año todavía antes de que la banda se pudiera recuperar. Hubo una formación interina con Blackbird McKnight, el guitarrista de P-Funk, y el exbaterista de Dead Kennedys, D.H. Peligro, pero no quedó en nada. Kiedis vio a John Frusciante cuando el guitarrista estaba haciendo casting para otra banda de Los Ángeles, Thelonious Monster. También escucharon a una treintena de bateristas antes de contratar a Chad Smith.

“Para cuando salió Mother’s Milk, había mucha ansiedad”, dice Kiedis. “Estaba peleando con el productor, John estaba incómodo con su forma de tocar”. Flea también estaba en medio de un matrimonio difícil y enfrentaba las responsabilidades y las alegrías de la paternidad. Blood Sugar Sex Magik, en comparación, fue una experiencia encantadora, producida por Rick Rubin y grabada en vivo en su mayor parte en una casa convertida en estudio en Hollywood Hills.

“Vivimos en esta casa durante dos meses y nunca peleamos”, dice Kiedis con orgullo. “Estábamos tan felices de hacer este disco. Y cuando lo terminamos, fue la mayor sensación de logro que probablemente jamás conoceremos. Sabíamos que era un punto de inflexión para nosotros”.

A pesar del trauma inicial, Kiedis siente lo mismo por la partida repentina de John Frusciante: “Es un mal momento. Y tenés que aceptar la ironía que tiene todo. Pero siempre nos las arreglamos para perseverar y, aunque es una gran pérdida, creo que nos vamos a conectar con alguien que se prende fuego tocando y hace lo que hay que hacer. Y vamos a rockearla en el Lollapalooza, carajo”.

Sin embargo, Kiedis no parece ni la mitad de entusiasmado con su éxito: “Especialmente viviendo en la ciudad de Los Ángeles, y haciendo lo que hago, es muy fácil quedar envuelto como una cebolla entre millones de capas de mierda y perder por completo el contacto con tu núcleo interior. Te olvidás de que sos una persona más con sentimientos reales de amor, tristeza, felicidad, excitación y placer. Vas por la vida como una bola de nieve, sumando más capas de mierda a medida que te movés. De vez en cuando, necesito que me recuerden que sólo soy una persona con estos sentimientos”.

¿Y quién te lo recuerda?

Hillel me lo recuerda. Más que cualquier otra cosa en este mundo, me lo recuerda Hillel. El otro día, estaba pasando por la típica situación de tener la agenda recontra llena, responder un millón de llamadas y abrir cartas y paquetes, y en eso recibí un paquete de una chica que ha sido amiga mía durante años, que había estado guardando esta caja para mí, esta pequeña caja de papel marrón que Hillel me había dado en 1986. Había algo escrito en la caja, y decía: “Anthony, vos pensás lo que yo siento y entendés lo que digo. Te amo. Es nuestro cumple 24. Hillel”.

“Salí al patio trasero y me senté ahí por un minuto”, dice Kiedis. “Y de repente, logré atravesar todas esas capas y llegué a mi verdadero yo. Empecé a llorar y a hablar conmigo mismo, y a hablar con Hillel”.
“Sabés, ‘My Lovely Man’ trata de mi amor por Hillel y el hecho de que eventualmente nos vamos a reencontrar. Es como que, cuando muera, cuento con él para que me guarde un asiento. Y cada vez que canto esa canción, Hillel está acá, en mi mundo”.