Ofelia Fernández: “Nada de lo que me dicen me genera nada”

Cómo una referente de las tomas estudiantiles del Pellegrini llegó a ser la legisladora más joven de América Latina (y ahora recalcula su rol en una escena política desafiante)

Por  PAZ AZCÁRATE

junio 17, 2024

Ofelia Fernández: “Empezaron un operativo para pincharme y narrarme”.

Foto: Florencia Daniel

Es enero de 2024 y Ofelia Fernández está usando Instagram para lo mismo que muchos lo usan de tanto en tanto: encontrar un departamento donde vivir. Dueño directo, apto mascotas, un correo de contacto, cualquier info se agradece. A esta altura de los vaivenes legislativos, de la inestabilidad de la economía y de la especulación inmobiliaria, la publicación es un género en sí mismo. Pero, aunque pivotar entre viviendas ajenas acerca su rutina a la de otros ocho millones de argentinos (en buena parte sub 30, según datos oficiales), los primeros 24 años de la vida de Ofelia se parecen en muy poco a los primeros 24 años de la vida de casi cualquier otra persona en este país.

Si hubiera que hacer un resumen rápido, como un punteo de curiosidades, se podría decir que a los 10 descubrió la política mirando una novela; comenzó a militar a los 13; a los 15 celebró su cumpleaños con temática guevarista; a los 16 fue la presidenta más joven de la historia del centro de estudiantes de su escuela; a los 18 fue referente feminista a nivel nacional; a los 19 tuvo su primer trabajo formal, legisladora porteña; a los 20 fue considerada una de las 10 líderes de la próxima generación por la revista Time. Ahora, que tiene 24 y vive en un país con una dirigencia un poco desorientada, se convirtió en una de las voces jóvenes más atendidas de la oposición al mileísmo, por su capacidad para interpretar un contexto que en poco tiempo cambió de muchas formas distintas.

Militancia estudiantil, aprobación de la IVE, su paso por la Legislatura. ¿Qué sigue para Ofelia Fernández? (Foto: Florencia Daniel)

“Empezó a armarse un clima antipolítica repesado”, dice Ofelia en su primer encuentro con ROLLING STONE para esta entrevista, sobre algo que identificó a fines de 2022. “Con la particularidad de que soy una cara que, para un sector, está vinculada con lo parasitario, una palabra que en absoluto creo que me define a mí ni a mi trabajo, pero me pareció más útil seguir defendiendo mis ideas sin que parezca que en realidad defiendo un sueldo”.

Anunció la decisión de no seguir en la Legislatura porteña en un video que publicó en diciembre pasado. Fue el balance de una gestión que dejó 229 proyectos de ley de su autoría, más la participación en otros 1.410, con foco en vivienda, educación, violencia de género y derechos de mujeres y diversidades, siguiendo los ejes de las comisiones en las que participó.

El video es, en parte, una parodia del registro solemne con el que los funcionarios públicos suelen comunicar su trabajo y una respuesta al acoso que recibió los últimos cuatro años (“ahora yo les pago el sueldo”). También es una colección de intervenciones que muestran su insistencia para instalar algunos reclamos en la agenda de la Ciudad y, al mismo tiempo, una habilidad maradoniana para armar frases que difícilmente no hagan eco después de ser pronunciadas. Encabeza ese catálogo de comentarios el descargo que hizo a un diputado libertario días después de que un grupo de militantes la esperara fuera de la Legislatura para insultarla: le dijo que no tenía problema en ser su enemiga, pero quería hacerlo hablando de política y sin decir su nombre “porque tengo bastante más trascendencia que vos y regalos no hago”.

Para Pedro Rosemblat, de Gelatina, Ofelia forjó un estilo cero impostado porque, por un lado, es de las pocas que en política gestionan sus propios canales de comunicación. “Es agotador ver el reel de un funcionario en reunión con el subsecretario de desarrollo productivo de no sé dónde musicalizado con un tema de Los Redondos”, dice. “En nuestro espacio es top 5 de las personas con más influencia y es el principal puente con la generación que no tenía conciencia política durante nuestro gobierno”. Por otro lado, para él, ese estilo muestra también una sensibilidad para identificar los malestares de su generación, que (no es menor) son suyos también.

Por todo eso a nadie podría llamarle la atención cómo y quiénes reaccionan cuando la encuentran en la vereda de un café porteño durante esta entrevista. Son mujeres; algunas chicas de su edad, otras más grandes: un grupo que pasa caminando la arenga, dos chicas le dicen que la quieren, una ciclista que pasa por la bicisenda de Superí le grita que ella es “la próxima”. Ofelia sonríe, devuelve el saludo. Y aunque está acostumbrada a recibir todo tipo de comentarios de 2020 a esta parte, se incomoda un poco cuando lo que le llega, más que una muestra de afecto, es un presagio electoral. Algunas semanas antes, un compañero suyo de la Legislatura habló con Rolling Stone sobre lo que Ofelia genera en algunos contextos: “Hay lugares a los que directamente no puede ir. La mejor, pero a veces se hace imposible. Tenés que irte y la tenés ahí atrapada entre la gente como si fuera el delfín de Santa Teresita”.

Cuando llegó a la Legislatura, la juventud de Ofelia y de su equipo (en su mayoría chicos y chicas que venían de la militancia del Pellegrini) estuvo lejos de pasar inadvertida. “Éramos escandalosamente jóvenes”, dice Santiago Legato, parte de ese equipo que, a pesar de tener en promedio unos 20 años, llevaba entre cinco y ocho haciendo política. El escándalo no era una suposición: era bastante usual que en una reunión les dijeran en la cara: “Che, son todos rependejos”, y Ofelia cuenta que este desconcierto también existía entre sus propios compañeros de espacio +40, que en sus primeros meses la saludaban acariciándole la cabeza. “Yo me cagaba de risa, era como si fuera un caniche: la incomodidad era muy, pero muy evidente”, dice.

De a poco, eso cambió. Se puede ver en el registro de las sesiones: el silencio que aparece en el recinto cuando toma la palabra, la mirada atenta de los legisladores que la rodean. “Es algo que no tiene que ver con bancarme o pensar lo mismo que yo”, dice, “pero con el tiempo empezaron a tratarme como a un par”.

Ofelia reconoce que su experiencia en la actuación de algún modo influyó en su oratoria. “Se trata de encontrar una expresividad que pueda movilizar”. (Foto: Achivo La Nación)

Ceder la representatividad de quienes la apoyan para cuidar una conversación ya muy deteriorada con un conjunto más grande de personas fue un gesto que entre 2022 y 2023 Ofelia creyó que sería necesario para el desenlace de lo que empezaba a moverse en direcciones inciertas. “Es una cosa rara, pero también entenderán que viví una experiencia muy fuerte, muy pronto y muy rápido, y que tengo derecho a vivir la política desde otro lugar”, dice sobre lo que resignó. Que la campaña del candidato que ganó las elecciones presidenciales en diciembre último se haya fundado en denunciar a la clase política como un linaje privilegiado (aunque él mismo fuera diputado desde diciembre de 2021) terminó confirmando sus sospechas.

Hablar con Ofelia es sencillo. Tiene muchos intereses, es por demás articulada y devuelve respuestas elaboradas, como si no hubiera prácticamente temas sobre los que no haya pensado antes. Para hablar acerca de lo que otros desconocen, ofrece claridad pedagógica, explica proyectos con paciencia, da la cantidad justa de detalles para seguir el hilo del relato. Tiene también algo que pocas figuras de la política están dispuestas a mostrar: capacidad de reírse de sí misma y de ser tan autocrítica como la situación lo precise. Por ejemplo, a principios de mayo le dijo a Blender: “Yo soy una terrible pelotuda”. Hablaba de la expectativa, tiempo y energía que depositó durante la campaña de Alberto Fernández y de cómo, a pesar de haber leído de manera acertada un descontento y una antipolítica crecientes, se sorprendió con los resultados electorales de diciembre de 2023.

Hablar con alguien de su lucidez y ocurrencia es un deleite periodístico: Ofelia es una máquina de generar titulares. Pero hablar con ella sobre su vida personal, arrancarle apreciaciones subjetivas, es bastante más complicado. Esto también le dijo a Blender cuando le preguntaron si estaba en pareja: “¿No tenés para preguntarme algo sobre Milei?”.

La última vez que habló con ROLLING STONE, Ofelia tenía 18 años. Ya le había dicho “chiquita no me digás” a Carlos Monti (otra para la vitrina de sus maradonismos) y había discutido mano a mano con Eduardo Feinmann durante diferentes tomas del Pellegrini. Y, más importante aún, para ese entonces, ya había intervenido en el Congreso la primera vez que se trató la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo, en un discurso de palabras sencillas, pero bien puestas. Cada frase que pronunciaba se clavaba en el suelo del recinto por su propio peso y se atornillaba con la contundencia de una cierta entonación y un movimiento de manos hecho en el momento indicado. En medio de un clima muy autoconsciente de estar armando una épica propia, durante varios días se habló de esa chica joven de contextura pequeña, pelo oscuro a la altura de los hombros y labios rojos que hacían contraste con el pañuelo verde que le rodeaba el cuello. Cómo hablaba, cómo pensaba, cuánto carácter mostraba para alguien de su edad. Quizás nada sea tan cuestionable como homologar rasgos personales con franjas etarias y, sin embargo, la perplejidad era prácticamente unánime porque, en efecto, hablaba, pensaba y exhibía un carácter que la mayoría de la gente desarrolla mucho después de sus 18 años, si es que alguna vez tiene la fortuna de llegar a hacerlo.

Esa tarde del 29 de mayo de 2018, Ofelia fue acompañada de su hermano Paulino a Diputados. Eva Mosso, su mamá, les había dicho que en cuanto terminara de trabajar iba para allá. “Cuando salí ya había empezado a hablar”, se acuerda Eva. “Me senté en un café, me puse los auriculares y me quedé escuchándola porque ya no llegaba a tiempo. Me impactó mucho, fue un momento muy verdadero, como si la hubiera escuchado hablar por primera vez”. Cuando terminó la exposición pasó a buscar a sus hijos y volvieron juntos a su casa. “No sé cómo describirlo sin usar la palabra ‘mágico’”, apunta. “Para mí fue como si el mundo hubiera cambiado esa misma tarde”.

Lo de La revolución de las hijas, acuñado por Luciana Peker para referirse al movimiento que militó la IVE, tiene un sentido muy literal para Mosso. Más que anécdotas y pequeños mitos fundacionales sobre cómo Ofelia devino en Ofelia (esos que todas las madres tienen), Eva recuerda toda la infancia de su hija, desde que empezó a hablar en adelante, como un tiempo de largas charlas llenas de preguntas y argumentos. Tenía que prepararse para responder hasta el final, hasta que alguna de las dos se cansara o cediera en su posición (cosa que nunca, pero nunca le pasaba a Ofelia). “Era muy discutidora, entonces el lugar de autoridad era agotador con ella”, dice su mamá. Exigía el porqué de cada decisión, ofrecía contrapuntos y tenía una forma de pensar y hablar que todo padre progresista querría que su hijo desarrolle (en lo posible para usar fuera de casa).

Mosso nació en Mendoza y es hija de dos periodistas que militaban en Guardia de Hierro y que durante la dictadura se alejaron de la política. En esos años, ella usó el nombre “María”. A pesar de todo, esas charlas, esas posiciones, esas inquietudes, como en casi todas las familias argentinas, permanecieron a lo largo del tiempo y del recambio generacional. En la casa de Ofelia, de 2000 para adelante, siempre se discutió sobre peronismo. Había representantes de todas sus vertientes, así que en las reuniones con la familia completa había tiempo para un afectuoso revoleo de chicanas. En esos momentos, Ofelia y su prima (pegadas en edad y crianza) bufaban un poco, se levantaban de la mesa y se iban a jugar a la computadora.

Con esa prima ocurre la historia que ella ya contó varias veces: era 2010, estaban tomando la chocolatada y en TV se emitían los últimos capítulos de Casi ángeles, cuando una cadena nacional de Cristina Fernández interrumpió la transmisión. Ofelia tenía 10 años. Quizás fue la manera de llegar por su cuenta a aquello de lo que su familia ya le había ofrecido participar (¿qué niño o adolescente no hizo esto?), pero para ella, fue la revelación de un mundo nuevo frente a sus ojos.

Cuando entró al Pellegrini, tantear las agrupaciones estudiantiles fue lo primero que hizo. “La mayoría estábamos todavía aprendiendo tímidamente de qué iba todo y ella se lo tomó muy en serio. Entró, empezó a hablar con cada grupo y se puso a militar de toque”, dice Milena Fajn, que la conoció en el curso de ingreso al Pellegrini, mientras compartían, a la par, un taller de teatro. “Para mí fue impresionante estar en una asamblea en la que hablaban todos chabones que estaban por egresar, y que ella, con 14, se parara y dijera totalmente segura todo lo que tenía para decir”, dice Fajn, todavía parte de su grupo de amigas más cercano.

La política y la actuación fueron ganando espacio en simultáneo en la vida de Ofelia. Durante el secundario y un poco después, participó en las películas Adiós entusiasmo (2017), Los miembros de la familia (2019) y Corresponsal francés (2021). En teatro, durante la secundaria, lo último que hizo fue Los Babeles con un grupo formado por Nora Moseinco, con quien estudió. “Los directores de la obra me sentaron y me dijeron: ‘Che, vos no estás para seguir con todo’”, se acuerda Ofelia. Ese año tenía 16. Dejó teatro y se convirtió en la presidenta más joven del centro de estudiantes de su escuela, en una fórmula que por primera vez estaba integrada por dos chicas.

La actuación fue la mejor forma de trabajar en una economía de la atención con muchos sesgos, en asambleas estudiantiles primero y en la Legislatura después. Tiene nada que ver con ficcionalizar y todo que ver con que aquello que se diga sea, efectivamente, escuchado. “Para mí se trata de encontrar una expresividad en las palabras que pueda movilizar algo y que provoque en el otro la misma sensación que tuvo uno cuando pensó en eso la primera vez”, dice. Esa expresividad, entendió Ofelia bastante rápido, podía hacer la diferencia entre que te consideren un interlocutor válido o te saluden como si fueras un caniche.

Los últimos años en el Pellegrini fueron de pura convulsión. Después de las primeras apariciones de Ofelia en móviles que cubrían las tomas del Pellegrini (una de ellas relacionada con un caso de maltrato físico por parte de un regente a dos chicas), su figura tomó otra notoriedad. “Hasta el ‘chiquita no me digás’ creo que fue todo normal, si presidís el Pellegrini es obvio que vas a tener cierta interacción con medios”, explica Santiago. “Pero con Ofelia se empezó a poner cada vez más raro: ibas en el subte y en el vagón había dos o tres viendo videos suyos”.

A la par, en los colegios porteños, particularmente en los que tienen más tradición política, el reverdecer feminista había sembrado preguntas nuevas y una necesaria revisión de posiciones y relaciones entre chicos y chicas que provocó una ola de denuncias y escraches, una suerte de mancha venenosa en la que, particularmente para quienes militaban, era tan complejo intervenir como difícil hacer la vista gorda. “No teníamos muchas herramientas para ordenar ni acompañar eso, de pedo tres o cuatro amigas más grandes te pasaban libros de Rita Segato o Judith Butler”, se acuerda Legato.

Ese año Ofelia armó un protocolo para que las denuncias por violencia y abuso en la escuela pudieran ser registradas y atendidas institucionalmente. “Ofe se empezó a hacer parte de un discurso que íbamos aprendiendo sobre la marcha”, dice Milena. “Para nosotras tuvo un valor muy grande que pudiera canalizar lo que nos estaba pasando”.

Si para Santiago fue raro viajar en subte y ver a su amiga en celulares ajenos cada vez que se viralizaba un video suyo, más raro fue cuando, dos años después, como militante del Frente de Todos, repartió boletas con el nombre y la cara de Ofelia. La historia es conocida. Juan Grabois había prestado atención a su discurso en Diputados y a sus intervenciones desde el centro del Pellegrini y le propuso sumarse al frente Patria Grande (en cuyo lanzamiento Ofelia produjo más material para la vitrina maradoniana cuando dijo: “La tibieza de la burguesía a mí me seca la concha”). En 2019, con la idea de representar al movimiento feminista y a la juventud en la Legislatura porteña, Ofelia encabezó esa lista.

En octubre de ese año, se convirtió en la legisladora más joven de América Latina (un título que en el último lustro se convirtió en algo así como su segundo apellido). Las elecciones fueron el 27. No pasaron ni 15 días entre que se conocieron los resultados electorales y que operaron por primera vez a Ofelia: el 6 de noviembre, en un hilo de Twitter, un portal (autoproclamado) de derecha vinculó a Eva Mosso, que por entonces era empleada en una casa de cambio, con una causa de lavado de dinero sin ninguna prueba o denuncia.

La operación sirvió para que otros portales (algunos de ellos más serios y con más alcance) pudieran levantar la noticia desentendiéndose de las consecuencias de hacerlo.

“Es muy difícil entender la lógica, fue una pavada total sin asidero, pero todavía cuando googleo mi nombre eso aparece entre los primeros resultados”, dice Eva. “Si la idea era amedrentarme, sirvió porque cerré todas mis redes”.

Durante 2020 este tipo de situaciones se iba a volver muy frecuente para Ofelia, que todavía no tenía nada parecido a una piel lo suficientemente dura para encontrar, de forma cotidiana, sus redes sociales llenas de insultos, que doxearan a sus amigos y familia frecuentemente, o que otros legisladores, incluso sin escudarse en el anonimato, le hicieran jugadas en público por las que después le pedían disculpas en privado. Esa escalada de violencia, generalmente verbal, se puso un poco más espesa cuando en 2022 Fernando Sabag Montiel intentó dispararle a CFK frente a las cámaras de televisión. No le ocurrió a Ofelia, pero fue una muestra de cómo lo que se agitaba en redes podía salpicar en la vida real. O mejor dicho, era la vida real.

En ese momento, Ofelia vivía con Eva. “Yo estaba muy insegura con mi cuerpo”, dice. La pandemia había armado una pésima combinación en una misma pantalla en la que convivían sus trolls y casi todos los que podrían distraerla o contenerla durante un momento así. “En medio de ese caos, sumar una mudanza y aprender a vivir sola parecían muchas cosas juntas y yo un poco necesitaba poder ser una niña-que-llora-con-mamá, así que decidí pasar con ella lo que parecía el fin del mundo”. Por esos meses intentó también cursar Derecho en la Universidad de Buenos Aires, pero participar de las clases como una estudiante más era una pretensión, a esa altura, de una imposibilidad que rozaba lo absurdo. Por un lado, por el tiempo que le demandaba su trabajo. Por el otro, porque ningún profesor podía hacer de cuenta que no estaba dando clases a Ofelia Fernández y ningún estudiante podía hacer de cuenta que no estudiaba con Ofelia Fernández. Retomar su formación universitaria, ahora que está fuera de la política institucional, es una de las cosas que están en su agenda post Legislatura.

A fines de 2020, consiguió, a través de un conocido, un departamento para alquilar y hacer su primera experiencia de vivir sola. Tres años después, el contrato de ese alquiler terminó junto con su mandato. El momento de incertidumbre de su futuro laboral no parecía óptimo para mudarse: vivió unos meses en casa de su tía y se mudó definitivamente en mayo, con algunos planes más concretos para este año. Esos planes incluyen una obra de teatro que hará con Pedro Rosemblat y una serie documental que la tiene como guionista y protagonista, una “radiografía de su generación”, en la que se pregunta qué condiciones e intereses cambiaron para los chicos y chicas de su edad en frentes como el trabajo, el acceso a la vivienda y la salud mental.

En los últimos cuatro años, el naciente movimiento libertario argentino, con su manera de moverse en las redes, surgió en espejo con la aparición pública de Ofelia, que hoy ya se considera blindada. “Empezaron un operativo para pincharme y para narrarme”, dice como un balance de lo que pasó de 2020 a esta parte. “Hoy quizás suena rebanana, pero ninguna de las cosas que me dicen me genera nada”. ¿Ese blindaje tiene un lado B? ¿Puede también ser negativo? Ofelia responde: “Puede ser, pero yo ya aprendí que es parte de esto y cuando salí de la victimización vino mi mejor momento”.

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