Max Hoeffner, el mayor coleccionista de blues en la Argentina: “El vinilo sigue siendo el mejor formato para escuchar música”

El artista plástico es un erudito y referente en los foros especializados para melómanos de todo el mundo

Por  HUMPHREY INZILLO

octubre 14, 2023

Florencia Cosin

En un cálido chalé de Beccar, Max Hoeffner atesora la mayor colección de vinilos de blues de la Argentina. Notable artista plástico, construyó un mundo imaginario a partir de la iconografía del blues y algunas de sus otras obsesiones, como el cine negro de Hollywood y las bailarinas de los nightclubs. Sus cuadros y los de su flamante esposa, la agente de prensa Paula Alberti, tapizan las paredes de un hogar en el que emana arte y en cuyos parlantes suenan, indefectiblemente, blues de preguerra (grabaciones realizadas antes de 1939, en el comienzo de la Segunda Guerra Mundial).

Ese es el eje de una colección que empezó su padre, a fines de la década del 50, y que construyeron juntos. Más de seis décadas rastreando discos, muchos de ellos primeras ediciones de sellos emblemáticos como Bluebird, Brunswick, Origin y Belzona (que pronto pasaría a llamarse Yazoo). “Me recuerdo, a los tres años, jugando en el comedor de casa, mientras papá escuchaba en una vitrola un disco de Blind Blake a 78 rpm”, evoca Max. “Papá accedía a esos discos por un tripulante de un barco inglés. Le encargaba los discos que veía en el catálogo Record Research: marcaba cositas sin tener un gran conocimiento, sobre todo por intuición. Cada vez que llegaba este español, que se llamaba Francisco, traía una pila de discos, pero aparte nos contaba un montón de historias. Era republicano y la había pasado muy mal con Franco. A mí me traía soldaditos”.

A sus 75 años, Max es un erudito, referente en los foros especializados para melómanos de todo el mundo. Basta con ver su ejemplar del célebre catálogo de grabaciones Blues & Gospel 1902-1942, compilado por John Goodrich y Robert M.W. Dixon a mediados de los 60, considerada una biblia para los aficionados al género, intervenido con anotaciones que translucen un asombroso grado de minuciosidad. A principios de la década del 80, en el centro porteño, junto a su padre y el también coleccionista Norberto Bettinelli, abrieron Harlem, una tienda especializada que duró algunos años.

Habla con familiaridad y conocimiento enciclopédico de artistas como Hayes McMullan, Bumble Bee Slim, Blind Willie McTell, Honeyboy Edwards y Robert Johnson, entre tantos otros. “Soy coleccionista porque necesito tener toda la data, toda. Amo el vinilo por el tamaño y por el arte, pero también me meto en los Archivos de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos a rastrear documentos inéditos. Y sufro porque hay música que tenían otros coleccionistas que no voy a llegar a escuchar”.

Hoeffner mantiene un apego por el formato, por razones estéticas y audiófilas. “El vinilo sigue siendo el mejor formato para escuchar música. La fidelidad es distinta a la del CD y, para mí, en muchos casos, es superior. Sobre todo, cuando estamos escuchando grabaciones originales. Pero además, me parece superior como objeto: es más grande, es más durable, es más coleccionable”.

El coleccionismo es un modo de vida. “También llegué a tener unos mil soldaditos. Todo lo que me gusta lo hago de forma metódica, sistemática. En la época de Martínez de Hoz, papá se había fundido. El dinero apenas alcanzaba y Johnny Parth estaba editando unas grabaciones inéditas buenísimas en Document Records. Entonces le hice vender a mamá un juego de té en un anticuario. Casi toda esa plata la usé para comprarme discos”.

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