León Gieco y Gustavo Santaolalla cerraron un notable homenaje a De Ushuaia a La Quiaca

En el CCK Barbarita Palacios y Javier Casalla revisitaron la obra que mapeó el folclore argentino desde una perspectiva rockera

Por  HUMPHREY INZILLO

mayo 22, 2023

Una fiesta. León, Barbarita y Santaolalla cerraron el concierto con la versión cuartetera de "Yo vendo unos ojos negros".

Fede Kaplun - gentileza CCK

Primero, la emoción. Antes de comenzar la función, un aplauso que cae en forma de abrazo, cuando entran Estela de Carlotto, presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, y Nora Cortiñas, referente de las Madres, y se sientan en primera fila. Después, la ovación. León Gieco y Gustavo Santaolalla, que se acomodan, también en la primera fila, para ser testigos privilegiados de un concierto excepcional. Y, finalmente, la música.  En el marco del ciclo Discos Esenciales de la democracia (1983-2023), la cantante y guitarrista Barbarita Palacios, y el violinista y guitarrista Javier Casalla recrearían De Ushuaia a La Quiaca, al frente de un seleccionado de notables. 

Definir a De Ushuaia a La Quiaca como un disco es de un reduccionismo absurdo. Se trata de un proyecto antropológico, social y musical, una patriada (en todas las acepciones posibles del término) que Gieco y Santaolalla concretaron hace casi cuatro décadas y que forma parte del acervo cultural de la Argentina. En ese sentido, las imágenes que se proyectan en la pantalla, ayudan a comprender y dimensionar el valor integral de la obra: tanto las fotografías de Alejandra Palacios, como los videos de Daniel García, amplifican su dimensión. Las declaraciones de Leda Valladares son una bendición para el proyecto, un aval para el cruce entre el folclore y el rock, que ahora nos parece natural, pero en aquel entonces era arriesgado.

Reunión Cumbre: Santaolalla y Gieco, en la Ballena Azul. (Fede Kaplun, gentileza CCK).

La banda base la completan Nicolás Rainone (arreglos, bajo sintetizado, teclados, guitarra y voz), Juan Manuel Ramírez (batería electrónica y accesorios) y María Pien (guitarra acústica, charango y voz). La presencia escénica de Lucero Carabajal (bombo legüero, batería electrónica, glockenspiel y accesorios) es un aporte musical y genético: Lucero es el hijo de Barbarita Palacios y Camilo Carabajal, heredero de un linaje folclórico por la rama paterna y de una mirada afro y universal por el lado de su madre y de su abuela, la gran Egle Martin

Nadia Larcher, aires norteños con una de las fotos de Alejandra Palacios proyectada en la pantalla. (Fede Kaplun, gentileza CCK).

Parece mentira que estas canciones tengan 40 años, y en esta relectura, sofisticada y energética, se aprecia la potencia del ensamble, un ejercicio complejo y entrañable. 

La sección de vientos (Sergio Wagner en trompeta y corno, Santiago Castellani en tuba y trombón) le aporta a “Don Sixto Palavecino” una proyección orquestal y refinada. Y la violinista Laura Urteaga se suma para “Príncipe Azul”, el clásico de Eduardo Mateo y Horacio Buscaglia: una canción de la cuál Gieco se enamoró antes de que Mateo se volviera una leyenda del culto, luego de su muerte en 1990.

En la pantalla, el Cuchi Leguizamón en residencia salteña, con el afiche de la película Manhattan (Woody Allen, 1979) como decoración, explica la proyección local y universal, ancestral y contemporánea, de su obra. En el piano de la imponente sala del Centro Cultural Kirchner, Noelia Sinkunas recrea la intro de “Maturana”. Y cuando se suma Luciana Jury en una interpretación vocal colosal no hay piel que no quede erizada.

Luciana Jury y Barbarita Palacios (Fede Kaplun, gentileza CCK).

Nadia Larcher, con su caja, les agradece a los maestros, a León y a Gustavo, por esa obra colosal. Y en su agradecimiento está implícito el de todas y todos, los de arriba y los de abajo del escenario. Y en un abrir y cerrar de ojos, nos sumerge en el paisaje puneño, con “No sé qué tienen mis penas” y la “Vidala del Monte” (a dúo con Barbarita).  La música y la emoción, confluyen, una vez más, cuando la bandoneonista Milagros Caliva nos sumerge en la sintonía chamamecera con “La calandria” y, luego, Laura Ros canta (y nos hace cantar) “Carito”.
La cumbre de la emoción, la ovación y la música, llega cuando León y Gustavo toman el escenario. Primero, Santaolalla a solas con su ronroco, interpreta “De Ushuaia a La Quiaca”, una pieza que compuso en el micro en el que la troupe del proyecto recorrió buena parte de la Argentina, y que luego incluiría en el soundtrack de Diarios de motocicleta (Walter Salles, 2004). Luego, se unen en una colosal versión de “Canto en la rama”. Y el final llega con la versión en clave de cuarteto cordobés (un gesto provocador y vanguardista en los tempranos 80) de “Yo vendo unos ojos negros”, ese clásico anónimo del folclore chileno que se transformó en un standard que llegaron a cantar Nat King Cole, Lucho Gatica y Olga Guillot, entre otras voces célebres. Pero aquí, en esta versión uptempo, entre el cuarteto y el ska, es un canto festivo.  Una postal maravillosa de una noche inolvidable, de un trabajo colosal de Barbarita Palacios y Javier Casalla, que en tiempo récord cranearon un homenaje a la altura de una obra cumbre, colosal, imprescindible.