Las Fin del Mundo confirman su gran momento con nuevo disco: ‘Hicimos crecer un bosque’

La banda bonaerense con raíces patagónicas que eligió Fender para su programa Next Class 2024 y que tiene fans en todo el mundo es uno de los mejores secretos de la escena del rock de acá

Por  ROMINA ZANELLATO

octubre 18, 2024

FOTO: JUAN FRANCISCO SÁNCHEZ

Estaban tocando en Niceto Club el 25 de agosto de 2023. Le abrían el show a Barbi Recanati, que presentaba El final de las cosas, su último disco, cuando Lucía Masnatta, la cantante y guitarrista de las Fin del Mundo ve a alguien muy emocionado entre el público, “particularmente” emocionado. Casi demasiado. ¿Quién era esta chica que jamás habían visto antes en un show? Se cantaba todo a los gritos, hacía pogo, la estaba viviendo. “¿La habrán visto las demás?”, se preguntó Lucía. “¿Será esa la rusa que nos escribió por redes?”. No podía ser, no había chances, y dejó de pensar en eso, pero en el camarín soltó su idea: para ella era la rusa. Las demás la habían visto, sí, pero estaban tocando y no prestaron particular atención. Decidieron entre todas que había pocas probabilidades de que fuera ella. Al rato entró alguien a avisarles que afuera había una chica que viajó desde Rusia para verlas tocar y quería pasar a saludarlas, era Alex. “Una divina, nos hicimos amigas al instante”. Alex, que se quedó un tiempo en Buenos Aires, llegó a grabar unos coros —unos “¡uooh!”— en Hicimos crecer un bosque, el nuevo disco de la banda bonaerense con raíces patagónicas.

La fan rusa vio un video de ellas tocando en vivo cinco canciones de su primer álbum, Todo va hacia el mar, y flasheó. No podía creer que cuatro chicas estuvieran haciendo esa música tan intensa, que se las vea reírse mientras tocan sus instrumentos, y que remitiera a todo lo que a ella le gusta: la naturaleza, la poesía, la música. ¿Qué vio? A cuatro músicas en su mejor momento, pasándola bien al tocar su disco debut, con la banda de chicas que siempre quisieron tener, cantando un poema de Alejandra Pizarnik en una mezcla de shoegaze con toques de post-rock, con una base instrumental fuerte que va creciendo hasta explotar en una atmósfera onírica espacial de cielo abierto, de ruta patagónica, que algo tiene, algo llega más allá. Tal vez sea la profundidad de sus canciones, el carisma de su vínculo o lo genuino de su universo.

No quedó en una anécdota. Ni bien Alex las descubrió empezó a apoyarlas en el Bandcamp Fridays, un programa de esa plataforma de streaming, que tuvo su inicio en la pandemia, y que consiste en que los aportes monetarios que hagan los fans los viernes se les gira a las bandas al 100%, sin comisiones ni retenciones. Entonces la fan rusa, una vez al mes, hacía su módico aporte, que para una banda chica e independiente que se desarrolla en una economía devaluada e inflacionaria representaba un gesto hermoso y un gran apoyo. “Al principio no entendíamos qué pasaba, pero descubrimos que era la misma chica que nos escribía. Empezamos a mandarnos cartas y videos, nos hicimos amigas. Gracias a ella pudimos hacer muchas cosas para la banda”, cuenta Lucía frente a un mapa gigante de la URSS que tiene desplegado en su casa: un juego de adivinanzas autobiográficas que hizo para festejar su cumpleaños, para que sus cuatro nuevas amigas la fueran conociendo más.

FOTO: JUAN FRANCISCO SÁNCHEZ

Alex, como muchos de sus fans, llegó a las Fin del Mundo por la sesión que la radio pública estadounidense KEXP grabó en septiembre de 2022 en el Centro Cultural Kirchner (con Rolling Stone Argentina como media partner), gracias al puente que creó la periodista Albina Cabrera desde Seattle. La de ellas fue la primera que alcanzó el millón de viewers y les abrió un portal a lo desconocido (del mundo).

“Todo lo que nos pasó de maravilloso tiene que ver con esa sesión, que no entendemos qué fue, cómo llegó a tanta gente”, dice la guitarrista Julieta ‘Hache’ Heredia. En ese ciclo tocó Juana Molina, Usted Señálemelo, Sara Hebe, Nicki Nicole, entre otras, pero fueron ellas las que primero lograron el número del millón, y la magia sucedió. A partir de ahí conocieron a Berto Cáceres Caracuel de Spinda Records, un sello español que se interesó en editarlas en Europa y en bookearlas para dos giras, la última acaba de terminar en septiembre por España, Francia y Suiza donde tocaron en festivales como el Nox Orae Fest o el Canela Party. No bien llegaron a Buenos Aires, pusieron todos sus pedales en una única valija de 23 kilos y se fueron a Brasil por segunda vez y visitaron México con tickets agotados. Ahora se van a Chile, y así, no paran. Ya están tocando sus nuevos temas y lo hacen, también, con nuevos equipos. Fender las eligió entre mil artistas del mundo para su programa de Next Class 2024 y les mandó de regalo guitarras, correas, pedales, auriculares, cables y más.

En este camino de heroínas, las puertas se le abren de manera misteriosa por el mundo antes que de poder recorrer del todo Argentina (solo fueron a Mendoza, Córdoba, Rosario y San Juan), pero van a tocar a un pueblito de 10.000 habitantes en Francia y hay público que canta sus canciones en español.

La noche del inicio

Una cena fue decisiva. Era 2019, en su casa del conurbano estaba Yanina Silva ensayando en el bajo unos temas que habían surgido después de un par de reuniones con unas chicas. Lucía estaba en la habitación de al lado maquetando nuevas canciones de la banda VS Meteoro con el novio de Yanina. Cuando terminaron, comieron algo y Yani contó: se estaba juntando con Julieta ‘Hache’ Heredia y Julieta ‘Tita’ Limia, guitarrista y baterista de la banda Boedo que recién se había disuelto. Querían hacer un proyecto de chicas, pero le faltaba alguien que se anime a cantar y hacer una segunda guitarra. Lucía no sabía cómo hacer. “Yo estaba: ¡Yani! ¡Acá, Yani, acá!”, dice Lucía, mientras hace la mímica entusiasta que levanta el brazo y llama a la maestra.

“Es muy difícil tener una banda”, sigue Lucía, la cantante. “Todo lo interpersonal y lo musical, para dónde va cada uno en la vida, los proyectos, las ganas que le pone, la disponibilidad de tiempo, económica y de esfuerzo, es difícil. Yo estaba intentando tener una banda de chicas, hacer música con chicas y no podía, y cuando me invitaron al ensayo dije ‘listo, es acá’”.

No eran improvisadas, todas ya tenían larga experiencia en bandas indie. Son de la clase de músicas que siempre tienen uno o varios proyectos en simultáneo, porque cuando eran pibas salían de la escuela a ensayar y ahora que promedian los 30, salen del laburo y se van a ensayar. Toda la vida con el instrumento a cuestas, dedicadas a crear algo con sus amigos: Temporada de Tormentas, Boedo, VS Meteoro, Plenamente, Nadar de Noche o Penny Peligro.

La primera vez que fue Lucía, Hache no estaba, había ido a Trelew a ver a su familia. Esa fue la segunda conexión, Lucía es de Rawson, el pueblo que está al lado. Si bien Tita y Yani son de Morón, el imaginario patagónico se coló en las letras que aporta Lucía y en el sonido que juntas fueron creando.
“El sonido que utilizamos, con mucho reverb y delay, es como que te da la sensación de un espacio muy grande, muy amplio. Quizás en espacios más cerrados, en la ciudad, se den los sonidos más agudos del punk o del rock más clásico”, dice Hache, buscando un sentido. Y se anima a pensar que tal vez la forma en la que toca la batería Tita, y cómo se dieron los componentes que cada una lleva a la sala de ensayo dio el sonido de la banda”.

FOTO: JUAN FRANCISCO SÁNCHEZ

Las influencias se notan, las tensiones también: a veces más instrumental, a veces con más letra, a veces con más voces, más rápido, más espacial, un detalle de dream-pop, un deseo punk, mucho shoegaze, un toque de post-rock. En el nuevo disco está todo eso, pero sobre todo hay una idea de comunidad y de grupalidad.

“La música de las Fin del Mundo te transporta, literal”. El que habla es Guillermo Mármol, cantante de Eterna Inocencia y voz en el tercer single de este nuevo disco, en “El día de las flores”. Ellas son fans de su banda y lo invitaron a algunos ensayos y ahí surgió el vínculo para hacer esa colaboración. “Cada vez que voy, apoyo la espalda en la pared, cierro los ojos y por momentos me agarra cierta constricción, nostalgia, melancolía y un poder irrefrenable de energía por esas melodías”.

Mármol es el único invitado en el disco, aunque se impone una presencia mucho más poderosa. Es algo más que la suma de sus partes, un quinto elemento que se compone de la unión (de las voces, de las personas) de las Fin del Mundo.

“Sentíamos que todo nuestro primer disco era un poco desesperanzador y más sad. Pero porque en ese momento lo sentíamos… salió así”, dice Tita, que se tropieza con las palabras cuando habla a toda velocidad: “Ahora también nos sentimos así, pero bueno, queremos salir de ese pozo de oscuridad”.
La fuerza de la comunidad la expresan en las cuatro voces cantando juntas en varios momentos del nuevo disco, Hicimos crecer un bosque. “Al principio cuando lo hicimos teníamos un montón de miedo porque nunca nadie lo había hecho, cuatro mujeres cantando al unísono”, dice Tita, y Lucía advierte, se ataja: “que sepamos, que sepamos”. La potencia de esa armonía vocal sobre el colchón de distorsión, algo que ya habían probado en la canción “El próximo verano” de su primer disco, pero que ahora explotan al máximo, es una de las delicias de su nuevo trabajo. “Cuando cantamos esa canción las cuatro al mismo tiempo la gente se suma y ahora quisimos exponenciarlo, por eso hay muchos momentos donde hablamos en plural, todo el disco habla un poco de la posibilidad”, dice Hache.

Desde el bosque

Solaris. Esa es una de las referencias posibles para el nuevo disco. Hache dice que para ella el arco narrativo del disco nuevo es ciencia ficción a la Stanisław Lem. “Por ahí es algo más terrenal, pero a mí me hace acordar a eso, a estar en un lugar aislado o en Tierra del Fuego y que este personaje pase por un contexto hostil, donde muchas personas pudieron escapar y otras se quedaron. Extraña a sus amigos, pero construye un refugio”, explica. En ese presente reflexiona sobre el pasado y el futuro, y piensa que no puede salvarse solo, que el único camino posible es con otros. “Y así cerramos el disco, cantando todas juntas”.

Hicimos crecer un bosque empieza con “Una temporada en el invierno”, alusión directa a Rimbaud y su infierno desde el cual comienza esta aventura. Grabado en tiempo récord en mayo, en julio se lanzó el primer adelanto. Las chicas estaban deseantes de salir con nuevo material porque venían tocando desde 2019 sus primeras canciones, la banda crecía en convocatoria y querían tocar lo nuevo. En las giras empezaron a probar estas canciones que grabaron y que en Buenos Aires van a presentar recién el año que viene.

“Lo musical no se hizo a último momento, ya teníamos todo muy ensayado y toda la producción artística fue nuestra, pero sí entramos al estudio y tuvimos que hacer todo en una semana, que lo mezclen y mastericen a la siguiente, mientras el arte de tapa se hacía en simultáneo. Las cuatro haciendo mil tareas a la vez porque todo es división por igual”, dice Lucía.

En la vera del Río de la Plata, mientras salen del pequeño bosque sobre la rivera para estas fotos, una grita: “¿Ya firmaron el contrato todas, no?”. La otra pregunta sobre los adaptadores de Brasil y de México y cómo harán con los transformadores. La otra averigua bien qué ropa van a llevar y cómo para pagar menos equipaje: enrollar las remeras en el estuche de las guitarras parece la mejor opción.

“No se puede describir lo que es el fuego sagrado de la música, lo que sentís cuando ves algo y conectás, ni cómo funciona la vibración de la música a nivel físico”, dice Estanislao López, el productor técnico del disco y uno de los componentes aglutinadores de la nueva escena de rock alternativo. “Las chicas tienen ese no sé qué. Y están muy decididas a hacer lo que quieren, van para adelante, aprendiendo mucho y las cuatro están muy enfocadas, que aunque suene extraño no es muy frecuente de ver”.

Lo mismo dice Mariano ‘Manza’ Esaín, que ofició de guitar tech, una especie de asistente con el objetivo de lograr un sonido de guitarra específico. “Es bastante sorprendente que una banda como la de ellas, que es 80% instrumental, haya tenido la repercusión que tienen, y creo que es por su empuje, la energía y una forma colectiva de hacer las cosas que yo, que trabajé con montones de bandas a lo largo de mi carrera, me alcanzan los dedos de una mano para contarlas”.

El trabajo que hizo Manza con las guitarras fue similar al que hizo Arturo Martin de Mi Amigo Invencible como drum doctor o de Darío de Luca de El Hombre Anormal en el bajo: a la colección de sonidos que la banda tenía y a la idea que ellas querían plasmar con cada instrumento se debatía en conjunto cómo lograrlo, cuál era la mejor herramienta para llegar a lo que ellas estaban imaginando. “Yo también soy bastante nerd con la cuestión del sonido, los pedales de guitarra y los amplificadores, por eso creo que fue lindo trabajar con ellas, nos gusta hablar de eso, aplicarlo”, dice Manza.

En la casa de Lucía, en el barrio de Belgrano, está el luthier Martín Lugones de Martes Guitars afinando las nuevas Fender que les llegaron de regalo para la gira. Escucha la entrevista mientras opera la guitarra sobre la mesa y, cuando termina, dice lo que piensa: “Están fuera de norma porque no importa dónde toquen, con qué elementos, ellas siempre suenan como las Fin del Mundo. Rompen esa idea que hay en el rock de que si querés tocar como Hendrix tenés que usar un Marshall o un Vox si querés sonar como Cerati. Ellas suenan a ellas con cualquier equipo”.

Tímidas, se ríen, es que tienen pocas cosas y se acostumbraron a tocar con lo que haya porque no estaban equipadas. De a poco, la historia va cambiando.

Más allá del acá

“Hubo un lugar, en Tours, en Francia, donde tocamos en un sala pequeña, en el piso de arriba de una tienda, y teníamos a todo el público muy cerca, medio encima nuestro, sentíamos su energía, los veíamos moverse con lo que nosotras hacíamos, intentando cantar en otro idioma. Fue muy flashero”. A la anécdota de Tita, la baterista, se le suma la de Yani, la bajista: “Hubo lugares donde tocamos en pueblos muy chiquitos, como uno medieval en España, Cambados, de 12.000 habitantes, era una locura, y el lugar estaba lleno, no entraba más gente”.

¿Cómo se enteraron esas personas de la existencia de las Fin del Mundo? Algunas las fueron a ver en la gira pasada, les compraron el disco y ahora repitieron, otras por la sesión de KEXP y otras porque si tocaban en tal bar del pueblo estaba asegurado de que iban a ser buenas. “Nosotras siempre nos quedamos después del show hablando con la gente y así nos enteramos de uno que viajó de Londres a Barcelona a vernos, una chica fue desde Singapur, otro tomó un vuelo de Valencia a Francia. Había un señor con su mujer que se habían hecho remeras con una foto nuestra. Es muy loco porque por ahí estás cansada después de tocar siete días seguidos y viajar varias horas, pero llegás y te encontrás con historias así muy flasheras”.

“La banda tiene muchísimos seguidores que no son hispanohablantes”, dice desde España Berto Cácere Caracuel, de Spinda Records, sello que va a editar Hicimos crecer un bosque en vinilo, CD y casete. Él ofició de tour manager por Europa y también de chofer de la combi donde las chicas recorrieron en diez días varias localidades europeas. “Da igual qué idioma hablen porque mediante la música y esa voz interpretada como un instrumento más la gente es capaz de conectar con la canción. A mí me pasó, lo recuerdo perfectamente cuando las descubrí, que escuché su disco, no tenía idea de quiénes eran y al cabo del día me di cuenta de que lo había escuchado cuatro o cinco veces seguida”. Esa conexión es clave para él, la forma en la que generan las melodías y en la que Lucía canta. “¿Por qué su música es exportable? Porque son muy buenas canciones”.

Berto se suma a lo que decía Manza o Estanislao, algo de la magia que crece cuando están juntas en el escenario y que es difícil de describir. Que suena a cliché, pero que son momentos virtuosos de las bandas, ahí donde parece que no hay techo y sólo hay crecimiento. “Yo me he ido de gira con ellas las dos veces que han venido a Europa y es curioso como hay veces en las que en un concierto hay alguien que no las conoce nada de nada, pero que después del show, durante la firma de discos en el puesto de merch, en la feria, se acercan y les dicen que el concierto fue un espectáculo, en el sentido de que es una vivencia. No es lo mismo escucharlas en un disco, ellas producen una catarsis cuando tocan en directo, empiezan tanteando el terreno y de a poco la intensidad va creciendo hasta que al final llega el clímax y ahí termina. No hay desenlace, no, el concierto termina arriba de todo. Sin bises, el público siempre se va con ganas de mucho más”.

Como un trabajo hormiga, Berto sabe que después de esa experiencia, por más pequeño que haya sido el show, que el pueblo sea de pocos miles de habitantes, cada vez que ellas pasan, las escuchas en esas locaciones crecen después del recital. “¿Qué es más importante? ¿Una sala grande a media capacidad o una sala pequeña sold out? Siempre, siempre que el público se quede con ganas de más”, dice.

El futuro para las Fin del Mundo parece una ruta larga que recién comienza. Si están saliendo de la isla, tienen mucho país para recorrer todavía y mucho mundo. En el último tema del disco nuevo, “Vendrá la calma”, ya están saliendo, yéndose a buscar lo que sienten. Cuando hicieron ese tema, que fue el último que compusieron y el último que definieron sus arreglos antes de la grabación, querían que tuviera un outro largo, potente y simple, que suene a final y que el mensaje sea positivo, todas juntas, preguntándose, casi en forma de deseo: “¿Será que algo mejor nos va a pasar?”.

“Yo sé la respuesta, siento que tenemos mucho más para dar, hay mucho de los géneros que a nosotras nos gusta, hay mucho más de esta formación, no es que ya gastamos todo. Tenemos 16 canciones, hay mucha más tela para cortar”, termina Tita. Todas asienten. “Gran final”, dicen. “Sí, sí”. Todas de acuerdo. Se suben al auto, se preparan para viajar, para tocar, para girar. El camino recién empieza, queda todo el mundo por conquistar.

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