La sesión mágica de dos Snarky Puppy y Rubén Rada en un bosque de Punta del Este

En una residencia artística de una semana en un nuevo espacio uruguayo, Michael League y Bill Laurance compusieron y brindaron un concierto , producido por Ale Kurz y con Julian Lennon entre el público

Por  Humphrey Inzillo

febrero 24, 2024

Bill Laurance y Michael League, de Snarky Puppy, en Portal Bosque.

Biru Capurro (Gentileza Portal Bosque)

“Yo creo que cada obra musical es un producto de su ambiente, incluso si estás enfrente de un fuego tocando la guitarra, si estás caminando o en un aeropuerto y tenés una melodía en la cabeza. En general, no se puede separar la música de lo que pasa alrededor, en tu mente o en un momento de tu vida. Todo está relacionado. Por eso, me parece muy buena idea que los artistas se pongan en situaciones distintas, que viajen y que incluso vuelvan a casa por otra ruta que no sea la habitual”, dice Michael League. Es el atardecer del viernes 19 de enero, y el bajista y uno de los fundadores de Snarky Puppy, el grupo de jazz funk surgido en 2004 y que desde entonces acumula media decena de Grammy, acaba de terminar un largo partido de tenis, en el marco de su residencia artística en Portal Bosque, un club familiar en La Barra, Punta del Este, que combina naturaleza, tecnología y arte. Es un nuevo concepto en espacios culturales, montado en un predio de seis hectáreas, creado por el ingeniero de software Matías Woloski (creador de Auth0, uno de los principales unicornios argentinos) y la emprendedora Mariquel Waingarten, dos argentinos que residen desde hace años en la Banda Oriental. 

Julieta y Rubén Rada cantan “Botija de mi país”, junto a Michael League y Bill Laurance.

Esta excursión uruguaya de Michael League no es una rareza. El músico estadounidense, radicado en Barcelona desde hace cuatro años, suele pasar en su casa apenas uno o dos meses al año. El resto del tiempo transcurre entre las giras mundiales de Snarky Puppy, GroundUP –el festival que dirige desde 2017 y que se celebra en Miami–, travesías musicales por la India o el norte de África, entre otras escalas. 

 En este caso está acompañado por su amigo británico Bill Laurance, el tecladista de Snarky Puppy, con quien armaron un dúo en la pandemia. “Los festivales de jazz europeos estaban intentando seguir, a pesar de las restricciones, contratando a músicos que vivieran en Europa, porque el 90 % de los line-ups está integrado por artistas estadounidenses. Cuando se enteraron de que yo estaba en España y Bill en Inglaterra, nos propusieron montar un dúo para hacer una gira de tres semanas por festivales en Italia. Así que, sin saber bien qué tocaríamos, dijimos que sí”, evoca League. “Tuvimos un ensayo y montamos un repertorio con canciones que habíamos escrito individualmente. Y la gira fue tan exitosa y divertida que decidimos componer para el dúo y grabar. Y, si bien no era nuestro plan, se nos hizo muy interesante la combinación”. De esa manera, el dúo adquirió una vida propia que coexiste con el proyecto principal de ambos, Snarky Puppy. Hay en el intimismo de su música un aire de ensueño que remite a As Falls Wichita, So Falls Wichita Falls, el álbum que grabaron a comienzos de los 80 el guitarrista Pat Metheny junto al tecladista Lile Mays para el sello ECM. 

League y Laurance en Portal Bosque.

Después de un par de días de residencia a solas en el Portal, en el que compusieron y terminaron de redondear otras canciones, el violinista Javier Casalla, integrante de Bajofondo, se sumó como arreglador y director de un cuarteto de cuerdas multinacional, que incluye a la violinista Sara Ryan (oriunda de Venado Tuerto, Santa Fe), la chelista serbia Karmen Rencar (nació en Hungría, vive en Buenos Aires) y la violista montevideana Leticia Gambaro (integrante del ascendente grupo Ninguna Higuera), para la Portal Sessions, una creación de Matías Woloski y su primo, Ale Kurz, guitarrista y cantante de El Bordo. Ambos llevan adelante la dirección artística del proyecto,  con Kurz volcado a la producción musical. Por las sesiones ya pasaron la cantante residente en Los Ángeles Nya y el talentoso multiinstrumentista Mat Alba, uno de los artistas emergentes más interesantes de la escena argentina

“Cuando arrancamos con Portal Bosque, le pedí ayuda a Ale para montar una sala de ensayo. Pero cuando vino a conocerlo, al sentir la inspiración que podía traer este lugar, me dijo que daba para hacer algo más ambicioso. Ahí empezamos a pensar en meter una consola para grabar en vivo y fuimos imaginando un formato, inspirados en los Tiny Desk Concerts de NPR y las Mahogany Sessions. Así que decidimos armar nuestras propias sesiones, y empezó este viaje”, explica Matías. 

“Lo convencí de llenarnos de chiches vintage. Tenemos un Fender Rhodes, un piano vertical, equipos de guitarra valvulares, una batería Gretsch, una [consola] Midas y un módulo de grabación que nos permite trabajar en el medio del bosque. Está todo customizado”, se entusiasma Kurz. “La idea es que los artistas vengan a producir algo nuevo. Queremos que toda la música que salga de acá sea de calidad. Una cosa que charlamos mucho con Mati es que queremos jerarquizar y valorizar la música en vivo. Ocurre algo muy especial cuando los músicos tocan juntos y armamos todo para capturar esos momentos. El entorno ayuda a que este espacio se convierta en una especie de Sonic Ranch, el famoso estudio de Estados Unidos”.

Parte indispensable del enlace con Michael y Bill es Marcelo Woloski, hermano de Matías, percusionista de Snarky Puppy y protagonista de la primera de las sesiones, junto al colombiano Juan Andrés Ospina, la polaca Joanna Kucharczyk, la portuguesa Sofía Ribeiro y el argentino Andrés Rot.

Marcelo fue compañero de la primera banda de Ale Kurz, cuando tenían 13 años y hacían covers de Nirvana. Cacho, el papá de Matías y Marcelo, es el responsable de que Ale se haya dedicado a la música. Un guitarrista intuitivo, que en los tiempos muertos entre los ensayos repasa clásicos de la bossa nova a dúo con Marcos Ferrando, el afinador de pianos que llegó especialmente de Montevideo, como si se conocieran de toda la vida. O, por la noche, lidera una zapada familiar en el estudio, con sus hijos (Matías en el Rhodes, Marcelo en el cajón peruano, Maia en la voz) y su esposa, Susi, que también canta. A la familia se suma la cantante argentina Macarena Robledo. ¿El repertorio? Tangos, boleros y música brasileña. Ese momento de intimidad y profundo amor a la música acaso sea el que mejor explique todo este proyecto.   

Además de esa juntada familiar, Marcelo aportó un bombo legüero a la cuerda de tambores (Diego Paredes, Darío Terán y  Sergio Martínez) que Rubén Rada trajo desde Montevideo para cantar, junto a Michael, Bill, el cuarteto de cuerdas y su hija Julieta, una versión de “Botija de mi país”, la canción originalmente publicada en 1987, en el álbum homónimo que grabara en el reencuentro con Eduardo Mateo, su parceiro del grupo El Kinto, en los años 60. Una canción de los 80, cuya letra (“si te quieren reprimir/ Juntate con 5 mil/ Y juntos repiqueteen las manos”) adquiere vigencia en estos tiempos. 

La energía que Rada transmite durante los ensayos, los tiempos muertos, las cenas y en la propia sesión, no se condicen con los 80 años que marca su documento. Nos hechiza a todos, claro. Pero especialmente a Michael, que lo acaba de conocer. “Rada es un amor. Es un niño que tiene 80 años, y tiene más energía que cualquier persona. Le encanta jugar, por eso digo que es como un niño. Porque siempre tiene esa alegría. Siempre está haciendo chistes. Siempre está bromeando. Siempre está jugando y por eso parece que tiene 20 años menos. Es muy lindo compartir con él”, explica fascinado.  

Michael está acostumbrado a tratar con figuras de extensa trayectoria. Formó parte de la última banda que acompañó a David Crosby (1941-2023): “David me enseñó muchas cosas de la música, de la vida, de todo. Las historias que me contó cambiaron mi manera de pensar en muchas cosas. Nos conocimos en 2015, él siempre fue muy generoso con el conocimiento, con su sabiduría y la compartió libremente. Era muy linda su onda con Becca [Stevens], Michelle [Willis] y yo. Y nosotros le dimos mucha energía e inspiración, también. Porque la mayoría de sus compañeros, de sus colegas, con esa edad, están muy cómodos. Yo creo que él en nosotros vio talento, inspiración de una forma musical, pero también vio músicos con hambre creativa. Porque él estaba en esa búsqueda. Y, de repente, sus amigos pararon de buscar de esa misma forma, lo que también es muy entendible. Imaginate con una carrera super exitosa durante 50 años: en algún momento querés relajarte y disfrutar de los frutos. Entiendo los dos lados, totalmente”. 

Rada es de la escuela de Crosby. Su característico espíritu lúdico aparece al final del ensayo en el escenario circular montado en medio del bosque, mientras el ingeniero Coca Monte y su socia, Panda Elliot, ajustan los últimos detalles del sonido, bajo la atenta mirada de Joaquín Bachrach (productor generar de todo el encuentro), y los músicos hacen una última pasada de “Botija de mi país”, el cantante arremete y encabeza una versión incendiaria de “Take the A Train” [la composición de Billy Strayhorn popularizada por la orquesta de Duke Ellington a principios de los años 40]. 

Aunque no pueda ser considerado como un jazzista ortodoxo, Rada se apropió de ese lenguaje y lo utilizó a lo largo de toda su carrera. “Siempre toqué con músicos de jazz. Yo aprendí a escuchar música con Hugo Fattoruso, él me preguntaba qué estaba haciendo el bajo, la guitarra, los caños… Aprendí a entender los arreglos. Empecé a entender a Charlie Parker, a Oscar Peterson. Y la improvisación, que es algo que hice toda mi vida. Mis canciones siempre terminan en fade out, porque estoy improvisando”, ejemplifica. Y celebra los días en que tocó al frente de su explosivo quinteto en los años 80, junto a Ricardo Nolé, Beto Satragni, Ricardo Lew y Osvaldo Fattoruso. “Ese grupo era una pared. No ganábamos un mango, pero nos divertíamos como locos, arriba y abajo del escenario”.

Apenas lo conoció a Bill Laurance, Rada le puso “Tiger” como apodo. “Le decía que no tiene que perder el tigre que lleva adentro. Porque hay músicos que cuando empiezan a tocar mucho y a hacer plata, pierden el hambre, la voracidad, y empiezan a tocar de taquito. La gente se termina dando cuenta, y eso no es bueno”, asegura.

Cae la noche y unos 200 privilegiados rodeamos el escenario. La escena es mágica, un poco por lo que vamos a escuchar y otro poco por el montaje escenográfico, craneado por Grant Orchard, puestista de Muse, entre otros artistas de nivel global. Una esfera blanca flota sobre los músicos, y las luces irrumpen desde los árboles. Al principio, Bill y Michael despliegan sus encantos musicales creando una atmósfera atrapante, como si la naturaleza y los sonidos se fundieran en un abrazo. Bill toca el piano y Michael se reparte entre el bajo eléctrico y el laúd turco. Repasan algunas canciones de su primer disco [Where You Wish You Were, 2023], estrenan otras de las que compusieron aquí (y grabarán en Italia, dentro de unos meses) y luego suman a las cuerdas.

En ese formato, se destaca el arreglo que Javier Casalla compuso para “La marinada”, una canción de Michael inspirada en la brisa que sopla en las costas catalanas. Hacia el final, se suman Rada y su troupe candombera. No sabe que, entre el público, está Julian Lennon, el hijo de uno de sus máximos héroes musicales. “Es el Beatle que yo más quería”, me había contado un rato antes, cuando recordábamos en los camarines su disco Montevideo, de 1996, que incluye “Lovely John”, una oda al autor de “Imagine”. Decía Rada: “Él era el más auténtico, por lo que decía y proponía. Siempre estuvo por la paz. En Nueva York, por ejemplo, salía a protestar por Bangladesh y lo seguían 500.000 personas”.

Rada se enteró de la visita de Julian cuando vio las fotos, y dice que le hubiera encantado conocerlo. Antes de irse, el hijo del Beatle llegó a comentarme de su fanatismo por Ronnie Scott’s, el mítico club de jazz londinense que frecuenta desde hace más de cuatro décadas. Fue allí donde conoció a los integrantes del dúo, que fueron una buena excusa para llegar hasta Punta del Este. También los vio, por ejemplo, en el festival de Juan Les Pins, en la Costa Azul de Francia. 

La presencia de un Lennon en Portal Bosque es percibida como una señal divina. “El alma del proyecto tiene que ver con una mixtura de gente, de culturas, de géneros”, explica Matías Woloski. “El vector más importante es que podamos aportar un granito de arena a la evolución de la música, y para mí la música evoluciona cuando juntás distintos géneros, distintos artistas, distintas ideas. Así surgen otras cosas”.

Ale Kurz, Javier Casalla, Rubén Rada y Matías Woloski en un receso de los ensayos.

Portal Bosque es, también, un laboratorio. En el ocaso de la noche, cuando se fue la mayoría del público, al calor del horno de barro y el fogón se arma un baile con los músicos, la familia Woloski y el staff del Portal. Por los parlantes suena “Escándalo”, el clásico de Raphael, y Michael League, que ya lo había dado todo en el escenario, vuelve a darlo todo en la pista de baile.

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