Tomás Rojas hace correr la cinta y aparece la voz de Moris interpretando “El mendigo de Dock Sud”. La grabación es de marzo de 1981: el disco se llama Las Obras de Moris y fue registrado en vivo en el Estadio Obras, en la primera visita del cantante al país durante su exilio en España. “Conseguí las cintas en un lote, y descubrí que hay al menos tres canciones que no fueron incluidas en el LP”, explica Rojas, de 28 años, técnico electrónico e ingeniero de sonido autodidacta y factótum de esta historia. Porque lo que importa acá no sólo son las cintas, son las máquinas que reproducen esas cintas. Máquinas que parecen obsoletas, pero que hace cuarenta y cinco años, cuando se incorporaron al patrimonio de los estudios Ion, eran tecnología de vanguardia.
En este caso, una MCI JH16 de 24 canales, fabricada en 1978, que desde hace un par de meses está conectada a la consola del estudio Crazy Diamond, en el barrio porteño de Parque Chacabuco. “Me llevó más de dos años de trabajo restaurarla. Para eso tuve que conseguir los repuestos. Por ejemplo, comprar motores en Estados Unidos, porque los originales estaban muy dañados”, cuenta. Se trata de un artefacto con historia. En él se grabaron, por ejemplo, todos los discos de Serú Girán y Piano Bar, de Charly García. Y Fito registró Tercer Mundo y El amor después del amor. “Tuve que aprender el funcionamiento desde cero. Fue todo a prueba y error”, explica.
No es la primera vez que Tomás realiza un proceso similar. Al lado hay una Scully 284B de 8 canales, de 1976, que también le había comprado a ION y que había restaurado de manera minuciosa. Y que estén de comodato en Crazy Diamond no es una casualidad. “Vine por primera vez porque le había pedido a un amigo una grabadora de 8 canales que estaba acá. Me llamó mucho la atención la acústica de este lugar. Cuando compré la primera grabadora, no tenía adónde llevarla, y cuando le comenté a Sebastián [Medina, dueño y factótum del Crazy Diamond], él me dijo ‘qué bueno sería que esa máquina esté acá’. Esa fue la idea inicial”, recuerda.
El enganche de Tomás con el submundo de las cintas empezó de casualidad. Hace casi una década, en un puesto de antigüedades se cruzó con unas cintas de Arco Iris. “Eran dos rollos, finitos. Me llamó la atención que eran varios simples con números de catálogo. Las pagué a una suma irrisoria, porque ahí estaba el máster de ‘Mañana campestre’, ‘Llegó el cambio’, el simple de Sudamérica y de ‘Adónde irás Camalotal’, en una versión diferente a la del disco. Para escuchar eso compré las primeras máquinas”, recuerda. Y gracias a ese rescate, conoció a Gustavo Santaolalla.
No lo hace por ningún rédito económico. “Siempre trato de hacerle llegar una copia a los artistas. Son materiales que no se pueden comercializar. Es un motivo histórico: rescatar algo que está en el olvido y que de otra manera se perdería”.
Entre esos hallazgos hay, por ejemplo, un disco de piano que Carlos Cutaia, tecladista de La Máquina de Hacer Pájaros, grabó a comienzos de los 80.
Las máquinas no sólo le permiten el rescate de rarezas e inéditos, sino también la posibilidad de grabar a la vieja usanza. “De alguna manera, cambia la dinámica y es como si estuvieras tocando en vivo”.
“Cuando tenés contacto físico con determinados elementos, eso hace que puedas amasar el audio”, argumenta Medina. “Esa mugre que se busca agregar ahora como un filtro de Instagram, tanto a la imagen como al audio, grabar en estas condiciones ya te lo da directamente. Y hay algo ahí relacionado con el momento creativo, que se funde en el mismo acto en el que la gente está tocando. Por eso los ingenieros siempre fueron un músico más, porque están presentes”.