Hernán Cattáneo: “Todo lo bueno que me pasó en la vida fue abrazado a estos vinilos”

El DJ argentino más exitoso en el mundo cuenta cómo armó su discoteca y se declara amante del formato: “Es una pasión inexplicable”

Por  SEBASTIÁN RAMOS

octubre 11, 2023

“Me he mudado varias veces por el mundo y trasladar esta discoteca es un penal, pero, sin embargo, los discos siguen conmigo”, dice Hernán Cattáneo.

Juan Pablo Soler

La pared de vinilos de punta a punta y de arriba abajo cuenta con aproximadamente 15.000 ejemplares. Una colección que Hernán Cattáneo comenzó a acuñar cuando tenía cinco años, con discos de Gaby, Fofó y Miliki y El Zorro, y que más de medio siglo después tiene como flamante última incorporación, al menos hasta el día de la charla con Rolling Stone, un álbum del DJ alemán Michael Mayer. Entre medio, álbumes de Creedence Clearwater Revival, The Bee Gees, The Rolling Stones, Led Zeppelin, Giorgio Moroder, Donna Summer, Alan Parsons Project, The Cure, Frankie Knuckles, Kraftwerk, Deep Dish, The Orb, Paul Oakenfold, Danny Rampling, algún añejo compilado del Festival de San Remo y buena parte de lo más sagrado de los sellos más prestigiosos de música electrónica de los últimos 25 años.

Así y todo, a los 58 años, el DJ asegura que su “desert island disc” sigue siendo The Dark Side of the Moon, de Pink Floyd, un disco que escuchó por primera vez, sin ninguna intención, a los siete, luego de que sus hermanas mayores sintieran que ya había sido suficiente por ese día de “hola don Pepito, hola don José”. “Mis primeros cien discos eran de mis hermanas”, dice Cattáneo. “Después empecé a tener los míos, no tanto porque me importaba que fuesen míos, sino para escuchar más. Porque me di cuenta de que la música es interminable. Hace unos años, durante la pandemia, escribí un libro y la frase final es: ‘Lo mejor de la música es que no se termina nunca’. Eso es lo que a mí me fascinó siempre, que la música sea interminable”.

“Mis primeros cien discos eran de mis hermanas”, dice Hernán Cattáneo (Foto: Juan Pablo Soler)

¿A qué edad empezaste a pensar en que con esos discos, los tuyos y los de tus hermanas, podías hacer algo más que escucharlos?

Te diría que más o menos a los once o doce. Yo vivía en un edificio en Caballito y tenía unos vecinos que eran muy amigos y que su familia eran también muy audiófilos, el padre y los hermanos, y en su casa se escuchaba otro tipo de música, mucho más sofisticada, mucho jazz y cosas raras para mí, por lo menos en ese momento. No sé, rock progresivo italiano y así. Nosotros teníamos un Winco, pero ellos tenían un equipo más grosso. Entonces, con mi amigo Pablo fue que empezamos a pasar música juntos. Primero hacíamos fiestas en casas, tipo asaltos, porque era la única forma que teníamos de poner música, porque obviamente nadie nos iba a contratar. Juntábamos dos equipos de audio, porque no teníamos ni idea todavía de lo que era un mezclador y nunca habíamos podido ir a una discoteca ni nada. A los únicos bailes que íbamos eran los del Club Italiano, que quedaba enfrente de mi casa, pero ahí el DJ era un señor mayor, que estaba en un cuarto, ni se veía lo que usaba para pasar música. Recién a los 15 vi a Pont Lezica con todos equipos profesionales y dije: “Ah, esta es la forma profesional de hacer lo que nosotros hacemos jugando”.

¿Ya empezabas a comprar discos para pasar?

Desde los 12 ya compraba mis discos. A mí mamá y a todo el mundo les decía que si me tenían que regalar algo, me regalasen vinilos. Y sí, ahí empecé a comprar discos para pasar. Aparte justo coincide que era 1979, 1980, cuando empieza el boom en Argentina de la música disco, que era específicamente para bailar al principio. Giorgio Moroder fue importantísimo, porque después salió Donna Summer, que era como la reina de la música disco. Ahí me convertí un poco más en un DJ. Al principio arranqué con lo que tenía en mi casa y más tarde me especialicé un poco más en música para la pista. Y así fue hasta 1986, 1987, que apareció lo que se llama música house, que sigue hasta ahora, que es cuando ya toda esta música ganó terreno suficiente como para que no importara lo que estaba de moda. Por ejemplo, la música disco, después a fin de los 80, medio como que se muere, y de golpe en Estados Unidos es como una mala palabra y vuelve muy fuerte el pop y el electropop y todo eso, que fue muy bueno, porque en los 80 había un pop buenísimo, pero lo que quiero decir es que otra vez los DJ tuvimos que cambiar el sonido.

¿Ahí aparece el house en tu vida?

Claro y Frankie Knuckles, que es el padrino del house, aunque no es que él inventó algo de cero, sino que lo que hizo fue juntar el soul, el espíritu de la música negra de Filadelfia, y le puso la energía de la música alemana, que era mucho más fría, pero tenía mucho más Groove y era puro de máquinas. Con eso crea la música house y eso es el principio de lo que vengo haciendo hasta hoy, música electrónica para bailar.

En esa época, conseguir esos discos en Argentina no sería tan fácil, me imagino…

No, no, no, para nada. Ya en 1988 había un par de disquerías especializadas. Había una muy buena que se llamaba Big Bear, que quedaba ahí en Arroyo y Suipacha. También estaba Los Galgos, que era de Dany Nijensohn, que después fue un personaje muy importante de la industria. También había gente como el “Ruso” Verea, que todos lo conocen como metalero, pero que en esa época trabajaba con un amigo, “El Yeti”, e importaban discos y venían los viernes y los sábados a las discotecas antes de que abrieran, y nos vendían unos discos de música house buenísimos. En esa época uno tenía unos discos que no tenían los otros y eso marcaba una diferencia, el valor del DJ estaba. muy basado en la música que ponía. Hoy eso cambió, porque la música es de todos y si bien algunos DJ podemos tener algunas cosas antes, en general todos tienen la misma música. Hoy día más que los discos que tenés, el tema pasa por qué hacés con esos discos.

Tecnología mediante, en la actualidad los músicos ya no viajan con valijas de vinilos por el mundo, ¿cómo atravesaste ese cambio?

Mirá, ya a mediados de los años 80, la gente usaba CD. Pero los DJ, por una cuestión de cariño o lo que sea, en vez de ir hacia adelante con la tecnología, íbamos para atrás. Cuando aparecieron los CD, decíamos que había que seguir con los vinilos. Mucho después hubo como una especie de entendimiento general de que lo digital daba ciertas ventajas para trabajar y lo incorporamos. Cuando se pasó al pendrive, ocurrió lo mismo, como que los DJ old school, como yo, no queríamos largar el formato. Aún hoy, cuando voy con lo digital, lo hago todo manual, porque siento que esa es la forma más artesanal de hacerlo, si querés. Pero bueno, tengo claro que es porque vengo de otra época. Yo uso todo de forma manual, pero en vez de llevar los vinilos, uso bandejas digitales en las que se mezcla todo con las manos, con el oído. También podés apretar un botón y automáticamente se mezcla todo solo. Yo no lo hago, pero los chicos más jóvenes sí, y está todo bien. Es más un tema generacional.

¿Ya no comprás vinilos?

Sí, sigo comprando. Pero eso tiene que ver un poco con la cultura del vinilo. Esa cosa que tiene de ritual o que va más allá. Y yo adhiero a eso. Pero tengo un montón de discos de vinilo que he comprado en los últimos años cerrados, que los compré porque necesitaba tenerlos, ja. No necesito escuchar ese vinilo, pero necesito saber que lo tengo. También es un acto de amor hacia el artista, un acto de apoyo a la industria, tengo amigos que tienen sellos discográficos chiquitos y yo sé que viven de eso y es una manera de apoyarlos. En una época me gastaba todo lo que tenía en música, hoy día, si fuese para trabajar, no necesito gastar nada, porque los discos me llegan. Entonces ahora que me va bien y podría comprar todo lo que se me ocurra, no tengo que comprar ninguno, pero compro igual. Solo un amante de la música puede entender eso, ese mambo, esa pasión, esa locura.

¿En tu casa escuchás música en vinilo?

Sí, sí, tengo todo, tengo un setup digital y un setup para vinilos. Sigo disfrutando de escuchar música en vinilo. Me he mudado varias veces por el mundo y trasladar esta discoteca es un penal, pero, sin embargo, los discos siguen conmigo. Más de una vez me han dicho de hacer algo, de venderlos. ¡Ni loco! Primero, porque los quiero. Segundo, porque siento que esos vinilos me trajeron hasta acá. Todo lo bueno que me pasó después en la vida fue junto a ellos, abrazados a esos vinilos. Si me hundo, nos hundimos todos. Si alguna vez me deshago de mis discos ni loco sería para venderlos, sino por ahí para beneficencia o algo así, para un bien común, o para un museo, ponele. La discoteca de Frankie Knuckles está expuesta en una biblioteca en Chicago. Mi discoteca no sería un patrimonio de la humanidad, como por ahí sí es la de John Peel, pero bueno…

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