Nuestras fronteras: de gira con Eterna Inocencia por Chile

Desde Santiago, y antes de su próxima presentación en el Teatro Flores de Buenos Aires, cómo una banda hardcore punk de Quilmes construyó un vínculo especial al otro lado de la Cordillera

Por  Martín Sanzano

octubre 29, 2024

Cubo Cubillos

Entre la primavera de 2002 y el otoño de 2003, Eterna Inocencia se puso bajo las órdenes del productor Ezequiel Araujo para grabar en los estudios Del Abasto al Pasto, en General Rodríguez, y Besótico, ubicado a una cuadra del Congreso de la Nación, su quinto disco de estudio, Las palabras y los ríos. Para ese entonces, la banda hardcore punk oriunda de Quilmes ya escribía todas sus canciones en castellano y combinaba la poesía con la denuncia en un combo furioso que gozaba de buena recepción en la escena local. Y hasta contaba con algunos himnos. Pero este disco vino a partir aguas. En enero de 2004, a través de su propio sello, Discos del Sembrador, Eterna Inocencia lanzó lo que sin lugar a dudas era su álbum más distinto hasta la fecha. Con el hardcore ahí, pero en segundo plano, y una nueva gama de texturas plagadas de nuevas ideas. 

El póster de la gira por los 20 años de Las palabras y los ríos en el camarín del Teatro Coliseo. (Foto: Cubo Cubillos)

Tiene un sonido renovador”, afirma veinte años (y unos cuantos meses) más tarde Guillermo Mármol, cantante y letrista de Eterna Inocencia desde sus comienzos. Su rostro, serigrafiado para siempre en la tapa del disco, hoy es póster, remera y hasta un telón gigante que viaja por todo el país, y que en este preciso momento cuelga del otro lado de la cordillera de los Andes, en el escenario del Teatro Coliseo de Santiago de Chile. Son las 4 de la tarde y la prueba de sonido sigue. La banda llegó a la ciudad junto a su equipo de trabajo —y a este cronista— hace poco más de 12 horas, pero no hay quejas. Se pudo dormir, desayunar, pasear un poco por las tiendas del centro de Santiago —el lugar favorito de los turistas argentinos y brasileños—, y recargar energías con un almuerzo en un boliche muy cálido de la avenida Libertador Bernardo O’Higgins. La misma arteria del hotel y por la que, horas más tarde, y justo en la previa del show, marcharían cientos de mujeres para exigir el aborto legal, seguro y gratuito en su país.

Al atardecer, la ruidosa manifestación interrumpe el tráfico de un carril de la avenida y desemboca en la Plaza de la Ciudadanía, justo frente al Teatro Coliseo. Los pañuelos verdes y violetas se mezclan con las remeras rockeras del público de Eterna Inocencia, que aprovecha los bancos de la plaza para sentarse a esperar, cerveza en mano, a que se abran las puertas. Adentro, la prueba terminó y el cansancio amenaza con arruinarlo todo. La gira por los 20 años de Las palabras y los ríos es una auténtica picadora de carne, pero a los músicos (Guillermo Mármol en voz, Roy Ota en guitarra, Federico Lombardi en guitarra y coros, Alejandro Navajas en bajo y coros, y Germán Rodríguez en batería), y, sobre todo, a su equipo (los roadies Cristian Silva y Walter Ota, el operador de sonido Claudio Piñeiro y el mánager, Maxi Bueno), se los nota curtidos. 

Roy Ota, (guitarra) ajusta su “tostadora” en la prueba de sonido. (Foto: Cubo Cubillos)

Todo comenzó el 3 de agosto en Quilmes (¿dónde, si no?). Siguió por Córdoba, Rosario, La Plata, Mar del Plata y General Rodríguez, en un derrotero de micros y hoteles que entregó grandes anécdotas, pero que obligó a hacer malabares a varios de los integrantes. Guillermo, por ejemplo, además de cantar en la banda, es director del secundario del Colegio Alemán de Quilmes y forma parte de numerosas iniciativas ligadas a la comunidad alemana en Argentina. Si bien no tiene raíces germánicas, es un apasionado de su historia y de su rica cultura. Más temprano, en el hotel, tuvo que interrumpir su desayuno para terminar y enviar de inmediato el borrador de un nuevo proyecto que se trae entre manos. Ahora, con la capucha puesta de su campera de Quilmes Atlético Club (¿qué otro, si no?), descansa los ojos en el sillón del camarín, mientras Cubo, fotógrafo local y amigo entrañable de la banda desde los primeros shows que vinieron a hacer a Chile, hace ya décadas, dispara con alguna de todas sus cámaras.

Después de Santiago, la gira continuaría por Neuquén y Bariloche, para luego volver a Chile, aunque más al sur, en Puerto Montt, un destino que visitan con frecuencia. Luego, el debut absoluto en San Luis. Al otro día, San Juan. Y al otro, Mendoza. Trece shows en trece ciudades en apenas tres meses. Una buena entrada en calor para el que, para varios, es el concierto más esperado del tour: el sábado 16 de noviembre en el Teatro Flores de Buenos Aires (todavía quedan algunas entradas acá). Y cerrar, finalmente, con la tríada norteña: Tucumán, Jujuy y Salta. Pero mejor volvamos a la capital chilena, a ese coqueto camarín del Teatro Coliseo, donde el cantante descansa y Cubo dispara, mientras el murmullo de la gente que va llenando la sala se cuela por la puerta de entrada.

Hay un mito que dice que del otro lado de la Cordillera está el mejor público de Eterna Inocencia. “Es un ambiente de cancha”, advierte Guillermo antes de salir a jugar el partido, mientras se pone una remera de los Dead Kennedys. La analogía tiene sentido: “cancha” le dicen en Chile al “campo”. El show está sold out. Alejandro está nervioso, no le gustan mucho las previas, lo impacientan. Algo similar le pasa a Federico, una mezcla de nervios y ansiedad. Roy luce más tranquilo o, al menos, eso aparenta, es difícil adivinarlo. Germán, que también toca en la banda quilmeña de death metal Avernal, se encarga de ponerle humor a cada situación. Es el que está desde más temprano en el teatro, llegó con los técnicos. Le gusta tener todo bajo control y asegurarse de que va a tener tiempo de sobra para apagar cualquier incendio. Afortunadamente, lo único que va a arder esta noche es el pogo —respetuoso, pero intenso— de los fans locales. 

El pogo del público chileno en Santiago. (Foto: René Bravo)

Un simple vistazo alcanza para entenderlo todo. En su mayoría, los (y las) que agitan sus brazos, cantan con el pecho y hacen mosh pertenecen a lo que podríamos denominar “la generación Las palabras y los ríos”. Y ahí, arriba del escenario, pasando la valla de seguridad, está su banda. Esa que, a miles de kilómetros de distancia, puso una semilla hace mucho y supo cosechar todo su cariño durante años y años de visitas. Y de canciones. La que se ocupó de borrar las fronteras para construir algo grande. Y la que ahora, en pleno 2024, con más años en el lomo, pero con una de sus versiones más afiladas, celebra el disco de sus vidas. 

La decisión de comenzar los shows de la gira homenaje tocando el álbum completo en su orden original hizo que “Nuestras fronteras”, una canción que suele llegar al final, forme parte del primer bloque (es el quinto track), lo que le aportó un toque único a cada concierto del tour. “¡Vamos, mi vida!”, cantaron todos, los de la “cancha” y los que colmaban el palco y observaban la faena desde arriba, casi como colgando del balcón. Desde esa perspectiva, se podían apreciar con claridad los rayos de luz que disparaba el bronce de los platillos de Germán, el más metalero de toda la sala, pero con remera de Depeche Mode. “Es una banda muy respetada en el metal, a los metaleros les gusta la oscuridad”, teorizaba un rato antes, en plena prueba.

Guillermo Mármol (voz) se queda solo para cantar “Vientos del amanecer” con guitarra acústica. (Foto: Rodrigo López)

Después del disco completo, que culminó con la adorable y acústica “Vientos del amanecer”, hubo bloque hardcore, un regalo para el sediento público local. Para empezar, “A los que se han apagado”, que le da nombre al primer disco completamente en castellano de la banda. Después, “La risa de los necios” (sobre el asesinato de Maximiliano Kosteki y Darío Santillán, la infame Masacre de Avellaneda) y “Abrazo” (sobre la lucha de las Abuelas de Plaza de Mayo), que forman parte de otra gema de principios de siglo, La resistencia (2006). Y, para cerrar ese bloque —iba a haber más a lo largo de la noche—, “Cuando pasan las madrugadas”, un fresco sobre la injusticia y la inequidad (“Me pregunto si tal vez/Ellos han pensado hoy/En mis brazos ya cansados de entregarles plusvalor”).

Cuando los fundadores de Eterna Inocencia hablan del sonido de Las palabras y los ríos, les gusta pensar que ese cambio tan evidente que hicieron hace 20 años se debe a que, en aquella oportunidad, permitieron que se filtren, digamos, sus otras influencias. El consenso llega con dos grupos en particular: The Cure y, sobre todo, Joy Division. Para ser más específicos, los discos Wish (1992) y, más que nada, Unknown Pleasures (1979). ¿Será por eso que en algunos pasajes, cuando Guillermo no tiene que cantar, se pone a boxear el aire como hacía Ian Curtis? Como sea, fue esa pizca de postpunk, en su ya mentado hardcore punk, la que alteró la pócima y convirtió a la banda en lo que es hoy: un compendio de canciones vivas y poderosas, hechas para cantar abrazado al de al lado, en extraño pero perfecto equilibrio entre la velocidad, la emoción y, por qué no, el dolor.

Los brazos en alto para saludar al público que agotó las localidades en el Teatro Coliseo. (Foto: Cubo Cubillos)

Guillermo hace gestos, señala el semáforo y dice que ya se puede cruzar. Es sábado y en un par de horas hay que volver a tomar un avión para ir a casa. La banda propuso hacer el último paseo por el centro de Santiago antes de partir. Está algo nublado, pero la resolana pide lentes de sol. El cantante va a la vanguardia. Mira el horizonte, se entusiasma y dice: “Quiero dedicarle más tiempo a Eterna, quiero meterle más porque es impresionante todo lo que pasa”. Al fondo, el paisaje se recorta con la Cordillera, con sus picos blancos y puntiagudos. Los ojos de Guillermo se posan ahí. Aunque sabe que va a volver a ver esas montañas inmensas en un par de semanas, hace el esfuerzo de guardarse la foto en la memoria antes de seguir con el tour. La semilla dio sus frutos.