Enrique Symns, el héroe del whisky y su tormenta perfecta

Fue un buscavidas seductor, un trotamundos con escaramuzas delictivas y, sobre todo, un artista a tiempo completo

Por  OSCAR JALIL

marzo 17, 2023

Foto: Alejandro Lipszyc/Archivo RS

“Mi cuerpo, como la madera seca y crujiente de un viejo barco, está muy cerca de reposar en la última orilla. La fuga constante que ha sido mi vida, está pronta a concluir. Aquello de lo que siempre escapé, finalmente me ha encontrado. No tengo miedo. Las fauces del Plan, que a lo largo de toda mi existencia estuvieron acechándome, hoy se encuentran con un ser deshabitado. Hace varios años que he dejado de moverme, y a través de esa quietud, comencé a irme de mí mismo. Y ahora, cuando el aroma punzante del abismo es lo único que me ronda, ¿vamos a brindar o a maldecir?”, se preguntaba Enrique Symns en la apertura editorial del último número de Cerdos & Peces. Corría el verano pandémico de 2021 y “la revista de este sitio inmundo” -como siempre advirtió el subtítulo de tapa- lanzaba una edición histórica a modo de largo adiós. En la contratapa, Quique y su clásica estampa de linyera compadrito enciende un cigarrillo y al pie de la foto se puede leer una frase tan Symns como “arder y partir”.  

La infancia de Enrique Symns es lo más cercano a una película de Leonardo Favio con guion ampliado y daños irreparables para un niño criado por sus tíos en un caserón de Monte Grande, aunque él solía admitir que esos primeros doce años fueron los mejores de su vida. No conoció las reglas de la educación formal y siempre se jactó de su condición de autodidacta. Aprendió a leer por sus propios medios con la ayuda de su hermana mayor, profesora de filosofía. La biblioteca de la reflexión quedó abierta de par en par para el pibe inquieto. A los doce ya leía a Kant y de ahí a Heidegger solo transcurrieron dos veranos.

 “Mi pensamiento está sustentado en un científico que es Freud, en un filósofo que es Nietzsche, en un escritor que es Burroughs y en un poeta que es Artaud. Esas fueron las cuatro aristas, los cuatro puntales de mi vida. Pero el más grande, para mí, es Freud. Un gran escritor, un gran loco, un gran poeta. Nadie me ayudó a tratar de anudar los misterios más grandes de la existencia, que tienen que ver con las preguntas fundamentales de por qué existís, como Freud”, dijo en una larga entrevista a Rolling Stone (2003).

Buscavidas seductor, trotamundos con escaramuzas delictivas y artista a tiempo completo, Symns incursionó en el teatro y la escritura casi como una suma valiente para visibilizar las atrocidades cotidianas y a los descastados de siempre. La vida urbana, la noche, los marginados y el lado siniestro son simples flechas que conducen a rincones poco visitados. Ese idilio truculento se mudó a Europa con visa de exilio porque acá la cosa estaba peliaguda. Llegó a Madrid un día después de la muerte de Franco: “el destape” recién empezaba a gestarse. Allí conoció de primera mano el desahogo colectivo después de casi 40 años de dictadura, censura y represión. La influencia de revistas como Ajo Blanco, El Viejo Topo y El Víbora serán esenciales en la creación de Cerdos & Peces, la mejor revista contracultural de la historia gráfica argentina. Ni la primavera alfonsinista, ni el progresismo intelectual, soportaron las tapas y los temas que abordaba la revista de choque. “Empezaba la democracia, era una sociedad cómplice de la dictadura, a mi criterio muy moralista”, dice Symns en la entrevista que abre el libro Lo mejor de Cerdos y Peces (2011). “La primera etapa, durante 1983 duró sólo cuatro números. “Ya que en el número 3 saqué una nota titulada ‘Hombres que aman a muchachos que aman a hombres’, y nos denunciaron y condenaron por ‘apología del delito’”. La Corte Suprema resolvió el caso sobreseyendo a los acusados, “pero en el curso de ese proceso la revista fue cerrada en agosto de 1984”.  

Con intermitencias y largos períodos de silencio, Cerdos & Peces permaneció hasta 2004. Sin duda, la edad de oro de la revista transcurrió entre septiembre de 1989 y febrero de 1992. “Siempre busqué que las tapas fueran una nota en sí misma, más allá del contenido de la revista: decir algo, poco o mucho, pero solamente con la imagen”. A tono con una estética decadente y de choque continuo contra la patria bien pensante, la escritura de Symns se destacaba por prepotencia: un aguijón irresistible y perturbador. Sus textos, por momentos narcotizados, pertenecían a una línea no tan transitada, donde era posible ubicar en una misma habitación a Arlt, Walsh y Bukowski. Toda una generación de periodistas vibró y se paralizó al calor de Cerdos y Peces, los talleres de escritura de Enrique o su intervención divina en la vida loca de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota son tormentas perfectas.

Como actor callejero, encajó de maravillas en la etapa fundacional y performática de Los Redondos. Bravo y con dotes chamánicas, Symns cautivó a la Santísima Trinidad Ricotera, en especial a otra mente brillante en el arte de monologar y traducir la realidad con textos afiladísimos. Enrique y Carlos Solari congeniaron de entrada. “En la época de la pala, lo que más me interesaba era encerrarme a charlar, a beber. Poli y Skay se iban a dormir y Enrique y yo nos quedábamos en el Británico, de ahí nos íbamos a la plaza, después venía a casa y pasaban tres días en lo que, por supuesto, no dormíamos: hablábamos, desarrollábamos teorías delirantes, nos cagábamos de risa”, dice Solari en su libro de memorias Recuerdos que mienten un poco.   

(Foto: Alejandro Lipszyc/Archivo RS)

“Héroe del Whisky” y “Blues de la artillería” son canciones con Symns orbitando todo el tiempo en la caligrafía definitiva de Solari y sus veleidades dirigidas a un amigo imposible. Más acá en el tiempo, luego de una carta pública del escritor y poeta, Carlos y Quique volvieron a intercambiar piropos. “Me duele que el Indio esté pasando por una situación delicada de salud”, dijo Symns y su viejo camarada mostró un acercamiento en su libro de memorias: “Yo lo sigo queriendo mucho. No me quito cierta responsabilidad, como amigo, respecto del modo en que se dieron las cosas.

Los Redondos es apenas un capítulo en la vida de Enrique Symns. Cuando los noventa empezaron a agotarse y la tragedia nacional volvía a estar latente, El Viejo se instaló en Chile junto a su compañera de años, la misteriosa Vera Land. Volvió a dictar talleres, armó el semanario de humor político The Clinic, y hasta publicó, junto a Vera Land, la biografía de la banda más popular del rock chileno: Los Tres: La última canción. “Construí el libro sobre la base de testimonios. Hice una biografía así: te entrevisto a vos, te pido dos nombres, vos me das dos nombres, creés que esas personas van a hablar bien, pero yo me entero que ellos se separan porque la novia del cantante se acuesta con todos los músicos, lo que genera una crisis interna. Es una manera de explicar la verdad de por qué se habían separado. Lo cuento. Me trajo tantos problemas como la biografía de Fito. Las personas creen que contratan un biógrafo para que hable bien de ellos. Se equivocan si me llaman a mí. Yo vengo a hablar de lo que es tu vida”. Tampoco Fito Páez quedó conforme con su libro autobiográfico firmado por Symns, “me exigió que tres capítulos no salieran”.

De regreso al país, los últimos años de Symns estuvieron marcados por la impiadosa diabetes. Decía que la suya era una enfermedad maldita: “Quizá, fantasmal. Vivo postrado a la cama esperando que alguien me visite”. Pensiones y hoteles de San Telmo o Constitución fueron sus últimos refugios, subsistía gracias a la ayuda de amigos como Andrés Calamaro y Daniel Melingo, entre otros. A pesar del deterioro, el As del Club París nunca dejó de escribir. Tal vez el mejor resumen de vida por los bajos fondos y sus proyectos editoriales (además de Cerdos y Peces, estuvo al frente de publicaciones como Satiricón, Eroticón y El Porteño) sea El Señor de Los Venenos, un paseo por el corazón de las tinieblas que incluye estadías por cárceles infernales, historias de reviente y mucho sexo para entender el estado de las cosas.

En plena pandemia, febrero de 2021, Enrique Symns empezó a despedirse: “Me han mostrado leyendas en las paredes de la ciudad con la frase ‘Soy un virus’, de unos de mis poemas. Y hubo noches en las que, sintiéndome un niño, quise volver a tener el poderío de ese hombre que se sentía capaz de todo, que viviendo todas las vidas posibles, escapaba del mandato de vivir bajo una forma humana. Hoy cada uno está en lo suyo. Ese es el verdadero virus”