Es el final de “Malbec”. Bizarrap está en el escenario de River, igual que en los shows en Vélez del año pasado. Pero si aquella vez la versión terminaba con un remix pastillero disparado desde la consola, acá la cuestión es distinta. Con el beat a punto de desintegrarse, Duki repite el cierre, una, dos, tres, cuatro, cinco veces: “No sé adónde voy después”. Como la insistencia de un lamento que no se resuelve. El Auto-Tune al palo intensifica la emoción.
No son muchas las letras de Duki que terminan en incertidumbre, y acá repite esta en el clímax de la fecha más convocante de su carrera. Entonces, lo que podría sonar como el bajón de un after en la búsqueda por extender la noche -incluso hasta después de que salga el sol- también tiene correlato con la conferencia de prensa que dio dos días atrás y terminó en angustia. “De repente tengo 27 años y ya hice dos River. Y cuando me pregunto qué sigue, ya no tengo respuesta”, dijo antes de levantarse con los ojos llenos de lágrimas.
Hasta acá, Duki ha hecho de la ratificación de los puntos de partida y llegada su motor. Antes de “Malbec” y también junto a Bizarrap hizo la BZRP Session, un racconto autobiográfico editado para la épica. Entre el agradecimiento y el fronteo, cuenta de quién es hijo, quiénes son sus amigos, todo lo que sufrió (¿sufre?) y también que empezó tocando para 30 personas y ahora llena estadios. “Givenchy” como comienzo del show había instalado una tónica similar. En las mil y una formas que encuentra Duki para decir “Soy el mejor”, ese tema es también su muestra más lograda de flow y delivery, incluso cuando la ostentación de marcas y dinero se vuelve una fórmula repetida. España, Italia y Miami aparecen como destinos de una carrera que tiene como punto de partida y de llegada. “Voy a vivir en Argentina hasta mi último día”, gritó sobre el escenario para reforzar eso que plantea en Desde el fin del mundo, una avanzada geográfica que tiene un poco de T.E.G., un poco de discurso onda William Wallace y otro poco de mentalidad empresarial.
También cuando se articula una metáfora (no son muchas) existe la idea de un viaje con un destino preciso, por más que sea inalcanzable. Entre las imágenes de las pantallas y la escenografía, Duki planteó una estética espacial que remite a su disco más reciente, Antes de Ameri. Ameri, ese planeta imaginario, funciona como la zanahoria a la que cada cual le pone sus obsesiones: “Ameri es ese lugar al que queremos llegar”, se leía en las remeras y buzos de los fans en River. Pero, de momento, esa búsqueda es difícil de rastrear en la carrera del traper argentino, que en su vorágine por romper récords entiende cada hito como un momento de autocelebración y reivindicación de la escena.
Por eso el show en River tuvo una dinámica muy similar a la de los Vélez. Invitados varios (Nicki Nicole, C.R.O., KHEA, Emilia, Milo J y muchos más) para dar cuenta de un triunfo de todos y un repaso por temas de todos los frentes. Al inicio a puro trap con banda en vivo que incluyó una versión de “Tumbando el club” refrescada a pura guitarra eléctrica, le siguió un segmento de reggaetones y baladas (“Hablamos mañana”, “Además de mí”, “Antes de perderte”, “Como si no importara”). La consistencia le cedió paso a la omnipresencia.
El segmento dedicado a Antes de Ameri volvió a demostrar que el Duki que rapea más duro es el que mejor resuelve en vivo. Si, como bromeó en la conferencia de prensa, “Cada vez que tuvimos la oportunidad de hacer un reggaetón para pegar unos pares de pesos, lo hicimos, ¿no?”, lo que más rédito le da sobre el escenario es el trap más intransigente y el flow que fluye más a medida que se pone más agresivo. “Uno dos” con Salastkbron y “01 dE ENEro” con Lucho SSJ fueron puntos altos del segmento que coronó con un clásico del deep YouTube: “Lost Tape” en versión a capela.
A partir de ahí, el salto a los primeros singles de Duki incluyó “Mi Chain de Roque”, “Rockstar”, “Hello Cotto” y el recuerdo de Modo Diablo con “Quavo”. Como juego de opuestos, de allí el salto directo a las búsquedas taquilleras: “Ya me fui” con Nicki Nicole, las ya mencionadas con Bizarrap y “Los del espacio”, es estilización atp de la música urbana que suena más deudora de High School Music que del hip hop.
Para el cierre definitivo, los dos mayores hits de Duki y parte indiscutida de los temas más significativos para la historia de la música urbana argentina: “Goteo” y “She Don’t Give a FO” (“La canción que ustedes siguen eligiendo”, dijo Duki sobre esta última). Pero si la primera del par reafirma también la idea de llegar a lugares y reafirmar el triunfo (“Estoy donde les dije que iba a estar”), las dos se unen también al hablar de un vacío que no se llena, por más Guccis, shorts de Nike y cadenas que ostente.
Por eso hacia la mitad del show Duki también habló de la conferencia de prensa y de esa angustia que se volvió tan viral como sus canciones. “La tristeza no es un sentimiento malo. Lloro desde que nací y viví triste toda mi vida. Si estás triste, hablalo, no es de cagón hablar de tristeza. No importa cuánta plata tenga, lo que importa es cómo te sentís por dentro”, dijo.
1996 es el año de nacimiento de Duki y también el último año en el que el Street Fighter II se impuso como el videjouego de combate más popular. La dinámica del juego era sencilla: peleas al mejor de tres rounds, si ganabas 11 seguidas, terminabas el juego. El premio al terminarlo era una escena final que develaba el objetivo del personaje, por qué peleaba, qué lo llevaba a querer derrotar a sus rivales, un storytelling que sólo se conocía al final del recorrido. Lo particular de esas escenas finales era que cada luchador tenía la propia, no los movía lo mismo. Muchas de esas motivaciones, se replican en las canciones y la narrativa de Duki.
Ken y Guile peleaban por volver a su casa con sus seres amados (en Duki es el beso con Emilia), Chun Li y Blanka por el amor de sus padres (en Duki son las referencias a Sandra y Guillermo), Honda, el luchador de sumo, les decía a sus discípulos que quería continuar con la disciplina y ser ejemplo de los suyos (en Duki es la promoción constante de artistas nuevos o no tan conocidos). Pero de esas escenas finales, la más poética era la de Ryu, el personaje principal. Empezaba con un plano de un podio que lo esperaba para recibir su premio, pero él nunca aparecía. El texto por debajo decía: “¿Dónde está Ryu mientras sus admiradores corean su nombre?”. Ryu jamás iba a recibir el premio, y se lo veía caminando hacia adelante, siguiendo la filosofía del kung fu y el tao (siempre relacionada a la cultura del hip hop desde Wu-Tang Clan hasta Kendrick Lamar), se conformaba entonces como un luchador en la búsqueda y el viaje eterno. “La ceremonia no significa nada para él, la lucha es todo”.
Para una generación obsesionada con desbloquear niveles (tal como lo dijo el ex director de Rolling Stone Pablo Plotkin), la pregunta entonces es qué queda cuando no hay un nivel por desbloquear en términos de convocatoria. Duki podrá hacer muchos más River, pero el poder simbólico de haber llenado ya lo consiguió. La decisión es suya, puede seguir la vorágine de los récords numéricos, o también puede ir en busca de un viaje sin destino, colgarse de ese “No sé dónde voy a estar después” que canta en “Malbec”, para catalizar en canciones esa tristeza que no esconde. Del egotrip al emotrip. Si quiere, tiene con qué.