Cómo es Diciembre 2001, la serie que ficciona la caída de Fernando de la Rúa

A lo largo de seis episodios, el director Benjamín Ávila narra la caída del último presidente radical a partir de charlas de gabinete, cotilleos de café e incluso llamadas telefónicas, en una tarea delicada

Por  BARTOLOMÉ ARMENTANO

junio 9, 2023

Jean Pierre Noher interpreta a De la Rúa y Luis Machín a Domingo Cavallo en la nueva serie de Star+

Foto: Star+

De todas las ópticas que sirven para entender un suceso, la asunción de una perspectiva historicista, que entienda a los hechos como parte de un proceso en constante desarrollo, suele ofrecer una mirada reveladora. Mientras el peso se devalúa y los consensos políticos, de cara a las próximas elecciones, se presentan resquebrajados, las reminiscencias del presente al año 2001 son evidentes. Es un momento idóneo, con la perspectiva que pueden aportar veintidós años, para que la industria cultural ofrezca un comentario, si no novedoso, al menos tajante y esclarecedor.

Diciembre 2001, la serie de Benjamín Ávila recién estrenada por Star+, ficciona la caída del último presidente radical a lo largo de seis episodios, y lo hace desde una posición firmemente internista: la narración se edifica a partir de charlas de gabinete, cotilleos de café y llamadas telefónicas. Una tarea bienintencionada y a su vez delicada, aunque los hechos comprueben que una conversación entre dos interlocutores (incluso una resuelta en planos y contraplanos) pueda ser profundamente cinematográfica. Así lo atestiguan clásicos como 12 Angry Men, The Lion in Winter o Sleuth; no son teatro filmado.

Aunque no opaque las virtudes formales y actorales del proyecto, el factor que le juega un poco en contra a Diciembre 2001 yace precisamente en su guion. O, más bien, en un componente del guion (porque los diálogos podrían incurrir en exposición artificiosa y, sin embargo, no lo hacen), que es la estructuración del relato en términos de escalada dramática. 

(Foto: Star+)

Los hechos históricos, en su devenir cronológico, no siempre se adecúan del todo a las reglas del drama, entonces deben ser reordenados y presentados de un modo que establezcan una concatenación causal; la casualidad va en detrimento de la tensión. Diciembre 2001 no se deja constreñir por el transcurso literal de los sucesos, y eso es un acierto, pero los saltos de cronología terminan sintiéndose arbitrarios al interior de los capítulos y de la temporada toda: el show no termina de aprovechar las posibilidades episódicas que puede ofrecer el formato televisivo. Dicho esto, la dirección de Benjamín Ávila es sólida y el realizador toma decisiones autorales interesantes, como en una escena del piloto donde la gestión está reunida y se le destinan planos fijos a Fernando de la Rúa, mientras que una cámara en mano temblequea para retratar al resto: un modo formal de sugerir la enajenación de él en torno a todo lo que estaba sucediendo. Se destaca, además, el trabajo del departamento de arte y del área de locaciones.

El elenco es uniformemente sólido: Diego Cremonesi es expresivo en el estoicismo de su personaje; no hay rastros de Diosito en el asesor justicialista de Nicolás Furtado (lo cual habla de un actor que no sólo tiene entrega sino que también es capaz de evacuar al yo); Luis Machín compone a un excelente y de a ratos aterrador Domingo Cavallo, de cadencia y dicción perfectas; y César Troncoso personifica a un Eduardo Duhalde que está notablemente caracterizado. Jean Pierre Noher no se parece en lo más mínimo al “Chupete”, pero el intérprete lo saca adelante a fuerza de puro talento.

(Foto: Star+)

Es inevitable pensar en los modos en que Diciembre 2001 dialoga con Argentina, 1985, el tanque de Santiago Mitre que representó al país en la última entrega de los Oscars. Hasta el título invita a la comparación. Ambas obras sintetizan más de lo que problematizan, y ambas delegan su impacto emocional a factores que en definitiva son exógenos al texto. Si Argentina, 1985 pudo lograr la consecución de su pathos, eso fue en parte por la fibra patriótica que tocó inevitablemente el material, y también por la sensibilidad presente en el trabajo de Ricardo Darín y Laura Paredes

Afectar, por definición, siempre iba a ser una tarea cuesta arriba para Diciembre 2001, porque la materia prima sobre la que esculpe su relato -el recuerdo de aquel año-, induce más desesperanza y resignación que un sentimiento profundamente movilizante. Diciembre 2001 no deja de ser un visionado sólido, apropiado para un presente argentino tan corroído por sus embates inflacionarios, pero deja entrever la idea de que un abordaje mejor para el año homónimo se hubiese encontrado, al menos en términos dramatúrgicos, por fuera de los gabinetes. 

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