Callejero Fino se rescata: la historia detrás de un éxito construido en prisión domiciliaria

El músico argentino cuenta por primera vez todo sobre su vida: su pasión por la música de chico, la muerte de su padre, el desvío que lo llevó a la cárcel y cómo hizo para componer las canciones que lo llevarían a la popularidad

ALFREDO SRUR

agosto 9, 2023

Detrás del kabuki blanco hay un trono repleto de armas. Rifles. Escopetas. Espadas. Sentado en la penumbra, mientras espera el final de la cuenta regresiva para que se descubra el telón, Callejero Fino —el pibe de 27 años que con su RKT está en los hits que hoy suenan en YouTube, Spotify, autos, barrios y boliches— espera agazapado, desbordado de adrenalina: listo para empezar su show en un Movistar Arena sold-out. “Quería que el trono tuviera armas para que se vea bien guerrero”, le dice a Rolling Stone unos días después del concierto. “Corte yo contra todos”.

Callejero Fino y su tapa digital en Rolling Stone. (Foto: ALFREDO SRUR)

Un rato antes, a un costado del escenario los presentadores Bebe Contepomi y Anaís Castro repasaron la carrera de CF en el inicio de la transmisión en vivo del show por la plataforma Star+ para dieciséis países de Latinoamérica. Ahí hicieron un repaso de los números que demuestran el vértigo demoníaco que lo llevó a este presente. “Pa tra”, el primer video que Callejero Fino subió a YouTube el 20 de octubre de 2021, tiene casi 90 millones de vistas; “Tu turrito”, la canción que comparte con Rei, lleva más de 246 millones de reproducciones, se estrenó el 4 de enero de 2022 y fue el tema del verano, del invierno, del año. Más acá en el tiempo: en febrero pasado lanzó junto a Emilia y el productor Big One “En la intimidad”, que ya tiene 228 millones de plays; y, por último, hace tres meses participó del remix de “M.A.” junto a BM, La Joaqui y Lola Índigo: 121 millones de vistas y contando.  

“Que los temas suenen significa que están bien, ¿no?”, dice. “Me proponen hacer muchos feats, pero soy muy selectivo. A mí me gusta escuchar la canción antes, porque ahí me doy cuenta si está buena”. 

“De la cumbia y el reggaetón me gustaba que se bailaban”, dice Callejero Fino. (FOTO: ALFREDO SRUR)

El conteo llega a cero y el estadio se convierte en una galaxia iluminada por miles de celulares. Una voz con tono bolichero abre la noche diciendo “Rescate”, un teclado cumbiero empieza a sonar leve, la línea de un bajo grave retumba, un acordeón norteño después y unos timbales latosos completan el ritmo cuando la voz ahora dice “y que suene… cuuuumbia”. El telón se cae, las luces apuntan al centro del escenario donde está el trono, en el fondo, sobre una pared blanca las letras gigantes que dicen RESKATE se encienden. Y arranca “Yo le doy perreo”, una canción con base de batería urbana y oscura, el tambor con un toque murguero y un teclado hipnótico de cumbia villera filtrándose. Arriba, Callejero Fino canta, tira barras, escupe la letra. Es un joven warrior enfundado en campera de cuero, cadenas de oro y Nike blancas con corchos, que de un baile del conurbano se fue directo a una plaza a tirar rimas. O como él mismo se define en “En la chata”: negro, caco, argentino, un rocho latino.

Callejero Fino se llama simón Natanael Alvarenga, nació el 7 de febrero de 1996 en un sanatorio de Recoleta. Hijo de Inocencia Correa —ama de casa, empleada en casas de familia, niñera y hasta vendedora ambulante— y Crecencio Muñoz —albañil, hacía arreglos de electricidad, plomería, pintura y construcción—, ambos oriundos de Paraguay. CF creció en una casa en San Telmo, frente al Parque Lezama, donde jugaba al fútbol todos los días. A los seis años empezó a jugar al futsal en Boca. Fue hasta los 15, quizás 16. A su padre le encantaba: “Imaginate que un día me dijo: ‘Prefiero que dejés la escuela y que sigas jugando’. Tenía que jugar o jugar”. Ahora dice que lo abandonó porque no era lo de él y porque se encontró con la música. Lo dice como si hubiera sido de golpe, pero antes hubo señales de que era por ahí. 

A los siete años, por ejemplo, pasaba los fines de semana en el parque, bailando junto a una murga. “Iba y bailaba, me metía como si fuera parte”, recuerda. “Me gusta el ritmo murguero: el bombo y el platillo me vuelven loco. Hay mucho de eso en mi música”.

En su casa creció al calor de la música tradicional. Polka paraguaya, cumbia, chamamé, cachaca. Cuando escalaba la adolescencia, empezó a curtir el reggaetón que entró fuerte en los charts argentinos. Se ríe cuando cuenta que copaba las juntadas familiares y metía los hits de Daddy Yankee y Don Omar. 

“De la cumbia y el reggaetón me gustaba que se bailaban. Veía que todos bailaban y también quería bailar. Y me gustaban las letras”, dice. “Pero de más grande conocí el rap de barrio”. Cuando un primo le hizo escuchar Fuerte Apache —aka F.A.—, entró en un viaje de ida. Se la pasaba en el ciber del barrio bajando canciones. “Ahí supe que había personas que hacían lo de Eminem, Tupac y 50 Cent en castellano y me volví loco”. 

Embalado por las rimas conoció un compañero en la secundaria con los mismos gustos y flashearon “hacer música”. Se pasaron unas cuantas tardes en la casa de aquel pibe con la idea de “ir a grabar algo, pero no sabíamos qué. Después la madre nos sacó al vuelo, qué iba a tener todo el día a dos boludos gritando en la casa”, dice y estalla en una carcajada. 

A los catorce, de imprevisto tuvo su primera experiencia cercana con la música. Un amigo le pidió que lo acompañara al Halabalusa, la competencia de freestyle que se hacía en la estación de Claypole, donde, por ejemplo Dtoke tiró sus primeras barras. Cuando los organizadores empezaron a registrar a los que iban a batallar, “mi amigo se asustó, dijo que no y quedé ahí a la intemperie”, dice CF. “Y el loco me preguntó a mí y le dije que sí”. Se anotó como Callejero Fino —que era un alias que usaba en Facebook—, tuvo una batalla, ganó y se fue.  

“Después de eso me di cuenta de que quería hacer esto”, dice. “Me empecé a imaginar cosas como hacer un show, por ejemplo. Y me puse a escribir canciones. Escribía todo el tiempo, recebado. Me encerraba y le mandaba”. Esos temas eran en clave boom bap y hablaban del barrio, otros eran para su mamá, otros para su hermana. 

Por esos años, conoció el RKT. Era 2009 y el género empezaba a copar la noche de la zona norte de Buenos Aires. “Era muy movido, con bajos muy graves, un ritmo bien marcado y acapellas de reggaetón. Eso me voló la cabeza”.

En el medio de todo eso, una tarde en la casa de Derqui, su padre estaba haciendo el contrapiso del baño y el comedor cuando con una pala de hierro que él mismo había fabricado intentó levantar el trompito y enganchó un alargue. El piso, por la obra, estaba empapado y Crecencio descalzo, la combinación con la electricidad fue fatal. “Fueron dos segundos. Todo pasó delante mío y de toda mi familia”. 

Un parpadeo. Dice que eso tardó en darse cuenta de que estaba preso. “Tac, tac y estaba adentro”, cuenta Callejero Fino. Así de rápida fue la secuencia en la que lo detuvieron por robo. No se acuerda mucho de ese momento. No tiene detalles, sólo flashes.

—Quedate quieto y abrí las piernas —lo saludaron los policías —. Tirá todo lo que tenés, no te movás. 

Luego, el encierro y lo que disparó el presente que hoy, mientras se cierra esta nota, lo tiene en Madrid, España, filmando los videos de su primer disco, Hagan caso. “Las cosas pasan por algo”, reflexiona en un tono suave, como si estuviera recostado en un diván. “Si no caía preso, capaz que me moría”. 

Pero cayó. Fue así: tenía 20 años y hacía cinco que había perdido a su padre en aquel accidente. “Era una mezcla tremenda de emociones. No podía superarlo y me descarrilé totalmente”.

—¿Qué sentiste cuando caíste preso?

—Me di cuenta de que uno se porta mal al pedo, porque estaba tomando las peores decisiones de mi vida y no veía que tenía muchas cosas por hacer. Y capaz que me iba a morir en cinco minutos. Eso empezó a pesarme.

—¿Tenías miedo?

—Es una mezcla de miedo y adrenalina lo que tenés en ese momento. No es miedo a que te pase algo, es miedo a lo desconocido. Es como cuando estás en tu escuela y te pasan a una nueva. 

A los cinco meses pasó a prisión domiciliaria por buena conducta. “Buena conducta es ir a la escuela, no tener droga ni nada en cada requisa: no tener faca, no tener celular, que en ese momento no se podía. Ahí me di cuenta de que por algo las cosas pasan. Y tenés que ser un varoncito y ya está. Entonces afronté las cosas como eran. Adentro los pibes me atendieron re bien”.

Uruguay 723 es así: una reja con media sombra verde tapando lo que hay detrás. Y lo que hay es un pequeño espacio con pasto reseco, mucha tierra y chatarra y una construcción de dos pisos con cemento alisado sin pintar y ventanas sin vidrio. Uruguay 723 está en Presidente Derqui, partido de Pilar, 60 kilómetros al norte de Capital Federal. A las 8 de la mañana del sábado post show en el Movistar Arena, apenas hay gente caminando por las calles angostas —algunas de tierra, otras de asfalto, todas sin cordón—. Un grupo de hombres va tomando mates, un perro somnoliento les ladra, un patrullero pasa sin mirar. No hay mucho más cuando Callejero Fino llega al segundo encuentro con Rolling Stone. Tiene un jogging negro, una campera inflada gris y cara de dormido. “Yo me levanto temprano todos los días, a las 6, para llevar a mi hijo a la escuela. Pero hoy dormí una hora más y me mató: no me puedo despertar”, dice mientras baja del auto con Jessica —su novia desde hace 9 años y madre de su hijo, de 6— y su madre, Anastasia. 

Estamos acá para hacer las fotos de esta nota. Pero, sobre todo, estamos acá porque CF quiso que los flashes lo retraten en su hogar: “Acá está todo. Por eso quería hacerlas en esta casa”.  

Acá es donde cumplió su prisión domiciliaria. Arriba de la construcción a medio hacer se armó un estudio y empezó a componer canciones. “Me di cuenta de que tenía facilidad para escribir”, dice. “Y escribí durante siete años”, lo que duró su condena. Lo hacía encerrado en su habitación y, cuando tenía más o menos el tema cerrado, subía al estudio y grababa una maqueta que después terminaba de pulir con productores que iba conociendo. “Yo no sé hacer música, pero me re imagino cómo quiero que suene, así que con eso voy y le digo al productor ‘quiero que el bajo haga pum-pum-pum’”. 

Las canciones que iba cerrando las subía a Instagram en pequeños extractos. A veces, también, las probaba en los vivos que hacía cada noche a las 23. Un día se dio cuenta de que cada vez más gente se sumaba a esos streams y decidió convocarlos a la puerta de su casa. Iba a tocar unos temas en vivo desde su patio y el que quería verlo sólo tenía que llevar un alimento no perecedero que CF iba a donar a comedores y merenderos de Derqui. Así nacieron las Juntadas Callejeras. Veinte, treinta, cuarenta y cada vez eran más las personas que se amontonaban en ese espacio de pasto seco tras la media sombra verde. “Yo salía y cantaba con un parlante, a cara de perro”, recuerda. “La gente venía, bailaba, se sacaba una foto y todos estábamos felices”. 

Cuando estaba organizando una juntada en la primavera de 2020, supo que tenía que dar un paso más, grabar un video y subirlo a YouTube. Instagram ya no era suficiente. Tenía que ser una producción más grande y profesional. Entonces lo primero que hizo fue elegir la canción. Tenía tres opciones: un rap, un trap y un RKT. Empezó a preguntarles a su familia y amigos cuál creían que era el mejor. Todos fueron por el RKT. “Yo decía ‘no puede ser’, para mí los otros estaban buenísimos. Hasta mi abuela decía que el RKT era el mejor”, dice entre risas e indignación. La canción era “Pa tra”. 

—Ma, necesito plata para filmar el video —le dijo a su madre.

—Tengo 14.000 pesos y no tengo más nada —le contestó—. Te los doy, pero mirá que después es comer arroz y nada más, eh. No me pidas puchos, no me pidas nada.

Con esa plata llamó a la productora Light Focus y preguntó el precio: 25.000 pesos. Cuando llegó el día y la puerta de su casa estaba minada de gente —“todos los pibes del barrio vinieron porque sabían que necesitaba que explotara”—, le dijo al director del video: “Amigo, tengo 12.000 pesos y mucha fe”. 

El clip empieza con un plano cenital sobre la cuadra. En la puerta de Uruguay 723 hay una muchedumbre y un grupo forma un cuadrilátero dentro del cual dos pibes boxean. La línea de teclado empieza a sonar como la intro de una historia de suspenso. Aparece Callejero Fino, platinado, en shorts, con un chaleco antibalas y bengalas en la mano —en eso gastó 2.000 pesos de los 14.000 que le había dado su madre—. Lo que sigue es baile, humo, luces, pibes, pibas, fiesta. Un retrato de barrio al ritmo de una canción rapeada con versos bravucones que hablan de fierros, caravana y amigos que son una banda. 

“Cuando me entregaron el video, estaba buenísimo. Pero el tema no me convencía”, dice sentado en la mesa de la casa de su tía —que vive al lado junto a su abuela—, mientras almuerza un bife con tomates. “Mi mentalidad era que me había gastado la última plata que tenía mi mamá en el video de un tema al que no le tenía fe”. A la semana de subirlo, tenía un millón de vistas. “‘Quéeee’, dije. Todo el mundo vio que el tema la iba a pegar menos yo. Cerré el mes con 14.000.000”.

—¿Qué significó ese primer hit?

—Ahí dije tengo que hacer RKT a pleno. Ya tenía otros temas, así que les metí. Eran “La banda de los millones”, “Pide remix” y alguno más. Todos temas bien jedes. No paré más. Y todo el mundo empezó a querer hacer canciones conmigo. Fue increíble. Porque eso quería decir que todo el camino recorrido no fue en vano. Que todo lo que sembré estaba teniendo sus frutos.

—¿Y cómo fue ese camino? ¿Qué aprendiste?

—A mí siempre me gustó la música, pero antes de estar preso iba por las dos cosas: por la música y por la joda. Y me di cuenta de que la joda no te lleva a ningún lado. Que hay que ponerse para lo que a uno le gusta hacer y a mí lo que más me gusta hacer es música. 

—¿Cómo hiciste para cambiar eso?

—Caer preso fue un palazo en la boca. Me hizo un clic. Y cuando “Pa’ tra” la pegó, dije “es ahora”, entonces adquirí disciplina y conducta, que son claves. El no alcohol, no joda, no trasnochar, levantarme temprano. Buenos hábitos.

“Me di cuenta de que uno se porta mal al pedo”, afirma Callejero Fino. (FOTO: ALFREDO SRUR)

Entre las primeras personas que se acercaron a CF para colaborar estuvo Rei, otro impulsor del RKT. “Yo lo re escuchaba al loco. Cuando me dijo de hacer un tema juntos, le contesté que venga a casa, que lo quería conocer primero”, dice Callejero Fino, que ahora fuma a modo de postre. Y Rei cayó a Uruguay 723 con una picada y un fernet. Le mostró la versión primigenia de “Tu turrito” a solo de piano, cantada en un registro aún más bajo que la versión que hoy todos conocen. “El tema la iba a romper, yo sabía”, dice orgulloso CF. El siguiente encuentro fue para filmar el video, en el patio de la casa de Derqui. Con amigos, fernet en botella cortada, chorizos a la parrilla y empanadas. El tema se volvió un hit instantáneo que mezcla el fraseo freestyler romanticón de Callejero Fino con las armonías de ángel de Rei. Es como si la canción fundiera la cumbia base de fines de los años 2000 con un cameo de Duki de “Goteo”. 

 En el Movistar Arena Iván de Pineda dice: “L-Gante, La Joaqui, Rei, Peiper y Callejero Fino. ¿Saben qué es esto? RKT”, y las luces se apagan. El estadio se viene abajo en un aullido cuando aparece L-Gante y se despacha con un mix rockeado de sus hits. Después La Joaqui, con un outfit de coneja turra, arranca con “Butakera”. Sigue DJ Tao con Peiper y el cierre es con Rei y Callejero Fino haciendo que todos canten “Tu turrito” en la entrega de los Premios Gardel 2023. Pero hay un tiempo más para que CF muestre en vivo la potencia de su “Turreo Session 723”.

En menos de 15 minutos, aquella noche del 16 de mayo, los principales exponentes del género urbano que más creció el último año irrumpieron en el mainstream del mainstream para dejar en claro de qué se trata el RKT. Pero la historia de esta música se remonta a comienzos de siglo. 

Año 2001, San Martín, conurbano bonaerense, Argentina. Un boliche revienta con más de 10.000 personas por noche cada fin de semana. Se llama Reskate Bailable. Suena cumbia —colombiana, mexicana, argentina— y hay shows urgentes —Damas Gratis volvió a tocar ahí tras su parate de 2011—, de menos de media hora, donde las bandas del momento arman, tocan y se van. Y hay un DJ residente, Pirata, que remixa las cumbias para hacerlas retumbar con bajos altos. Después aparecen versiones de otros DJ, como Kbza y Toty Style, que empezaron a meter voces de reggaetón sobre bases cumbieras. Para 2012 Reskate era un boliche de cumbia y reggaetón —Ñengo Flow tocó ese año cuando visitó Argentina— donde los DJ se volvieron estrellas. 

En 2014 Reskate cerró, pero el RKT acababa de nacer.

Es domingo 2 de julio. Son casi las 20, falta algo más de una hora para el comienzo del show. En el camarín, Callejero Fino está chill, jugando con su hijo, que va y viene por el lugar. Sobre una mesa redonda hay una picada de fiambres sin tocar, botellas de agua y gaseosa. En una repisa, un ramo de flores gigante. Inocencia, su madre, le pregunta cómo está, se acerca, lo acaricia. Callejero Fino la mira y sonríe. 

—¿Qué significa tu mamá para vos?

—Mi mamá es mi mamá. Es muy importante para mí, todo lo que hago lo hago por ella. Es muy compañera. Entonces si fallo en algo siento que le fallo a ella.

—¿Siempre fueron así de unidos?

—Sí, mi vieja es mi compañera desde que soy chiquito. Y siempre creyó en mí. Cuando iba a jugar a la bolita ella me llevaba y creía que iba a ganar. Es una pieza única para mí. 

La cara le brilla a Callejero: los ojos claros y rasgados, los piercings sobre la mejilla, los aros. Alguien entra y le dice que no para de entrar gente, que afuera está explotado. Van a ser 15.000 personas viendo el show en un rato. “Tenía mucha adrenalina, ansias, nervios”, dirá unos días después. “No llegaba más el show. Veía que entraba y salía gente. Necesitaba salir a tocar”. 

De golpe, mientras dice que no puede creer que va a estar en Rolling Stone —“es como cuando me dijeron que iba a tocar en el Luna Park, en el Lollapalooza o acá en el Movistar”—, se escucha un gran grito: es el comienzo del set con el que DJ Kbza y DJ Pirata van a poner en modo baile al estadio. “Uhhh, ya estamos”, tira CF. “Me tengo que ir cambiando, ¿no?”.

“Todos los flashes prendidos”, pide cuando su show entra en la recta final y ya cambió su outfit por un conjunto de joggin negro con pipas Nike naranajas que combinan con su visera. Empieza a sonar la intro de “Lati2”, el tema que comparte con La Joaqui, una balada montada sobre un acordeón sintetizado y unos timbales saturados que dan un pulso lento. Los celulares inundan todo de luces blancas y el cartel de Reskate se va prendiendo y apagando en color rojo. Es una imagen romántica y Callejero Fino lo sabe. Hace que su voz ronca —gruesa, áspera— se torne melosa en una gran muestra de interpretación. Incluso, cuando llegan las estrofas de La Joaqui, que salen disparadas desde la pista, empieza a caminar la pasarela y la forma en que lo hace —lenta, pesada— y su mirada puesta en el público lo mantienen en clima.

Después sigue con “Cero$”, otro feat con la rapera de Mar del Plata. Todo se vuelve tenso con una línea de guitarra al frente y una lírica de barrio para un rap callejero que se pone turro cuando los parches ganan lugar. Y de nuevo, Callejero Fino mostrando su versatilidad al momento de fundirse con una letra.

Es casi medianoche y hace 12 horas que Callejero Fino está en el Movistar. Cuando llegó al estadio se acomodó, recorrió el camarín y al rato, alguien entró con un ramo de flores que después ubicó en la repisa. “Yo pensé que era para mi mamá”, dice. “Y me dijeron que me lo había mandado La Joaquí. Es un amor, somos amigos”.

Hace unos tres meses, Callejero Fino y su manager Leo estaban en Villa La Angostura, caminando por un campo cuando CF tuvo una idea.

-Te imaginás hacer un disco de RKT? —disparó.

-¿Y por qué no? —fue la respuesta.

Empezaron a tirar ideas y “en 5 minutos ya sabíamos cómo iba a ser el disco”. Hagan caso, salió el 7 de julio, en medio de esta serie de encuentros. La parte uno del álbum, que va a tener tres, tiene siete canciones —sí, la segunda parte van a ser dos y la última tres: ¿les suena el número?—.

El arranque es al palo con “En la chata”, un RKT gediento de calles del conurbano, sirenas de patrulleros y un ritmo que rompe tarima. Dos minutos que son una piña que te mete en el corazón del universo de Callejero Fino. “Al piso”, tiene a Alan Goméz como productor y una línea definitoria del presente: “hoy vuelo sin capa, hoy vuelo como quiero”. El track 3, “Turras, rochas, turras” podría funcionar como muestra clara del lugar que los productores tienen en el desarrollo del RKT: Alan Gómez creó un beat hipnótico para bailar hasta gastar las zapatillas. Una sirena de boliche y CF dice “Este es el remix que to´ el mundo esperaba”. Así empieza “DJ Alan Gómez vs. DJ Tao”: el tema para parrear del disco. “La fusión de DJ Tao y Alan Gomez no la tenía nadie”, dice cuando Hagan caso ya tiene un día online. “Ni a ellos que son amigos se les ocurrió. Y a mi me vuela la cabeza”. “Dancen ahora” retoma una de las frases de cabecera de Callejero Fino y mete la primera voz invitada: el mexicano Tornillo y ese registro que suena a reggaetón de comienzos de siglo. Hay algo en lo cumbiero de la canción que suena a El marginal. También hay lugar para una balada butakera con “Titán”. Una carta de amor en dos ruedas, cantada en clave El Polaco o El Original de sus inicios. El final es para “Toy chill” y un manifiesto de su presente en un RKT purísimo. 

El patrullero pasa lento por la puerta de Uruguay 723. Las ventanillas bajas y el conductor que mira. Callejero Fino, parado contra la reja queda de frente. Hay una pausa en los flashes cuando el auto de la policía se detiene y dice “buen día”. 

—Buen día —dice CF y empieza a caminar hacia la calle, la mirada seria, el mentón elevado. 

—Buen día —repite el policía que detiene el auto y se baja. —. ¿Mi compañero podrá sacarse una foto con vos?

—Sí, claro.

Del otro lado del móvil, que queda en el medio de la calle, baja un policía que no debe tener ni 30 años, le da la mano a Callejero Fino y se empieza a acomodar para la foto.

—Pará —dice antes de pararse al lado de su ídolo—. Me voy a sacar la campera mejor —agrega y sonríe. 

—Sí, ¿no? —dice CF.

Cuando el oficial va a retomar la acción, estira el brazo como para abrazarlo, pero antes de tocarlo le pregunta ‘¿puedo?’. Claro. Y ahora sí: sonrisas, flash, foto.

Mientras pasa todo esto aparece Inocencia, quizás imantada por la luz azul que no deja de girar. 

—Mirá que ya no tiene más la pulsera, eh —cuando lo dice se ríe, pero hay algo en el tono que también le da seriedad al aviso. 

Acá, en Uruguay 723 y en una situación muy parecida, hace un año le sacaron la pulsera que controlaba su prisión domiciliaria. Callejero Fino estaba en el estudio, grabando un RKT al palo. Las paredes se movían, dice, cuando su tía le avisó que en la puerta había un patrullero: “Vino monitoreo”. “Yo salí y enseguida dije que estaba arriba grabando, porque a veces les saltaba la alerta cuando estaba arriba. Y ahí me dicen que venían a sacarme la pulsera. No lo podía creer”. 

Ahora podía ir a donde quisiera sin tener que pedir permiso. Como lo venía haciendo desde el primer show que dio, tiempo después de sacar “Pa tra”, cuando su manager le dijo que tenía pedidos de shows. 

—Podemos ir a tocar a todo el país.

—Y, bueno, vamos a pedir permiso a la jueza —respondió CF.

Y fueron y se lo dieron. Esa noche Callejero Fino tocó en Pinar de Rocha, en Morón, y en Búfalo, de José C. Paz. “No me lo voy a olvidar nunca. Llegamos a José C. Paz y el boliche se caía, la gente se sabía todos los temas”. Los pedidos de shows se empezaron a sumar a tal punto que desde el juzgado directamente le pedían una agenda mensual para validar las salidas. 

Ahora Callejero Fino apura el cigarrillo, saluda a su abuela, que le dice muchas veces que lo felicita por todo lo que consiguió, que reza todas las mañanas por que le siga yendo bien. Le agradece a su tía por el almuerzo. Le pregunta a su madre si está todo en el auto. A Jessica, su novia, le dice si sabe dónde está su celular. Toda una coreografía de partida. Son las 12 del mediodía y a las 6 de la tarde tiene que estar en Santa Fe, a unas cuadras hay un micro con toda su troupe lista y los equipos cargados. Mientras se está por subir al auto, dice que el almuerzo le dio sueño.

—¿En qué pensás antes de dormirte?

—En la música. En los últimos temas que hice y en los que me gustaría hacer. Y todos los días digo: mañana podría ser el gran día. Mañana puedo tener la noticia de que me despierte y tenga un estadio. Antes pensaba que podía llegar la libertad, después un show, después el Luna y así. Siempre me voy a dormir con un “¿te imaginás?”.

LAS FOTOS DE ESTA NOTA se realizaron con una cámara analógica Mamiya C33 y film 120 Ilford Delta 400 e Ilford HP5. Las digitalizaciones se hicieron a partir de copias gelatino-bromuro de plata 20×25 cm. en papel baritado Ilford FB en el Centro de Investigación Fotográfico Histórico Argentino por Emilio Casablanca.

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