[Archivo RS] Manu Chao: “La pregunta que nos hacemos todos es: «¿Cuál es la solución a tanta mierda?»“

A comienzos del nuevo milenio, un cronista de ROLLING STONE se fue de viaje con el cantautor y recreó la gira latinoamericana del autor de Clandestino

Foto: Getty Images

diciembre 28, 2023

Esta nota fue publicada originalmente en Rolling Stone, en junio de 2000.


Manu Chao se está despertando mientras canta: vamos a Puente del Inca con la idea de conocer las ruinas y bañarnos en las aguas termales. Manu durmió tres horas: la noche anterior, él y sus músicos cenaron en El Boxeador, una modesta pero entrañable parrilla, un secreto a voces para los mendocinos sabios, definitivamente lejos del tipo de sitios que figuran en los recorridos de las agencias de turismo. Ayer y hoy, los guías-anfitriones de esta legión extranjera son Piro y Goy, dos integrantes de la banda mendocina Karamelo Santo.

Antes de dejar el centro de Mendoza, paramos a comprar comida en un supermercado. Los Karamelo hacen una vaquita. Goy compra baguettes, un kilo de paleta sanguchera, un kilo de queso de máquina, un kilo de salame –cortados en fetas–, mayonesa, gaseosas marca Pirulo, dos damajuanas de vino tinto, un sacacorchos, algunas botellas de cerveza, vasitos de plástico, tomate, algunas plantas de lechuga y un pisco, el único lujo. Guardamos todo y seguimos viaje. Ahora Manu volvió a dormirse y el que canta es Magid, uno de los guitarristas, “Like a Rolling Stone”, en una desopilante imitación de Bob Dylan. Alguien enciende un porrito. Chuco, el ingeniero de sonido, cuenta chistes verdes. Magid arranca con una chansonne francesa y Manu vuelve a despertarse. No hace falta saber francés para entender que la canción habla de un hombre despechado.

(Foto: Archivo Rolling Stone)

Paramos nuevamente, esta vez en una estación de servicio. El baño es sólo para los clientes. Meamos en una obra en construcción. Está claro que éste no es el prototipo de gira latinoamericana de una estrella de rock.

–¿Recibiste la energía de la montaña?

–¿Creés que Maradona se pueda curar?

–¿Es posible una revolución cultural?

–¿Qué opinión tenés sobre el movimiento de masas en la Argentina?

–Si pudieras darle un consejo a cada indígena, ¿cuál le darías?

–¿Qué opinión hay en Europa sobre los argentinos?

(Preguntas formuladas a Manu Chao durante la conferencia de prensa del 2 de mayo en Mendoza.)

Manu cuenta que durante toda la gira le hicieron muchas, pero muchas más preguntas políticas que musicales. “Todo el mundo está buscando una solución. La pregunta que nos hacemos todos es: «¿Cuál es la solución a tanta mierda?». Lamentablemente, yo no tengo la respuesta”, define. “Es que en cada país al que fuimos, cuando llegamos la cosa estaba un poco liada. En México nos agarraron las revueltas estudiantiles de la UNAM; en Ecuador, los indígenas que tomaron el Parlamento; en Perú, el fraude de Fujimori; en Bolivia, el estado de sitio, y en Chile, la polémica por Pinochet”.

Un gendarme detiene el micro. Afortunadamente, no se le ocurre subir. Le pregunta al chofer adónde va.

–A Puente del Inca.

–¿Lleva cadenas?

–No.

–Entonces le aconsejo que no vaya.

¿Para qué precisamos cadenas? Es que en Puente del Inca está nevando fuerte y puede ser necesario atarlas a las ruedas para despejar la nieve. ¿Y ahora qué hacemos? Goy propone seguir hasta Uspallata y detenernos a comer en cuanto encontremos un lugar amable para guarecernos. Adiós, aguas termales. A medida que avanzamos –y ascendemos–, la nieve rebota con más fuerza contra los vidrios. De pronto, en medio de un cerro distinguimos cuatro o cinco ranchos que parecen caerse a pedazos. En el hueco de la puerta no hay ninguna puerta, sino una pila de ladrillos huecos de 50 centímetros de alto. Corremos los ladrillos y entramos. Adentro hay un par de sillones a la miseria, leña, un catre. Los chicos de Karamelo cuentan que es un refugio habitualmente utilizado por pastores de cabras. Cuando la nieve o la noche los amenazan, los pastores se meten adentro con los animales y duermen allí.

Alguien enciende fuego en la chimenea. Alguien prepara sándwiches para todos. Alguien descorcha y sirve vino. El bravo fotógrafo de Rolling Stone lo invita a Manu a sacarse algunas fotos afuera, a la intemperie. El bravo Manu acepta. Posa aterido. Su campera de jean apenas lo abriga. Volvemos adentro. Un amigo chileno de Manu está tocando cuecas. A medida que circula el tinto, son más los que cantan, aunque no sepan la letra. El frío ya no molesta tanto.

–Eso es lo mismo que hay que conseguir en los conciertos: energía. No importa tanto tocar bien. Cuando se logra eso, estamos contentos. Esa energía se trabaja desde mucho antes del show. Como solemos decirle a la gente nueva que ingresa en la banda, el concierto no empieza a las 9 y termina a las 11. Empieza cuando llegamos a la ciudad, y termina cuando nos vamos. Para conseguir esa energía, hay que pillar la temperatura de la ciudad, mover un poco por ahí, como anoche en El Boxeador… Se armó un buen quilombo. Estaban los Karamelo, había unos chavales que cantaban canciones tradicionales, nosotros cantábamos las nuestras. Luego vino un cantor de tangos ciego, muy bueno, que nos dejó a todos así, con los ojos abiertos. Eso es muy bueno para el concierto de mañana. Es ya medio concierto.

Manu tuesta un sándwich acercándolo unos segundos a las llamas del hogar. Me gustaría hacer lo mismo, pero temo quemarme. Se me ocurre pedírselo a él, pero me reprimo: suena como un abuso de confianza pedirle a una estrella de rock que me prepare un tostado.

(Foto: Segismundo Trivero)

MEXICO

–Esta gira empezó en México. Mucha presión, una presión buena. Tengo muchos amigos, porque he vivido ahí. El Zócalo era, digamos, el bife de la gira, el concierto más grande, de más responsabilidad. Está lo de Chiapas, una causa con la que nos sentimos muy involucrados, estaban las revueltas estudiantiles en la unam [Universidad Nacional Autónoma de México], y la posibilidad de tocar frente al Palacio de Gobierno y poder soltar lo que quisiéramos en esa plaza que para mí es mítica, uno de los lugares más eléctricos que conozco en el mundo. Salió increíblemente bien. Porque la verdad es que un concierto para 150 mil personas, de una bandita que hasta ese momento tenía un mes y sólo había tocado en clubes para 500, apenas calentaditos y con el show a medio hacer, era como un bife un poco gordo. Pero me dije: “Es igual. Lo importante es haber tocado en el Zócalo una vez en la vida”. Todo se disparó a lo grande, el concierto se convirtió en una gran manifestación en contra de mil cosas. Muchas de mis canciones coincidían con lo que estaba pasando en el país. Abrimos con “Bala perdida” y la gente la relacionó con lo que había ocurrido dos días antes, que se habían cargado a dos. Pasamos un discurso del subcomandante Marcos a toda leche, canté “Señor Matanza” apuntando al Palacio de Gobierno, que fue un gustazo…Y después, bueno, hubo muchas tocadas intempestivas. Lo bueno de esta banda es que la música no para nunca. Termina el concierto y el acordeonista se pone a tocar en la calle, mientras sale la gente. Luego la fiesta sigue en un bar, y así hasta la madrugada.

ECUADOR

El chofer avisa que no puede esperar mucho más porque se avecina una tormenta de nieve aún más fuerte y se corre el riesgo de que no podamos salir. Dejamos un par de cervezas de regalo para el próximo visitante y emprendemos el camino de regreso. Ahora Manu se acuerda del Ecuador.

–Llegamos dos días después de la toma del Parlamento por los indígenas, en pleno cambio de gobierno, en plena dolarización de la economía. En Ecuador no hubo ni doctrinas ni líderes… Los indígenas pensaron que no había otra que ir hasta Quito, “porque si nos quedamos aquí nos morimos”, y fueron a Quito y tomaron el Parlamento… Se lo quitaron luego, pero se lo llevaron un buen rato. Estuvimos en Quito, y paf, mucha gente en la conferencia de prensa, pidiéndome que hiciera mil gestiones. Tocamos en Quito, en Cuenca… El momento musical más bonito de la gira fue el concierto de Cuenca… Luego, afuera, tambores; luego, al bar; luego, a casas de gente… Y llegamos al hotel a las 8 de la mañana y a las 10 nos subimos a una camioneta y nos fuimos a 3 mil metros de altura, para estar con una comunidad indígena que nos había ayudado en la seguridad en el concierto. Se armó ahí la fiesta en cuatro casitas: el viejete del pueblo sacó el aguardiente, un chupito a uno, un chupito al otro, se acercó todo el mundo, las mamas vestidas muy guapas… Salió la banda del pueblo con acordeón, saxo, nos cantaron una canción de bienvenida escrita para nosotros. Luego cantaron tres o cuatro de ellos, se largó el baile, las indias venían a invitarnos a bailar agarraditos, de campo, preciosas, y aguardiente, el tío pasaba como un brujo, un chupito aquí, un chupito acá, y seguía el baile, con música tradicional francesa. Valses o chansonnes, todo tranqui, aguardiente, aguardiente, aguardiente, una comunidad en el monte… Y ahí tocamos para ellos, hay que tocar bien… A las 5 de la tarde bajamos a la ciudad reborrachos, y después tomamos el avión hasta Lima.

POTRERILLOS

Paramos en Potrerillos, al lado de una vieja estación ferroviaria que ahora funciona como centro cultural y artesanal y como biblioteca. Los encargados del centro, Claudio Moyano y Marta Carmona, viven ahí con sus hijos; nos muestran los descubrimientos arqueológicos que atesoran –puntas de flecha, artesanías huarpes de mil años de antigüedad– y de pronto nos sueltan un mazazo: en diciembre, Potrerillos va a desaparecer, arrasado por un dique. Seiscientas sesenta personas se tienen que ir. Ya es irreversible, ya se empezó a construir la presa. Nos invitan a tomar café a su rancho. Allí vamos. Chuco recuerda que al Generalísimo Franco le encantaba construir diques, barrer pueblos enteros. Manu se queda asombrado por el temple del matrimonio, que lucha para que, al menos, la municipalidad de Luján de Cuyo le ceda un lugar donde reubicar el centro. Manu los invita a su concierto del jueves. Claudio duda: le abruma bajar a la ciudad. Manu le dice que lo entiende, pero le pide que, por esta vez, haga una excepción. Claudio acepta.

–Qué historia… –le digo a Manu.

–Lo pondrás en tu nota, ¿verdad? –me intima.

Todo el mundo lamenta tener que irse, pero a la tarde nos espera la gente del Barrio de la Gloria, y todavía hay que pasar a buscar a los que se quedaron en el hotel.

PERÚ

La historia parece haberlo conmovido de verdad. “¡Qué gente guapa, qué cojones!”, me dice en el micro. Manu toma la guitarra y desgrana otra canción triste.

Caí en la trampa de ser tu amigo

Caí en la trampa de en ti confiar

Tú eras mi amigo, yo era tu socio

Y ese negocio me salió mal.

Se queda un ratito en silencio. Le pido que me cuente de las aventuras de Radio Bemba en Perú. Abre una mochila, saca un álbum de fotos. En una está parado frente a unos warholianos afiches con el rostro de Fujimori. Dicen: no a la re–reeleccion del tirano. mafia 2000.

–Llegamos justo el día de las elecciones, en pleno fraude. El concierto de Lima, de puta madre… Había manifestaciones por todos lados. Los de la oposición hacían discursos, el Toledo ése [Alejandro Toledo, el candidato opositor] hablaba desde el Sheraton, y todo el mundo nos quiso involucrar, nos dijeron si queríamos hablar ahí… Y entonces yo: “Calma, papá. Fujimori hizo el fraude aquí, pero Toledo, ¿tú quién eres?”. Fuimos a la manifestación, pero nos quedamos ahí, entre la gente. Y en un bar que estaba en la esquina de la plaza se armó la gorda. Era un bar de calidad, de viejetes sabios, ¿sabes? Todo el mundo estaba preguntándose si Fujimori se atrevería a hacer el fraude hasta el 50 por ciento de los votos, o si se plantaba en el 49. Cuando el noticiero anunció que habría segunda vuelta, se armó la gorda. El bar se llenó, empezamos a tocar ahí y se armó un trance colectivo enorme.

(Foto: AFP)

BARRIO DE LA GLORIA

El chofer del micro no quiere saber nada con dejar su vehículo estacionado en el Barrio de la Gloria. A regañadientes, acepta recogernos en algunas horas. En el hotel se sumaron Bouchon, road manager; el bajista Gambit y el acordeonista Biroy. Manu será entrevistado en fm Cuyum, la radio comunitaria del lugar, cuyos estudios están al lado de la iglesia de la Virgen Peregrina, donde oficia el padre Jorge Contreras. Uno de los chicos que lo entrevista no aparenta más de 15 años, está vestido con un pasamontañas y una camiseta de Boca. Desde la ventana, del lado de la calle, la gente mira. El programa se llama De este lado del mundo. Cada vez que un tema musical establece una pausa en el reportaje, veinte o treinta chicos invaden el estudio con biromes y camaritas pocket; todos quieren la firma o la foto con Manu. De pronto, se escucha una canción sobre la guerra civil española, en homenaje a su padre gallego y su madre bilbaína. Manu se emociona. “La cantaba mi abuelo”, dice. El fotógrafo de Rolling Stone quiere registrar el momento; cuando lo ven acercarse con su sofisticado equipo, los vecinos se retraen. “Fotos no”, brama el conductor del programa. Más adelante se disculpará amablemente. Es que aquí no hay prensa local: la gente del Barrio de la Gloria quiere que este momento pertenezca sólo a los vecinos. La entrevista es breve. Le preguntan sobre la reforma laboral que impulsó el gobierno de Fernando de la Rúa. Manu dice que “es otra herramienta de los organismos financieros multinacionales para aplastar a los pobres”. El conductor del programa aprovecha para anunciar que el viernes 5, durante el paro de la cgt rebelde que lidera Hugo Moyano, en la ciudad se marchará contra la reforma.

Cuando termina el programa, lo llevan a Manu a un galpón en el que se apiñan unas setenta personas. Cinco tambores se sacuden a la vez. El director de la murga propone a los vecinos y a los murguistas que hagan preguntas.

–¿Tu inquietud social parte del arte, o primero estuvo el arte y luego el compromiso social?

–Yo creo que va todo mezclado. Cuando escribes canciones, las escribes sobre las situaciones de cada día, y lo que más te trae cada día es rabia por cómo funciona este mundo. Uno trata de canalizar esa rabia de manera positiva.

–¿Has visto alguna vez una murga?

–En el Uruguay.

–¿Y has visto murgas en Buenos Aires?

–También, sí.

–¿Y murgas mendocinas?

–Estoy viendo ahora (risas).

–Todos tenemos una gran duda: ¿qué carajo hace Manu Chao en el Barrio de la Gloria? (risas).

–Bueno, la gente de Karamelo me habló mucho de Mendoza, y ellos nos dijeron que sería interesante venir aquí para conocer un poco más la realidad de la provincia. Para eso estamos.

–Entre ayer y hoy te han bombardeado de preguntas. Ahora preguntá vos. ¿No nos querés entrevistar a nosotros?

–Más que entrevistarlos, prefiero que hagamos música juntos (risas y aplausos).

Salimos a la vereda de tierra. son las 9 de la noche y hace un frío espantoso. Las murgas se largan a tocar: la mayoría de los murguistas pertenecen a Los Gloriosos Intocables, pero hay algunos invitados de La Repicante, Hijos del Sol y Baldosas Flojas. Manu baila con Gambit. Los dos conductores del programa hacen una vaquita para comprar vino; vuelven con cartones que distribuyen estratégicamente. Manu mira a los murguistas desde afuera, hasta que lo invitan a bailar. Gambit y él no bailan muy bien, pero parecen divertirse. Luego, un par de vecinos clama: “¡Manu, ahora te toca a vos!”. Biroy empieza con el acordeón. En seguida, todo el barrio está cantando “Clandestino”. Se saben la letra de memoria. Biroy toca chansonnes y valsecitos en su acordeón: tiene los ojos chiquitos y la nariz grande, un rostro que es pura caricatura; todo el mundo se encariña con él, todo el mundo bate palmas. Entre las chansonnes y los valsecitos de Biroy y los cuatro temas que canta Manu, el unplugged de Radio Bemba en el Barrio de la Gloria dura ocho canciones; quedan registradas en los pequeños grabadores de un montón de vecinos, y es seguro que al día siguiente FM Cuyum las difundirá con legítimo orgullo.

Antes de irse, Manu se reserva un rato para conversar con el padre Jorge. Hablan sobre la situación en las cárceles; el sacerdote le cuenta lo mal que la pasan los reclusos de la prisión de Uspallata, como veinte horas por día sin salir del calabozo. Manu escucha con devoción y respeto. Se entera de que el gobierno mendocino llamó a licitación internacional para la privatización de la cárcel. No lo puede creer.

BOLIVIA

–En Bolivia tuvimos más tiempo como para viajar, pillar un coche y tirar mil kilómetros pa’quí, mil kilómetros p’allá, conocer el país. Pensamos que no había tanta afición a grupos de rock o gente como nosotros y terminamos haciendo de imán para diferentes causas. La gente que venía a vernos nos contaba sus problemas. Había pleno estado de sitio, y las comunidades indígenas cortaban todas las carreteras de una manera muy inteligente. Era impresionante verlos… No hicieron barricadas cortitas, que llega un escuadrón de policía y te las puede levantar. No: cada indio puso una piedra sobre la Panamericana a lo largo de 20 kilómetros… Tuvimos que pasar por el lado de la tierra, porque hasta que quiten las barrricadas hay pa’meses. En Bolivia, los indígenas están completamente asfixiados, son revueltas de supervivencia.

“Allí tuvimos tiempo de meternos más en el campo, de salir del torremolino de las ciudades… Conocí el Salar de Yuni, que es una de las cosas más bonitas que vi en mi vida, como un mar inmenso pero blanco… Parece nieve, te da la sensación de que si te tiras, vas a pasar frío, y no, hace un calor que te cagas, como nieve hirviendo. Tocamos en La Paz. En Sucre, fiestas de cantar, las más bonitas, que te dan ganas de cantar más y más. En Potosí, también. Cantamos, tomamos aguardiente ahí arriba, con los mineros. Emocionante, papá.

H.I.J.O.S.

La prueba de sonido en el club Pacífico es una verdadera pesadilla. La música rebota contra los techos del gimnasio y un grandote de seguridad hace, con los periodistas, ostentación de su pequeño poder. “Hola”, me dice, “vengo a avisarte que a la noche no vas a poder estar de este lado del vallado. Acá, solamente técnicos y músicos”. “¿Por qué no me lo decís a la noche? ¿Estás apurado por echarme?”, le contesto. La anécdota no merecería un lugar en esta crónica si no fuera por lo que ocurrió después.

Manu se traslada hasta la Casa por la Memoria y la Cultura Popular, un centro cultural que comparte la delegación local de h.i.j.o.s. [la agrupación que nuclea a los hijos de los desaparecidos durante la última dictadura militar argentina] con un grupo de artistas y artesanos. Entra en la Casa, donde lo reciben con mate y tortas fritas calientes y le cantan graciosas tonadas. Una chica lo abraza, lo estruja, le acaricia la cabeza, le dice algo al oído.

–¿Qué le dijiste?

–No, no te puedo contar –se disculpa ella con una sonrisa–. Es todo lo que soñaba decirle desde que escuché uno de sus discos por primera vez. Dejémoslo así, en secreto. Clandestino.

Le regalan a Manu el libro Botín de guerra, sobre la historia de los chicos nacidos en cautiverio durante la dictadura. Los chicos de h.i.j.o.s. despliegan una bandera y le piden que se fotografíe con ellos; un titiritero le obsequia una cabeza que él mismo fabricó; un pibe le lleva un cd con un demo. Lo llevan a la calle, para que vea un número de malabarismo; cuando Manu se entusiasma, le proponen que sea el partenaire. Un cigarrillo le cuelga de la boca. Manu pone cara de condenado a muerte. Le voltean el cigarrillo. Prueba superada. Manu redobla la apuesta: se coloca un nuevo cigarrillo, esta vez en la oreja. No hay redoblantes, pero los imaginamos. Voltean el cigarrillo. Manu ha sobrevivido a la prueba. Le piden que cante. Toma la guitarra y canta, en medio de la calle; primero, “Clandestino”; luego, “Desaparecido”. Cuando dice “siento en mi cuerpo un dolor que no me deja respirar”, se me hace un nudo en la garganta. Supongo que le sucede lo mismo a la mayoría de quienes están escuchando. Cierra con la dulce “Minha galera” y saluda a todo el mundo. “Si no tuviera que tocar esta noche, les juro que me quedaría con ustedes mucho más tiempo”, se excusa. Antes de irse, se saca mil fotos más, coordina con un pibe de h.i.j.o.s. que habrá treinta entradas para la agrupación, le pide material sobre sus actividades. “Es que nosotros estamos por poner una página en Internet y, ¿sabes?, allí podemos hablar de ustedes.” Le piden permiso para ir con tambores de murga. Manu acepta encantado: sólo les dice que armen una lista, para que en la puerta dejen pasar a los percusionistas. Guarda la lista y se va.

Camino al hotel, nos encontramos con algunas chicas del Barrio de la Gloria que llegaron tarde para el acto de h.i.j.o.s. Vienen con nosotros. En el hall, Manu atiende a un periodista. Cuando termina la nota, un pibe de h.i.j.o.s. que estudia comunicación quiere agregar algunas preguntas. Manu está cansado, pero acepta. El pibe se lleva una frase linda.

–Con la música y con el fútbol me pasa lo mismo. Prefiero el arte de las tocadas informales, la música que puedo escuchar en las calles y en las casas adonde voy y los partidos en las canchitas de barrio, a los grandes conciertos y los partidos superprofesionales en estadios.

Una chica muy joven, con un bebito, le plantea su problema: quiere ir al concierto, pero no tiene plata para comprar una entrada. Es demasiado tarde para incluirla entre los invitados. Manu ya le dio todos los nombres a su road manager, y Bouchon está en el Pacífico.

–Lo que puedes hacer es venirte con nosotros en el bus –le sugiere.

–¿En serio? –dice ella, ilusionada.

–¿Por qué no?

Ella se queda en el lobby, esperando. Manu se va a descansar un rato.

CHILE

–Habíamos ido con Gambit a Chile, hace dos años. Ya teníamos nuestras costumbres ahí, funcionábamos bien. La primera noche nos fuimos directamente a Vía Francia, que es un barrio popular de Santiago muy famoso por su lucha durante la dictadura, muy resistente, emblemático, que nunca se doblegó. Una cultura de la lucha, unos murales preciosos, y el barrio en sí mismo es increíble, con gente muy activista y gente menos activista, pero igualmente simpática… El vino en cartón, unos porritos y a pasarla bien… Hubo una conferencia de prensa en La Piojera, que es como “el” bar de Santiago. Después fuimos a la universidad para dar una charla. Había muuucha gente, me dieron un trofeo de embajador de una asociación de derechos de los niños del mundo, y los de Vía Francia nos dieron ahí un regalo, una foto grande de Salvador Allende firmada por todo el barrio… Emocionante. Luego, pues, Biroy al acordeón, Magid a la guitarra, y se armó buena, cantamos cuatro, cinco cancioncillas para los estudiantes… En Chile hubo tres conciertos, con mucha gente, mucho calor humano, una muy buena comunión. ¿Qué más? Bueno, en el último concierto, que fue el más grande que hicimos en Chile, para 5 mil personas, se armó una revuelta. Cuando terminó, Biroy y Magid salieron a tocar a la calle, para calentar la hoguera. Llegó la policía, hubo una chispa y se armó una pelea. Se llevaron al acordeonista y a varios chavales. Hubo un pequeño caos que duró una horita o dos, hasta que nos sacaron a todos. Ahí en Chile, cuando te dicen “para de tocar”, no se andan en bromas. En Barcelona, avisan dos veces. Pero allí, no (risas).

“Conocí a unos chavalines que tenían al padre encerrado en la cárcel de alta seguridad, un guerrillero del Movimiento Lautaro. Y me propusieron entrar con ellos a la cárcel y conocer a los chavales que estaban dentro. Por eso me perdí el avión a Mendoza. Fue un momento increíble… ¡Pahh! Yo no sabía muy bien con qué iba a encontrarme, no tenía una información clara sobre quiénes eran. Pasé toda la tarde hablando con los tíos, y… no sé cómo decirte. Estoy con ellos a muerte. Una dignidad, una serenidad, un discurso que a mí me llegó al alma. Los tíos tienen condenas de 100, 120 años de prisión… Y bueno, Pinochet ha matado a miles de personas y le vamos a meter como diez años para que pase dos días de cárcel en su vida… Mientras tanto, a un chaval que se cargó a un poli o a un coronel le dieron cien años… Entonces tienes ganas de decir: tanto caso Pinochet… Sabemos que al final, hijos de puta, no lo vais a meter en la cárcel. Entonces, por lo menos, suelten a los presos políticos que están en prisión hace más de diez años, que ya han cumplido condenas. O que se encierre a Pinochet por 3 mil años, o que suelten a esos chavales. Yo no apuesto así como así a cualquier guerrillero. En Colombia aprendí que hay de todo. Pero ellos y su Movimiento Lautaro me han llegado hasta el alma. Ahora voy a hacer lo que pueda para que se sepa que tienen que salir ya. Tanto Pinochet, tanto Pinochet, y nadie habla de esos tíos. Esos chavales me dieron fuerza. Gente de coco firme, serenos… Yo les decía: “¿Puedo hacer algo, difundir algo fuera?”, y ellos, “Si quieres”, o “Lo importante es que nos conozcamos”. Por eso no cogí el avión y vine a Mendoza por la carretera, en autobús. Nadie me reconoció. Si no llevo mi gorra puesta, paso completamente inadvertido. Cuando llegué aquí me enteré de que la banda se había cambiado del hotel previsto al comienzo a uno que estaba en el centro de la ciudad. Tenían razón, por supuesto. ¿Para qué mierda vinimos hasta aquí si nos vamos a quedar en las afueras?

El hotel donde nos alojamos con Manu y Radio Bemba es amable excepto por un detalle: necesita calefacción. Sin embargo, nadie se queja: más no se puede pedir por 10 pesos por cabeza. El prendedor de h.i.j.o.s. que Manu llevaba en la campera, ahora lo lleva en el pasamontañas. Adivino que es para tenerlo puesto durante el concierto. Manu baja al lobby y se cuelga mirando cómo la Hiena Barrios y su mujer se reconcilian por tevé en el programa de Chiche Gelblung; los músicos se ríen. Llega el micro. Vamos pa’l Pacífico.

EL CONCIERTO

El vibrante show de Karamelo Santo dejó a la gente bien predispuesta. El gimnasio está repleto. Manu sale a escena con una remera amarilla y verde a rayas verticales –que luego cambiará por la camiseta de Boca– y su infaltable pasamontañas. Arranca con “Bala perdida”. Radio Bemba es enérgica como una banda de rock y cercana como una orquesta de pueblo. “¡Próxima estación: esperanza!”, grita Manu de cuando en cuando. Tocan durante casi tres horas, la mayor parte de los temas enganchados al final, con un pum-pum-pum-pum que sale de las bocas de Manu y Gambit, imitando una balacera.

Viéndolos, parece cierto lo que Manu decía: este concierto empezó cuando llegaron a Mendoza. Sólo así puede entenderse semejante descarga emocional. Las versiones no se parecen en nada a las de los discos: todos los temas están arreglados de la manera más festiva posible: ska, reggae, guaracha, punk, algún rock & roll. Pero el abordaje de los géneros nunca es químicamente puro: ésa es la clave del “sonido Radio Bemba”.

En uno de los pocos momentos en que habla, Manu saluda a los Karamelo, al Barrio de la Gloria, a la gente de Potrerillos, a los chicos de h.i.j.o.s. Tato, el guitarrista argentino de la banda, consigue que todo el gimnasio cante el jingle de Bananita Dolca. Predominan los temas de Clandestino y Casa Babylon, pero un estreno se convierte en uno de los favoritos: el reggae mariachi “La vaca loca”.

Pa’l cementerio se va

La vaca de mala leche

Pa’l cementerio se va

Ni Dios la va a perdonar

Bailemos todo’ el vaca loca

Este ritmo terminal

Bailemos todo’ el vaca loca

Bailemos todo’ hasta el final

Manu cierra el show tocando un bombo de murga. En ese momento, entremezclados con el público, los murguistas del Barrio de la Gloria comienzan a batir sus parches. La cantidad de gente que lo saluda, le pide autógrafos y fotos, abrumaría a cualquiera; pero Manu atiende a todo el mundo, uno por uno. Bebe un trago de vino del pico y me lo alcanza. Está eufórico.

–Ves, papá, ésta es la energía de la que hablábamos. Mientras pase esto, hay que hacer más. Pa’lante, papá.

Pasamos por el hotel a dejar los equipos y nos vamos todos para El Boxeador. Se habrá corrido la bola de que Manu iba para allá porque la parrilla está colmada: unas doscientas personas en un lugar donde a lo sumo caben setenta, sentadas. Una impresionante Virgen y un Sagrado Corazón de Jesús, bizarrísimos, presiden la sala, revestida en madera. La primera persona a la que Manu saluda es Julio, un loco del barrio, que lo abraza como si lo conociera de toda la vida. A mí también me abraza Julio, y así con todos. La segunda persona a la que Manu saluda es el boxeador que le da nombre a la parrilla; la tercera, el cantor de tangos ciego.

Asado y vino para todos.

Son las 3 de la madrugada. Se le pegotearon a Manu dos tipos molestos: uno es un gordito de barba y morral, como Flavio, de los Cadillacs, pero sin onda; el otro es el tipo que me había “advertido” durante la prueba de sonido. Los asignó la municipalidad de Mendoza para la seguridad de Manu.

Un saxo y un tambor tocan melodías brasileñas, carnavalescas. Todo el mundo hace percusión con los cubiertos o, directamente, pegándole manotazos a las mesas. Julio va a decir algo: acostumbrado a que lo llamen a silencio, antes de hablar aclara que lo que va a decir es importante; anuncia que hoy nadie va a trabajar. Ya es viernes y se inició el paro de la cgt rebelde. Todos aplauden, un poco por adhesión ideológica y otro poco porque, ¿cómo no aplaudir al loco Julio? El loco saluda como si él mismo fuera Hugo Moyano. Biroy toma su acordeón y se suma a la fiesta; aunque no hay espacio, todo el mundo se larga a bailar. Alguien enciende el primer porro y ese alguien permite que un segundo se anime y de pronto la parrilla entera está humeando. Un hombre entrado en años le dice a Manu: “Vos sos pueblo, hermano querido”. Los de seguridad empiezan a molestarse con cada persona que se le acerca. Manu le dice al falso Flavio: “No hace falta que me sigas a todos lados, déjame tranquilo”. A un tipo se le ha metido en la cabeza que Manu tiene que conocer la villa más cercana. Con todo respeto, a las 4 de la mañana no parece un buen plan. Manu le dice:

–No, papá, estoy bien acá. No tengo ganas de ir a otro lado.

El imbécil que conocí en la prueba de sonido se desubica, definitivamente: “Yo soy su jefe de seguridad y te digo que Manu, a la villa, no va”. Manu lo manda al carajo. Pero no va a la villa porque, de cualquier modo, no tiene ganas.

A las seis y media de la mañana cierra El Boxeador, pero la fiesta sigue en la calle. Biroy toca, toca y toca. Los integrantes de la banda que se van yendo le preguntan si quiere ir al hotel. Biroy está muy bien ahí. Todos estamos borrachos o colocados o las dos cosas, excepto los de seguridad. Manu está con un humor formidable. “Bueno, Manu, yo me voy a dormir, mañana tengo que ir a la facultad”, lo psicopatea su autoproclamado “jefe de seguridad”. Unos amigos mendocinos invitan a Gambit y a Manu a su casa y los de seguridad respiran aliviados. Exhiben un éxito dudoso: son las únicas personas con las que Manu se enojó durante su paso por la Argentina.

LA ESPONTANEIDAD

–Esa es mi manera de trabajar. No digo que “tenga” que ser así. Otros pueden hacer cosas bonitas trabajando de otro modo, pero a mí lo que me gusta es eso. Se trata de grabar en el momento en que lo estás haciendo, y captar el instante. Si llegas a tener un ocho pistas contigo en ese momento, es como una buena foto… Si pasaron el pájaro y la bicicleta y no les disparaste, tienes que hacer un montaje. Es cazar una canción y pillarla en el momento. Si no la has pillao, es igual, recuerdas la letra, pero cuando ya empiezas a hacer un collage mental del porqué, del cómo, del por qué sí, algo se pierde en el camino. En esta gira hicimos una que se llama “La Mamá Cuchara”, que es un barrio de Quito, y el “Afírmate Juan”, por una bebida que toman en Chile, un 90 por ciento de alcohol, un diez por ciento de Coca-Cola, mezclado con no sé qué… “Afírmate Juan, que llega la bronca…”, dice. Y grabamos muchos trocitos, me gusta trabajar con fragmentos… Siempre sirve. Si buscas una canción y no te sale entera de un tirón, pues por ahí te quedan o un poemita, o un estribillo, y un día se junta uno con el otro, y cuando tienes unos sueltos, remueves un poco la bolsa, sacas tres y de esos tres sacas la canción. Pero las más bonitas son las que salen de golpe, ratatatatá, y a la mañana las vuelves a leer y te gustan. También puede ser música ya utilizada. No me molesta ponerle una letra nueva a una música grabada en otro disco. Bueno, con la música de la canción “Bongo Bong” hay seis canciones, de las cuales en “Clandestino” hay dos, y en el próximo disco habrá otras dos. Algún día voy a grabar seis canciones con la misma música. Tengo más de cuarenta temas grabados para mi próximo disco, que lo he terminado, pero ahora lo quiero desmontar un poco. Ya estamos con confianza y el viaje es bonito, pero queremos cambiarlo, juguetear un rato… Hasta que un día los buenos amigos te sacan del estudio, te dicen: “Edítalo ya”… Y unas veinte veces los mando al carajo, y la vez número 21 les hago caso.

ROSARIO

El sábado 6 de mayo, una delegación de periodistas viaja a Rosario. Llegan en dos micros fletados por la casa discográfica emi, pero también en autos particulares. Nueve de cada diez firmas que leés en diarios y revistas están allá. Manu da una conferencia de prensa en la que le preguntan: “¿Cuál es la solución?”. Lo juro. Al terminar la conferencia, Manu anuncia que “aquí hay una gente que les quiere decir algo; quiero pedirles por favor que la escuchen, porque es importante”. Algún periodista amaga levantarse. Manu insiste: “Por favor, quédense, esto es muy importante”. (Son los trabajadores del diario El Ciudadano, que cerró el mes pasado. Reclaman por su fuente de trabajo y denuncian las maniobras monopólicas de su competidor La Capital.)

Ante la incesante demanda de entradas, el show ha cambiado de sede y se hace al aire libre, en el Anfiteatro Municipal Humberto de Nito. Antes de subir a escena, en camarines, los integrantes de la banda comparten un whisky y se abrazan unos con otros, conmovidos. Aquí terminará la gira.

Es una noche hermosa, hay 5 mil personas y el show es aún mejor que el de Mendoza. Aquí es más fácil treparse al escenario. Durante “Marihuana Boogie” sube un chico con un porrito; durante “King Kong Five” suben unas cincuenta personas, abrazan a Manu hasta asfixiarlo. El baterista y el percusionista siguen a full. La gente vuelve a su cauce. Manu toma aire durante cinco minutos y vuelve a tocar. Al final, invita a los trabajadores de El Ciudadano a subir al escenario.

Cuando el show termina, otra vez los abrazos y las fotos con la gente. Y los regalos del público para Manu: el Quijote; El libro de los abrazos, de Eduardo Galeano; un cuaderno anillado con el título Poesía clandestina; cds de banditas de la zona; un pin en el que un obrero destroza una cruz esvástica con su martillo. Un chico se mete en el camarín, le pide la guitarra acústica a Magid y toca una canción propia para Manu.

Vamos a una pizzería del centro. Si en Mendoza fue asado y vino, ahora es cerveza y muzzarella con jamón. Desde que llegamos, y hasta las seis de la mañana, Biroy y Magid amenizan con chansonnes. Una chica le pregunta a Manu si le puede robar un beso. “Dale”, dice él y ella lo sorprende partiéndole la boca. Debe tener unos 14 años. En cuanto Manu recupera la respiración, la fogosa niña le regala un anillo plateado y se va.

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