Cumplir y resolver. En esas dos acciones se puede sintetizar el trabajo de Antonio José Massa a lo largo de seis décadas. Cumplir con los clientes, resolver la foto. Sin aspavientos, sin grandilocuencias, sin análisis sobre la propia obra. Una pequeña parte de la magnífica y silenciosa producción del autor de algunas de las fotos más emblemáticas de importantísimas figuras del rock y otras músicas populares de Argentina se puede ver en Estudio Massa. 60 años. Un obrero de la fotografía, una muestra que inauguró a fines de 2022 y que estará colgada hasta el 26 de marzo en la Fotogalería del Teatro San Martín, Corrientes 1530, Buenos Aires. En paralelo, tendrá un montaje en el centro cultural Casa de América, en Madrid, entre el 1 y el 15 de marzo.
No hubo en su carrera ni un plan ni una estrategia. En el devenir cotidiano, Massa fue construyendo un registro de la industria del entretenimiento a nivel local, y entablando, a través de la cámara, un vínculo cercano con artistas como Sandro y Sergio Denis, Julio Sosa y Atahualpa Yupanqui, Mercedes Sosa y Leo Dan, Astor Piazzolla y Alfredo Zitarrosa.
En paralelo, hacía otros trabajos. “Fui muchos años fotógrafo de Economía, de la Dirección General de Reaseguros, de la DGI. Entonces, alternaba: un día le sacaba fotos a Atahualpa y al otro día a Martínez de Hoz”, explica. Hasta que irrumpió el rock. “A Charly lo retraté cuando no era ‘Charly García’. No sé, ni siquiera si había sacado su primer disco. Nos encontramos en la plaza de Suipacha y Bartolomé Mitre. Muchos años después hice las fotos de Serú Girán, y lo agarré en la etapa de las manos pintadas con aerosol. Pero esa primera sesión fue inolvidable, se prestó a todo lo que le propuse”, recuerda.
En los años 70, y especialmente en la década siguiente, cuando se sumó al estudio su hijo José, Massa fotografió a todo el rock argentino. De Sumo, por ejemplo, recuerda que aportaban ideas: “Era gente que se preocupaba, habían visto material de afuera, llegaban con una idea de lo que podíamos llegar a hacer. Luca era medio inexpresivo. Tenía fuerza, pero no era fotogénico. En esa época los pelados todavía no estaban de moda”.
En muchos casos, el desafío parecía sencillo; era emular las tomas de los grupos extranjeros. “Estaban parados adelante de una pared de ladrillos de fondo, ¡y eran fotones! Inocentemente, yo trataba de hacer lo mismo. Pero me costaba, casi nunca me salía. Afuera es como que tenían una cosa más suelta, lograban que fuera el personaje el que dominara a la cámara, en vez de que sea la cámara la que domine al personaje. Te pongo un ejemplo. Si un músico de acá tenía un defecto en un diente, trataba de disimularlo. Y eso, claro, lo endurecía. A los de afuera no les importaba. Al contrario, lo ponían en primer plano”.

Massa tenía calle, sabía improvisar a partir de un camino transcurrido. “Con el correr del tiempo, fue cambiando la dinámica de las fotos. Dejaron de ser frías y posaditas, y fue necesario buscar complementos para adornarlas. Como yo les trabajaba a distintos sellos discográficos, pero las fotos iban a los mismos medios, tenía que seleccionar la ambientación para que no se asemeje a la de otro artista. Yo trabajaba en exteriores y, si bien Buenos Aires es muy grande, no podía abusar ni del empedrado, ni del Riachuelo, ni de algunas partes de Palermo”.
Acaso la más emblemática de sus fotos sea la del beso que le estampa el Polaco Goyeneche a Osvaldo Pugliese. “Ellos firmaban un contrato para unas presentaciones en la confitería El Molino. La luz era mala, así que les propuse salir a hacer unas fotos caminando. Con las escalinatas del Congreso de fondo, le pedí a Goyeneche que lo abrazara. Y el Polaco le estampó ese beso, que no solo es mágico sino que representa casi todo el tango argentino. A fines de los 90, hicieron unas postales y se transformó en un amuleto para toda la industria de la música”.

Su nieta, Catalina, fue curadora de la muestra y es la heredera de un linaje que deja constancia de la cultura popular argentina. Se formó en curaduría con Mariana Maggio: “Ella me dice que tengo el ojo de un viejo y creo que es por todo lo que fui mamando en mi camino –dice Catalina–. Para mí, ese es el mejor elogio. Tengo una cuestión de encuadre y de simetría que heredé informalmente y que voy aplicando. Obviamente, lo mezclo con cosas contemporáneas. Pero siento que tengo una formación tradicional, a pesar de que estoy retratando a Cazzu, Trueno o Ca7riel. Lo que más me gusta de la obra de mi abuelo es la profundidad de las miradas, la conexión que logra con los retratados. También hay un ojo muy afilado con la simetría y ahí me siento muy identificada. Y también la capacidad para lograr la imagen, sacando al retratado del contexto, de la comodidad, de su zona de confort”.
El ojo afilado del gran Antonio José Massa








