A 50 años del primer show de Ramones en el CBGB: el inmejorable parto del punk-rock

Luego de un pésimo debut, la banda ensayó durante meses para presentar su set de canciones cortas e intensas en el boliche neoyorquino que terminó siendo sede del punk-rock

Por  DIEGO MANCUSI

agosto 16, 2024

Getty Images

Como pasa con el debut de casi cualquier banda del planeta, el primer show de la historia de Ramones fue un cachivache. No lo decimos nosotros sino Monte A. Melnick, amigo y tour manager, uno de los poquitos soldados ramoneros que estuvieron en aquella presentación y que todavía siguen en pie. “Fue un desorden total, como se pueden imaginar”, contó en el posteo que subió a su Instagram del 30 de marzo de este año, día en el que se cumplieron exactamente 50 años del evento.

Tampoco había mucha chance de que saliera de otra forma: eran tres (sí, tres) pibes de veinte años que venían tocando juntos desde hacía apenas un par de meses, ninguno se caracterizaba por su virtuosismo o su técnica depurada (tampoco por su disciplina) y ni siquiera habían encontrado la formación definitiva. Fue un show feo como suelen ser feos los shows de los grupos que recién empiezan, pero con una diferencia: este show fue la primera línea de una reescritura de las reglas del rock, un nuevo kilómetro cero en un movimiento que se había convertido en una versión hinchada y boba de lo que nació para ser. El punk fue una era de cambio, Ramones la entidad creadora y aquellos siete temas mamarracheados, el insólito big bang.

La biografía completa de la banda hasta ese momento era: Dee Dee (bajo, voz) y Johnny (siempre guitarra) decidieron armar un grupo, llamaron a Joey para que tocara la batería, ensayaron un par de veces, fin. Con esa alineación de trío y esa repartija de roles llegaron a Performance, el estudio que Melnick tenía en Manhattan en sociedad con otro personaje fundamental de este cuento: Tommy Erdelyi, hasta entonces mánager, luego baterista con el seudónimo de Tommy Ramone.

Los Ramones eran tan malos. Era doloroso de ver”, remarcó Melnick en charla con la revista Uncut. Erdelyi (que falleció en 2014) fue más allá y describió algunos de los problemas puntuales de aquel set: “A Joey se le ampollaban las manos y le sangraban, y después de cada canción se le desplomaba toda la batería. Dee Dee se quedó ronco y Joey empezó a cantar, y tenía una buena voz”, dijo. Sobre el final el bajista se paró sobre su instrumento y le quebró el diapasón. Todo lo que podía salir mal, efectivamente salió mal: inmejorable parto para el punk-rock.

De las siete canciones que hicieron aquel día, tres terminaron en el disco debut autotitulado de 1976: “I Don’t Wanna Go Down to the Basement”, “I Don’t Wanna Walk Around with You” y “Now I Wanna Sniff Some Glue”. En una edición ampliada del mismo álbum que salió en 2016 se incluyó otro de los temas de aquel primer set: “I Don’t Wanna Be Learned / I Don’t Wanna Be Tamed”, que nunca pasó de la categoría de demo. Otra (“I Don’t Wanna Get Involved with You”) quedó guardada hasta que la rescató Dee Dee para su EP Chinese Bitch en 1994. Y de las dos restantes (“I Don’t Like Nobody That Don’t Like Me”, “Succubus”) no quedó ningún registro. Eso fue todo: siete canciones mal tocadas, ninguna por arriba de los dos minutos de duración.

No fue un debut auspicioso. El set colapsó varias veces en un absoluto caos”, confirma el periodista Tony Fletcher en su libro de historia cultural neoyorquina All Hopped Up and Ready to Go. De los pocos testimonios que quedan disponibles, todos coinciden: los Ramones estaban a tres o cuatro galaxias de ser una banda como la gente, incluso dentro de los laxos parámetros de lo que todavía no se llamaba punk. Sin embargo, fueron inteligentes y metódicos para rescatarse y llevarse algunas enseñanzas de aquel despelote, a efectos de convertirse en algo medianamente presentable.

Bastante tuvo que ver en esa transformación la mano de Tommy Erdelyi, que sugirió que Joey pasara al frente (“desde el principio cantaba con un extraño acento británico. No sé de dónde salió eso, quizás de su amor por los Herman’s Hermits, pero lo alentamos, creíamos que era cool porque era diferente”, contó) y después se sentó en el banquito de la batería, cansado de mostrarles a sus manejados qué tenía que hacer ese baterista que buscaban y buscaban, pero no encontraban. Aún retirado del mic, Dee Dee siguió anunciando cada tema con el “1-2-3-4” que hoy es sinónimo de Ramones.

Compusieron más canciones cortas, intensas y contagiosas, inspiradas por las cosas que hacían los pibes del fondo del aula (o los que nunca habían pisado una) en los callejones neoyorquinos, las películas clase B, la revista Mad. Y ensayaron un montón. Resume Melnick: “Después de aquella noche practicaron cinco meses sin parar, Joey pasó a cantar, Tommy se convirtió en Tommy Ramone y audicionaron para Hilly [Kristal, dueño] en el CBGB, quien les dijo ‘no le van a gustar a nadie, muchachos, pero quiero que vuelvan’”.

La fachada del entonces CBGB, cuna del punk-rock. (Foto: Archivo)

El 16 de agosto de 1974 los Ramones con su formación clásica aterrizaron al fin en el CBGB, un boliche que Kristal había fundado pensando en que se llenara de amantes de la música de raíz estadounidense y las lecturas de poesía (“Country, BlueGrass, Blues”: eso significa la sigla del nombre) pero que —avispado como buen empresario— terminó convirtiendo en sede de eso que florecía en las calles de la Gran Manzana: el punk-rock que todavía no se llamaba punk-rock.

Tocaron “I Don’t Wanna Walk Around with You”, “Now I Wanna Sniff Some Glue”, “I Don’t Wanna Go Down to the Basement” y dos nuevas: “Judy Is a Punk” y “I Don’t Care” (que quedó frizada hasta Rocket to Russia, 1977). Quiso el destino que aquello sucediera exactamente cinco años después de que 100.000 hippies invadieran Nueva York para pasar “tres días de paz y música” en Woodstock; en media década (lo que pasó de 2019 hasta ahora: nada) el zeitgeist cambió de Crosby, Stills, Nash & Young armonizando en versos como “educá bien a tus hijos” a cuatro delincuentes gritando sobre esnifar pegamento arriba de tres acordes, todo a poquitos kilómetros de distancia: un baño de realidad.

Todavía eran un quilombo: que nadie suponga que los cinco meses de ensayo y la elección de los jugadores y los puestos correctos convirtieron a los Ramones en Steely Dan. Pero eran otro tipo de quilombo: uno con un camino por delante. La tumba de Charles Bukowski dice “no lo intentes”, un lema de vida que, queriendo o no, toca con la filosofía taoísta: la forma más difícil de lograr algo es intentarlo con rigidez y autoconciencia, y la mejor es flotar sobre la ola y dejarse llevar hasta ahí. Lo de los Ramones era así: no hacían canciones desprolijas de un minuto y medio para “crear el punk” y declarar principios, sino nomás para divertirse y recuperar la vibra original del rock and roll que tenía más que ver con Little Richard cantando “awap bop a lup bop a wop bam boom” y rompiendo un piano que con lo que estuviera haciendo Pink Floyd por aquellos años.

Y sin embargo crearon el punk y declararon principios: se podía ser revulsivo, eléctrico, joven y tocar más o menos, y todo eso igual resultaba en música espectacular. Era irresistible para los pibes que venían viendo el rock mutar en algo que pasaba allá lejos, arriba de una tarima altísima, hecho por seres interestelares que no se dignaban a respirar el mismo aire que su público.

En Leave Home (1977), su segundo disco, la banda incluyó un tema llamado “Pinhead” que recuerda la escena de Freaks (1932) en la que la caterva de deformes protagonistas reconocen como par a otro cantando “gooble gobble, la aceptamos, una de nosotros, una de nosotros”: ese espíritu de inadaptados acogiéndose mutuamente y comiendo en la misma mesa era el secreto de su éxito (de paso: de ahí sale el grito de guerra “gabba, gabba, hey!”).

Los Ramones se hicieron locales en CBGB y pasaron a tocar casi todos los días ante la mirada de sus pares: miembros de Television, Talking Heads, Blondie. Increíblemente hay registro de uno de aquellos shows: buscar en YouTube “Ramones – CBGB, NYC (September 15th, 1974)” para ver que no cambiaron casi nada en sus veintipico de años de carrera.

La línea de tiempo siguió con el término “punk-rock” creado para describir su música en 1975, su primer disco editado en abril de 1976 y un show bisagra en el Roundhouse londinense en julio de ese mismo año. Ahí, en Inglaterra, el clima estaba todavía más espeso que en Nueva York, y semejante terremoto no iba a pasar desapercibido: cayeron los Ramones, prendieron la mecha y una generación encabezada por los Pistols y los Clash hizo de aquel cachivache un hermoso estilo de vida.

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