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Andrés Correa

El bogotano vuelve a hacerse con el control de una poesía reflexiva y melancólica, moteada con apropiados arreglos de una banda que no le roba protagonismo al lirismo de cada una de las composiciones

Por  IGNACIO MAYORGA ALZATE

Cortesía

Andrés Correa

Aurora

Siguiendo los pasos de grandes letristas y cantautores, Andrés Correa volvió en 2014 con la secuela a su exitosa producción Un lugar (2010), cuya canción Medias nueves lo puso en el panorama bogotano, aprendiendo a leer los códigos en las cosas más aparentemente anodinas. Con Aurora, grabado entre febrero y abril del año pasado, el bogotano vuelve a hacerse con el control de una poesía reflexiva y melancólica, moteada con apropiados arreglos de una banda que no le roba protagonismo al lirismo de cada una de las composiciones. 

Quizás la mejor canción del disco es Realidad, un acalorado monólogo interno sobre diez que sucede alrededor de uno mismo mientras el ser humano se aísla cada vez más del mundo: “Y tú que estás ahí detrás, igual que yo, de un monitor… hay días que me pregunto si existirás…”. Esto no implica que sea la única pieza memorable del Aurora: cada uno de los nueve cortes del álbum es genial a su manera, ya sea el lamento introspectivo de Bogotá o el relato de un hombre tratando de reconstruirse tras la ruptura en Fui

Aurora está impregnado de esa nostalgia capitalina de aguacero y chimenea, de los bares de la candelaria, de la melancolía rola de quien contempla los cerros nublados de Monserrate. Andrés Correa ha creado un universo de belleza gris, como una suerte de otoño musical en que el músico sobrevive a fuerza de ir barriendo hojas yertas con su guitarra, mientras evoca a esa mujer que se fue y lo ha dejado solo, a merced del mundo. Una introspectiva reflexión sobre la cotidianidad de parques y cafés, de buses y bares. 

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