La historia de El Cuarteto de Nos: del grupo de culto para universitarios a la proyección global en clave hip-hop

Con un nuevo disco conceptualmente apoyado en las láminas de Rorschach, el líder del grupo uruguayo, Roberto Musso, repasa el distópico camino que los trajo hasta acá y reflexiona sobre el éxito a los 60

Por  SEBASTIÁN CHAVES

noviembre 1, 2022

De izquierda a derecha: Gustavo Antuña (guitarra), Álvaro Pintos (baterí), Santiago Marrero (teclas), Roberto Musso (guitarra y voz) y Santiago Tavella (bajo y voz).

Karin Topolanski

“Si yo les cuento a mis amigas que, estando a punto de mudarnos y planeando tener hijos, mi esposo va a renunciar a su trabajo de ingeniero para irse de gira con sus amigos rockeros cuarentones, pero no les digo que sos el cantante de El Cuarteto de Nos, me van a decir que estás loco”. Así cuenta Roberto Musso (próximo a cumplir 60) que lo arengó su esposa para que diera el paso que les faltaba en lo que es una de las grandes historias de éxito tardío en el rock hispanoparlante. Era 2007, la banda llevaba más de 10 discos y 20 años y sus vidas estaban a punto de cambiar cuando menos lo esperaban. Ni necesitaban.

Asentados en Montevideo, los integrantes del Cuarteto de Nos (el artículo inicial puede ir y venir) estaban cómodos como músicos part time. Grababan, sacaban discos que eran bien recibidos por su público, sonaban en las radios, habían saltado del nicho a la masividad local con Otra Navidad en las trincheras (1994), y no esperaban mucho más del rock. “No éramos personas que renegaban de sus trabajos”, dice Musso en una de las dos charlas que tuvo con Rolling Stone, una en el barrio porteño de Palermo y la otra desde Montevideo. “Teníamos buenos ambientes laborales, bien pagos, no éramos bohemios que soñaban con mostrarles sus canciones al mundo. Eso en algún punto fue más difícil a la hora de tomar la decisión. Tirarse a las aguas del arte cuando tenés una familia es difícil, nunca sabés si las vas a surfear o te vas a ir para abajo”.

El punto de quiebre fue, claro, “Yendo a la casa de Damián”. El gran hit de clip con estética de videojuego que rotó en MTV y MuchMusic con tanta obsesividad como las rimas que componen sus versos. Hasta entonces, el éxito fuera de Uruguay había sido escaso para el grupo. “Tocamos en el Centro Cultural Rojas y cortamos 47 tickets”, se ríe Musso sobre el debut porteño en los 90. “Nos conocían más periodistas que público que comprara entradas. Eso sí, los periodistas nos conocían bien”. Con la salida de Raro (2006), el grupo agotó La Trastienda y entonces las fichas empezaron a caer. Ese día, Gustavo Cerati fue al show. Benito se había vuelto fan del grupo y le había mostrado las canciones a su padre. “Fue totalmente honesto con nosotros”, cuenta Musso. “Nos dijo que nos conocía, que sabía que veníamos de hacía años pero nunca nos había escuchado. Pero también nos dijo que le habían gustado nuestras canciones y que le parecía que veníamos a aportar un aire fresco al rock de acá. Un divino”.

El efecto dominó continuaba. Festivales en Colombia y México, una oferta para editar el disco en Estados Unidos, la rotación en los canales de música no paraba, les llegaban mails de fans desde Honduras y Guatemala y la filial española de EMI los contactó para firmarlos. “Nos mandaron pasajes, nos recibieron en sus oficinas y sonaba nuestro disco. Era el mismo sello que tenía a, no sé, Paul McCartney. Y de pronto estábamos en Madrid con todo pago y por hacer ruedas de prensa”. 

Y entonces Musso define el quiebre con una palabra clave en el imaginario del grupo “Mundo”: “Fue la llave del portal que nos abrió un mundo que no sabíamos que existía. Para nosotros el mundo era otro y estábamos bien ahí”.

Los cinco jinetes del rock uruguayo. Foto: Karin Topolanski (gentileza).

Salto al presente. “Aquí estoy, esperando que cambie el mundo”. Así comienza “Flan”, el tema inicial de Lámina 11, el nuevo disco de estudio del Cuarteto de Nos, que los tendrá girando por Argentina entre fines de este mes y principios de noviembre con fechas en Rosario, Córdoba, Tucumán, Mar del Plata, Bahía Blanca, Neuquén y Buenos Aires, donde el 3 de noviembre darán, en el Movistar Arena, el show más convocante de su carrera en el país. Sobre esa frase inicial en un disco pospandemia, Musso dice: “Hay una supuesta esperanza. Me gusta usar la palabra ‘mundo’, igual que ‘vida’, están en muchas letras del Cuarteto. Tienen algo subjetivo porque puedo hablar del mundo que todos habitamos, que es distópico y utópico pero también de mi mundo, el privado de cada persona. Creo que aspiramos a cambiar ese mundo primero para cambiar el otro después. Y contar eso en canciones, que son como un perfume que tirás al aire y no sabés a dónde va”.

47 tickets vendidos en el Centro Cultural Rojas, 900 en La Trastienda, más de 10.000 en el Movistar Arena. ¿Qué pasó en el medio? Constancia y consolidación. El Cuarteto de Nos tenía todo para convertirse en una banda one hit wonder. Volver a estar a la altura del suceso que había sido “Yendo a la casa de Damián” no parecía fácil para una banda que había pasado dos décadas sin saber qué era un hit. Pero Raro, que contaba con la producción de Juan Campodónico, tenía dos éxitos más por salir. “Ya no sé qué hacer conmigo” e “Invierno del 92”, una suerte de contraoferta al clásico de Los Piojos que además venía con cita a Sumo (“Otra rubia tarada”). Esa frase, apropiada como grito por el público en los shows en vivo, le dio a Musso la señal de que algo estaba pasando. 

“No solíamos dejar espacios en las canciones para que la gente cante, por las dudas”, dice. “Pero cuando presentamos Raro en el Cine Plaza de Montevideo y la gente gritó esa parte me llamó la atención. Fue darnos cuenta de que algo estaba pasando”.

Mientras tanto, “Yendo a la casa de Damián” seguía abriendo puertas y fronteras con el descaro de un adolescente. En 2007 fue nominada a Mejor Canción de Rock en los Latin Grammy en una terna que tendría como ganador a Gustavo Cerati con “La excepción”. “Parece una bobada”, dice Musso. “Pero no existía una banda uruguaya que hubiera llegado tan lejos. Para nosotros los Latin Grammy eran algo que se ganaba Emilio Estefan. Y de pronto estábamos ahí, la noticia salió en todos lados. Si te votan los miembros de la industria es otro indicio de que hay algo”.

El paso siguiente fue igual de fuerte para El Cuarteto. Bipolar, editado en 2009, confirmó que el grupo había logrado por fin hacerse un lugar en la escena del rock rioplatense casi como unos hermanos díscolos de La Vela Puerca y No Te Va Gustar, que ya habían probado su masividad en Argentina. Volvieron a estar nominados a los Latin Grammy, esta vez como Mejor Disco de Música Alternativa y Mejor Canción Alternativa con “El hijo de Hernández”. Así empezaba también a engrosarse el repertorio en vivo del grupo, que casi no incluía material de discos anteriores a Raro. “Nos presentábamos como una banda nueva, las canciones de Bipolar y Porfiado tenían tanto o más impacto que las de Raro y eso nos dio el impulso, hoy en nuestros shows no hay canciones de más de 15 años”.

Salto al presente. La formación inicial del grupo –Santiago Tavella en bajo y voz, Álvaro Pintos en batería-, se completa desde 2009 (con la salida de Riki Musso, hermano de Roberto) con Gustavo Antuña en guitarra y Santiago Marrero en teclados. Así como Bipolar lo deja claro en el título, Lámina 11 retoma el tópico de la salud mental. Toda la estética del disco está pensada a partir de las láminas del test de Rorschach, a quien le dedican un tema, que terminó por dar cierto concepto al álbum. “Uruguay es el país con el índice de suicidios más grande de Latinoamérica”, dice Musso. “A niveles de un país nórdico. Y obviamente es un tabú del que casi no se habla. Toda esa parte oscura me gusta tratarla”.

—¿Y cuándo decidieron que ese sea el eje del disco? Porque no llega a ser conceptual, pero evidentemente está teñido de esa temática.

—Me interesó por dos puntos. Primero, la parte visual que tiene, la canción derivó en la parte estética del disco porque Roschach era artista plástico también. Se inspiró en sus pinturas para hacer las láminas. Y segundo porque fue uno de los primeros test proyectivos que existen en psicología. Y uno de los ejes que atraviesan las canciones es la polarización y radicalización que hay en la actualidad. Esta imposición de estar clasificándonos en distintos bandos que se van reduciendo y quedan A o B y tenés que elegir cuál y lo tenés que hacer rápido. Tenemos esa necesidad de que nos clasifiquen y si no entrás en ninguna no existís. Capaz yo solo veo manchas y no me gustan y tengo el derecho a ver manchas solamente. 

La primera vez que Musso hizo el test de Roschach fue para una entrevista laboral en los 80, cuando ya era ingeniero en sistemas. “Siempre que lo hice obtuve los trabajos, pero no sé si fue porque pasé el psicotécnico”, se ríe. “En esa época estaba muy en boga, ahora lo usan más en test vocacionales. Me acuerdo de que lo que te recomendaban a la hora de interpretar las manchas era que te mantuvieras en la franja de la normalidad. Pero si no tenías mucho vuelo o eras monotemático decían que era síntoma de depresión”.

Culturalmente los 80 en Montevideo fueron similares a lo que sucedía en Buenos Aires. Un under en ebullición posdictadura con teatro del absurdo y un rock que empezaban a curtir las nuevas olas. Hacia el final de la década, grupos como Los Estómagos y Los Traidores tendrían su relevancia en la escena. Y en todo ese contexto, Musso cuenta que con sus compañeros de banda eran “beatleros anacrónicos”. Escuchaban bandas que en ese momento eran consideradas viejas, con los Rolling Stones y Led Zeppelin completando el tridente. “Nuestro plan a la noche era ir a ver The Song Remains the Same al cine. La vimos como 50 veces. Éramos los raros, en lugar de ir a bailar y conseguir novias íbamos al cine a ver a Zeppelin. Esa música nos marcó e iba a contrapelo con los gustos de ese momento. Y eso nos moldeó como banda”.

Raros pero no odiados. En la época de las tribus, El Cuarteto de Nos no pertenecía a ninguna. La clave fue no pasar desapercibidos y ganarse la aceptación de la mayoría de ellas. “Íbamos a tocar y generaba incomodidad”, cuenta Musso sobre aquellos años. “Estaban los que se recontra enganchaban y los que se iban. Por lo general, fuimos respetados por las distintas tribus, capaz por no pertenecer a ninguna. Éramos controvertidos pero nunca la pasamos mal”. En el cruce teatral que caracterizó el under de la época, el grupo desarrolló lo que Musso llama “teatroclip”, actuaciones guionadas en escena que iban en paralelo a algunas canciones. Las artes plásticas también tenían su cruce interdisciplinario con pintores que hacían lo suyo sobre telones que cambiaban a medida que rotaban los artistas. “La cercanía con el público en esos lugares chicos hacía que eso fuera posible. Ahora nos piden que volvamos a hacer cosas así pero ya es imposible”. 

Entre los shows en el under y en las universidades en las que ellos mismos cursaban (Ingeniería, Psicología, Artes), El Cuarteto sumó kilómetros de rodaje y armó su primer público. La génesis del Cuarteto está ahí. En cada evento universitario que había, el grupo era número puesto. “Si podíamos entretener a futuros ingenieros, quería decir que habíamos avanzado muchísimo”, se ríe.

De afuera, el grupo empezaba a absorber desde los Monty Python hasta los Talking Heads. Y así fue construyendo Musso una lírica humorística, filosa y cargada de ironía. “El contexto de la época ayudó a eso”, dice. “Una banda de adolescentes que había crecido en la dictadura no hubiese surgido si no era de esa ebullición de artes y de haber entrado a la universidad. Todo lo que había estado prohibido nos encantaba”.

Pero por alguna razón, El Cuarteto de Nos no lograba trascender el nicho. Y fue recién a mediados de los 90 cuando lo consiguió. Un día de 1994, Musso iba en un taxi y en la radio sonó “Bo cartero”, la lectura uruguaya de “Please Mr. Postman”, el clásico de The Marvelettes que también popularizaron The Beatles y The Carpenters. El tema se había convertido en el caballito de batalla de Otra Navidad en las trincheras, el disco del Cuarteto que iría en camino a ser el segundo más vendido en toda la historia del rock uruguayo. Al escuchar la canción, Musso se emocionó. “Le dije al taxista: ‘El que canta soy yo’. Pero no me creyó”, recuerda. “Me respondió que era imposible, que por lo bien que sonaban seguro era una banda argentina”. Pero esa fue una nueva señal. El Cuarteto había llegado a las radios. 

“Veníamos de un par de años de under muy fuerte pero no pasaba de ahí”, dice. “Con Navidad en las trincheras empezamos a sonar en todos lados. Radios, parques y boliches, era una locura”. El disco había sido grabado en una consola de ocho canales de forma casera. “Una antiproducción que se volvió quíntuple platino”, resume el líder del Cuarteto. “En los 90 en las radios uruguayas sonaba Soda Stereo y todos los discos grandes del rock argentino, uno uruguayo no sonaba así. Bueno, este, de pronto, estaba a la par. Pero, hasta ese momento, lo veíamos también cuando venían a tocar acá: a nivel técnico y de producción, el rock argentino nos parecía inalcanzable”.

La presentación de Otra Navidad en las trincheras le demostró al grupo que la cosa venía en serio. Fueron al show caminando desde la casa de Musso y cuando llegaron al teatro en el centro de Montevideo la fila daba la vuelta a la manzana. “Pensamos que en el cine de al lado estarían estrenando algo”, cuenta. “Pero era gente que había agotado la fecha y esperaba otra función. En ese momento no sabías cuánta gente te iba a ir a ver hasta ese día. Y terminamos con gente asomándose desde afuera a ver el recital”.

Salto al presente. O al pasado cercanísimo. Show de El Cuarteto de Nos en el Quilmes Rock de abril de este año (“En los festivales nos va bien porque el público es gente con la cabeza abierta”, dirá Musso). La banda suena más guitarrera que nunca en uno de los escenarios principales de Tecnópolis y Musso saca a pasear su dicción que pone las rimas ahí en primer plano. Su proto-rap se escucha prístino y de pronto se convierte en la antesala impensada para el show de Trueno. Como unos Beastie Boys de acá, El Cuarteto muestra su versión del hip-hop, sin pretensiones de pertenencia. 

Roberto Musso en el Quilmes Rock 2022, en Tecnópolis. Fot : Ignacio Sánchez.

“Nos respetan mucho los músicos jóvenes”, cuenta Musso. “Me da orgullo cuando vienen los pibes del trap y dicen que les encanta nuestra propuesta. En los 90 teníamos publico punk o heavy metal y no hacíamos exactamente eso. Ahora pasa lo mismo, la mezcla siempre estuvo presente para nosotros y nos gusta el hip-hop con fondo de guitarras, siempre con estribillos melódicos. Ya en los 90 jugaba con el rap y en Raro escuchaba a Eminem y el primero de Kanye West. Es un rap más gentil para entrar, no el gangsta, que me gustaba pero no me llegaban las letras. Yo no soy un malo del Bronx, soy de Montevideo”.

Musso sostiene que todo el derrotero del grupo tiene a las presentaciones en vivo como parte clave de la obra. En esta gira, El Cuarteto ya se presentó en Chile y Ecuador, y el público, asegura Musso, ya se sabía las canciones nuevas y las gritaba a la par de los clásicos. “Somos inmunes a los cambios en los soportes físicos porque es algo utilitario para que la gente conozca los temas”, dice. “Atravesamos el casete, el vinilo, el CD y el streaming. Porque para mí, y esto es una opinión muy personal, solo te dan cercanía para que conozcas los temas, pero nos construimos en el vivo. Los recitales también son parte del mundo cultural del Cuarteto”.

El manejo del humor, clave en toda la obra del grupo, también fue cambiando para mantenerse actualizado. El Cuarteto corría el riesgo de convertirse en “El niño yo no fui” del rock rioplatense y Musso lo sabía mejor que nadie. “Me empecé a topar con una pared, que eran mis propias letras. En  los 90, si no hacía reír y no calzaba con el estilo no me lo permitía porque no ameritaba, era como competir conmigo mismo. Hasta que fui buscando otra óptica de la canción, desde un lugar distinto. El humor de los 90 era directo pero también removedor y hasta subversivo, eso fue cambiando a la ironía y en otras ya no hay humor directamente. Hay canciones que no sacan una sonrisa pero llegan a un lugar muy parecido. Será otra tierra pero sigue siendo íntima”. 

—¿Sentís que con el tiempo se pudo revertir esa idea y hoy El Cuarteto de Nos es escuchado desde otras facetas?

—Una vez leí un comentario que decía que escuchar a El Cuarteto era como leer El Principito, porque lo leés de chico y te gusta y lo leés de grande y entendés realmente de qué se trata. Eso me encantó. Creo que el que se mete adentro de las canciones se da cuenta de que no es solo  gracioso y se vuelve fan incondicional. Capaz otros ven solo la superficie y no están tan abiertos a pensar que hay algo más, creen que solo es humor y hay canciones nuestras que no tienen nada de eso. Yo disfruto la diversidad musical y estilística, que El Cuarteto tenga esos momentos en los shows, porque lo veo más ahí, en esas dos horas que abarcan 15 años que en un disco que capaz es más monocromático. En los recitales está bueno que haya una canción irónica para arriba o “No llora”, que no tiene nada de ironía y es re emocional y en vivo me tengo que concentrar para interpretarla bien y que no ganen las emociones porque la garganta se te afloja, o “El hijo de Hernández”, que es sobre la identidad, o este nuevo disco que habla de cosas de filosofía retorcida.

Desde que se volvió músico de tiempo completo, Musso asegura que afinó el lápiz. No quiere hablar de evolución, para no menorespreciar su obra anterior, pero dice que mientras antes abría muchos frentes al mismo tiempo, ahora “me tiro a hacer canciones de las que estoy seguro que voy a llegar a buen puerto. Siempre fui meticuloso, ahora hago menos canciones pero le dedico más tiempo a cada una. Trabajo todo el tiempo en componer, me veo autoexigente. Me sigue costando encontrar el concepto, una frase, una palabra o una historia que quiera relatar. El tópico es lo que más me cuesta y eso es tiempo en el que no estoy en la compu o con el lápiz, eso aparece siempre en otro momento. Después desarrollar es más fácil”.

Para acompañar la salida de Lámina 11, El Cuarteto se metió tan de lleno en las temáticas abordadas que lanzó también el podcast La lámina que no está. En cada episodio analizan una canción del disco con invitados de distintas áreas de la cultura y el pensamiento (Cine, Letras, Psicología, Filosofía). “Las letras sugerían muchos interrogantes”, explica Musso sobre la idea que germinó el podcast. “Había una avidez de preguntar y ganas de saber de qué se trataban, desentrañarlas. Me recontra enganché y ver que universitarios de grados académicos muy altos se metían en los temas y se apasionaban me entusiasmó más. Si hay un disco nuestro que ameritaba eso, era este”.

Lámina 11, el nuevo álbum de El Cuarteto de Nos.

—También es una suerte de reconexión universitaria para ustedes.

—Me encanta, me quedó capaz por ser estudiante universitario. Esa hubiese sido mi forma de vida de no ser por la música. Me encantó tener el título de ingeniero, el primer logro del que tuve constancia física fue el diploma, un papel que dice: “Llegaste hasta acá, disfrutalo”. 

En su libro 31 canciones, Nick Hornby cuenta que a medida que fue creciendo se alejó del heavy metal y que extrañar a Led Zeppelin había sido uno de los costos de crecer con inteligencia. La carrera de El Cuarteto de Nos parece realzar, por el contrario, los beneficios de crecer con inteligencia. El éxito post 40 los agarró bien plantados personal y profesionalmente. “No quiero jugar con el destino ni ponerme metafísico”, empieza Musso. “Pero capaz no estábamos preparados antes para el éxito internacional. No lo dudo. Ni personalmente ni desde lo técnico. No teníamos infraestructura, era un hobby”.

En lugar de ir en busca del tiempo perdido, prefieren disfrutar del ganado. Ensayan de día, por la mañana o por la tarde temprano, el resto de la jornada lo dedican a preparar shows, dar notas y pensar todo lo extramusical del grupo. Pasan horas en el estudio como un trabajador lo pasa en la oficina. Si el rock se ha vuelto adulto, no hay necesidad de forzar juventud para ellos. “Una de las formas de no caer en esa de vender una juventud que no tenemos es escribir desde mi edad biológica”, dice Musso. “Eso es irrepetible así que también es un buen punto de partida para sentirnos actuales. Porque eso conlleva cuestiones de experiencias vividas, de cosas que te interesan ahora y otras que dejan de interesarte. Desde ese lado siempre me ha funcionado el contexto también, lo que pasa alrededor ha sido fundamental por más que ahora me importa un poco menos”.

—¿Se lo han planteado entre ustedes a eso? Porque el estereotipo del rockero joven siempre es un lugar fácil donde caer.

—No nos los planteamos como un conflicto pero lo tenemos presente todos, desde la estética de la banda, lo que cantamos no colisiona con nuestra edad y lo que somos como personas. Es cierto que la mayoría del público es menor que nosotros, eso sí es anacrónico, pero no es algo forzado sino súper natural. Capaz sería distinto si estuviéramos tocando solo canciones viejas, pero tener un repertorio actual es otra inyección de energía, es el antídoto.

Desde ese lugar, El Cuarteto de Nos pavimentó un camino de popularidad a contramano de la historia del rock, que se debate su vida y muerte mes a mes. Lograron echar raíces y ramas desde un hit tardío y construyeron un presente continuo de shows cada vez más convocantes. “Para muchos artistas coincide el pico de popularidad con el más significativo. Y nosotros sentimos que ahora es el momento de más popularidad, vendemos más entradas que antes. Antes éramos la novedad pero no había tanta penetración, dependías mucho de la prensa, que era más lenta, y veníamos de Uruguay, no te olvides”.

El éxito de Otra Navidad en las trincheras, hizo que Musso fuera conocido entre las amigas de su madre. “Tu hijo es el que canta en esa banda, ¿no?”, cuenta que las escuchaba decir en las juntadas. Ahora, es su hija la que le cuenta a las amigas que su papá es músico. Y un músico con éxito en la actualidad: “Eso es lo loco, mi hija tiene 11 años y no tengo que hablarle del grupo que tenía papá cuando era joven, puede verme ella tocar para mucha gente”.

—Entonces, estuvo bien la decisión de dejar todo a los 40 y empezar a vivir del rock.

—Sí, y siempre me hubiese recriminado si no me hubiese animado. Me hubiera quedado la duda. El signo de interrogación en la cabeza me carcomía, no quería que me pasara eso. Toda la vida preguntándome qué tan bueno hubiese sido si me dedicaba con todo. Porque también a su vez podés haber tomado esa decisión y echarla a perder. Pero todos fuimos conscientes de nuestros roles en la banda. No sé si ser músico full time me hizo mejor, pero estoy seguro de que no desaproveché el tiempo.

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