Crítica: La habitación de al lado (The Room Next Door)

Con La habitación de al lado, Pedro Almodóvar regresa con una poética reflexión sobre la vida, la muerte y el derecho a morir dignamente.

Pedro Almodóvar 

/ Tilda Swinton, Julianne Moore, John Turturro, Alessandro Nivola

Por  ANDRÉ DIDYME-DÔME

Cortesía de Warner

El Pedro Almodóvar maduro, reflexivo, humanista y existencialista que abordó la muerte en Todo sobre mi madre, Hable con ella, Volver, Los abrazos rotos y Dolor y gloria vuelve con fuerza en La habitación de al lado, su primer largometraje en inglés, basado en la novela Cuál es tu tormento de Sigrid Nunez y ganador del León de Oro en el pasado Festival de Venecia. Tras un resbalón en Extraña forma de vida, su mediometraje de vaqueros queer, el director español nos ofrece una obra que retoma su sabiduría característica, ahora enfocada en el derecho a morir dignamente, una temática que, curiosamente, también explora la reciente cinta colombo-española Del otro lado del jardín.

Almodóvar reúne en pantalla a dos actrices de la misma generación, nacidas en 1960: Tilda Swinton (quien ya colaboró con él en su primera incursión en inglés con la adaptación de La voz humana de Jean Cocteau) interpreta a Martha, una corresponsal de guerra en fase terminal; y Julianne Moore (una elección unánime entre Almodóvar y Swinton), encarna a Ingrid, una escritora de bestsellers que le tiene pavor a la muerte y que redescubre su amistad con Martha. Este tándem funciona a la perfección, dándole vida a un relato teñido de melancolía y de los matices éticos y emocionales que rodean el deseo de Martha de un final digno.

La historia nos sitúa en Estados Unidos, aunque fue rodada en sets y locaciones en España, lo que otorga al filme un toque estilizado y peculiarmente europeo. Este detalle acentúa la visión única de Almodóvar y su estilo tan característico, con una estética que, lejos de parecer una forzada “internacionalización”, se siente como una evolución natural de su mundo cinematográfico. La ambientación es familiar para los seguidores del cineasta, con colores vibrantes y una puesta en escena entre onírica y melancólica, 

Como en Gritos y susurros de Ingmar Bergman, donde el director usó una paleta de tres colores (blanco, negro y rojo) para simbolizar la vida, la muerte y el amor, Almodóvar, apoyado de su director de fotografía, el maestro Eduard Grau (A Single Man, Passing) construye aquí una “muerte a colores” que paradójicamente celebra la vida misma. La presencia de colores vivos como el rojo, el verde y el púrpura en los vestidos, muebles y paisajes, matiza el entorno con una paz visual que contrasta con la solemnidad del tema. La dirección de arte llena de estos tonos vibrantes y de la influencia de Edward Hopper, parece sugerir que incluso la muerte puede tener algo de hermosura y dignidad, alejándose de cualquier visión lúgubre. Aplausos para la diseñadora de vestuario Bina Daigeler (Tár, Volver) y el director de arte Gabriel Liste (El laberinto del fauno, Asteroid City). 

Almodóvar encuentra, además, el equilibrio perfecto entre drama, comedia y humanidad, apoyándose en una edición y un trabajo de cámara que funcionan en armonía para captar cada gesto, cada palabra intercambiada entre Martha e Ingrid. Los movimientos de cámara lentos, los encuadres cerrados y una edición paciente invitan a sumergirse en cada instante, manteniendo una tensión serena, casi contemplativa, a lo largo de la película. Los diálogos, por su parte, están llenos de ironía y de esa chispa que recuerda lo mejor de los maestros Woody Allen, Luis Buñuel, John Cassavetes y Richard Linklater, con personajes que conversan como si sus palabras pesaran lo mismo que sus silencios. Almodóvar no permite que sus personajes se desvíen hacia clichés melodramáticos; al contrario, les confiere un tono de humor seco y a veces incómodamente honesto que humaniza su dolor y su duda.

La combinación de todos estos elementos (la paleta cromática, el lenguaje visual y la complicidad en los diálogos) hace de La habitación de al lado una obra visualmente poderosa y emocionalmente resonante, una película que habla de la muerte como una elección profundamente personal y de la vida como un lienzo que Almodóvar colorea con un respeto, elegancia y belleza pocas veces vistas en una obra cinematográfica sobre este tema.

La trama sigue a Ingrid, quien recibe la noticia de que Martha, amiga y antigua rival en amores, ha sido diagnosticada con cáncer terminal. Al reencontrarse, Martha le confiesa su intención de terminar con su vida tras un último retiro en una casa de campo y le pide a Ingrid que esté en la habitación de al lado mientras lleva a cabo el acto, una solicitud que ella no debe tomar a la ligera, pues se arriesga a consecuencias legales si alguien llega a enterarse de sus planes. 

Martha es honesta al decirle que no era su primera opción para esta petición, una confesión que, sin embargo, fortalece la decisión de Ingrid de acompañarla. Este extraño acuerdo reaviva los recuerdos y el cariño de ambas, dejando al descubierto tanto viejas heridas como secretos no confesados que inevitablemente llevan la relación a un punto de inflexión.

A través de flashbacks y encuentros que se intercalan en la narrativa, como el de John Turturro que interpreta a Damian, un escritor defensor del medio ambiente y antiguo amante de ambas, Almodóvar nos permite conocer la complejidad de Ingrid y Martha, con revelaciones que el director entrega sin intención de moralizar, pero sí de exponer e inclusive denunciar. 

Martha es un personaje fuerte y decidido, mientras que Ingrid, pese a su aparente fortaleza y convicción como escritora, mantiene en silencio una verdad propia y unos miedos que no se atreve a confesar a su amiga. Este dilema da un giro en el relato cuando Martha le comparte que pidió apoyo a otras personas cercanas que, a diferencia de Ingrid, se negaron a ayudarla. La confrontación que esto genera se siente aún más significativa cuando conocemos a la hija de Martha (interpretada también por Swinton), quien carga su propio duelo sin las ventajas emocionales que hacían parte del estilo de vida de su madre.

Almodóvar entrega así una cinta que puede parecer tanto desenfadada como serena, y que en su propuesta de un final digno para Martha, también plantea cuestiones como la autonomía individual, el valor de la amistad y el peso de la despedida. La riqueza material de los personajes permite una opción que la mayoría no tendría, pero lejos de restarle universalidad, refuerza la cruda realidad de la muerte como un destino que, en algún momento, todos enfrentaremos. Aquí, Almodóvar nos invita a reflexionar no solo sobre el acto final, sino también sobre el derecho de cada uno a decidir cómo y cuándo debe ser.

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