“Porno y Helado”: Conocé a Los Débiles Mentales, la banda detrás del hit menos pensado

A cuestas de un hit pegajoso, Los Débiles Mentales sacuden la escena. Del bar Oxford y las góndolas de Construcasa al escenario de El Incestuoso, un retrato íntimo de Pablo, Cecilia y Ramón, los cerebros detrás de la banda que rompe todos los moldes

Por  HUMPHREY INZILLO

septiembre 24, 2024

Ramón (teclados) y Pablo (guitarra y voz), Los Débiles Mentales sobre el escenario.

“Por un lado nos sorprendió pero a la vez no tanto. O sea, era evidente que iba a pasar pero no sabíamos cuándo. Desde que decidimos armar la banda estaba claro que iba a ser un éxito, pero nunca se sabe cuánto tiempo llevan estas cosas. Desde muy chico soñé con algo así. En el colegio siempre fui muy popular y sabía que…”, dice Pablo. El cantante de Los Débiles Mentales, el grupo que a cuestas del hit “Porno y helado” ahora mismo suena en todos lados, no llega a redondear su idea. Ramón, el tecladista y coautor de las canciones del grupo, lo interrumpe: “Me habías dicho que no eras muy popular en la escuela, que estabas bastante solo”. Pablo se apura a aclarar: “Eso fue solo en primer año, después me hice popular”, dice entre risas nerviosas. “Yo, la verdad, estoy muy sorprendido. Nunca pensé que alguien fuera a escuchar nuestras canciones”, confiesa Ramón.   

Pablo usa flequillo y pañuelo stone al cuello y un buzo negro con una lengua también stone intervenida como si fuera un pancho que sale de la boca, con una línea de mostaza, del lado del corazón. Más que la música de los Rolling, lo que ama es la estética, un look que abrazó en su adolescencia y que no tiene previsto abandonar. (“Hasta ahora, siempre me fue muy bien así”, se jacta). Cuando le pregunto por sus canciones favoritas de los Rolling Stones cambia de tema. Por su cutis y su pelo rolinga parece unos años más chico que su coequiper, Ramón, aunque en realidad es más grande. Ramón es grandote, un rostro bonachón, mirada incrédula y tiene puesta la chomba de Construcasa, la afamada cadena de venta de artículos para la construcción y equipamiento para hogar y jardín. Podría formar parte del consumo irónico de un integrante de cualquier banda indie, pero Construcasa, en el caso de Ramón, es el trabajo que lo enorgullece desde hace más de tres lustros. 

¿Cómo era su vida hasta la explosión de “Porno y Helado”? 

Pablo: No cambió tanto en el día a día. O sea, tenemos las mismas rutinas: nos juntamos a componer, ensayamos, venimos bastante acá [el bar Oxford] a tomar algo. 

Ramón: Sigue todo igual, por suerte. A veces pasan “Porno y helado” en la radio de Construcasa y me pongo contento. Pero los clientes no saben que nosotros la compusimos. 

¿Se llevan bien con ese “anonimato”? 

Pablo: Te soy 100% sincero: me encantaría que me reconozcan en la calle. El otro día justo estaba en un local mirando ropa y empezó a sonar el tema en la radio. Había una piba moviendo la cabeza al ritmo de la música y movía la boca… ¡y se sabía la letra! Así que me acerqué y le dije que el tema era mío.

¿Y qué te dijo?

Pablo: No me creyó y se alejó. Ya se va a arrepentir cuando me vea en la tapa de esta revista.

No creo que salgan en la tapa.

Pablo: Ah, ¿no?

Ramón: Mejor. Yo prefiero que no sepan cómo es nuestra cara. Me gusta mucho mi trabajo y no quiero perderlo por esto de la banda.

¿Cómo se conocieron? ¿Se hicieron amigos antes de decidir hacer una banda?     

Pablo: Con Ramón nos conocemos desde hace muchos años. una vez fui a Construcasa a acompañar a mi vieja —antes de que tuviera prisión domiciliaria— y se me cayeron unas tazas al piso. Ramón me salvó de tener que pagarlas y las pagó él. Igual le devolví la plata.

Ramón: 15 años más tarde sin tener en cuenta la inflación. 

Pablo: El gesto es lo que cuenta. 

Ramón: La primera salida que hicimos fue ir al cine. Pablo quería ver Sr. y Sra. Smith y yo El aura. Siempre miro cine nacional. Soy fan de cine.ar. Al final no había entradas y terminamos viendo Secreto en la montaña

Pablo: Malísima.

Ramón: A mí me gustó. Muy sutil, muy bien filmada.

La música la hizo Gustavo Santaolalla, y se ganó un Oscar. ¿Qué les pareció la banda sonora?

Pablo: Aburridísima.

Ramón, Cecilia (“la managér”) y Pablo: la plana mayor de Los Débiles Mentales.

Estamos en el Oxford, el bar que funciona como la segunda casa de Los Débiles Mentales. Es un café en el cual el tiempo parece haberse detenido, un refugio de la porteñidad, un pedazo de siglo XX en la segunda década del nuevo milenio. Como dice la canción de Viejas Locas, todo sigue igual. Como en La Biela, la aristocrática confitería de Recoleta que luce estatuas de Jorge Luis Borges y Bioy Casares en actitud de parroquianos, acá se inauguraron, la semana pasada, las efigies de Pablo y Ramón. Me pregunto si no tienen miedo de que el Oxford se convierta en un sitio de peregrinación para los fanáticos de Los Débiles Mentales. Se lo pregunto también a ellos. “¡Tarde!”, dice Pablo entre risas. “Ya se llenó el Oxford. Todo el tiempo hay gente sacándose fotos con las estatuas y Graciela [la dueña] está recontenta. Hasta inventó el trago Porno y helado”, explica. Y en voz bien alta, sin preocuparse por herir la susceptibilidad de la locataria, agrega: “Es horrible igual”. 

Graciela: Te podés ir bien a la mierda.

Pablo: ¡No te enojes, Grace! 

Ramón: A mí me gusta.

Pablo: Qué sé yo… Es divertido. Cuando estoy aburrido voy al bar y me piden fotos y firmo autógrafos. Aunque me gustaría tener una novia. 

En el momento en que le estoy haciendo una seña a Graciela para probar el trago, irrumpe en el bar una morocha de pelo corto, lentes de sol en la cabeza como si fueran una vincha y una actitud tan seductora como hiperkinética. “Él es el periodista de la ROLLING STONE”, le dice Pablo mientras me señala. La chica sonríe, se acomoda el pelo, mientras se sienta en la silla que había quedado libre en la mesa para cuatro, saca un rouge de su cartera. Lo pasa por sus labios y  se saca los anteojos para detenerse, unos instantes, en el reflejo de su rostro. “Soy Cecilia, la managér [lo pronuncia con acento al final] de Los Débiles Mentales, perdón por llegar tarde pero vengo de tener una reunión muy importante”, me dice. Mientras tanto, les hace un guiño a Pablo y Ramón. “¿Ya te contaron que soy la pieza clave en esta historia?”, me pregunta. Mi respuesta queda flotando en el aire, cuando Graciela, la moza que es la dueña, se acerca para preguntarnos qué queremos pedir. “Yo quiero pedir un Porno y helado”, le digo. Ramón primero pide un agua, pero lo cambia por un café con leche, porque en un rato tiene que fichar en Construcasa y necesita estar despierto. Pablo y Ceci piden dos latas de Bélika, la cerveza con la que, unos días más tarde, Ceci me contará que está negociando para lanzar una tirada de latas con las caras de Pablo y Ramón. 

“La definición de managér me queda un poco chica, en realidad”, dice Cecilia. “Hago muchísimas otras cosas en relación al grupo. Todas muy importantes”.

Serías como la “ingeniera psíquica”…   

Cecilia: Claro, yo en una época trabajé como… bueno, trabajé de muchas cosas. Pero me parecía una vida muy monótona. Yo soy rock y el rock necesita acción. También fui como una especie de coach ontológica, eso fue divertido…

Yo te decía lo de la “ingeniera psíquica” porque así la definían a la Negra Poli, la mánager de los Redonditos de Ricota…

Cecila: Es verdad. ¡Es verdad! ¡Tenés razón! En una época yo fui ricotera. Muy ricotera. Full ricotera. Y quería ser como la Negra Poli. Me encantaba ser como la Negra Poli. Para mí, es una persona extraordinaria, un modelo de conducta, un referente ético y estético. Y además es divina. Hace poco nos empezamos a seguir en Facebook… 

Pablo: ¿Usás Facebook?

Cecilia: ¿Qué tiene de malo? Una nunca sabe dónde puede aparecer el próximo negocio.

¿Qué te dijo la Negra Poli?

Cecilia: Me tiró la mejor. Dice que escuchó “Porno y helado” en la radio y quedó fascinada. Es que, la verdad, mi trabajo con estos chicos, no es por nada, pero es fantástico. Y ahora que van a salir en la tapa de ROLLING STONE, seguro que nos propone que toquemos con los Redondos.

No creo que salgan en la tapa, eh.

Cecilia: Ah, ¿no? 

Ramón: Aparte los Redondos están separados. 

Cecilia: ¡Ay no! Voy a llamar ya mismo a la Negra. Pero antes decime, ¿Por qué no van a salir en la tapa? 

Cuando estoy a punto de esbozar mis argumentos, llega Graciela con las bebidas. Porno y helado, el trago, es llamativamente empalagoso. Pegajoso, como los ladrones de Mi pobre angelito, y como las canciones de Los Débiles Mentales. Granadina, vodka nacional, licor de durazno y helado de quinotos al whisky. Brindamos. Nos miramos a los ojos. “A los ojos, o siete años de mal sexo”, dice Ceci, entre risas. “Ah, ¿era por eso?”, añade Pablo, angustiado. Se hace un silencio incómodo.

Tres días después de nuestro primer encuentro, quedamos en encontrarnos con Pablo en la sala de ensayo. Toco el timbre y no atiende nadie. Espero diez, quince, veinte minutos. Y nada. Cuando estoy a punto de abortar la misión, Pablo llega con su guitarra en un estuche rígido. “¿Qué hacés acá?”, pregunta. “Me citaste acá… Supuestamente nos encontrábamos hace veinte minutos”, le digo. “Ah, sí, tenés razón…”, se disculpa. “¡Entremos!”, dice. Toca el timbre y nadie responde. Esperamos diez, quince, veinte minutos. Y como no hay nadie, me invita a merendar a su casa. Caminamos diez cuadras, y llegamos a un edificio de departamentos de fines de los 70. Subimos al séptimo piso. Nos recibe su mamá, que tiene una tobillera electrónica. “Es la primera vez que entrevisto a una estrella de rock que vive con sus padres”, pienso. “Y también es la primera vez que veo a alguien con una tobillera electrónica”.  

Pablo me hace pasar a su cuarto. “Mi templo”, dice. “Mis viejos me dieron la habitación más grande de la casa”. Es un espacio detenido en el tiempo. El cuarto de un adolescente. ¿Será Pablo un adolescente atrapado en el cuerpo de un treintañero, será que los treintis son los nuevos diecis o será Pablo un militante de la adolescencia perpetua? 

“Mi templo”. Así define Pablo a su cuarto. “Mis viejos me dieron la habitación más grande de la casa”.

Le digo a Pablo que tiene mucho de adolescente. Y Pablo reflexiona: “¿Qué es la adolescencia, no? ¿Vivir con tus papás? Bueno, los bebés también viven con sus padres y no son adolescentes. Es complejo, da para pensar. Me gusta tener a mis viejos cerca. En un momento no van a estar más y me voy a arrepentir de no haber pasado más tiempo con ellos. Aparte no me tengo que preocupar por lo económico, así me dedico full time a mi proyecto. Bah, ya no es más un proyecto, es un éxito llamado Los Débiles Mentales”.

Y el primer gran éxito huele a espíritu adolescente… ¿Cómo surgió “Porno y helado”?

Pablo: Viene de una especie de ritual que tenemos con Ramón que consiste en que los viernes nos juntamos a ver porno y a tomar helado. Pero nada gay, eh, solo vemos porno y comentamos, como con cualquier amigo. Una noche que estábamos en eso, nos iluminamos y compusimos la canción. Al poco tiempo la tocamos en una fiesta de quince y el resto es historia.

¿Entienden el porno como un entretenimiento, como un estímulo sexual o como una de las Bellas Artes?

Pablo: Depende de la película. Si es de esas que tienen historia, quizás es más arte. 

¿Hay directores que les gusten? 

Pablo: No sabemos bien los nombres de los directores pero tenemos nuestros géneros favoritos. A Ramón le copan mucho las maduras. Pero maduras maduras, eh. Yo estoy más en la movida amateur.

Mientras prende el CPU, Pablo se ofrece a mostrarme sus páginas favoritas, y las chicas (“chicas no, ¡abuelas!”, dice) que le gustan a su compañero. Agradezco la complicidad, pero un poco por pudor, un poco porque la mamá de Pablo está en el living y otro poco porque no deja de ser incómodo, declino la oferta.

Se hace un silencio incómodo. Nos miramos un rato. Como para romper el hielo, Pablo se ofrece a mostrarme su colección de pañuelos gastados que usa en el cuello. Abre la puerta del placar y ahí están. ¿Cuántos son? ¿Diez? ¿Cien? ¿Mil pañuelos? “El primero se lo robé a mi mamá. Lo hice un rollito y me lo até al cuello. Era de seda”, recuerda. En el colegio me miraban raro y una compañera rolinga me dijo que en una galería cerca del colegio vendían pañuelos rolinga posta. Esa tarde fui a comprarme uno. 

¿Qué representa el pañuelo para vos?

Es un símbolo que llevamos todos los rolingas para reconocernos. Como una corbata pero lo contrario.

¿Qué representan los Rolling Stones en la banda sonora de tu vida? 

Pablo: Qué decirte… los Stones están allá arriba. 

[Pienso que se trata de una metáfora, un modo de explicar que en el podio de sus bandas favoritas están Sus Majestades Satánicas. Pero sigo el dedo índice de Pablo, que me indica que atrás mío, bien alto, en la pared, hay un viejo póster de los Stones, de la revista 13/20].

Ya que vivís con tus viejos, hablame de ellos… ¿Por qué tiene una tobillera tu mamá? ¿A qué se dedica tu papá?

Pablo: Mi mamá tuvo unos temas legales y tiene la tobillera, no sabemos hasta cuándo. Estamos esperando el juicio. Mi papá es contable en una empresa y los jueves a la noche se junta con sus compañeros transformistas. 

¿Por eso escribiste la canción “Transformista soy”? ¿Qué dijeron tus viejos cuando la escucharon?

Pablo: Muchas canciones las compusimos usando la letra del diario íntimo de mi papá, que está escrito en rima. Nosotros solo le pusimos la música. Pensé que mi papá se iba a ofender pero todo lo contrario, se puso recontento porque dice que de esta manera estamos visibilizando el transformismo. 

Ramón, Pablo y Cecilia, con un atuendo polémico.

¿Qué hacés además de la banda? ¿Estudiaste o estudiás? ¿Trabajás? ¿Cómo es un día cualquiera de tu vida?

Pablo: Un día normal me levanto tipo once. En general mi mamá necesita que vaya a comprar algo porque ella no puede salir por lo de la tobillera. Hago los mandados, tuki. Almuerzo tranqui. Me encierro en mi cuarto, agarro la viola y empiezo a tirar acordes. Así al aire. En algún momento algo me llama la atención y lo repito. Agarro mi cuaderno y anoto una letra. Tipo unas oraciones cualquiera. Lo llamo a Ramón al trabajo y le muestro lo que hice. En general no me puede atender pero lo llamo al rato. Y a la noche o voy a su casa o vamos al Oxford. 

Sos una especie de slaker…

Pablo: Nunca me copó el skate. Cuando era chico tenía una patineta de las finitas, pero me caí y me lastimé el brazo, y nunca más me volví a subir a una tabla.

Es un martes a las tres de la tarde. El momento ideal, según Ramón, para encontrarnos en su trabajo, porque en Construcasa no hay demasiado movimiento. “¿La verdad? A esta hora no viene casi nadie”, me dice el tecladista de Los Débiles Mentales. “Vienen algunas señoras, casi todas tienen más de cincuenta. Algunas buscan macetas y cosas para cuidar las plantas. Pero también hay algunas que buscan alguna herramienta y me piden que les dé consejos. A mí me encanta eso”. Si la Real Academia Española hiciera un diccionario de caras, la de “buen tipo” sería la de Ramón.

¿Cómo empezaste a trabajar acá? 

Ramón: Cuando terminé el colegio vi un aviso en los clasificados y mandé mi CV. Sólo tenía el secundario completo pero cuando me entrevistaron me dijeron que les había caído bien y me contrataron. 

¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

Ramón: Armar torres con productos. Es una tarea que lleva muchos días y hay que usar mucho el ingenio. Me gustan los desafíos grandes. 

¿Cuál es tu primer recuerdo musical? ¿Se escuchaba música en tu casa cuando eras chico? ¿Tocabas algún instrumento?

Ramón: A mí me crio mi abuela. Soy del sur. En la casa teníamos un piano vertical y ella me tocaba temas los domingos, que era cuando practicaba. Me enseñó lo básico pero cuando me vine a Buenos Aires abandoné. Después, con la banda, volví a tocar y ahora me divierte. 

Es como si tuvieras una doble vida. ¿Cómo conviven el músico con el empleado de Construcasa? 

Ramón: A veces es difícil, porque el mundo de la música es muy nocturno y a las 6 de la mañana tengo que estar arriba para venir a trabajar. Me gusta la música y tocar en vivo, pero si tuviera que elegir me quedo con Construcasa. Me gusta la rutina y no me gustan las sorpresas. 

¿Te gustaría más tocar en un estadio con Los Débiles Mentales o llegar a gerente de la empresa?

Ramón: La única razón por la cual me gustaría llenar un estadio es para ver a Pablo feliz. Es su sueño. Pero yo prefiero seguir como repositor. Me conozco la tienda como la palma de la mano y conozco a todos mis compañeros. Me gusta cuando entra uno nuevo y tengo que capacitarlo.

¿Quién es tu tecladista preferido? 

Ramón: No sé si tengo uno preferido, pero Elton John me gusta bastante. 

¿Qué representa Pablo en tu vida? 

Ramón: ¿Cómo qué representa? Es mi mejor amigo.

¿Te gustaría que Pablo trabajase en Construcasa? ¿Nunca pensaste en hacerlo entrar? 

Ramón: No me gustaría. Pablo puede ser muy problemático y me gusta tener este espacio para mí solo. Fuera de acá, lo veo todo el tiempo. En cambio él no tiene otro espacio, más allá de su familia. Todos los días me llama un par de veces mientras estoy trabajando. Le digo que no me gusta que me llame mientras trabajo y me corta y me llama una hora más tarde como si nada. 

Al viernes siguiente de nuestro encuentro con Ramón, Los Débiles Mentales tocan en El Incestuoso, el boliche en el que debutaron y el mismo que viene siendo testigo del crecimiento exponencial del grupo, que está a punto de lograr 5 millones de reproducciones de “Porno y helado” en Spotify. Estamos en el camarín con un par de bandas más: Nacho y Los Cheddar, Las Tetas de Papá, El Jueves a las Once y Cuatro de la Mañana llamó Duarte, entre otras, con las que comparten el cartel esa noche. El Incestuoso es un bastión del under y con éxitos como el de Los Débiles mentales crece la mitología que lo rodea. Ceci está pendiente del puesto de merchandising, que incluye remeras, tote bags, pines, tazas, llaveros, medias, slips y un póster con la cara de los músicos y la mánager. Es un viernes y Pablo y Ramón rompieron la matrix. Es un viernes, y en vez de estar frente a la tele de Ramón viendo porno y tomando helado, están a punto de tocar sus canciones (incluso la que habla de ese ritual) frente a una ecléctica legión de fanáticas y fanáticos. “¡Hoy la rompo!”, dice Pablo. “Me motiva mucho saber que tanta gente del palo haya venido a verme. No te lo voy a negar. Me encanta pero me da vértigo”. Se pone pálido y agrega: “Creo que no quiero salir a tocar”. Ramón se acerca y lo calma, diciéndole que ya pasaron por esto varias veces y siempre salió bien. Pablo le agradece mientras atina a abrazarlo pero Ramón le da la mano. Pablo le quiere dar la mano pero ahora Ramón lo quiere abrazar, entonces termina masajeándole los hombros. Mientras lo masajea, Ramón dice que siente el cansancio de la semana. “Pero, bueno, lo de la banda viene bastante en serio y no le puedo fallar a Pablo”. Cecilia, mientras tanto, es una máquina de facturar en el puesto de merch. Se apagan las luces y es hora de que Los Débiles Mentales arranquen el show. La noche está en pañales. Por las dudas, en la casa de Ramón hay una película para darle play en la tele y dos potes de helado en el freezer: uno de chocolate y frutilla, y otro de sambayón y quinotos al whisky

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