El fotógrafo colombiano Hernando Toro no pertenece a estos tiempos. Estamos hablando de un hombre al que no le apena admitir que pasó un largo período en la cárcel (“nunca me consideré un bandido”, exclama), que no teme en hacer comentarios políticamente incorrectos (“¡Ña, Ña, Ña! ¡Mariquita! ¡Hay que hablar como un hombre para dirigir!” le grita Toro a la codirectora Ortega), que es consciente de sus errores, pero que no busca disculparse por ellos, que es honesto y directo al expresar lo que piensa y siente (“soy un posudo y un mentiroso”) y que no ve una dicotomía irreconciliable entre su arte y la supervivencia económica (“confieso que he pecado al fotografiar bodas”).
Las directoras Adriana Bernal-Mor y Ginna Ortega, pertenecientes a unos tiempos muy diferentes a los de Toro, buscan visibilizar al talentoso artista, pero en el camino interfieren con su propio retrato. Toro, cansado de que muchos proyectos de documental sobre su vida quedaran inconclusos o tan solo en ideas sobre la mesa (“la gente con perico y con trago habla mucha mierda”), parece no importarle que estas dos mujeres teman hacer un trabajo tan escueto como lo es su protagonista.
Los comentarios pretenciosos de voz en off sobran y empañan el retrato sobre el artista. Bastaba con dejarlo hablar y con ver las fotografías, que son la razón de ser de este documental. Hernando Toro Botero nació en Supía, Caldas el 23 de marzo de 1949, contando actualmente cuenta con setenta y cuatro años de edad (“quería ver mi propio documental”). Su carrera como fotógrafo despegó cuando fue encarcelado en Barcelona por narcotráfico en la década de los noventa. Allí, tras una larga condena en la Cárcel Modelo, se especializó en los retratos de los personajes marginales con quien compartió mientras cumplía su condena. Ahora, radicado en Medellín, quiere tener algo de reconocimiento y dinero en vida y no ser uno de esos artistas al que se le reconoce su obra cuando ya no está más con nosotros (“Ser exitoso es estar muerto”, afirma el artista.
La clave de un gran documental sobre la vida de un gran artista consiste en dejarlo respirar, hablar y que la obra también hable por sí misma. En algunos momentos, más que menos, Bernal-Tor y Ortega lo permiten. En otros se ponen a hablar de las luciérnagas como metáfora (a propósito del título de una de sus exposiciones), y de hacer comentarios pretenciosos acerca del artista detrás del hombre y/o del hombre detrás del artista (como diría el fotógrafo: “¡Carreta!”). Es por esto que Toro no pasa de ser un documental aceptable sobre la vida de un gran artista.