EXTRAÍDO DEL ESPECIAL LOS 100 GRANDES ARTISTAS DE TODOS LOS TIEMPOS, DICIEMBRE 2011
Siempre he comparado a Roy Orbison con un árbol: pasivo y hermoso aunque extremadamente sólido. Mantiene un sentido de humildad, sensibilidad y caballerosidad poco común para su época.
No era afeminado, sino extremadamente suave. Era alguien con quien te sentías cómodo, aunque estuvieras escuchando su música o estuvieras con él. No era como Elvis: nada se te incendiaba ni nada por el estilo. Era más bien como que Roy era un lugar privado donde te podías refugiar.
Rompió el molde de los hombres machos de los años cincuenta, y hasta el estilo de su música era una especie de bellas artes para alguien de Wink, Texas. Era cosmopolita de una forma misteriosamente suave y romántica.
Roy Orbison era como un cantante de folk ópera. Creo que fue influido por la ópera española en la estructura y el sentimiento. También le encantaba expresar su voz en el registro más alto, en falsete. Era vulnerable y fuerte al mismo tiempo. Era muy concienzudo en su voz y su aspecto, aunque no dejaba de tener un velo de misterio que lo envolvía.
En 1987, Roy y yo grabamos una versión de “Crying” para una película llamada Hiding Out. Terminamos grabando “Crying” en Vancouver, donde yo vivía. Entré al estudio y era como ver al vaquero del mundo Marlboro en Sunset Boulevard, tan inmediatamente siniestro y presente. Ensayábamos la canción en el estudio con la banda y Roy y yo compartíamos un micrófono. Cuando llegamos a una parte en la que nos tocaba cantar al mismo tiempo, nos acercamos juntos al micrófono y nuestros cachetes se rozaron. Su cachete era muy suave y la energía era increíble. Nada sexual, pero sí explosivo, como la química de alguna especie de hermandad. Nunca voy a olvidar cómo se sentía eso. Puedo escuchar esa voz en mi oído. Su vibrato era un poco rápido y tenía un leve titubeo, y eso era lo que le daba ese sonido vulnerable. Esa voz.
