Las películas biográficas sobre cantantes poseen una estructura narrativa tan rígida como la de los slashers de terror. Joven humilde que posee un gran talento es descubierto por un empresario que lo lleva a la cima. El éxito hace que el artista sacrifique sus relaciones personales, y eso trae consigo un espiral descendente de excesos, drogas y explotación. El artista ya no es lo que era y el público le ha dado la espalda. Pero antes de morir trágicamente, este nos entrega una última gran actuación.
Aquí, quien nos sorprende con una gran actuación es la británica Naomi Ackie, la encargada de encarnar a Whitney Houston, una de las artistas más representativas de las décadas de los ochenta y noventa, cuya voz es tan bella como reconocible. Por esta razón, Ackie es respetuosa con el legado de Houston, tomando la decisión de hacer mímica y sin atreverse a usar su propia voz. Sin embargo, Kasi Lemmons, la directora de esa poderosa película llamada Harriet, debió haber utilizado la suya.
La culpa de que la cinta biográfica sobre Whitney sucumba a los lugares comunes (que tan sabiamente parodió la película sobre “Weird Al” Yankovic), no solo se debe a la dirección de Lemmons, sino a Anthony McCarten. Pareciera que el escritor tomó su anterior guion de Bohemian Rhapsody y reemplazó todas las veces en las que aparecía el nombre de “Freddie Mercury” por el de “Whitney Houston”, como si se tratara de la misma estrategia facilista usada por Toallín, el curioso personaje de la serie South Park, en un hilarante episodio que se burlaba del facilismo de los autores.
Aunque Mercury y Houston fueron artistas muy diferentes, aquí la historia se siente tremendamente similar. Puede que esto se deba a que la industria de la música, en últimas, le hace lo mismo a todos los cantantes, sean del estilo que sean. Pero lo cierto es que si se le aporta originalidad y energía a la mezcla, las cosas pueden salir muy bien. Basta con ver I’m Not There (Bob Dylan), Born To Be Blue (Chet Baker), Sid And Nancy (Sid Vicious), Coal’s Mine Daughter (Loretta Lynn), Straight Outta Compton (N.W.A.), Walk The Line (Johnny Cash), 8 Mile (Eminem), Ray o la reciente Elvis, para darse cuenta que, pese a la estrechez de una estructura narrativa, se pueden obtener unas verdaderas joyas cinematográficas.
Lemmons y McCarten nos son tímidos a la hora de retratar con sinceridad el amor lésbico entre Houston y Robin Crawford (Nafessa Williams, quien también participó en la película para televisión sobre Whitney, protagonizada por Angela Bassett). Robin sería la mujer que se convertiría en la fiel asistente y mano derecha de la cantante durante toda su carrera, luego que Houston, presionada en gran parte por su madre Cissy (Tamata Tunie), una reconocida cantante de góspel, dejara su bonita relación a un lado, para adentrarse en una relación tóxica con el cantante Bobby Brown (un muy poco convincente Ashton Sanders). Es curioso que los excesos y la disfuncionalidad generada por Houston y Brown, aquí se reduzca al mínimo (no ayuda para nada que, para evitar una clasificación para adultos, la cinta sea extremadamente tímida en el tratamiento realista de las adicciones y el maltrato constante).
El siempre confiable Stanley Tucci interpreta al empresario Clive Davis, jefe del sello Arista y padre putativo de Whitney, de una manera más que convincente. Asimismo, Davis sirve de contrapunto para John Huston, el padre biológico de la cantante, quien aquí encarna al verdadero explotador. Ayuda mucho que Clarke Peters, el excelente actor de la serie The Wire interprete al típico padre que intenta exprimirle a su talentosa hija hasta el último centavo, mientras que la hija, lo único que deseaba era algo de amor sincero.
El trágico final de Whitney, seguido en breve por la muerte prematura de su hija Bobbi Kristina (interpretada por Bailee Lopes y Bria Danielle Singleton), aquí se evitan del todo, para culminar con una gloriosa presentación en los American Music Awards. Aunque es cierto que el documental de Nick Broomfield Can I Be Me, se aproxima a la vida de la malograda artista desde una perspectiva amarillista y sensacionalista, optando por los aspectos sórdidos, también es cierto que Quiero bailar con alguien, pudo haber adoptado una mirada equilibrada entre la luz y la oscuridad, lograda en Whitney, el sensible trabajo de Kevin MacDonald, el cual sigue siendo hasta la fecha, la mejor película sobre la cantante.