[Nota: esta reseña va a hablar en femenino debido a que el público, en el estadio de River, era en su mayoría feminidades.]
En la noche del sábado y ante un Estadio River Plate repleto, Harry Styles renovó los votos de confianza (y devoción) de sus fans mientras daba cátedra de pop clásico. El artista británico obnubiló a decenas de miles de seguidoras con carisma y frescura, priorizando la música antes que el show visual. Recordemos: hace pocas semanas, el mismo estadio fue sede de la “residencia Coldplay” de diez shows con un monumental despliegue escénico, que incluía juegos de luces, fuegos artificiales, mucho papel picado y grandes dosis de épica.
Aquí, en cambio, hubo espacio para la melancolía, además de la alegría y la euforia.
Es casi imposible hablar de un recital en Argentina sin referirse al público, que suele cobrar un protagonismo insoslayable; es famoso por eso. Esta noche, esa audiencia estaba compuesta por mayoría de feminidades, de entre alrededor de 15 y 35 años, que esperaban ansiosas el show desde hace años. Styles tenía un concierto programado para 2020 en Buenos Aires, más precisamente en el Hípico de la ciudad, pero la pandemia impuso otros planes. Fue por eso que lo de anoche (igual que la segunda función, igualmente repleta, este domingo) tuvo cierto sabor a revancha.
Meses antes de la gran noche, muchas fans comenzaron a hacer guardia en las afueras del estadio para garantizarse una ubicación junto a la valla ante el escenario que les permitiera ver al británico en primer plano. Se repartieron los turnos de vigilia en las carpas y armaron un pequeña comunidad en la vereda. Estas fans, previsiblemente, se hicieron escuchar anoche, en una ola de gritos que no cesó durante la hora y media del recital y que, por el contrario, se fue incrementando a medida que avanzaban los temas. Cada estrofa que cantaba la estrella pop era coreada a la par por decenas de miles de personas en el estadio, sin importar que proviniera de cualquiera de sus tres discos: Harry Styles, Fine Line y Harry’s House, el más reciente de sus trabajos, lanzado en mayo de este año.
Styles abrió las cosas con “Music for a Sushi Restaurant”, bailado por todo el estadio. Se calzó una guitarra para tocar “Golden” y sonrió ante la efervescencia del público. Viró a un mood melancólico con “Keep Driving” y retomó la senda melosa con “Satellite” para dejar decenas de miles de suspiros en el aire. Invariablemente, Harry fluía por el escenario con naturalidad, sin detenerse nunca, desbordando de energía.
¿Qué siente el artista cuando intenta conectar con su público, pero ese público se encuentra concentrado en filmar con su celular el mejor plano del show? Lo miran, pero a través de una pantalla. Me preguntaba esto mientras yo misma lo filmaba porque era difícil no querer inmortalizar digitalmente los rasgos de Styles. Entonces comenzaba a sonar “She”, una especie de balada que dejaba espacio para un solo de guitarra, toda una rareza en el contexto de este show cargado de pop para las masas. El guitarrista de pelo largo, como salido de un viaje en el tiempo a los años setenta, tenía puesto un mameluco de jean, con un parche a la altura del pecho que decía “Ruta 40”, es decir la ruta que une buena parte de la Argentina de norte a sur. Un guiño albiceleste en una jornada exacerbada desde temprano: las fans que habían ingresado por la tarde, pudieron festejar la victoria de Argentina frente a Australia en Qatar con un bonus impensado cuando Harry salió al escenario antes del show para festejar con ellas.
Volviendo al recital, Styles explicó en un punto que estaba por tocar una canción especial para él, “Matilda”. Mientras cantaba “You can let it go/You can throw a party full of everyone you know/ And not invite your family, ’cause they never showed you love” (“Podés dejarte ir, hacer una fiesta para todos los que conocés y no invitar a tu familia porque nunca demostraron quererte”). Las fans repetían sus palabras sin respirar. Fue en estas dos baladas contiguas, “She” y “Matilda”, que Styles se mostró más emocionado por la demostración de amor de su público. Como para extender ese climax, pidió a continuación que las fans le cantaran el “Feliz cumpleaños” a su hermana. Ellas, por supuesto, cumplieron su deseo y hasta corearon el nombre de Gemma (cuatro años mayor que el Styles más célebre).
En otro guiño a la argentinidad, la banda tocó algunos acordes de “Libertango”, de Piazzolla, y de “Persiana americana”, de Soda Stereo, antes del hitazo “Late Night Talking”. Hasta que, promediando el recital, sonó “Love of My Life”, una canción intima de Harry’s House. Una chica a mi lado lloraba y se tapaba la boca mientras su amiga la abrazaba. Expresiones de amistad que se repetían en los diferentes rincones del estadio: sumergirse en las letras y salir a la superficie con un grito catártico y de comunión.
En el final, Styles emprendió sus hits más famosos, “Sign of the Times” y “As It Was”, el tema más escuchado del año en Spotify. River estalló. El público no se quería ir.
Démosle crédito al siglo XX: en él surgieron géneros musicales y las figuras de la cultura que todavía influencian a las nuevas generaciones. “El nuevo rey del pop”, “el nuevo Mick Jagger”, son comparaciones odiosas que la crítica ensaya con Styles (antes del recital, las chicas saltaban con los hits actuales que amenizaban la espera. Cuando sonó “Modern Love”, de David Bowie, con quien la prensa también compara a Styles, nadie cantó ni saltó en el estadio). Pero el ex One Direction parece apostar por cierto minimalismo, sin autotune deformante de voces, sin bailarines, sin juegos de luces estridentes, mientras vive el pop en sus propios términos, como su público.