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Periodismo deportivo: destruye a tus cracks

Al periodismo deportivo le está agarrando la tarde para tirar a la basura la narrativa del héroe caído cuando un ‘crack’ incurre en delitos sexuales
El futbolista español Santiago Mina se enfrenta a cuatro años de prisión por abuso sexual.

David S. Bustamante

El cubrimiento que le han dado diferentes medios al caso de abuso sexual por parte del futbolista Santiago Mina hacia una mujer en Mojácar, España, ha sido insensible, repulsivo y revictimizante. Después de conocerse la sentencia que tendría que acatar el jugador español por el delito cometido en 2017, hubo portales web que se llenaron de titulares como “La noche que arruinó la carrera de Santi Mina” o “El viaje en caravana que sentenció al jugador del Celta”, como si se tratase de un héroe caído y no de una persona que acaba de ser condenada a cuatro años en prisión por delitos sexuales.

Artículos de este tipo lo único que hacen es respaldar a los agresores y abusadores poniéndoles en el papel de una persona exitosa que cometió “un simple tropiezo”, pero además contribuyendo al imaginario tan dañino de que las víctimas son las culpables de que su vida profesional se haya ido al carajo. Esto no es nuevo y tampoco es exclusivo del deporte, ya que cuando un hombre que cuenta con cierta relevancia pública es acusado de violencia basada en género, es un común denominador que el discurso se dirija hacia el resultado que aquellas denuncias tendrían sobre sus carreras y su buen nombre (recordemos el caso de Ciro Guerra en 2020).

Por eso es inadmisible que medios con plataformas enormes hayan dedicado notas extensas para hablar sobre el recorrido de Mina en diferentes clubes, y que tan solo una décima parte trate sobre el abuso sexual que cometió. No hay que ser un erudito en el asunto para notar que tales líneas son más un homenaje lastimero que busca que quien las lea sienta compasión por un “ídolo”, casi que buscando excusar lo que hizo con sus méritos: “Sí, fue condenado por violación… ¡pero mira cuántos goles ha anotado!”.

Casos como estos hacen más que evidente la necesidad de un periodismo con enfoque de género que, entre otras cosas, respete la vida y memoria de las víctimas y sobrevivientes, y que evite caer en necedades como las expuestas aquí arriba que corresponden a una visión machista. Si bien sí se han hecho avances en este sentido, el periodismo deportivo se ha quedado corto a la hora de cubrir noticias relacionadas con VBG ejercida por deportistas.

No es posible que la conversación se centre en si X o Y jugador va a poder jugar en la siguiente temporada a raíz de una denuncia o condena por violencia sexual, cuando esto solo es un efecto colateral de sus propias acciones y lo mínimo que se espera es que los clubes le aparten del medio. No es posible que se continúe hablando de dañar carreras, prácticamente replicando la imagen ya no de un agresor sino de un mártir ante el ojo público, así como tampoco es posible que únicamente se hable de las consecuencias para el perpetrador del delito en lugar de hablar de reparación a las víctimas y sobrevivientes.

Regresando a Mina, los hechos hablan por sí solos. La denuncia se hizo el mismo año en el que ocurrió el abuso, pero el proceso se dilató tanto que el futbolista pudo continuar su vida con normalidad mientras la mujer era objeto de una revictimización constante. Una de las cosas más indignantes es que se supo de la contratación de un detective para estudiar si el comportamiento de ella se ajustaba al informe psicológico que dictaba que sufría de estrés postraumático a raíz del ataque. Peor aún es que durante el juicio la abogada del deportista, Fátima Magdalena Rodríguez, se atrevió a preguntar qué tipo de ropa usaba y si salía de fiesta para posteriormente usar el “argumento” de que “si no hubo consentimiento” fue responsabilidad de la víctima el no saber cómo transmitirlo. Aquí no está de más recordar las circunstancias bajo las que es válido el consentimiento sexual: tiene que darse libremente, con convencimiento, debe ser específico, informado y reversible (según UN Women).

Ahora, si este es el tratamiento que el periodismo deportivo le ha dado a este caso que ya cuenta con una sentencia –aún no es firme pues Mina la recurrirá apelando a errores en la valoración de pruebas–, es válido reflexionar sobre la manera en la que se han tratado las denuncias a otros jugadores de gran relevancia. Ha sido decepcionante, por decir menos, pues con frecuencia las acusaciones o condenas por violencia basada en género son banalizadas y englobadas en el término de “escándalos sexuales” que, a fin de cuentas, en una cultura de la violación terminan por engrandecer a los agresores.

Si revisamos los registros, Maradona, Cristiano Ronaldo, Neymar Jr., Juanele y Robinho son solo algunos de los futbolistas de renombre que han recibido denuncias, entre comprobadas y no, de diferentes delitos de VBG. A muchos de estos casos no se les ha dado la relevancia que deberían tener, resultando en un ítem más en listados burdos de “polémicas” que comienzan con leads tan absurdos como, “Futbolistas y cracks de varias disciplinas han tenido que enfrentarse a esta dura afirmación”.

Es precisamente esta normalización de las violencias basadas en género y esta falta de sensibilidad para tratar casos de abuso dentro de diferentes áreas del deporte lo que dificultan que las víctimas y sobrevivientes se atrevan a denunciar. Siendo una de sus múltiples consecuencias que terminen tratándose de secretos a voces en donde los agresores encuentran comodidad en el silencio del sistema porque, a fin de cuentas, “así ha funcionado siempre”.

Solo por hacer memoria, de acuerdo con El Tiempo desde marzo de 2020 hasta enero de este año, en Colombia se han presentado 17 casos de denuncias de VBG dentro del deporte (sin contar de los que no se tiene registro), siendo el de la Liga de Atletismo de Santander uno de los más recientes. En otros países de América Latina el panorama no es muy diferente, y casi ninguna disciplina está exenta de contar con denuncias de abuso en hombres y mujeres, entre niños, niñas y adolescentes: en México resuena el caso del entrenador de clavados Francisco Rueda, denunciado por abusar sexualmente de varias de sus alumnas a principios de los 2000; mientras que en 2018, en Argentina se estalló una olla en la que 15 jóvenes de la división inferior del Club Atlético Independiente fueron víctimas de abuso y explotación sexual por parte de seis hombres.

Solo basta con dirigirse al buscador de Google y escribir términos clave como “abuso sexual” y “deporte” para encontrar, independientemente del país desde donde se haga la búsqueda, múltiples artículos de este tipo. Casos que no son aislados pero que tristemente continúan sucediendo a causa de un sistema ineficiente y alcahueta con los agresores.

El evitar que ocurran casos de VBG, o de abuso en general, en el deporte no es un deber intrínseco de los medios ni del periodismo, pero sí existe una responsabilidad enorme a la hora de hablar de ello para no perpetuar el sistema que revictimiza y pone en duda el dolor de las víctimas y sobrevivientes. Independientemente de si se trata de una persona de a pie o de un ‘crack’ de grandes ligas, es tarea de los y las periodistas deportivas dejar de tratar las denuncias como una anécdota más de la vida de rockstar que suelen llevar muchos deportistas. Claro que las acusaciones falsas existen, pero en un sistema que protege abusadores lo mínimo que se debe tener a la hora de informar es respeto y rigurosidad, pues al final se termina poniendo en el mismo nivel la ausencia de un goleador en un equipo de fútbol y la integridad física, mental y emocional de una persona. ¿Qué vale más?

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